La conmovedora historia del piloto de Malvinas que fue prisionero de guerra – GENTE Online
 

La conmovedora historia del piloto de Malvinas que fue prisionero de guerra

A pesar de que el parte médico indicaba reposo estricto por un grave accidente en ruta, quiso ir a la guerra. Peleó para defender las Islas Malvinas cuidando la vida de cada uno de los que le fueron confiados. A 39 años del combate, recuerda a quienes dejaron todo por la Patria. 

Soñaba con ser marino, pero la vida fue llevándolo por otros caminos. Su amor por los aviones y su deseo de servir al país lo impulsaron a sumarse al Ejército. Luego de sobrevolar el país en diversas misiones, y a pesar de que el parte médico indicaba reposo estricto por un grave accidente en ruta, Guillermo Anaya (hoy 64) quiso ir a la guerra.

Apasionado por la aeronáutica, sumaba horas de vuelo como piloto privado mientras trabajaba en una farmacéutica para pagar sus estudios. Antes de eso había vivido en Londres un tiempo y, de vuelta en Buenos Aires, pensó estudiar Derecho. “Duré un cuatrimestre. Me di cuenta de que cuando me trajeran a un atorrante lo iba a entregar en vez de defenderlo. Eso no era para mí. Me fui. Estudié Programación y comencé a formarme en Aviación Civil”, recuerda, repasando hitos de su historia que lo llevaron a convertirse en piloto de helicóptero. 

El siguiente paso fue su ingreso al Ejército. Venían los coletazos de la guerra contra la subversión. El Ejército convocaba a pilotos comerciales para sumarse a la Fuerza. Me anoté en octubre del '78. Rendí 14 materias, estuve un año en la Escuela de Aviación y egresé como subteniente aviador”, recuerda.

Enseguida llegó la primera misión: debía rescatar gente de los campos de la provincia de Buenos Aires que sufrió una de las peores inundaciones de su historia hacia fines de los 70’. Luego convocaron pilotos para ser rescatistas en montaña y allá fue. “Me habilitaron a pilotear helicópteros de alta montaña con una turbina muy potente y espacio para tres pasajeros, piloto y copiloto”.  Más tarde integró el Instituto Geográfico Militar (hoy Instituto Geográfico Nacional), donde se desempeñó haciendo relevamiento de los hitos de la Cordillera. 

Rumbo a Malvinas: “Por nada del mundo iba a perder la oportunidad de defender a la Patria”

–¿Cómo llegaste de ahí a Malvinas?

–En octubre del '81 habíamos ido en jeep a Uspallata, a pasar el fin de semana. Usaba una moto muy grande y aprovechaba para andar por la Cordillera. Mi jefe me pidió que fuera a Mendoza a controlar que los helicópteros estuvieran bien. Ya dentro de la ciudad entré a un túnel a alta velocidad y me topé con una mancha de gasoil. La moto cayó arriba de mi pierna, que estalló en mil pedazos. Me trajeron a Buenos Aires. Tuve ocho cirugías. No podía hacer absolutamente nada. A los cinco meses estaba en silla de ruedas en mi casa. El médico me había dicho que no podía hacer ningún esfuerzo y que en un año íbamos a ver si podía volver a caminar. 

–No dan los tiempos para que hayas ido a Malvinas... 

–En marzo empecé a ir a Campo de Mayo con la silla de ruedas. Mi tarea era llenar los libros de vuelo de todos los pilotos. Para mí era terrible, porque sólo podía anotar lo que otro había hecho. Llegó el 2 de abril y el Comunicado Número 1. Empezaron a dar el orden de salidas a Malvinas y yo no estaba en ninguna. Pregunté cuándo me tocaba y me dijeron que en silla de ruedas no podría ir. Repliqué que con un fusil, aunque sea como infante, iba a poder combatir. 

–¿Entonces?

–Me presenté al Estado Mayor para conseguir autorización. Me preguntaron si yo consideraba que iba a poder volar y contesté que sí: sólo necesitaba las manos y los tobillos para los pedales. Mi comandante debía autorizarme a hacer un psicofísico. Me declararon "no apto", pero sabía que ese resultado iba a tardar al menos 10 días en llegar. Me presenté al comandante y le dije que quería ir a combatir. Debía realizar un vuelo de readaptación y si estaba en condiciones, podía ir. 

–Y finalmente te autorizaron...

–Avisé a mis padres que había sido aprobado y me advirtieron que si llegaba a salir a Malvinas lo más probable era que no volviera. A las 5 de la mañana un soldado me golpeó la puerta con el mensaje de que debía partir a Malvinas dos horas después. 

–¿Cuándo fue eso? 

–El 8 de abril, si mal no recuerdo. Primero fui a Tandil, porque no me daba el combustible y cada dos horas tenía que bajar. Luego estuve en Bahía Blanca, en Trelew y en Comodoro Rivadavia. Ahí desarmaron el helicóptero: sacaron las palas del rotor principal y la hélice de atrás del rotor de cola, metieron todo en un Hércules C-130 y partí para las Islas. 

–¿Por qué era tan importante para vos ir a Malvinas?

–Entré al Ejército para defender a mí país. Si algún día Argentina lo necesitaba, estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta. Por nada del mundo iba a perder la oportunidad de defender a la Patria. 

–¿Cómo eran tus días allá?

–Al principio era como estar de vacaciones. Pero todos los días salía a volar para hacer reconocimiento del terreno, porque quien mejor conoce el terreno tiene gran parte de la victoria asegurada. Necesitábamos saber dónde había cañadones, riscos, montañas con paredes cortadas. Volé muchísimas horas en reconocimiento. Y otras tantas llevando tropas a las posiciones que serían la primera línea de combate. 

–¿Y cuando el conflicto avanzó?

–Nos tocó el reaprovisionamiento de la primera línea de combate. Llevábamos en helicóptero víveres, munición y todo lo que necesitaban. Y al final levantamos heridos, y luego muertos, del campo de combate.

"En tiempos de guerra, si te ordenan una estupidez tenés la obligación moral de decir que no"

En uno de esos viajes conociste a los soldados del Regimiento 4.

Sí. Los vi. Me acerqué pensando que podían ser de los nuestros. Aterricé y hablé con un cabo. Le advertí el riesgo que implicaba no estar notificados. Le pregunté qué necesitaban. Y me respondió: “Comida”. Fui a un campo cerca, separé una oveja de un rebaño y la llevé en el helicóptero. A la semana siguiente lo mismo. Acabamos haciéndonos amigos. El 14 de junio, día de la rendición, vi unas tropas que venían de esa zona. Uno me dijo que eran del Regimiento 4 y pregunté por la patrulla de observadores adelantados a la que yo había estado asistiendo durante semanas. Me causó mucho dolor escuchar que, acabado el conflicto, los dejaban para que defendieran a los que se replegaban. Los iban a matar. Fui a buscarlos. Les dije que dejaran todo, porque el helicóptero era para 11 y ellos eran 15. El cabo ofreció quedarse. Mi "no" fue terminante: nos íbamos todos o no se iba nadie. 

¿Eras algo rebelde, no?

En realidad soy más justo que otra cosa. No soporto ni acepto las injusticias. Las estupideces no me gustan tampoco. No me gusta esa idea de "esto es así porque yo lo digo y se terminó", algo muy militar. 

Es raro haber hecho toda la carrera militar teniendo ese pensamiento... 

-En tiempos de paz, si te piden que hagas una estupidez, mientras no ponga en riesgo la vida de nadie, no pasa nada. Hay que cumplirla. En tiempos de guerra, cuando hay muchas vidas de por medio, si te ordenan una estupidez tenés la obligación moral de decir que no estás de acuerdo. Sin embargo, jamás dije las cosas de forma insolente, sino más bien con una actitud que a mis generales los dejaba pensando si estaba loco o tenía razón.

¿Cambiaste tu mirada con el tiempo? 

Sí. Varias veces me enfrenté al general Yofre, uno de los comandantes en Puerto Argentino. Con los años noté que varias órdenes que impartían y allá parecían una estupidez, en realidad tenían sentido. Eran coherentes con la situación: había 10 mil hombres en un lugar y era imposible tener en cuenta todas las variables: haría falta un manual de operaciones extensísimo. Entonces, parecía absurdo pedir que no mataran a las ovejas porque eran de los kelpers. Lo lógico era que si alguien tenía hambre y no tenía comida, pudiera comerla. Cuando uno es joven ve todo en blanco y negro. Con el tiempo entendí que quizás había una razón. Si no hubieran prohibido matar corderos, no habría quedado ni un pingüino en la isla, porque habrían masacrado todo lo que caminara. Al prohibirlo, lo que hicieron fue reducir las posibilidades.

De combatiente de Malvinas a prisionero de guerra

¿Cómo fue tu regreso? 

Pasó mucho tiempo. Debía embarcar a mis suboficiales en el buque Canberra, que trasladaría a los prisioneros de guerra. A los nuestros, antes de embarcar los hacían desnudar, y cuando se aseguraban de que no tenían absolutamente nada, los dejaban vestirse y subir al buque. En el camino tiré mi pistola al mar: prefería eso a dejársela a un inglés. Al llegar vi a un inglés agarrando de los pelos a un suboficial y se me volaron todos los pájaros. Lo agarré de atrás y lo empujé contra la pared. Fue lo último que hice por un mes y medio, porque me molieron a golpes. Me encerraron durante 4 días, sin comida y sin agua, en un corral de ovejas de la Falkland Islands Company. Luego me trasladaron a un galpón donde estaban todos los comandos especiales. Yo había trabajado haciendo infiltraciones detrás de la línea británica.

¿Cómo sobreviviste? 

Había hecho cursos de supervivencia en selva, desierto y montaña. Lo único que yo tenía que hacer era dormir durante el día, porque iba a tener algo de calor por la radiación solar. Durante la noche caminaba alrededor del corral. La cabeza la tenía en cualquier lugar, lejos de ahí. Si uno empieza a pensar "esto es muy difícil, no lo voy a poder soportar", te morís solo. Si, en cambio, sacás la cabeza de las situaciones más críticas y la llevás a un ambiente más plácido, todo lo que te rodee será un infierno, pero vas a vivir en un paraíso. 

¿Qué te motivaba a sobrevivir? 

Todavía tenía un montón de gente que dependía de mí. De hecho, a 5 de mis suboficiales también los metieron presos en el galpón. Y los reencontré cuando llegué ahí. Nos metieron en un helicóptero de dos rotores y nos trasladaron desde Puerto Argentino a un frigorífico abandonado en San Carlos, donde permanecimos un mes. Fui a interrogatorio todos los días que estuve ahí. Sabían todo de mi vida. Y yo lo negaba. Me decían aberraciones que no me causaban ninguna gracia, pero nunca me tocaron. 

–Después de un mes, volviste.

Me embarcaron en un helicóptero y me llevaron al St. Edmund. Me dejaron en Madryn, de ahí fui a Trelew y más tarde a Palomar. Finalmente, en Campo de Mayo me reencontré con mi familia. 

¿Qué significa Malvinas para vos hoy? 

-Es mi casa. Volvería pero no hoy, porque no le voy a pedir permiso a un inglés para ir a mi casa. Voy a volver a Malvinas cuando pueda viajar con mi documento y no con pasaporte... Eso sería reconocer que es territorio extranjero y las islas son argentinas.

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