Ya es santa en el corazón del mundo – GENTE Online
 

Ya es santa en el corazón del mundo

Trescientas mil almas, en el corazón vaticano de Roma, en un murmullo con
fuerza de ola, repitieron mil una veces "santa, santa, santa" mientras Juan
Pablo II la beatificaba, y ese murmullo con fuerza de ola o acaso de huracán
prefiguró una verdad inconmovible: Agnes Gonxha Bojaxhiu (Gonxha, su apodo,
significa pimpollo), que vivió y murió como Madre Teresa de Calcuta, será santa.
Será, porque la Iglesia tiene tiempos y códigos inviolables, pero ya es santa en
el corazón del mundo. Podría, esta evocación, aletear sobre su sacrificio, sus
dichos, sus hechos. Pero GENTE no acompañó esa magnífica vida desde lejos: la
entrevistó, estuvo en su funeral, y más tarde recorrió esa miserable Calcuta que
ella iluminó y en la que dejó alma y sangre. La entrevista sucedió en 1994
-invierno allá- y empezó en la pequeña tarjeta que, como confirmación de la
cita, la Madre Teresa, entonces de 83 años, le extendió a la enviada de GENTE:
"El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto
del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz".
Eran las diez de la
mañana, ella dijo: "La espero a las seis de la tarde", y a las seis menos un
minuto entró a su pequeña, ascética y ya histórica oficina del 54 A del Circular Road: apenas un cuadrado con una mínima ventana por la que entraba la última luz
del día. Esto es lo que reveló:

- "Mi padre era constructor, cultísimo, hablaba muchos idiomas, y siempre se
interesó por los pobres. Teníamos dinero. Mi familia era católica: minoría en
Albania, que tiene una tradición islámica muy fuerte".
- "Le cuento un pecado que no lo sabe ni mi confesor: de chica era loca por los
dulces… ¡y robaba la mermelada!".
- "Mi infancia fue feliz hasta 1917, año en que murió mi padre y nos quedamos
sin nada. Mi madre, Nana Loke (un apodo que quiere decir Madre Alma), empezó a
bordar por encargo para ganar algo de dinero".
- "¿Cómo descubrí mi vocación? Un día estaba en la capilla de mi colegio, el
Sagrado Corazón, y sentí que Dios me llamaba. No me pida que le explique cómo:
es inexplicable, pero me llamó. Y en ese mismo instante tomé mi decisión".
- "Ingresé a la Orden de Loreto, empecé a dar clases, y un jesuita, el padre Jambrenkovic, me habló por primera vez de la India, donde él había sido
misionero. Poco después, al cumplir 18 años, sentí otro llamado, y supe que mi
destino era la India".
- "El 26 de septiembre de 1926 salí para Zagreb con mi madre y mi hermana;
después entré al convento de Rathfarm, en Irlanda, para aprender inglés, y por
fin llegué al punto de mi cita con Dios: Calcuta".
- "Dicen que soy poderosa. Que las Naciones Unidas, la prensa mundial y los
gobiernos se ocupan de mí. Pero eso significa muy poco. Yo no hago nada
especial. Trabajo en el nombre de Cristo, y sin Cristo no soy nadie. Ojalá fuera
poderosa, porque podría sembrar la paz en el mundo. Pero apenas puedo ayudar a
los pobres, a los enfermos, a los moribundos, a los chicos abandonados. No es
mucho…".
- "Paso mucho tiempo con los leprosos, sí. Por favor: que nadie llame a la lepra
'enfermedad maldita'. Esas dos palabras nacen del miedo y de la ignorancia. Los
leprosos son bella gente, y también trato de acercarlos a Dios".
- "No creo en las grandes revoluciones, que suelen terminar en grandes
dictaduras. Propongo algo más simple y práctico: el ejercicio de la pobreza
voluntaria. Que cada uno tome conciencia, se acostumbre a sacrificar el lujo, y
viva modestamente".
- "¿Qué pasará con los enfermos y con los hambrientos de este punto del mundo
cuando yo no esté? No me preocupa, porque así como Dios me encontró a mí,
encontrará a otro".

EL MUNDO DE LA MADRE. Enviados especiales de GENTE reflejaron, en toda su brutal
crudeza, los barrios de Calcuta en los que la Madre Teresa vivió, trabajó, rezó,
sufrió, y a los que iluminó desde 1946 hasta 1997, cuando su cuerpo -no su
espíritu- dijo basta. Esta es la síntesis de ese testimonio: "La humedad y el
calor sofocan. El caos del tránsito y su infernal ruido no cesan ni de día ni de
noche. Los hombres y las mujeres llevan mercadería sobre sus cabezas o en
pesados carros que arrastran a mano. Los chicos, indigentes en su mayoría, están
desnudos, y no conocen la escuela. A lo largo de las calles y avenidas se
apilan, durante meses, toneladas de basura. Pero hasta la basura es codiciada:
las mujeres buscan restos de carbón para cocinar, y chucherías que canjean por
comida para sus hijos. Cuando llueve, tapan la basura con paraguas o mantos de
plástico, como si fuera un tesoro, para que el agua no arruine lo poco
aprovechable. Es común ver a hombres y mujeres lavándose en los charcos de agua
estancada y maloliente. Dos millones de intocables (la última de las castas: los
indigentes) viven y mueren en la calle o en chozas de paja y cartón. Las aguas
del río Hoogly, que cruza Calcuta, están altamente contaminadas. Pero -sagrado
como el Ganges- recibe las cenizas de los muertos y oficia de lavadero y baño.
No hay industrias. La venta callejera es casi la única, hacinada y caótica
fuente de ingresos. Sólo se alimentan de arroz, lentejas, mangos y bananas. La
calle es el depósito natural de las heces humanas. No hay sistema alguno de
barrido y limpieza. Las ratas son reinas y señoras…".


LA MUERTE DE LA MADRE.
En diciembre del 96, la cardióloga norteamericana
Patricia Aubanel le dijo a su colega india Devy Shetty: "No. Es imposible. No
puede estar viva. Mire su historia clínica: malaria crónica; arritmia; infarto;
cuatro operaciones de corazón; está desnutrida porque apenas come, por día, un
poco de pan, un huevo y un par de tazas de té, y además tiene un ritmo de
trabajo increíble: jornadas de hasta dieciocho horas. ¡No es de este mundo!
". La
conversación sucedió en la unidad de terapia intensiva del Centro de
Investigaciones Cardíacas Birla (India) apenas Aubanel terminó de revisar a la
Madre Teresa, entonces de 86 años, que la llamó con un hilo de voz:

-Sí, Madre. ¿Qué quiere?
-Acabo de oírla, hija mía. Y no es así. Soy de este mundo. Los que no son de
este mundo son los crueles, los ambiciosos, los egoístas, los indiferentes.
Están en la tierra, pero no lo merecen. Y el Reino de los Cielos jamás será de
ellos.

Aubanel salió de la unidad, asombrada, y Shetty le dijo:

-No se asombre, porque todavía no ha visto nada. Soy testigo de que estuvo
cuatro veces al borde de la muerte, y una hora después clamaba por volver a su
calle de Calcuta. La semana pasada, cuando la rodeamos de aparatos, se enojó:
"Déjeme morir junto a mis pobres. No quiero que me salve la vida una tecnología
que a ellos les está vedada".
No le hice caso, por supuesto. Pero sentí que la
traicionaba…

Para entonces estaba casi descarnada, y los pronósticos médicos, a pesar de la
casi salvaje fuerza espiritual que la sostenía, eran sombríos. Sin embargo, aun
tuvo fuerzas para protagonizar un memorable diálogo con Barbara Walters, la star
del periodismo norteamericano:

-Madre, yo no tocaría a un leproso ni por un millón de dólares.
-Por un millón de dólares yo tampoco lo tocaría, hija. Lo importante es tocarlo
por amor a Dios.

Presintiendo su final, los medios periodísticos de todo el planeta empezaron a
recopilar material para "elaborar la nota necrológica de uno de los seres más
extraordinarios del siglo XX",
como les dijo a sus redactores el director de La Stampa de Milán. Y todos coincidieron en reflotar su discurso de recepción del
premio Nobel de la Paz que le entregó el rey Olaf V de Noruega en 1979: "No nací
en 1910, como dicen mis documentos. Nací el 10 de septiembre de 1946 en una
calle de Calcuta, cuando tropecé con el cuerpo de una mujer moribunda. Ratas y
hormigas le subían por las llagas. La alcé, caminé hasta un hospital, y pedí una
cama para ella. La mujer murió en esa cama: la primera, la última y la única que
tuvo en su vida. En ese pobre cuerpo estaba todo el horror de un mundo injusto,
atroz, que deja morir así a su gente, y Dios lo había puesto en mi camino como
una antorcha. ¿Cómo llegué a la India? Sin equipaje y con apenas cinco rupias.
Es decir, sin nada. Con cuatro rupias compré un sari de algodón -el más barato-,
y la otra se la di a una mujer que pedía limosna. Así empecé esta misión que hoy
tiene 4.500 hermanas de caridad en 80 países, educa a 10 mil chicos, logra que
atiendan a un millón de enfermos por año en 280 hospitales, e impide que 600 mil
leprosos vivan como parias".

Su corazón dejó de golpear "la gran puerta negra" (la metáfora es de Tenneesee
Williams) el 5 de septiembre de 1997. Muy poco antes había pedido "un funeral
sin pompa alguna, y descansar entre mis hermanas de la misión"
. Seis años y 44
días después, beatificada ante las 300 mil gargantas que repitieron, en
conmovedora letanía, "santa, santa, santa", el fuego de su vida era todavía (y
acaso más que nunca) una formidable llamarada. La inextinguible antorcha "que
Dios puso en mi camino
" a través del más desdichado de los mensajeros: una
leprosa moribunda que jamás, hasta entonces, había conocido una cama ni un gesto
de piedad.

por Alfredo Serra
(sobre textos de los enviados especiales Dolores Paillot,
Renée Sallas y Laura Ayerza)
fotos: Archivo Atlántida, Henry von Wartenberg y Luis Micou

porque el que no es capaz de tocar las llagas humanas, jamás sabrá lo que es el dolor

porque el que no es capaz de tocar las llagas humanas, jamás sabrá lo que es el dolor", decía. Y eso hizo toda su vida en el hogar Nirmal Hriday (Corazón Puro), confortando a moribundos que jamás conocieron una caricia.

Allí estaré siempreya que nada tuvieron en sus pobres vidas, por lo menos que mueran con dignidad y rodeados del amor que este mundo atroz les negó", dec&iacuye;a.">

Allí estaré siempre", repetía. Escenas como estas eran cotidianas: repartía monedas entre los chicos, adoptaba pequeños abandonados y acompañaba a los enfermos desahuciados, con caricias y oraciones, hasta su último minuto, porque "ya que nada tuvieron en sus pobres vidas, por lo menos que mueran con dignidad y rodeados del amor que este mundo atroz les negó", dec&iacuye;a.

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