“Voy a seguir en Beirut hasta que caiga una bomba al lado de casa” – GENTE Online
 

“Voy a seguir en Beirut hasta que caiga una bomba al lado de casa”

Parte de guerra. 12 de julio de 2006, puntapié inicial del conflicto: el grupo terrorista islámico Hezbollah (entre otras masacres, responsable del atentado a la AMIA en 1994) captura a dos soldados israelíes. La guerra está al caer. El premier israelí Ehud Olmert lo considera una provocación suficiente. Al Líbano, que hacía poco había recuperado su autonomía, le caen las bombas como lluvia.

Caminos, puentes, edificios, calles, en ningún lugar se está del todo a salvo. El conflicto gana fuerza desde el sur. Pronto está en todos lados. Las bombas caen y dejan su huella. Cráteres y cráteres, son las cicatrices que marcan la tierra libanesa. Casi tres semanas de conflicto, y los costos que acarrea: 515 muertos en el Líbano, 51 en Israel; un tercio de las bajas, niños. Siria que se suma y abre fuego, sin éxito, contra los aviones israelíes que pasan cerca de su frontera. Bush que dice tener voluntad para alcanzar una “paz duradera en Medio Oriente”, pero descarta un cese al fuego inmediato. Ehud Olmert exige que Hezbollah abandone el sur del Líbano, su desarme inmediato y la liberación de los soldados israelíes capturados, mientras el grupo islámico reclama un cese al fuego, intercambio de prisioneros y quedarse donde está. Burocracia. Porque en la guerra es ley disparar y después preguntar qué pasó y cómo detener tanta muerte.

beirut-buenos aires-beirut. La guerra tiene esas cosas. Mientras Jean Claude Aouad (58) visitaba el domingo a su familia, a 30 kilómetros las bombas del Ejército israelí hacían volar por los aires un edificio de tres pisos donde 57 civiles, sin medios económicos para huir de Líbano, se refugiaban de la guerra. Esas cosas: él, a kilómetros de esta matanza vergonzante, seguro de que en Furn el Chubak, el barrio católico de Beirut, no iba a caer ninguna bomba; ellos, los 57 refugiados, entre los que se contaban 34 chicos y 15 discapacitados, que tuvieron la mala suerte de haber nacido pobres y refugiarse en un edificio de Qana, expuestos al sur de Beirut, ahí donde Hezbollah es más fuerte. Donde hoy todo es polvo y luto.
“Parece salido de una película. El zumbido de los aviones, la explosión de las bombas, la soledad de las calles… Pensar que acá, hace tres semanas, había ochenta mil turistas, los hoteles estaban llenos, la guerra llegó de un momento a otro”, dice Jean Claude. Y después calla.

Jean Claude, tan argentino como libanés. Que vino a la Argentina en 1976 de viaje, a visitar a unos primos. Que decidió quedarse y huir de la guerra civil que sacudía al Líbano por esos días. Que vivió en Buenos Aires hasta el 95. Que se casó con Zoraida, que tuvo cuatro hijas que todavía viven acá (Violeta, 27; Giabina, 25; Solange, 23; y Chantal, 18). Que tenía una fábrica textil y un departamento cómodo en Belgrano. Que era feliz en ésta, su tierra adoptiva. Que sufrió la década del noventa, el aluvión importador que mató a la industria nacional, incluida la suya. Que volvió al Líbano a visitar a su madre, Violet, enferma de cáncer, y se quedó. Y allá, en el lejano Medio Oriente, que también era su casa, rehizo su vida. Jean Claude, que ahora, con 58 años, es dueño de Maya Water, una empresa que distribuye agua purificada en todo Beirut. Que regresó a su lugar y estuvo tranquilo durante once años, pero se volvió a encontrar con la misma guerra de la que había huido treinta años atrás.

–Parece cosa del destino…
–Por ahora estoy tranquilo, pero el peligro está a la vuelta de la esquina. Ayer a la noche se escuchaban los zumbidos de los aviones como si estuvieran adentro de mi casa.

La vida en medio de la guerra. De noche, porque Jean Claude dice que las bombas siempre son de noche, Beirut vibra. Ayer vibraba. Hoy reina el silencio. Israel, tras el ataque a Qana, anunció una tregua de 48 horas para facilitar la evacuación de civiles. Pero así como anuncia la tregua asegura que la guerra continuará, por lo menos, por dos semanas más. Jean Claude que dice, y es claro: “Voy a seguir en Beirut hasta que caiga una bomba al lado de casa”, hace un breve repaso de cómo es vivir en medio de la guerra: “Mi empresa está en el norte de Beirut, en un barrio católico, fuera del foco del conflicto; por ahí puedo manejarme sin problemas. Pero la guerra está demasiado cerca. Imagináte: en Dahie, tres kilómetros al sur de Beirut, se calcula que 200 edificios quedaron hechos polvo. Sólo salgo para ir de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. De tanto en tanto voy a ver a mi hermano, pero nada más. Estás seguro mientras no dejes el norte... Desde lejos, en el sur, se veía medio edificio destruido por una bomba y la otra mitad intacta. Es horrible, parece una ciudad fantasma. Vos pensá, estás cenando con tu familia un día cualquiera. Por la televisión ves que Hezbollah secuestró a dos soldados israelíes. A la media hora caen bombas como si fuera lluvia. Bombardean todo: caminos, aeropuertos, antenas telefónicas, todo. Es insólita tanta destrucción, tanta muerte… ¿Para qué?”.

Refugiarse en el norte. “En Furn el Chubak, el barrio donde vivo, no destruyeron nada. En esta zona lo único que te acerca a la guerra son los refugiados del sur que no pudieron irse del país y migraron a los barrios del norte para estar más seguros. Veinte de mis empleados shiítas están viviendo en mi empresa, son del sur y les volaron sus casas”, cuenta Jean Claude. La semana pasada, al Ejercito israelí le bastó un minuto para terminar de derrumbar el enclave de Hezbollah en Beirut. La ecuación es sencilla: un minuto, veinticuatro obuses de tres mil kilogramos cada uno. Resultado: polvo, luto, otros tantos edificios que se suman a los 200 que ya habían sido derrumbados. Más desierto en las calles. Jean Claude, sin embargo, enfatiza que “con miedo no se puede vivir. Me llamaron varias veces de la embajada argentina para que me fuera, pero acá estoy seguro; en el norte no bombardean”. Pero el límite de la seguridad de Jean Claude es bastante ínfimo, endeble: “A quince cuadras de casa es un desierto. Nadie puede entrar, ahí ya no queda nada. Pero siete kilómetros más al norte la vida sigue normalmente, como si no hubiera pasado nada. La gente camina por las calles y va a trabajar en sus autos”.

Esas cosas tiene la guerra: que Jean Claude elija quedarse pudiendo irse, porque se siente seguro; que cincuenta y siete refugiados libaneses mueran, sencillamente, por no haber podido elegir.

Una pareja de ancianos libaneses carga en bolsas las pocas cosas que le quedó y deja Bint Jbeil. El poblado fue escenario de brutales enfrentamientos entre israelíes y Hezbollah.

Una pareja de ancianos libaneses carga en bolsas las pocas cosas que le quedó y deja Bint Jbeil. El poblado fue escenario de brutales enfrentamientos entre israelíes y Hezbollah.

Un hombre carga el cuerpo sin vida de una nena de ocho años, víctima del bombardeo israelí sobre civiles en el pueblo de Qana.

Un hombre carga el cuerpo sin vida de una nena de ocho años, víctima del bombardeo israelí sobre civiles en el pueblo de Qana.

Un rescatista de la Cruz Roja camina delante de una fila de cadáveres tras el bombardeo israelí sobre un  edificio donde se refugiaban 57 civiles, en el mismo pueblo libanés.

Un rescatista de la Cruz Roja camina delante de una fila de cadáveres tras el bombardeo israelí sobre un edificio donde se refugiaban 57 civiles, en el mismo pueblo libanés.

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