Un argentino bajo fuego – GENTE Online
 

Un argentino bajo fuego

No fue fácil encontrarnos con él. Los permisos y autorizaciones exigidas por

la Autoridad Provisional de la Coalición nos confundían en un laberinto
burocrático que cumple muy bien su función de desorientar a quienes trabajamos
con la información. "Venimos a ver al sargento de staff Saizar. Es argentino.
Nos está esperando."
Sin inmutarse y masticando un inglés desganado, el soldado
que controla la entrada del hospital sólo se limitó a dejarnos esperando bajo el
aplastante sol bagdadí. Siete días llevamos esperando este momento. La semana
anterior, cuando estábamos a minutos de la clínica, una granada lanzada desde la
calle aledaña produjo que los marines cerraran el paso de la green zone, una
extensa área sobre la margen oriental del río Tigris que aglomera la mayoría de
las edificaciones administrativas, sanitarias y militares que los
norteamericanos establecieron en Irak. Blanco de más de cuatro detonaciones
diarias por fuego de mortero o cohetes de lanzamiento portátil, la que alguna
vez fue el orgullo de Saddam Hussein por sus palacios y jardines, hoy debe
contentarse con el pesado andar de los vehículos blindados y la asfixiante
presencia de los alambres de púa.

"Okay, pueden pasar. El sargento los espera en el comedor", nos dice el marine,
diez minutos después, señalándonos cuatro tiendas de campaña resguardadas bajo
la sombra del edificio principal. Todo está en calma. Un televisor acompaña el
murmullo del personal médico que no parece percatarse de nuestra presencia.
Hey, amigos! ¿Qué tal? Siéntense, por favor", saluda un Faustino relajado,
antes de hacer desaparecer, a asombrosa velocidad, el suculento spaghetti con
salsa. "Generalmente almorzamos un sándwich. Este tipo de comida siempre es para
los pacientes. Si sobra, nos dan un poco a nosotros"
, sonríe antes de hablar
sobre su añeja relación con los Estados Unidos.

"Ese vínculo con Norteamérica se fortaleció ya de pequeño", arranca. Hijo de
padres exiliados por la violencia política de los setenta, la niñez lo tuvo de
vuelta en la Argentina durante 1979. Poco adepto a los estudios, finalizó el
secundario en el colegio Sarmiento de la Capital Federal, con orientación de
físico matemático, para luego volver definitivamente a los Estados Unidos en
1994 buscando la ansiada garantía laboral. "La economía no mostraba una
recuperación. No había trabajo y creí que me convenía buscar una oportunidad
allá
", explica mientras caminamos hacia su habitación.

Recorrer los pasillos del hospital lleva varios minutos. El movimiento de
pacientes que se percibe, y la peligrosidad del lugar en el que trabaja, nos dan
el pie para conocer más sobre los motivos que tuvo para dejar nuestro país. "Me
alisté en el ejército porque era imposible conseguir una visa de trabajo en los
Estados Unidos. Fui a Los Angeles y aprobé el examen de ingreso que me definió
como Especialista Médico
", apunta atravesando el patio exterior, que se utiliza
como helipuerto. Sucesivos cursos de enfermería con especializaciones en
Traumatología y Fisiología le hicieron entender que lo estaban formando para un
propósito inesperado. "Cuando llegué a la base de San Antonio y leí el cartel
que decía '
Bienvenidos a la casa del médico de combate', casi me caigo de
espaldas",
confesará más tarde.

Con 31 años, Faustino es líder de escuadra y tiene cuatro personas a cargo en el
Departamento de Cuidados Clínicos. Los choques armados en Irak le entregan
furiosas jornadas laborales en las que no puede diferenciar entre aliados y
enemigos. "Aquí atendemos a todos por igual. Si luego de cada enfrentamiento
llegan un montón de iraquíes. Las convenciones de Ginebra y el Derecho
Internacional Humanitario nos obligan a tratar por igual a los heridos de las
tropas enemigas"
. Y serio, agrega: "Aunque es difícil atender a un enemigo que
sabemos disparó contra nuestra gente. En las salas de cuidados muchas veces se
mezclan. Hay que estar atento cuando llegan, y hay que disponer siempre de
guardias que vigilen los cuartos".

La charla entra en un terreno delicado cuando comenzamos a hablar sobre los
derechos humanos. Sentado sobre un curtido sillón de cuero, el aire
acondicionado refresca el pequeño ambiente donde convive junto a un compañero
mexicano. "Si la orden es inmoral, uno como miembro del ejército, no está
obligado a obedecerla
", no duda en afirmar frente a las conocidas torturas en la
cárcel de Abu Ghraib (N. de la R.: torturas que se conocieron a través de
fotografías que muestran a soldados estadounidenses posando al mismo tiempo que
humillaban a soldados iraquíes). Acomodándose sus inseparables lentes, enumera
las reglas básicas que cualquier soldado debe respetar, y afirma que son pocas
las imágenes difundidas que llegaron a sus ojos. "Sólo nos enteramos de todo a
través de la CNN y de la BBC
-señala-. Lo que sí, como norteamericano, acá tenés
que andar con mucho más cuidado".

Faustino también conoció la miseria de la guerra civil en Haití. Como soldado
primero y haciendo sus primeras armas en enfermería después, estuvo en el
Hospital Central de Puerto Príncipe como parte del contingente sanitario
norteamericano que intentaba ayudar en la catastrófica crisis humanitaria y
política que sufría la isla en medio de las diferencias políticas entre Aristide
y Cedrás. "Siento que perdí seis meses allí. Apenas nos retiramos, todo volvió a
ser lo que era antes"
. Y añade: "En Irak está pasando lo mismo. La coalición
ocupó un país con el fin de imponer sus ideas democráticas occidentales. El
problema es que aquí hay una cultura del poder completamente diferente. Reyes,
dictadores, figuras fuertes patriarcales y religiosas son las que han regido a
estos pueblos, y nadie puede sentirse en el derecho de cambiar su historia y
estructura de poder
".

El dormitorio está en total silencio. Luego de habernos expresado lo que piensa
sobre la política exterior norteamericana, este argentino de lunfardo porteño y
tics idiomáticos anglosajones, fija la mirada en la fotografía de su esposa. Con
Claribel esperan su primer hijo para dentro de cuatro meses. Su meta es
comprarse una casa en la ciudad de Juárez, México, donde ella vivió desde chica.
"Sé que no voy a poder estar con mi mujer cuando dé a luz, pero espero conocer a
mi hijo antes de que camine (ríe). En realidad, anhelo el día en que llegue mi
relevo. Ahí voy a respirar hondo, ahí dejaré de vivir con paranoia. Porque ahora
cuando escuchás un portazo, saltás pensando que se trata de una bomba. Dormís
liviano, con un ojo abierto. Pero bueno
-avanza-, cobro 3400 dólares, mil más
que en los Estados Unidos, y no pienso estar toda la vida en el ejército. Me
quedan once años y me retiro. Iría a la Argentina, pero es muy caro. Cuando
estuve en el 2000 me gustó que en Buenos Aires esté todo muy moderno. Incluso
prolongaron la línea de subte hasta la calle Monroe, ¿no? Impresionante"
, opina,
mira su reloj y nos pide que lo acompañemos de nuevo para el hospital.

Pero en el área donde Faustino es jefe reina la tranquilidad. Los 73 pacientes
que recibió ayer quedaron en el olvido. "Cuando un mortero explota, suelen
entrar cuatro o cinco heridos. Ayer fue un verdadero infierno; hoy, tal vez sea
tranquilo… si los iraquíes andan de buen humor", dice, y continúa describiendo
su perspectiva de la realidad local: "Norteamérica debe respetar el derecho de
los demás. Si quieren un ayatollah de Presidente, que así sea. Yo no comparto
muchas de las normas culturales de Medio Oriente pero, sin embargo, las
respeto"
, argumenta antes de darnos su tarjeta, un fuerte apretón de manos y de
despedirse mediante un monólogo. "Esta es mi primera experiencia cercana a
enfrentamientos armados. Soy un soldado con pasión y sin prejuicio, que trata de
vivir el día como si fuese el último. Que cree que
'si te toca', ni el casco ni
el chaleco antibalas te pueden ayudar demasiado. Que piensa que esto es como una
lotería y que intenta convencer a su esposa de que las cosas no son como
parecen. Un soldado
-redondea-- que vino a curar, no a conquistar al enemigo".

Faustino delante del hospital militar en Bagdad: el centro médico más importante de las fuerzas de la coalición. Sus aparatos de alta complejidad en Neurología y Oftalmología sirven de apoyo a las otras tres sedes sanitarias que los norteamericanos dispusieron en las ciudades de Tikrit, Balad y Mosul. Construido por Saddam Hussein para el tratamiento exclusivo de sus familiares, el edificio cuenta con una estructura de tres pisos y capacidad para trescientas camas. Allí trabaja Saizar sesenta horas semanale

Faustino delante del hospital militar en Bagdad: el centro médico más importante de las fuerzas de la coalición. Sus aparatos de alta complejidad en Neurología y Oftalmología sirven de apoyo a las otras tres sedes sanitarias que los norteamericanos dispusieron en las ciudades de Tikrit, Balad y Mosul. Construido por Saddam Hussein para el tratamiento exclusivo de sus familiares, el edificio cuenta con una estructura de tres pisos y capacidad para trescientas camas. Allí trabaja Saizar sesenta horas semanale

Occidente avanza ofreciendo mercadería inédita, y Saizar sonríe ante un ejemplo claro: la camiseta trucha argentina.

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