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Todos juntos por María

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"Es imprescindible abrir el corazón para que Dios haga el milagro. De lo contrario no podrán transmitir lo que realmente pasa aquí. Porque esto es fundamentalmente una cuestión de fe y carece de una explicación lógica”, advierte Pupa Obeid, el marido de María Livia Galliano.

El santuario de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús está ubicado en la cima de un cerro vecino a la ciudad de Salta. A 350 metros de altura, más cerca del cielo. El ascenso a pie, a través de un sendero polvoriento, demora poco más de media hora. Y termina recién cuando las piernas empiezan a flaquear. Un grupo de jóvenes, que se identifica como “servidores de la Virgen”, recibe a los peregrinos exhaustos con un vaso de agua y una estampita. Es fácil identificarlos: están uniformados con camisas blancas y pañuelos celestes. Todo el bosque pronto es invadido por una música celestial que emiten algunos parlantes estratégicamente ubicados. La cola para ingresar a la ermita que guarda la imagen de la venerada Virgen es interminable. En la puerta hay un árbol del que cuelgan centenares de rosarios: son testimonios de fe y muestras de agradecimiento por gracias recibidas. Aún continúan llegando las camionetas 4x4 que trasladan a los devotos que no pueden caminar o hacer esfuerzo físico. El transporte es gratuito.

Los testimonios se repiten entre la multitud. Angela, una joven de inconfundible acento cordobés, jura: “Yo tenía un quiste en el hígado y todos los meses me hacía controles para ver cómo avanzaba. Pero los estudios acabaron definitivamente después de que María Livia intercediera por mí. Recuerdo que cuando ella me tocó yo empecé a llorar desconsoladamente, pero al rato me invadió una gran paz espiritual. Cuando volví a hacerme los controles, el doctor Moyano no podía creer que el quiste hubiera desaparecido. Era una cuestión de fe: creer o reventar”. Todavía faltan algunos minutos para que comience la ceremonia. No habrá misa, por supuesto. La Iglesia no reconoció ninguno de los milagros que aquí le adjudican a la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Aunque en octubre de 1997, el arzobispo emérito de Salta, monseñor Moisés Julio Blanchoud, autorizó la difusión de los mensajes marianos. “Puede imprimirse para uso privado de los fieles”, dijo en un escueto comunicado. Su publicación es responsabilidad del Monasterio San Bernardo, de las Carmelitas Descalzas de Salta. Ahora todos esperan la llegada de María Livia para realizar el rezo del Santo Rosario y comenzar luego con la oración de intercesión.

María Livia Galliano de Obeid recién asoma ante los devotos cuando el anfiteatro parece colmado. Viste una pollera marrón a tablas y camisa blanca. Se trata de un ama de casa, madre de tres hijos, a quien todos aquí reconocen como la intercesora entre Dios y los hombres. De acuerdo a su propio testimonio, su historia sobrenatural comenzó una tarde de 1990, cuando escuchó una voz interior que se le presentó como “la Madre de Dios”. Poco tiempo después, sintió una fuerza que la puso de rodillas y, en medio de una gran luz, apareció una joven (“de alrededor de catorce años”, describió) con sus manos extendidas hacia abajo, de las que salían luces que se asemejaban a rayos de cristal. En el sitio inmaculadamadre–salta.org describe cada uno de sus encuentros. En otras apariciones asegura haber sostenido un breve diálogo con un ángel y recibir mensajes de Jesucristo.

Todos aquí conocen la historia. María Livia saluda ahora a un sacerdote que acompañó a sus feligreses a esta cima, se arrodilla en el centro del anfiteatro junto a tres servidoras y dispara el rezo del rosario. Luego tomará el micrófono una señora que se presenta como Asunción González y da testimonio de su curación milagrosa: “A mí me diagnosticaron un cáncer de mama y estaba condenada a morir, hasta que María intercedió por mí ante la Virgen y Nuestro Señor Jesucristo. A partir de entonces el cáncer se empezó a secar y hoy el doctor me asegura que estoy curada. Por eso quiero dar testimonio de esta curación milagrosa y agradecer a Dios por esta bendición”. Y recibirá una ovación.

El momento culminante llega pronto. Los primeros en recibir la intercesión de oración a través de María Livia son los inválidos y los enfermos. Ella, sin pronunciar palabra, esboza una sonrisa cándida y coloca sus manos blancas sobre el hombro izquierdo de los peregrinos. El acto dura apenas unos segundos, lo suficiente para que el espíritu de Dios se manifieste y se produzca el milagro. Algunos caen hacia atrás y son recibidos por los “servidores de la Virgen” que están listos para sostenerlos y recostarlos lentamente en el piso. “Cuando ella me tocó sentí un intenso ardor en mi interior, como si me hubiesen quemado con un hierro caliente”, cuenta un tal José. Decenas de peregrinos atraviesan esa experiencia, aunque después de algunos minutos recobran sus energías y, con la ayuda de los servidores, son guiados hacia la salida. En el único reportaje que concedió, María Livia le explicó a Víctor Sueiro: “La que apoya la mano no soy yo, sino la Virgen. Ella es la que pide a Jesús, que allí se hace presente. Y Dios va a abrazar a esa persona, es Jesús mismo el que se acerca. Y entonces el alma de la persona, que es la que sabe, porque nosotros no sabemos con nuestros ojos, con nuestros pecados, reconocer a Dios en ese momento, pero el alma, que sí lo conoce, es la que cae en éxtasis… Es como un éxtasis lo que sufre la gente que cae”.

Atraído por la curiosidad, con su corazón abierto, el cronista de GENTE decidió experimentar en carne propia la oración de intercesión. Pero se mantuvo en pie luego del contacto y no sintió nada sobrenatural. “Lo que sucede es que usted no abrió lo suficiente su corazón a Dios, pero eso no quiere decir que no lo haya recibido a Jesús”, intentó consolarlo una de las servidoras.

En todo el predio está terminantemente prohibida la venta ambulante. Hugo, un porteño que vino por primera vez, confiesa que haber conocido a María Livia le cambió la vida: “Ya nada va a ser igual, se lo juro. Esta mujer me devolvió la paz y la tranquilidad que había perdido. Yo vine aquí con muchos prejuicios: pensaba que éste era un negocio que se había montado para sacarle plata a la gente. Pero me sorprendió que ni siquiera me hayan ofrecido un rosario para venderme, y que ningún chico me haya propuesto cuidarme el auto. Se ve que a esta gente la mueve la fe. ¡Si hasta las estampitas te las regalan! Y en los tiempos que se viven, ese simple regalo ya es un milagro”. Es justamente a través de las estampitas que los “servidores de la Virgen” dan dimensión al fenómeno: de acuerdo a los datos oficiales presentados ante las autoridades eclesiásticas, en septiembre de 2002 entregaron 5.976 imágenes, mientras que en septiembre de 2005 el número se multiplicó hasta alcanzar las 24.632 estampitas.

Entre los devotos de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús está Gabriela Arias Uriburu, quien está convencida de que la Virgen intercedió para concretar las visitas a sus hijos en Medio Oriente. Y también el ex ministro Erman González quien, entre la multitud y apoyado sobre un bastón, dijo: “Yo tuve un accidente cerebrovascular que me dejó algunas secuelas en la pierna y en la mano, y como soy un profundo creyente me llegué hasta acá para pedirle a María Livia que interceda ante la Virgen para que me ayude a superar este problema”.

La noche sorprende a los peregrinos en la cima del cerro. Los impedidos de caminar comienzan el descenso en las camionetas. María Livia se despide de los fieles y los invoca a continuar orando en sus casas. Pero su jornada aún no termina: sabe que la esperan cientos de cartas que piden su prodigiosa intercesión. Todas dicen, palabras más o menos, que esperan un milagro.

Al mediodía, los fieles rezan juntos el Santo Rosario en el anfiteatro improvisado en la cima del cerro. María Livia en persona dirige el grupo de oración.

Al mediodía, los fieles rezan juntos el Santo Rosario en el anfiteatro improvisado en la cima del cerro. María Livia en persona dirige el grupo de oración.

Algunos fieles caen desmayados cuando María Livia les apoya las manos sobre sus hombros.

Algunos fieles caen desmayados cuando María Livia les apoya las manos sobre sus hombros.

De rodillas, con pollera tableada marrón y camisa blanca, María Livia comienza el rezo grupal.

De rodillas, con pollera tableada marrón y camisa blanca, María Livia comienza el rezo grupal.

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