“Tengo 85 años y ¡no pienso dejar de bailar!” – GENTE Online
 

“Tengo 85 años y ¡no pienso dejar de bailar!”

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Sin preámbulos: María Fux es una gloria de la danza argentina. Primera bailarina de danza contemporánea en esta tierra. Famosa en todo el mundo. Además, coreógrafa y danzaterapeuta: creó un método de enseñanza para discapacitados. Hay escuelas con su nombre en Milán, Florencia y Trieste y centros en España y Chile. Tiene 85 años. Pero en ella no son el pasado: subió, con sus 85 cumplidos, al escenario del teatro San Martín y bailó su obra El viaje de María con sus amigas para los chicos y sus padres. Empezó a los 5 años: “Animaba cumpleaños: en vez de comer torta, prefería bailar”, recuerda. Se casó tres veces. Su hijo Sergio Aschero compuso la música que baila su madre. Y por si algo faltara, Fux escribió cinco libros…

–¿Dónde nació?
–Acá en Buenos Aires, en el Hospital Rivadavia, en 1922. Mi mamá pensaba que yo iba a ser un pescado…

–¿Por qué?
–Porque estando embarazada viajó con mi padre a Río de Janeiro en barco. Su madre le había dicho que vería peces saltando en el agua, y le pidió que no los mirara…

–Qué extraño…
–Sí. Para que no influyeran en el embarazo. Apenas salí de su vientre, ella supo que yo no era un pescado, pero…

–¿Pero?
–Estaba segura de que iba a nadar en el espacio.

–Todo un mandato…
–Mi madre me dejó muchas cosas. Fue importantísima en mi vida. Vio en mí lo que lentamente se iría desarrollando…

–¿Cuál fue su rumbo?
–Desde que nací quise danzar la vida.

–Nada menos… ¿En qué momento exacto se dio cuenta de que quería bailar?
–No hubo un momento exacto. Desde siempre, desde antes de los cinco años. Llegaba a los cumpleaños –¡me encantaban!– y todos decían: “¡Ahí viene la bailarina!”. Corrían la mesa y yo bailaba…

–¿Qué música?
–La que había en aquella época.

–¿Cuál, por ejemplo?
–El charleston. No sé si bailé algún tango o vals, pero es posible. No recuerdo la música, pero sí el crujido de la mesa llena de tortas y pasteles cuando la empujaban para dejarme un espacio libre.

–¿Qué decía su padre? ¿Aceptaba que fuera bailarina?
–No quería saber nada. Pero cambió…

–¿Cómo, cuándo, por qué?
–En 1963 y 1964 hice funciones especiales en el Colón. Bailé poemas de Federico García Lorca… ¡y bailé hasta el silencio!

–Parece imposible…
–No había allí ninguna bailarina de danza contemporánea. Es más: ni siquiera puedo decir que yo lo fuera, por lo menos de un modo tradicional.

–¿La vio su padre?
–Sí. Entré al Colón por la puerta grande y él, en el palco, lloró. Al final me dijo: “Ahora sé qué querés ser, María”.

–¿Quiénes fueron sus primeros maestros?
–Los libros… Leía muchísima literatura universal. Un día, alguien me dio Mi vida, la autobiografía de Isadora Duncan… (Nota: San Francisco, 1878-Niza, 1927. Su danza evocaba las de la antigua Grecia, como una rebelión contra el academicismo. Murió en un extraño accidente: su largo chal se enredó en el eje de un auto Bugatti y la estranguló).

–¿Fue una revelación?
–Sin duda. Comprendí que había otra danza que no era la clásica. La que yo estudiaba. Isadora fue una puerta abierta para mi vocación.

–¿Sólo ella?
–No. Tuve una maestra extraordinaria: Catherina Kalanta, de la escuela rusa. Yo miraba cómo se vestía para dar clases…

–¿Un modo muy especial?
–Se preparaba con mucho amor, y eso quedó como una marca en mi vida.

–¿Cuándo descubrió que la danza es capaz de curar?
–Yo nunca hablo de curar. Sólo digo que la danza, de la manera en que la hago, moviliza lo desconocido, los miedos que se ocultan en el cuerpo, y entonces se producen cambios que ayudan a sentirse mejor.

–¿En qué lugar se instalan esos miedos?
–En cualquier lugar. En los hombros, en las piernas, en las rodillas… o en la mirada. Pero si alguien pone en movimiento las posibilidades que hay dentro de todos, los miedos se van. Lo que yo estimulo es lo que ya hay dentro de cada uno…

–Conmueve verla dominar el escenario. ¿Cómo lo hace?
–Siempre me interesó el espacio. Ver y comprender dónde ubicar las cosas… y dónde ubicarme yo. La luz y los colores me hicieron descubrir la importancia de sentir el espacio dentro de mi cuerpo.

–¿Cómo funciona ese mecanismo?
–Pienso qué quiero decir con el espacio y entro en él para decir lo que quiero.

–¿Por qué acercó la danza a discapacitados o a chicos Down?
–Porque siempre me gustaron los límites de mi propio cuerpo y los de mi entorno. Me crié con una madre maravillosa, llena de alegría y de fe en sus hijos. Soy la primera de seis hermanos. Mamá tenía una pierna rígida…

–¿Un accidente?
–No. Vino al país desde Odessa, Rusia, huyendo de la persecución zarista, con sus once hermanos, en barco. Tenía una infección en la rodilla, y en el Hospital de Niños de Buenos Aires le quitaron la rótula… En esa época no había prótesis, y la pierna le quedó rígida. Siempre digo que soy la pierna de mi mamá que danza. Ella fue un modelo. Aun con la pierna rígida, hacía cosas maravillosas…

–¿Eso la impulsó a trabajar con esa gente y sobre sus limitaciones?
–Todo nace con un por qué y un para qué. En mi estudio no hago sólo integración: formo gente para que aprenda a integrar a personas diferentes. Además, me encantaría preguntarle a quien esté leyendo esta nota: ¿quién no es diferente?

–¿Qué contestaría usted?
–Que todo lo es: hasta los dedos de la mano. Uno más largo, otro más gordo, otro más fino…

–¿Cómo trató su cuerpo para llegar a esta edad de modo tan íntegro?
–Fui comprendiendo los diferentes tiempos de mi vida. El espectáculo que acabo de hacer es para chicos y sus padres. Así cierro un círculo espléndido: comunicar con el cuerpo… ¡a los 85 años!

–No sólo con el cuerpo, creo…
–Es cierto: cuerpo, alma, pensamiento. ¡Todo! Cada día que voy a la barra de entrenamiento uso mis límites para seguir viviendo. Es una búsqueda constante.

–¿Qué más le interesa además de la danza?
–Todo, todo, todo… Los diarios, los bosques que se queman, los cambios del mundo, la falta de vivienda. Todo me interesa y me duele.

–¿Cómo se cuida?
–Duermo, no hago vida social, no voy a parties para que me saquen fotos. Sólo voy al teatro, al cine que me enseña algo, a muestras de pintura.

–¿Tiene una dieta especial?
–No como carne roja desde hace un cuarto de siglo, pero sí pescado y otras carnes blancas, verduras y mucho queso.

–¿Gimnasia?
–Sólo la que me indica… María Fux. Ella es mi profesora.

–¿Yoga?
–No. Creo en todo lo que la gente hace para su bien, pero no en las máquinas que ayudan a tener menos cintura, o que adelgazan, o que alargan.

–¿Qué piensa del fanatismo del cuerpo?
–La idea fotográfica de los cuerpos perfectos… ¡es falsa! Sólo a los quince se tiene un cuerpo de quince. Es inmaduro negar el paso del tiempo. Las arrugas y la forma de mirar no mienten.

–¿Seguirá bailando? ¿Cuánto más?
–Claro. Tengo 85 años y ¡no pienso dejar de bailar! Por ahora estoy en estado de danza y escribiendo: voy por mi quinto libro. Además, tengo contratos para bailar en Europa, en enero y febrero.

–Permítame el asombro...
–¿Sabe qué pasa? Tengo que seguir sembrando. María Fux en su estudio. Se casó tres veces. Escribió cinco libros. Trabaja con discapacitados. Baila desde los cinco años… y sigue, inagotable.

María Fux en su estudio. Se casó tres veces. Escribió cinco libros. Trabaja con discapacitados. Baila desde los cinco años… y sigue, inagotable.

“<i>Cada edad tiene sus límites. No creo en el fanatismo del cuerpo. Sólo a los quince años se tienen quince años. Las arrugas y el modo de mirar son una de las buenas marcas de la vida</i>”.

Cada edad tiene sus límites. No creo en el fanatismo del cuerpo. Sólo a los quince años se tienen quince años. Las arrugas y el modo de mirar son una de las buenas marcas de la vida”.

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