Tango en Nueva York – GENTE Online
 

Tango en Nueva York

Podría haber nacido en Barracas. Pero no. Ni siquiera es de Nueva York, donde
vive desde hace cuatro años. Annatina ("más de 20, menos de 30", dice, coqueta)
bromea y jura "soy de San Telmo", pero el acento la delata. Nació en Zurich,
Suiza, y enseguida admite: "En mi país, los hombres son aburridos". Entonces,
con una picardía que ya se intuye dónde aprendió, confiesa que su sueño "es
vivir en Buenos Aires
". Y lanza un elogio de dudoso gusto: "Los argentinos son
buenos, pero bien vivos… les gusta chamuyar (SIC). En Argentina, parece, hay que
mentir…
". Cross a la mandíbula aparte, la suiza estuvo en Buenos Aires hace tres
años, "lo vi bailar al Indio en Plaza Dorrego -recuerda con exactitud- y me
enganché con el tango".
La vida te da sorpresas… Ahora mismo, esta noche cálida
de abril, mientras el dee jay programa a D'arienzo en la computadora, se trenza
en danza con el mismísimo Indio, pero la escenografía es otra, en una de las
tantas milongas de Manhattan: Empire Dance, un piso 11, en el 127 de la 25th Street, en el Village. Uno de los templos del boom del tango en Nueva York, una
ciudad donde los siete días de la semana se puede milonguear.

El Indio -a secas, así le gusta que lo llamen-, está de gira por aquí. Enseña el
baile, y la noche anterior pasó por La Belle Epoque, en el 827 de Broadway
Avenue, un lugar exquisito donde dictó cátedra. "Vine por un mes, nomás -cuenta-. Me sorprende lo que pasa acá con el tango. Pero más me sorprende lo
que pasa en Buenos Aires." Tanto en el Empire como en La Belle Epoque hay otros
argentinos radicados aquí desde hace tiempo. Lo curioso: no perdieron ni una
sílaba del acento porteño. En el último sitio, enseña Viviana Parra, de San
Isidro, que llegó hace siete años por unos meses, le ofrecieron trabajo, se
quedó, y hasta hace poco bailaba con un ruso. El invitado estrella es, también,
El Indio. Los alumnos hacen un círculo, y ellos dos se esmeran en explicar el
ocho, la piedra angular de la milonga. Y después, como dice el bailarín: "a la
lucha".

En el Empire está Coco Arregui, 25 años en Nueva York y 35 fuera de la
Argentina; uno que la sabe lunga sobre la movida tanguera aquí, que incluye
varios sitios en Internet, como dancetango.com o nytango.com, y una revista,
Report Tango. "Acá, en Manhattan, están las milongas. Ahora, si querés escuchar
tango, tenés que ir a Queen's, donde está la colonia más grande de argentinos
-advierte-. Lo curioso es que no se baila. La comunidad del tango como danza,
acá, no es argentina, es una Torre de Babel. Los argentinos enseñamos. Pero los
alumnos son thai, japoneses, rusos y americanos, claro… El nivel es muy
profesional porque el tango acá es caro. Una clase individual promedio está
alrededor de los 50 dólares, y tenés que sumarle otros 15 para el alquiler del
estudio. Si vas sólo a milonguear, o a una clase grupal, puede estar entre 10 y
15 dólares. Y los lugares donde además se puede cenar, calculá 70 dólares por
persona
". Coco -que no da puntada sin hilo- viaja dos veces por año a la
Argentina:  "Organizo tours de tango, y además los llevo a la Patagonia".

No todas las historias son tan luminosas. La chica del guardarropa de La Belle
Epoque -una morocha que podría ser protagonista de un afiche sobre el tango- no
quiere dar su nombre ni que le saquen fotos. "Poné que soy un fantasma", cuenta,
aunque después arranca: "Soy de Lomas de Zamora, crecí cerca del Camino Negro.
Bailé en el San Martín. Me vine en el 2001 porque no había trabajo. Acá las
milongas son hasta las tres de la mañana. No le pidas a un gringo que se quede
hasta más tarde."
La noche siguiente, un sábado, bailaba en el Lafayette Grill,
en el 54 de Franklin Street, en el Soho. El lugar es un restaurante griego, que
una vez por semana se abre al tango. Dino, su dueño, cuenta que allí se filmaron
"más de 20 películas y series", aunque no recuerda ningún título. "El tango es
una danza delicada, afectiva, apasionada
", se entusiasma. Adriana White,
uruguaya, 27 años, en esta parte del mundo, es quien organiza las veladas. La
música la ponen Tito Russo en el bajo, "70 pirulos, de La Plata. Toqué jazz con Bobby Hackett y Louis Armstrong", acota, y Mario Burgueño, El Charrúa del
bandoneón, que hace roncar el fueye a su lado. Acodado en la barra está Dennis.
Morocho, veterano, de rastas y funyi, neoyorquino hasta la médula, pero pinta de
compadrito, dice que "el tango tiene una conexión universal. Me gusta el modo en
que te hace sentir uno con tu pareja
". A su lado, Felecia Ricketts, aire a
Whitney Houston, coincide, y cuenta que en septiembre estará en Buenos Aires, en
uno de los innumerables tours de tango que se ofrecen. Así como se hizo una
habitué de La Belle Epoque, Melanie Gold, profesora de teatro en un secundario,
y actriz que recorre "el off, off, off Broadway…" en busca de un papel. "Estuve
en marzo en Buenos Aires. Me encantó y fui a bailar tango a La Ideal
", cuenta.
Llegó al dos por cuatro, dice, "buscando inspiración para una escena que debía
hacer en Titus, de Shakespeare", y se prendió. "Me gusta la conexión que se da
con otra gente
", repite a su compatriota mientras bebe un Cosmopolitan, el trago
típico de Manhattan.

El único lugar donde bailar tango es gratis es en el Chelsea Market, un mercado
de abasto totalmente reciclado, en 9 Avenue, entre 15 y 16 street. Dentro de
poco, cuando llegue el verano, la troupe que se da cita allí los sábados por la
tarde, se mudará al Central Park. Todo es más improvisado y bastante más masivo.
El dee jay Alejandro, filipino, pone música en un discman, pero la pasión es más
fuerte, y alrededor de un centenar de parejas giran allí, frente a una panadería
y a una frutería. Y, entre ellas, como un juego de espejos, las mellizas Lissa y
Nina Gordon que viajan, entre dos y tres horas desde Delaware, todas las
semanas, sólo para bailar tango, y a quienes Gardel -pese a ser coloradas- les
hubiera hecho un lugar entre las blondas Betty, Peggy, Marie y Julie. Con ellas
están Martín Yamacañedo, un mexicano que descubrió nuestra música en San
Francisco y el porteño Jorge, que vive "como un gitano. En Buenos Aires trabajo
en el Centro Cultural Borges, en Recoleta, pero me voy a Japón, a Europa o vengo
aquí para enseñar el baile
". El dee jay anuncia el último tema. Y ahí va, claro,
La Cumparsita. "Mirá esta gente -cuenta el filipino, que hace siete años abrazó
la religión tanguera-. Acá, en Nueva York, encontrás de todo para bailar. Pero
el tango consigue, como ninguna otra danza, mezclar edades y razas. Todos nos
sentimos unidos por el tango."

Más de un centenar de parejas unidas por el tango, en el Chelsea Market. Como dijo el Dj, un filipino que hace siete años se enganchó con nuestra música: Es la única danza que une gente de todas las edades y razas".">

Más de un centenar de parejas unidas por el tango, en el Chelsea Market. Como dijo el Dj, un filipino que hace siete años se enganchó con nuestra música: "Es la única danza que une gente de todas las edades y razas".

Esperando turno para bailar en <i>Empire</i>.

Esperando turno para bailar en Empire.

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