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Su historia, su vida, su leyenda

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"A Mar del Plata yo me quiero ir / Sólo el dinero me falta conseguir / Lo que
yo tengo es mucho coraje / Pero me falta la plata para el viaje
". (Copla popular
de la década 1930-1940).

Hija de la mishiadura porteña, del patacón por cuadra (metáfora de la carencia
de auto), del sueño de espuma y agua salada condenado a la marrón realidad del
Río de la Plata y el Balneario Municipal -Costanera Sur, 1938-, la copla murió
allá por los 60 al son de un hit que, desde el disco, fue pegadizo testimonio de
los nuevos tiempos: "Qué lindo que es estar en Mar del Plata / en alpargatas, ja
ja ja ja
". Eso, por la vascuence tozudez del vasquísimo Juan de Garay, que antes
de refundar Buenos Aires junto a ese "río de sueñera y de barro", como lo
inmortalizó Borges, y encadenar a sus hijos a la eterna humedad y las
sudestadas, ancló sus barcos en lo que hoy es Cabo Corrientes, y escribió en su
bitácora: "Es una muy galana costa… La gente se abriga con mantas de pieles de
liebres y de gatos monteses, y hace sus tiendas con cueros de venado…"
. Pero
(¡ay!) siguió viaje "hasta encontrar aguas tranquilas"; en ese mismo 1580 clavó
espada y cruz en las gredosas barrancas del Mar dulce, como Pedro de Mendoza
llamó al Plata, y sepultó así la perfecta ecuación de una Buenos Aires bañada
por el mar.

DE JESUITAS Y DE INDIOS. El 13 de noviembre de 1746, más de un siglo y medio
después de las proas de Garay, los misioneros jesuitas Joseph Cardiel y Tomás
Falkner fundaron la reducción de Nuestra Señora del Pilar en la Laguna de los
Padres (antes Laguna de las Cabrillas): Mar del Plata se ufana hoy de sus 130
años, pero bien puede adjudicarse una prehistoria de 258…

Los primeros visitantes (los caciques Marique y Cuyantuya) no tardaron en llegar
a la empalizada y concretar el primer trueque: plumas de avestruz, pieles de
lobos marinos y chucherías de hueso por tabaco y aguardiente. Más tarde, llegado
ya el padre Stroebel con abundante comida, la indiada se afincó "en toldos
primero y en ranchos luego, y cultivan, cazan, pescan, cantan y rezan
", escribió
el jesuita en papeles que aún respiran en el Archivo de Indias. Pero la paz
reinó apenas cuatro años. La quebró, en brutal ataque, el jefe rebelde Cangapol.
Los jesuitas, sitiados, pidieron refuerzos. La tropa desembarcó, rompió el sitio
y puso en fuga a Cangapol, pero las furias naturales -una tormenta pampa, una
inundación digna del Diluvio Universal- acabaron con todo. Muchos años después,
la reducción era una ruina aislada entre alucinantes cangrejales.

DE PIONEROS Y SOLEDADES. Mientras en Buenos Aires estalla la Revolución de Mayo,
un tal Pedro Alcántara Capdevila levanta sobre esa ruina, la primera estancia:
31 leguas para pastos y ganado. Pero en 1819, "ahogado por la soledad", le vende
las tierras a los hermanos Ladislao y Marcelino Martínez y enfila su carreta
rumbo a mundos más tumultuosos. Los Martínez expanden ese reino primigenio, lo
convierten en una gran estancia, y en 1847 se la venden a Gregorio Lezama, que
la pone en manos de sus empleados Antonio, Inocencio y Javier Ortiz ("los
Ortices", según sus vecinos), y más tarde la compra un grupo de terratenientes
portugueses: el barón de Mahuá, el comendador Joaquín Pereyra de Faría, Domingo
de Saa Pereyra, Juan Bautista López Goncalvez, Melitón Máximo de Souza, Juan
Antonio de Figuerero y José Cohelo de Meyralles, que en 1856 funda un saladero
donde hoy está el balneario La Perla. Ergo, como escribieron algunos
historiadores, "Mar del Plata pudo haber sido un bastión portugués, y por
carácter transitivo y colonial, brasileño"
. Pero en 1859, una sequía salvaje,
casi de condenación bíblica, carboniza los campos, el saladero y la ambición de
los lusitanos, como antes las aguas desbocadas barrieron la reducción jesuítica.
El Destino, a fuerza de calamidades, por contrario sensu, trazaba los planos de
Mar del Plata…

EL HOMBRE DE LAS TRES P. Un año después (1860), Patricio Peralta Ramos aborda
ese páramo, lo compra en 4 millones, lo restaura, y pasados trece años le pide
permiso al gobierno de Buenos Aires provincia para "la creación oficial de un
pueblo
". Un pueblo que apenas tiene "una iglesia con capacidad para 400 almas,
una botica, tres artesanos (un panadero, un zapatero y un herrero) y una fonda
llamada Del Huevo
". El permiso llega, y a pesar de los ocho días que tardan los
carruajes salvando pantanos en unir Buenos Aires con el anémico pueblo bautizado
San José de Balcarce, la vida empieza a bullir. A La Fonda del Huevo le siguen
la De la Cabra y La Marina. Otro pionero -Pedro Luro- hace construir el primer
muelle. Un tal Carnaghi se instala con un pesado artefacto que llama "cámara
fotográfica
", captura las primeras imágenes y más tarde se convierte en el
primer fotógrafo de la refinada, estricta y cerrada vida social de las cincuenta
familias de hacendados que cambian Mar del Plata por los antiguos veraneos en
las quintas o estancias. En 1886, cuando todavía se llega en las galeras de La
Vascongada a fuerza de látigo y de los gritos de los postillones, arriba el
primer tren desde la Capital. En 1887 se inaugura el Gran Hotel. Un año después,
el Hotel Bristol. Una primera estadística jura que "los veraneantes han
alcanzado el sorprendente número de un mil cuatrocientos"
.

LA PLAYA DE LOS OCHO CORSARIOS. Al principio, las olas (las mismas que el 25 de
octubre de 1938 buscó para morir Alfonsina Storni), el viento y el sol
intimidaban a locales y visitantes a pesar de sus pesados ropajes, que apenas
dejaban al desnudo caras, manos y pies. Oficialmente, la primera (y audaz)
bañista fue Cecilia Peralta Ramos, la mayor de los once hijos de don Patricio,
que en el verano de 1886 tanto le rogó a su padre que la dejara entrar al mar,
que éste les ordenó a los peones improvisar una carpa con los palos y la vela de
un barco hundido. Cecilia, de 26 años, se desnudó dentro, se enfundó en un traje
de baño made in París comprado en Buenos Aires, y a saltos y entre grititos,
escribió la historia de la iniciática Nereida criolla. Eso, ciento veintiséis
años después de los realmente primeros veraneantes y bañistas de Mar del Plata:
ocho corsarios ingleses que, el 12 de enero de 1742, bajaron de la goleta
Speedwell, nadaron, tomaron sol, mataron un par de focas para comer y -desatada
una fiera tormenta- no pudieron abordar su barco, que levó anclas para no
terminar destrozado contra las rocas. Se llamaban Guy Broadwater, Samuel Cooper,
Benjamin Smith, John Duck (mulato), Joseph Clinch, John Andrews, John Allen e
Isaac Morris. Tras mil peripecias, sólo sobrevivieron Cooper, Andrews y Morris,
que lograron volver a Londres cuatro años después, el 8 de julio de 1746. Por
ellos, la Playa de los Ingleses se llama así.

TIEMPOS MODERNOS. En 1886 -el año del chapuzón de Cecilia Peralta Ramos-, José Luro contrató en San Sebastián, a los técnicos Lasalle y Echeverría y les hizo
instalar la primera ruleta. Carlos Pellegrini, vicepresidente de la República y
famoso por empapar a baldazo limpio, en carnaval, a las damas que triscaban por
el Gran Hotel, se prendió al verde paño con firme pasión, lo mismo que Luro y
Saturnino Unzué. Una noche, en pleno rodar de bolilla, cayó el comisario, les
aplicó la Ley de Juegos y les anunció que debía confiscar la ruleta y llevarla a
la comisaría. Pellegrini esgrimió otra de sus virtudes: el sentido del humor:

-Hace bien, comisario. Llévela nomás, que en la comisaría podremos jugar mucho
más tranquilos…

Y llegaron los locos 20 (el corazón de la belle époque nativa). Y Mar del Plata
fue aristocracia, levitas, sombreros, ranchos de paja, trajes de hilo british,
capelinas, señoras vestidas como fragatas empavesadas, copetudos bailes de
carnaval, largos paseos, puntuales five o'clock teas, sólo para iniciados:
todavía, la perla del Atlántico (metáfora luego trocada en Marpla y Mardel y La
feliz) era un privadísimo coto de caza apenas hollado por los pescadores, que,
al ver que las voces de los exquisitos turistas les espantaban a su presa,
urdieron un grupo de choque (los carbonarios) que los ahuyentó a garrotazo
limpio. Y llegaron los 30. Y en el 38 se abrió la Ruta 2, la trágica, de la que
Enrique Pinti diría en uno de sus shows: "No era trágica, b…, ¡era angosta!". Y
llegaron los 40, y en Ocean Club (Playa Grande), el después premio Nobel Luis
Federico Leloir, harto de rociar sus langostinos con mayonesa, inventó la salsa
golf. "Si la hubiera patentado, me habría hecho millonario", solía decir,
sentado en su emblemática silla de paja. Y llegaron los 50: Perón, aguinaldo,
hoteles sindicales: la clase obrera tal vez no vaya al Paraíso, pero fue a Mar
del Plata, como un poco antes había ido la clase media cuando el auto dejó de
ser un lujo de minorías. Y la pesada lana de las mallas enterizas que tardaban
una semana en secarse fueron luego de rayón y goma, de látex, de poliamida. Y
los bananas de los 70 se batieron, en carnaval, en batallas de dulce de leche. Y
hoy, verano de 2004, a 130 años del puntapié inicial, Mar del Plata, desde el
aire y a ras de la arena, es la Meca de dos millones de cuerpos y almas, por
siempre jamás. Happy Birthday.

La Bristol al nacer  el siglo XX.  El reglamento no sólo prohibía bañarse desnudo". Sólo permitía descubrir caras, manos y pies. Hombres y mujeres: cada uno en su sector, y separados por 30 metros.">

La Bristol al nacer el siglo XX. El reglamento no sólo prohibía "bañarse desnudo". Sólo permitía descubrir caras, manos y pies. Hombres y mujeres: cada uno en su sector, y separados por 30 metros.

La gran postal. El lobo marino de piedra… que no es un lobo  sino un elefante marino.

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