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Sólo una buena educación puede salvar a estos chicos

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Eriberto (9) se levantó a las cuatro de la mañana pero no pudo ir
a la escuela. Su padre no se lo permitió, porque un puma recorría
amenazante los alrededores de su casa. Mario (11) hace tres meses que no va al
colegio. Espera ansioso que baje la creciente que lo dejó aislado en medio
del monte junto a sus siete hermanos. Beto (10) viene a caballo. Se despertó
a las cinco en punto para recorrer 15 kilómetros y llegar justito cuando
izaban la bandera. Griselda (12) camina cincuenta minutos todos los días
para estar presente en clase. Y, pese al esfuerzo, sonríe porque se aprendió
de memoria la lección de Ciencias Naturales.

Dificultad más, dificultad menos, así es la vida de los noventa
alumnos que concurren todos los días a la Escuela 347 Inspector Fernando
Avellán, ubicada en lo que se conoce como Colonia 20 de Junio -un pequeño
poblado de 300 habitantes, la mayoría desocupados-, a 280 kilómetros
al norte de la capital formoseña y muy cerca del límite con Paraguay.
Allí, las instalaciones son extremadamente precarias. No hay agua corriente,
por eso los chicos están obligados a beber de un aljibe. Eso cuando encuentran
alguna gota, porque en la zona ya hace siete meses que no llueve. Y para las clases,
que se dan en dos turnos -mañana y tarde- cuentan con muy escaso material
pedagógico.

César Rodríguez (42) es uno de los maestros y el principal luchador
para que el colegio siga en pie. Casado y con tres hijos, vive a 12 kilómetros
del lugar. Desde hace cinco años se levanta al alba para enseñar
allí. Sale a la ruta a hacer dedo con la intención de llegar lo
más temprano posible a lo que él llama "mi segunda casa".
"A veces lo logro, a veces no, pero bien vale la pena el esfuerzo. Estos
pibes se lo merecen, decime si no te emociona mirarles las caritas. ¿Sabés
el sacrificio que hacen para venir? Se rompen el lomo para aprender. Mirá,
pese a los problemones que enfrentan, ya son conscientes de que la única
arma que tienen para defenderse es el estudio. Si entienden eso, ya estoy satisfecho"
,
cuenta César, emocionado.

Durante las horas de clase, sólo el maestro habla. Los chicos piden permiso
cuando necesitan hacerle una pregunta. Se escucha el "maestro", en lugar
del típico "seño" que usan los estudiantes porteños.
"Es que sus padres, pese a que la mayoría son analfabetos, les
enseñan que al maestro se lo debe respetar a cualquier precio. Y eso que
acá nadie aplica ninguna disciplina severa. Al contrario, te juro que nos
sentimos sus segundos papás. Pucha, me emocioné al comentártelo,
y el corazón me empezó a latir demasiado fuerte"
, agrega
César, tomándose el pecho con ambas manos. Nos conmueve a todos
escucharlo.

Porque conmueve la voluntad por estudiar que demuestran. Más cuando la
realidad golpea duro a todos estos chicos que gambetean el hambre y viven en casas
hechas apenas con palos, donde no tienen luz y, menos que menos, un sitio donde
poder hacer la tarea. Duele decirlo, pero la mayoría de sus padres son
desocupados, analfabetos, viven de la caza, de la pesca, y de lo que cultivan:
mandioca, papas y batatas forman parte de la escasa comida que comparten durante
la cena, cuando se reúne la familia.

Las necesidades de ésta y otras tantas escuelas de frontera llegaron a
los escritorios de los directivos de Coca-Cola de Argentina. De inmediato, la
empresa decidió poner en marcha Futuro Cercano, un programa de autogestión
para las escuelas de todo el país con la idea de capacitarlas y mejorar
su desempeño. De esa forma se logrará que generen sus propios recursos
y fortalezcan el vínculo con el resto de la comunidad. El proyecto se realizó
en conjunto con la Fundación Compromiso, y ya alcanzó a 88 escuelas
de 15 provincias del país. Los resultados fueron excelentes: se redujeron
los índices de repitencia y ausentismo escolar, se lograron mejoras esenciales
en el edificio donde funciona el colegio, y ya tienen una huerta completísima,
una bolsa de trabajo para los padres, y se construyó una cocina estupenda
donde los pibes desayunan, almuerzan y meriendan.

"Coca-Cola nos dio una mano importantísima. Yo diría que
apareció en el peor momento de la escuela, que funciona hace 25 años
-dice Guillermo Schrenck (35), otro de los maestros de la escuela-. Logramos
una pila de cosas, una buena cocina, comedor para los pibes, huerta, parquizamos,
todo a pulmón y con la ayuda de los padres que antes ni se acercaban a
nosotros. Estamos muy contentos, pese a que nos siguen faltando cosas".

Ahora luchan por tener una biblioteca. "Es fundamental para el desarrollo
de los chicos
-agrega Guillermo-. No te olvides de que cuando van a sus
casas, como sus padres no saben leer, no pueden ayudarlos".

La escuelita funciona con cuatro maestros. Los chicos de primer grado están
solos. Pero los de segundo se agrupan con los de tercero, los de cuarto con los
de quinto, y los de sexto con los de séptimo. Muchos de ellos comparten
el curso, pero tienen edades muy diferentes. Hay alumnos de 12 años que
recién empiezan a asistir a clase, en especial los varones, que nunca fueron
porque debían ayudar a sus padres en la tarea de destronque que se realiza
durante todo el año en el campo. Y otros, que concurren al turno tarde,
y llegan cansados porque ayudaron a su familia a acarrear agua durante varias
horas. Pero al llegar a la escuela a todos se les dibuja una sonrisa: "Es
que acá los 90 chicos almuerzan, estudian, y además practican deportes,
tienen clases de teatro, música y educación física. La mayoría
viene sin zapatillas ni abrigo… ni hablar de otras cosas. ¿Sabés
cuándo nos mandaron la última partida de útiles? Hace dos
años"
, explica César Rodríguez.

Parece mentira semejante olvido del gobierno provincial en tierras donde vivían
los diputados más caros del país, de acuerdo con denuncias que circularon
en 1999. Según un informe del gobierno nacional, cada uno de ellos le costó
a la provincia, durante ese año, algo así como dos millones de pesos.
Guillermo sonríe cuando escucha las cifras: "Acá un maestro
es mucho más barato. Con antigüedad y todo, arañamos los 400
pesos"
.

Pero los chicos no entienden de política. Sólo tratan de capacitarse
para progresar y convertirse en la salvación de sus familias. Gladys Rodríguez
(37) está orgullosa de ser la directora de esta escuelita que no para de
crecer a pesar de todos los inconvenientes que enfrenta. Y dice: "Hacemos
todo este esfuerzo por ellos. A lo mejor allá en Buenos Aires les pueda
sonar exagerado. Pero estos niños que viven en condiciones muy duras, vienen
con hambre, sueño y cansados de trabajar en sus casas. Sin embargo, pese
a todo esto, hacen un sacrificio tremendo para venir a la escuela. ¿Sabés
por qué? Son conscientes de que sólo la educación puede salvarlos"
.

por Miguel Braillard
fotos: Maximiliano Vernazza
(enviados especiales a Formosa)


¿Cómo ayudar?
Llamando al 03716-491019 (teléfono de
la directora, Gladys Rodríguez) o enviando un mail a: [email protected],
o a: [email protected]
La escuela está ubicada a 30 kilómetros de la localidad de General Belgrano, al norte de la capital formoseña. Todos los días concurren 90 alumnos que desayunan, almuerzan y meriendan.

La escuela está ubicada a 30 kilómetros de la localidad de General Belgrano, al norte de la capital formoseña. Todos los días concurren 90 alumnos que desayunan, almuerzan y meriendan.

El maestro César Rodríguez al frente de la clase.

El maestro César Rodríguez al frente de la clase.

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