“Si la policía no detiene a los que me violaron, tengo miedo de que me peguen un tiro” – GENTE Online
 

“Si la policía no detiene a los que me violaron, tengo miedo de que me peguen un tiro”

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La sensación térmica es de 27 grados, pero Soledad Villalba (19) tiembla como una hoja mientras enciende su quinto cigarrillo en apenas veinte minutos. “Estás fumando mucho”, le digo, y ella asiente con la cabeza. Después, mientras sube el cierre de su buzo negro, explica: “Desde que me pasó esto, tengo mucha ansiedad, muchas ganas de llora, y cuando fumo, me tranquilizo”. Mientras habla, intenta abrir sus ojos para las fotos.

Por primera vez acepta que la tomen de frente porque cree que la única manera de denunciar lo que le pasó es“dando la cara”. Pero es una odisea, porque las marcas del feroz ataque que sufrió en la madrugada del 20 de agosto a la salida del boliche Horus, en Del Viso, todavía están a flor de piel, y su ojo derecho le duele cada vez más.

Unos centímetros más arriba de la ceja derecha se ven los doce puntos de sutura que le que le dieron en el hospital de Pilar luego del terrible golpe que casi la deja ciega. La nariz también tiene marcas, y aunque pasaron más de veinte días desde el ataque, su cara todavía está hinchada y con moretones.

Cuenta, Soledad, que cuando se desnuda frente al espejo, “veo que casi todo mi cuerpo está machucado”. Pero lo que más le preocupa es que, según los últimos estudios médicos, la retina del ojo derecho sigue sangrando, y eso puede complicarle mucho más la miopía y el astigmatismo que sufre por herencia genética. “En ese ojo me dieron el primer golpe, el que me hizo perder un poco la conciencia”, recuerda, antes de narrar paso a paso la pesadilla de aquella madrugada.

Cronica de un horror.Yo había ido a bailar con una amiga a Horus, un boliche de Del Viso del que somos habitués. En un momento nos cruzamos con seis chicos que eran amigos de mi novio, Patricio, con el que estábamos peleados. Pero el distanciamiento no era definitivo: siempre nos peleábamos por pavadas y después nos volvíamos a arreglar. Los chicos nos saludaron, y como a dos de ellos los conocíamos bien, nos quedamos. De entrada amagué con seguir de largo porque una semana antes había discutido con uno. El me tocó la cola, y yo le dí una cachetada delante de todos: ‘Te voy a matar’, me dijo. Cuando los saludé, ya había visto que este chico estaba con ellos, y por eso quise irme. Pero como los conocía, no pensé que podían hacerme daño. Enseguida nos ofrecieron algo de tomar. Era una bebida de color negro. Tomé un poco, y muy pronto empecé a sentirme mal. Era una sensación rara, algo que nunca me había pasado antes. Fui hasta el baño y vomité, pero no se me pasó. Me lavé la cara, tomé aire, y como seguía igual, volví a la pista para decirle a mi amiga que nos fuéramos. En eso me vieron dos mujeres que son patovicas del boliche, y me sacaron a los empujones porque pensaron que estaba borracha. Empecé a caminar sin rumbo, y sentí que corrían detrás de mí. Cuando me di vuelta, vi que los seis chicos se me venían encima. Uno de ellos me pegó una piña que casi me desmayó. Me subieron a un auto, me llevaron hasta el descampado, me arrancaron la ropa, me violaron y me pegaron en todo el cuerpo. Pensé que me mataban, porque la idea de ellos no sólo era violarme: ¡querían asesinarme!”.

Al parecer, todos los agresores viven en el barrio Los Cachorros, Del Viso. Uno de ellos tendría el sobrenombre de Fumo y rondaría los 19 años, y otro se llamaría Lucio, de unos 26 años, y sería sobrino de un ex policía de la bonaerense detenido por un asalto al Bank Boston de Pilar.
 
Estamos sentados en la terraza de AVIVI (Ayuda a Víctimas de Violación), la ONG que se ocupa de asistir a chicas y chicos violados, y a Soledad no le alcanzan las manos para secarse las lágrimas. Porque al drama se agregó la muerte de Patricio Yagode, su novio, de 25 años, que apareció ahorcado en un descampado de Del Viso un día después de que ella denunciara la violación. Según informes de la policía, en el lugar había dos cartas: una para ella y otra para el juez de la causa. Dicen: “Ni yo ni mis amigos tuvimos nada que ver con lo que le pasó a Soledad”. Pero la madre de Patricio jura: “Esa no es la letra de mi hijo”.

Poco después, Soledad y su familia empezaron a soportar amenazas:“Me llamaron por teléfono y me dijeron que la cosa no había salido bien, y que me iban a matar. Tengo miedo de que si la policía no detiene a los que me violaron, vengan y me peguen un tiro. Por eso, cada vez que tengo que ir a la fiscalía o al hospital, voy con mi mamá o mi hermana. En total recibí más de diez amenazas. Y encima, la muerte de Patricio… ¡No lo puedo creer! Además, me parece algo absurdo, porque en ningún momento dije que él tuvo algo que ver. Por eso me llama la atención que en la carta haya dicho ‘Ni yo ni mis amigos’. Todo me suena muy raro”.

EN BUENAS MANOS. La charla es interrumpida por María Elena Leuzzi (52), la presidenta de AVIVI, que le ofrece a Soledad un té de tilo para calmarla. Desde el primer día la acompaña a todos lados y le da fuerzas para que siga adelante. Por fuera, esta mujer parece inquebrantable, pero en el fondo sabe muy bien el drama que atraviesan Soledad y su familia. Porque en abril de 2001, Candela González (26), su hija, fue violada y golpeada salvajemente, y el 24 de junio de 2003, luego de que el tribunal de San Isidro condenó a 28 años de cárcel a Javier Emilio Posadas, el violador de su hija, comenzó con esta ONG que ya asistió a más de cinco mil víctimas que pasaron por el mismo calvario que su hija y que Soledad. “Es terrible escuchar el relato desgarrador de las chicas violadas y convivir con su dolor. Pero la única manera de terminar con este flagelo es involucrándose y haciendo de madre y de defensor de cada víctima. Porque la mayoría, por miedo, no quiere hacer la denuncia. Muchas veces, los tipos se quedan con sus prendas, con sus documentos, y las violadas tienen miedo de que vuelvan a lastimarlas. Por eso una de las primeras cosas que hacemos cada vez que vamos a ver a una víctima es aconsejarle que denuncie a su agresor. Esa es la única manera de terminar con todo esto”.

En el lugar, que apenas se sostiene con los chorizos que María Elena vende todos los domingos en la esquina de su casa en Virreyes, las víctimas reciben contención y ayuda. La psicológica, a cargo de Alicia Rossi, mujer de corazón enorme que por su vocación solidaria se ofreció a atender a las chicas sin cobrar un peso, y la penal, a cargo de Silvia Weksel, que ya consiguió meter entre rejas a casi quinientos violadores. “Salvo en la comisaría de San Fernando, en muchos lugares tenemos que ir y preguntarle al fiscal: ‘¿Pidió el ADN del detenido?’, ‘¿Pidió que le hicieran un análisis de sida?’, ‘¿Se fijó si en el auto del detenido había pelos de la víctima?’. La gente no sabe estas cosas, y piensa que los fiscales van a hacer su trabajo de manera correcta, pero ellos están tan abarrotados de trabajo, que muchos detalles se les pasan por alto. Y lo que no se hace en las primeras horas puede significar que una causa se caiga, y que el violador quede en libertad”.
 
A su lado, Soledad asiente con la cabeza. A pesar de la tensión que vive, aceptó esta nota porque cree que “la única manera de encontrar seguridad, es saliendo en los medios”. Cuando su caso se hizo público, cesaron las amenazas, le abrieron las puertas de la Casa Rosada y le prometieron un subsidio de 900 pesos mensuales para pagar sus remedios. “¡Quiero que esto se termine de una vez! Que detengan a los culpables para poder caminar tranquila por la calle. Anoche, por ejemplo, cerca de donde me violaron, encontraron el cuerpo de una chica de 19 años, muy parecida a mí. Dicen que se tiró del puente La Loma, en Del Viso. La policía entró a casa y me despertó, porque tenía miedo de que esa chica fuera yo. ¿Después de lo que me pasó, tengo que seguir viviendo así? Lo único que pido es un poco de paz…”.

En la terraza de <i>AVIVI </i>(<i>Ayuda a Víctimas de Violación</i>), Soledad muestra las marcas que le dejó la brutal paliza que recibió antes de ser violada. Estuvo a punto de perder el ojo derecho.

En la terraza de AVIVI (Ayuda a Víctimas de Violación), Soledad muestra las marcas que le dejó la brutal paliza que recibió antes de ser violada. Estuvo a punto de perder el ojo derecho.

Zarratea 2760, Virreyes. Aquí funciona AVIVI. Aquí se reciben denuncias de violación y se asiste a las víctimas y a sus familias. María Elena Leuzzi, presidenta de AVIVI, consuela a Soledad: “<i>No tengas miedo</i>”, le dice.

Zarratea 2760, Virreyes. Aquí funciona AVIVI. Aquí se reciben denuncias de violación y se asiste a las víctimas y a sus familias. María Elena Leuzzi, presidenta de AVIVI, consuela a Soledad: “No tengas miedo”, le dice.

Lucía, la madre de Soledad, dice: “<i>Cuando llegué al hospital, la encontré hecha un monstruo, y pensé que se moría</i>”.

Lucía, la madre de Soledad, dice: “Cuando llegué al hospital, la encontré hecha un monstruo, y pensé que se moría”.

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