Secuestros Express S.A. – GENTE Online
 

Secuestros Express S.A.

Los dos hombres eran socios del Golf Club San Andrés. Uno de ellos se
dirigía hacia su sede, ubicada en la localidad de San Martín; el otro acababa
de salir de ese mismo lugar. Y ambos fueron emboscados a pocas cuadras de allí,
en la esquina de Boulevard Ayacucho y Rivadavia. Pero entre esos dos hechos hubo
casi 13 años de diferencia: Rodolfo Clutterbuck fue secuestrado en la mañana
del domingo 16 de octubre de 1988 y Abraham Awada (78), durante el anochecer del
lunes 20 de agosto de 2001. El primero jamás apareció; el segundo, que
mantiene una estrecha amistad con el ex presidente Menem, recién fue liberado
al comenzar el sexto día de su cautiverio, luego de que su familia pagara una
suma cercana a los 300 mil pesos.

Los secuestros rápidos constituyen una modalidad reciente en el mapa
delictivo argentino. Pero desde hace años este tipo de hechos se vienen dando
en las principales ciudades latinoamericanas, como Medellín, Río de Janeiro,
Lima y Ciudad de México.

EL SIGNO DE LOS TIEMPOS. Entre 1976 y 1990 el auge de esta modalidad
estuvo marcado por la irrupción de bandas altamente profesionalizadas. Y eso en
más de un sentido: sus integrantes solían pertenecer a fuerzas de seguridad y
la mayoría había adquirido este singular oficio prestando servicios en los grupos
de tareas
que actuaron durante la dictadura militar. Esos elementos
articularon organizaciones perfectamente aceitadas, con mucha infraestructura,
que incluía tecnología de punta para intervenir teléfonos y, a su vez,
evitar pinchaduras en sus propios aparatos, además de contar con información
de primera mano como para anticiparse a los movimientos de los investigadores.
El último hito de aquella generación delictiva fue el secuestro del actual
presidente de Boca Junior, Mauricio Macri, ocurrido el 24 de agosto de 1991.

Actualmente, en cambio, impera un estilo más primitivo y rudimentario, que
en la jerga policial se designa a esta modalidad con el apelativo de secuestros
fast food
.

Sus cultores son por lo general delincuentes de poca monta y con escasa
capacidad hasta para llevar adelante una negociación telefónica. No son
especialistas en el tema; tanto pueden asaltar una rotisería como perpetrar un
secuestro extorsivo. Sin embargo, a veces suelen contar con algún tipo de
complicidad policial. Sus víctimas son casi siempre elegidas al boleo,
quizás sólo por el modelo del automóvil que conducen. A cambio de sus
vidas acostumbran a pedir sumas modestas y fáciles de reunir, aunque finalmente
terminan aceptando cifras muy inferiores a las exigidas inicialmente. Mientras
tanto retienen a la persona secuestrada en sitios tan poco apropiados como su
propio vehículo o alguna vivienda de un barrio marginal.

A pesar de los exiguos recursos con los que cuenta esta raza de
secuestradores, la modalidad en cuestión experimentó en los últimos tiempos
un notable crecimiento. En lo que va del año se produjeron diez hechos,
sin contar aquellos en donde los familiares de las víctimas decidieron no hacer
la denuncia.

El reciente caso del empresario textil Abraham Awada tuvo todas las
características de un secuestro express, pero con una salvedad: una
inesperada filtración periodística hizo que, pocas horas después de
producirse el hecho, la opinión pública comenzara a estar pendiente del
paradero de la víctima, restringiéndose así el movimiento de los
delincuentes, lo cual terminó acelerando los tiempos de su desenlace.

NOTICIAS DE UN SECUESTRO. Durante la madrugada del martes pasado sonó
el teléfono en el lujoso octavo piso del edificio ubicado en Libertador 4612.
Allí estaban los hijos de Awada, Alejandro y Daniel; el primero es actor de
cine y televisión, y el otro, un exitoso empresario que junto a su mujer, la ex
modelo Patricia Fraccione, impuso una marca de ropa para niños. También había
llegado Jadiye, una de las hermanas de don Abraham y madre de Alejandro Tfeli,
el médico de Carlos Menem.

Durante las horas previas la preocupación de la familia había experimentado
una curva ascendente. No se sabía nada del jefe de la familia, quien, por la
tarde, había estado jugando a las cartas en el club de golf con el dirigente
gastronómico Luis Barrionuevo. Este, ya entrada la noche del lunes, recibió la
llamada de Daniel y dijo que su ocasional compañero de truco "se había
ido del club poco después de las ocho"
. Aún no se sabía que el Mazda
blanco de Awada permanecía abandonado en aquella fatídica esquina de San
Martín. Un mozo de bar y un vendedor de diarios habían visto cómo dos sujetos
enmascarados con pasamontañas introdujeron a su presa en otro vehículo.

Luego del segundo timbrazo telefónico, Daniel se abalanzó sobre el
auricular para oír una voz nerviosa, que sólo dijo:

-Lo tenemos al viejo. Para nosotros su vida vale 300 lucas, ¿entendido?

En ese mismo momento, el veterano hombre de negocios ofrecía 68 mil pesos a
sus secuestradores, a cambio de su inmediata libertad. Pero los delincuentes se
mostraron ambiciosos y no cerraron el trato.

A la mañana siguiente, los familiares de Awada recibieron un segundo
llamado. En esa ocasión, una voz distinta de la del autor de la primera
comunicación diagramó un sistema de postas, pero Daniel, que seguía siendo el
interlocutor con los delincuentes, exigió una prueba de vida. Y por
única respuesta escuchó el clic que dio por finalizada la llamada. Una
sensación abrumadora envolvió a la familia.

En ese momento ya participaba en la investigación la Dirección
Departamental de Investigaciones de San Martín, técnicos en telecomunicaciones
de la SIDE, con el apoyo de personal de la División de Delitos Complejos, de la
Federal.

Al mediodía habría otra llamada, con una cita concreta para dejar la plata.

Los Awada entonces cumplieron, dejando el dinero en el sitio estipulado.
Enseguida pasó un vehículo y su único ocupante recogió el portafolio con el
rescate. La policía lo siguió hasta una casa de la Zona Norte, donde
irrumpiría empuñando armas sin seguro. Jamás imaginaron que el hombre que
encontraron allí era en realidad un remisero que creyó haber encontrado
una fortuna por casualidad.

A partir de entonces, las llamadas se interrumpirían. Los Awada, ante ese
silencio desesperante, comenzaron a pensar en lo peor.

-No se preocupen. Los tipos nos están semblanteando. Ya van a
volver a ponerse en contacto
-dijo uno de los funcionarios de la SIDE a la
hermana de la víctima, sin otro propósito que el de sostener en alto la moral
de la familia.

Pero, en ese instante, hasta él dudaba de que todo terminara de un modo
feliz.

CAUSAS CONEXAS. "Creemos saber quiénes son los
secuestradores. Pero si sale publicado esto antes de que larguen a la víctima,
puede llegar a pasar lo peor"
, dijo el hombre a GENTE.

Se trataba de un investigador de la Bonaerense. Y el encuentro con él tuvo
lugar el sábado a la tarde en un bar de la zona de San Martín.

-Los capos de la banda están presos. Pero hay un pequeño remanente que
aún está en actividad. No hay casi dudas de que son ellos...
-agregó la
fuente, antes de desgranar su teoría.

Entonces dijo creer que la banda era la misma que en los últimos tiempos ya
había cometido tres hechos similares, secuestros express en los que las
víctimas no estuvieron cautivas más de 24 horas. El primero de ellos ocurrió
el 30 de enero y tuvo como blanco al hijo del dueño de un corralón de
materiales de Pacheco. En esa oportunidad el rescate fue de 100 mil pesos.
Luego, en abril, capturaron al hijo de un empresario maderero. El rescate fue
por esa misma suma y fue pagado en un recodo de los monobloques de Soldati. Y,
ya en junio, la tercera víctima de la banda fue el hijo de un empresario
gráfico. Estuvo cautivo en la villa 9 de Julio, de Billinghurst, hasta que sus
secuestradores cobraron los 88 mil dólares exigidos por su vida.

Posteriormente fueron detenidos seis integrantes de la banda, aunque otros
dos lograron escapar. Los investigadores estaban convencidos de que los
secuestradores de Awada eran precisamente los dos prófugos, quienes habrían
formado una nueva banda.

Mientras numerosas comisiones policiales batían el Gran Buenos Aires en
busca de Awada, en la Capital un grupo de efectivos de la Policía Federal
liberaba a otros dos jóvenes que habían sido secuestrados 24 horas antes, tras
haber cenado en un restaurante de Puerto Madero. Inicialmente habían pedido 300
mil dólares, pero luego se conformaron con 25 mil y algunas joyas. Y
fueron detenidos al cobrar el rescate. Luego comenzó a sospecharse de que una
de las supuestas víctimas había sido en realidad el entregador de su amigo. La
banda ya había usado esa misma modalidad en otro caso, utilizando incluso la
misma camioneta, un motor home Dodge, para retener a la víctima. Los
investigadores entonces cayeron en la cuenta de que era la misma camioneta en la
que dijo haber estado secuestrado el hijo de un industrial, entre el 8 y el 9 de
mayo. Uno de los detenidos resultó ser Leonardo Negrón, un oficial de la Bonaerense
que prestaba servicios en el Cuerpo de Caballería.

En el mismo momento en que GENTE entrevistaba al investigador policial
que trabajaba en el caso Awada, los secuestradores, a través de una nueva
llamada, indicaron cómo hacer la entrega del dinero, que se efectuó esa misma
noche en una esquina de San Martín. Y el domingo a las dos de la madrugada, el
empresario fue finalmente liberado.

El resto ya es una historia reciente y pública: 14 procedimientos
posteriores en varias localidades del Gran Buenos Aires, entre ellos en el
barrio Santa Rita, donde fueron detenidas dos mujeres de apellidos Loza y
Roldán, y un hombre llamado Contreras, mientras que otros seis presuntos
secuestradores con pedido de captura son intensamente buscados.

Ese fue el epílogo de una historia que conmovió al país. La misma, por su
difusión, logró revelar la trama de una modalidad que, hasta este caso,
permanecía sumergida en el no siempre beneficioso océano del secreto de
sumario.

por Ricardo Ragendorfer y Miguel Braillard
fotos: Alejandro Carra, Fernando Arias y Archivo Atlántida
Amante del golf, cuando nada hacía suponer que caería en manos de secuestradores.

Amante del golf, cuando nada hacía suponer que caería en manos de secuestradores.

Estuvo seis días encerrado en una casa del barrio Santa Rita, de Boulogne.

Estuvo seis días encerrado en una casa del barrio Santa Rita, de Boulogne.

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