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“Se ha muerto mi hermana pequeña”

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El jueves 8, una camioneta Mercedes Benz negra lleva el cuerpo desde el Instituto Anatómico Forense de Madrid con rumbo al cementerio de La Paz. Fue el último viaje de Erika Ortiz.

El día anterior había sido encontrada boca abajo por su nueva pareja, el camarógrafo Roberto García, en el dormitorio de su casa del número 40, calle Ladera de los Almendros en Valdebernardo, barrio relativamente de clase alta de la capital española. El mismo en el que vivió su hermana Letizia antes de convertirse en princesa. Los paramédicos no intentaron ninguna maniobra: llevaba muerta más de doce horas. Un paro cardíaco.

El resultado de la autopsia –remitido para estudios de toxicología y que estará disponible definitivamente recién en dos semanas–, se supone, iba a ser secreto.
No importa. El diario El País publicó: “Ingestión de pastillas”. La policía encontró frascos vacíos entre la basura, y otro cerca de su cadáver. Estaba en tratamiento por estrés y ansiedad desde hace unos meses.

Pozo depresivo total. Y se reveló la existencia de varias cartas dirigidas a su familia.

Su contenido no se sabe, aunque sin dudas, en ellas estará la explicación a su trágica decisión. Un clásico suicidio, aparentemente. Entonces, ¿por qué? Unos cuantos se lo preguntaron, tras un responso de veinte minutos en el cementerio La Paz, en las afueras de Madrid. Sobre todo Letizia, embarazada de seis meses, mientras un centenar de periodistas y cámaras se agolpaban discretamente para ver qué andaba pasando. Después del responso fue cremada, mientras su hermana economista Telma y la reina Sofía volaban de urgencia desde Filipinas e Indonesia respectivamente. El resto, en mayor o menor medida, es oscuridad.
Erika Ortiz –asturiana de Oviedo, nacida en 1975, edad 31, madre de Carla, de seis años– era simplemente una hermana de princesa plebeya, o tía de futura reina, invitada a La Zarzuela o a El Escorial para los eventos familiares. Una foto y un epígrafe en la revista Hola, como mucho. Y no era algo que le placía, tampoco: esos micrófonos en la cara con cubo de programa de chismes cuando iba a buscar a su hija al colegio le parecían demasiado. El bajo perfil era mejor.
Para convertirse en cuestión de Estado tuvo que morir. Y para Letizia era La Peque, tres años más joven que ella y la menor de las tres hijas de Jesús Ortiz y Paloma Rocasolano. Una vida tranquila, discreta. Licenciada en Bellas Artes, con una beca de estudios en Alemania, se asentó en Madrid hace cuatro años para trabajar como ejecutiva de cuentas en empresas de marketing, como Urzaiz Comunicación. “Algo bohemia, tímida, influenciable, insegura”, dicen los conocidos, comparándola con Letizia, catalogada como más fuerte y decidida. Entre ambas, una gran relación, confidencia y apoyo. Siempre.

Por aquella época vivía con el escultor Antonio Vigo, compañero de facultad, con quien tuvo a Carla, su única hija. Después, en mayo del año pasado, se separaron, no se sabe bien por qué.

De repente, sin hombre –todos apuntan a esto como la causa de su depresión–, y más todavía, sin trabajo, tras renunciar a un puesto de directora de prensa en una editorial que, por lógica, atraía demasiado a los medios. Entonces llegaron los ansiolíticos por receta, que aparentemente lo hacían todo más llevadero. Una Erika más flaca, demacrada. Así entró a la productora Globomedia para cuestiones de decoración. En ese lugar conoció hace pocos meses a Roberto García. Las últimas semanas las había pasado de licencia psiquiátrica: estrés y ansiedad. Y ese mismo miércoles 8, cuando García la encontró muerta, tenía que reincorporarse al trabajo.

Al responso en el cementerio de La Paz, deshecho en lágrimas, su novio no pudo ingresar. A Vigo, su ex esposo, si le fue permitido el paso. Mientras tanto, Carla aún no sabe que su mamá murió.

La familia Ortiz y la Casa Real quieren máximo silencio con todo esto. A los miembros de la Policía Científica que tomaron fotos de la escena en la casa de Valdebernardo, sus superiores les ordenaron entregar las tarjetas de memoria.

Se ha muerto mi hermana pequeña. Gracias a todas las personas que se han sentido apenadas”, atinó a decir Letizia bajo una fuerte lluvia en el cementerio La Paz, mientras su marido y sus cuñadas infantas la consuelan, y el Rey la besa y la abraza. Cerca, su mamá y su papá, y sus abuelos, Francisco y Menchu, destrozados. Una cuestión preocupante era si su embarazo iba a ser afectado por el duelo. Especialistas consultados aclararon que no. A eso de las 14 del jueves 8, la Familia Real y los Ortiz dejaron el cementerio.

El resto, en mayor o menor medida, es oscuridad.

Erika, meses antes de morir: flaca, algo demacrada. El príncipe Felipe y el rey Juan Carlos intentan consolar a Letizia antes de la cremación de su hermana. Nadie encuentra una respuesta.

Erika, meses antes de morir: flaca, algo demacrada. El príncipe Felipe y el rey Juan Carlos intentan consolar a Letizia antes de la cremación de su hermana. Nadie encuentra una respuesta.

Letizia, acompañada por Felipe.

Letizia, acompañada por Felipe.

Tres años más joven que Letizia, para Erika la vida como hermana de princesa no era fácil: demasiadas cámaras, demasiada presión.

Tres años más joven que Letizia, para Erika la vida como hermana de princesa no era fácil: demasiadas cámaras, demasiada presión.

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