“Salí del delito. Ahora quiero alejar a los chicos del paco” – GENTE Online
 

“Salí del delito. Ahora quiero alejar a los chicos del paco”

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El arroyo Las Piedras y la Calle 177 marcan el límite donde va a funcionar Volver al Potrero. La avenida Zapiola, y una curtiembre que arroja sus desechos al agua, terminan de rodear este campito. A las diez de la mañana aparece el Gran DT: su cuerpo espigado y sus patas de garza llaman la atención; las gafas de carey le tapan casi la mitad del rostro. El sol le molesta, quizá por los últimos once años que pasó “a la sombra”. El hombre fue excarcelado en noviembre del 2006 porque la condena que le dictó el Tribunal Oral de Morón, en 2003, no estaba firme. Había sido condenado por el asalto de cinco camiones de caudales, en que murieron dos custodios. “Yo ya pagué ante la ley. No maté, no violé, no me quedé con el vento de nadie, ni con la mujer de un colega”, se defiende el último cómplice del Gordo Luis Valor.

Aquí, en el barrio La Cañada de Quilmes, está Hugo Sosa (54), el Cacho, o simplemente La Garza. Ese que fue el terror de las transportadoras de caudales, hoy dice que lleva los bolsillos cosidos, “como Cóppola”, porque tiene miedo de que le planten una prueba y jura que no le quedó un peso de sus antiguas asociaciones (ilícitas). “No tengo vento. Cuando nos detenían, la yuta se quedaba con la plata. ¡Nos han secuestrado para afanarnos! El resto lo gastamos en abogados o se lo llevó la repartición”.

La Garza fundó la escuelita de fútbol Volver al Potrero y admite que ahora vive de la representación de jugadores. Entre sus pupilos aparece Rodrigo Aimar, el primo de Pablo que juega en el club de la Primera D, Berazategui. También algunos jugadores de Rosario Central que no nombra. “La escuelita viene bien. Ya se anotaron más de 50 pibes y espero 300. De este potrero salieron ingenieros, albañiles, doctores… y delincuentes, ¡ja, ja! Ojalá que alguno de estos pibes llegue a la Selección”.

–Suena muy bien, pero ¿usted le dejaría su hijo a un famoso ladrón de blindados?
–Es que el delito no va más para mí. Esto es sagrado, porque está el futuro de los chicos de por medio. Yo quiero sacarlos de la calle, del paco y de todos esos flagelos. Como decía Dieguito, no voy a manchar la pelota. Estoy muy contento, porque las madres me confían a sus hijos.

–¿Es la primera vez que va a dirigir un equipo de fútbol?
–Tengo experiencia. En la cárcel de Devoto dirigí al equipo de los presos. No es que fuera un Poronga ahí adentro, pero era jugador y técnico. Ahora juego de 5 en el equipo de veteranos y ganamos el premio al Fair Play. Soy una especie de Bastía, robo todo en el medio campo (ríe).

–Garza, ¿siente que puede marcarles un camino a los chicos?
–No, ojo, La Garza no existe, fue un invento de la policía. Con este proyecto trato de integrar a los pibes, de mostrarles lo que no se debe hacer. Yo pasé por el infierno. La cárcel es algo tétrico: perdés la libertad, a tu familia, todo lo más preciado que tenés.

UN BUEN MUCHACHO. Corre 1964 y todo empieza con un monedero. Hugo tiene trece años y vive en una casa precaria del barrio La Cañada. Su padre trabaja todo el día en una barraca de Avellaneda y su madre se levanta a las cuatro de la mañana para pasar su día en una fábrica textil. Huguito patea la calle vendiendo Clarín y Crónica. “Tenía unas Skippies (sandalias de plástico) que en verano me quemaban las patas y en invierno me cag… de frío”, recuerda. Su zona se delimita desde Zapiola y Calchaquí hasta Calchaquí y 12 de Octubre. El día que cruza la frontera termina a las manos con el canillita del barrio.

Nadie recuerda el resultado de la pelea, sólo que apenas agarra unos centavos por diario y que Cachito Sosa comienza a pensar que “por el camino honesto nunca voy a llegar a ningún lado”. Por eso elige el camino corto y planea su primer robo en la feria de Bernal, donde se cruza con ese monedero punta de ovillo, que rompe el cascarón de la inocencia. “Estuve una noche sin dormir pensando el plan, sudaba frío. Cuando vi a la señora que iba a robar me temblaba la mano. Hasta que me animé: agarré el monedero y salí corriendo. Cuando lo abrí encontré muy poca plata: me alcanzó para un par de figuritas. Ese día supe que robarle a la gente pobre como mis viejos, no era el negocio”.

–¿Y me va a hacer creer que ahí nació una especie de Robin Hood que les roba a los ricos…?
–(Interrumpe) ¡No, para nada! Digo que un tipo de códigos no le roba a una pobre viejita. Desde entonces respeto a las personas. Hoy el delito está muy violento, pero no puedo juzgar a los chicos que están en la calle.

–¿Siente que la cárcel lo rehabilitó?
–Lo único que hace la cárcel es darte tiempo para el ocio. Hoy no hay talleres. Los pibes no tienen la posibilidad de salir con un título de plomero, no los socializan…

–Tractorcito Cabrera, un colega suyo en esto de robar camiones de caudales, jura que cambió y que ya no piensa en robar.
–Lo felicito. El se impuso mejorar su estatus de vida… Yo soy un burro viejo, estoy de vuelta. Caí por primera vez a los catorce años. ¿Sabés a qué aprendí? A cocinar, hoy cocino rico. Pero mientras muchos estudiaban alguna carrera en la cárcel, yo estudiaba cómo escaparme…

LADRONES, ANGELES Y DEMONIOS.A la cárcel entré, y de allí salí, por la puerta grande”, apunta Cacho, poseedor de un prontuario más que frondoso. A saber: su primera causa se le inició el 13 de diciembre del 76: asociación ilícita y robos reiterados. Fue condenado a siete años y tres meses de prisión, pero se fugó del penal antes de cumplir la pena. En 1985 lo condenaron a tres años por tentativa de robo agravado y en el 88 por acopio de armas de guerra. Le descubrieron otro arsenal en el 91, con el agregado de municiones de guerra y explosivos. Ese año también le encontraron documentos truchos. El jura que no mató a nadie, por esa historia de los códigos, pero en 1994 fue procesado por homicidio en ocasión de robo y lesiones en riña. Un tipo peligroso. Por eso, cada vez que lo trasladaron a Capital para declarar, su avión iba escoltado por dos helicópteros de las Fuerzas Armadas. “¿Qué querían, que saltara del avión?”, pregunta con ironía.

–Es que usted se escapó varias veces de la cárcel. Incluso, en el 94, se fugó a los tiros del penal de Devoto junto al Gordo Valor…
–(Ríe) No quiero hacer apología del delito, pero fue un trabajo de inteligencia y no hubo armas. El Gordo no tiene nada que ver en esto. Todo empezó por un llamado del cielo.

–¿Qué tipo de llamado?
–En realidad, con una visita higiénica que culminó el 25 de junio del 94, con el nacimiento de mi angelito, Luciano. El sufre síndrome de Down y yo entendí que era un llamado de arriba. Tenía que ayudar a mi familia, pero para eso debía estar afuera. Por eso me contacté con gente amiga.

–¿Y cómo fue el plan?
–Mi idea fue saltar de la cancha al hospital, con lo que le gané doscientos metros al trayecto que propuso Luis (Valor). Cosí unos delantales de médico en la celda, y cuando pasamos al hospital nos saludaban: “Hasta mañana, doctor”. Dijeron que salimos armados porque los humillamos: las pistolas eran de madera con betún y ¡hasta me robé un estetoscopio! A los cuatro meses caí de nuevo por robar un camión de caudales en Carapachay. Ese día me cagaron a tiros, terminé inconsciente en el hospital.

–Le van a sobrar anécdotas para contarles a los chicos de Volver al Potrero…
–No, el mensaje para los pibes es otro. Soy un buen muchacho, no fui violín, le robé a gente rica y en muchos casos a gente garca. Se ve que le toqué un huevo a algún grosso. Antes me dedicaba a los blindados, ahora quiero alejar a los pibes de la calle. Ayer, Sosa escapando del penal de Devoto en el 94. Lo filmó un vecino. “<i>No voy a manchar la pelota</i>”, dice ahora, mientras afirma que sólo quiere trabajar con chicos.

Ayer, Sosa escapando del penal de Devoto en el 94. Lo filmó un vecino. “No voy a manchar la pelota”, dice ahora, mientras afirma que sólo quiere trabajar con chicos.

Sosa acaba de terminar el techo de las instalaciones del predio donde va a funcionar su escuelita de fútbol. Ya se inscribieron más de cincuenta chicos, y espera trescientos. “<i>Me emociona que las madres me confíen a sus hijos</i>”, dice.

Sosa acaba de terminar el techo de las instalaciones del predio donde va a funcionar su escuelita de fútbol. Ya se inscribieron más de cincuenta chicos, y espera trescientos. “Me emociona que las madres me confíen a sus hijos”, dice.

La foto del prontuario de La Garza (tal como lo bautizó la Bonaerense) en Devoto.

La foto del prontuario de La Garza (tal como lo bautizó la Bonaerense) en Devoto.

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