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Rubio, de ojos azules y mujeriego

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Esta es una larga historia de cosas inimaginables. Por ejemplo, nadie se hubiera imaginado que el libro fetiche de Ian Lancaster Fleming (1908-1964) fuera Aves de las Indias Occidentales, del ornitólogo made in USA James Bond. Nadie, porque el inglés Ian fue periodista, marino –espía de la Royal Navy, se dice–, aventurero, y autor de veinte novelas empapadas de pólvora, sangre y sexo. ¿Entonces, por qué devoraba eternamente páginas sobre pajaritos? Sólo una palabra podría acertar: catarsis. La poesía de los bichos alados versus el estampido de las balas.

Tampoco se imaginaba nadie que Ian, a la hora y en la hora de elegir un nombre para su héroe, dictaminara “James Bond”. ¿Por qué un hiper-héroe, destructor de hiper-asesinos, tenía que llevar el nombre de un ornitólogo al que cuesta encontrar en los diccionarios? Ian, pasados mucho tiempo, muchas traducciones y muchos millones de dólares, lo reveló: “Quise que mi héroe portara la identidad de alguien casi anónimo”.

Menos se imaginó Ian que en 1962, apenas dos años antes de su muerte, y casi en avalancha, sus novelas fueran uno de los más gigantescos negocios de la historia del cine: 24 películas en 44 años vistas en todo el planeta y acumulando ganancias, a esta altura, incalculables.

Y ni siquiera soñó el escocés Sean Connery –todavía a sus 75 el actor más sexy del mundo, según frescas encuestas– que sería el primero, el mejor y el más amado de cuantos Bond tejieron esa vasta saga en la pantalla de plata.

Poco antes de arrancarlo del papel y hacerlo carne, Connery comprendió que su elección era perfecta: según Fleming, “James Bond es un tipo alto (1,83), atlético, ronda los 76 kilos, tiene el pelo negro y la piel siempre bronceada, y sus ojos son grises, casi glaciales”. Sí: había nacido para ser “Bond... James Bond” (su célebre presentación), para adorar el vodka Martini “agitado, no batido” y, como a casi nadie más, le calzaban perfectos los zapatos Church, su muñeca izquierda parecía esculpida para llevar un Omega especial, y no existía otro auto más que el Aston Martin, aunque sólo en una película lo cambió –a cambio de una montaña de billetes para los productores– por el BMW.

Pasados siete años, cinco películas, y dueño de una cuenta bancaria escalofriante, Connery dijo basta y lanzó un tsunami sobre el negocio: había que encontrar otro Bond, joven, perfecto y duradero. La bolilla cayó sobre George Lazenby, un ex modelo australiano que hoy ronda los 66 años. Filmó 007 al servicio de Su Majestad en el ’69, y fue debut y despedida. Entre otras cosas porque la crítica dijo que “un huevo duro es más expresivo”.

La elección del tercer hombre resultó mucho más feliz: Roger Moore. Venía de dos colosales éxitos en tevé (El Santo y Dos tipos audaces), y le aportó al agente 007 algo casi irrepetible: un toque de humor, de solfa. Una especie “de no tomarse en serio”, como escribió un crítico de los muy temidos, que lo hizo tan inolvidable como cierta línea de diálogo:

Chica bellísima: James, te necesito…
Bond: Inglaterra también.
Pero hacia el ’87, tras siete films, Moore se despidió de Bond. “Estoy viejo”, dijo el londinense que ya cumplió 77 años, y desató la cacería del cuarto hombre. El contrato fue para Timothy Dalton, un sutil actor shakespeariano nacido en Gales en 1946. Pero sólo dos películas (Alta tensión y Licencia para matar) bastaron para verificar el error. Dalton intentó un agente secreto menos rotundo, menos lineal, más cartesiano y menos glamoroso. Nivel profesional 10, golpe al corazón del público 0, y bye bye.

Adelante, mister Pierce Brosnan, el nuevo Bond es suyo. Brosnan (irlandés, nacido en 1953), es acaso el único capaz, si no de hacer olvidar a Connery, de no extrañarlo desesperadamente. Pero le tocaron tiempos difíciles. La era del terror al sida, al tabaco, al alcohol, a las grasas, a los kilos. La era light. La era de un 007 de agua mineral, jugo de naranja, y muy cada tanto un vodka Martini. “Es blandito”, juzgaron muchos cinéfilos. Sin embargo, millones de mujeres gritaron “¡Sí!”, y eso lo mantuvo en la cumbre hasta ahora. Pero, como antes Connery y Moore, frente al espejo y con los huesos crujientes después de su última aventura (Otro día para morir), hizo mutis por el foro.

Interregno I: mientras buscaban al sexto hombre murió el comandante Patrick Dazel-Job, héroe de la Segunda Guerra Mundial, y el hombre que inspiró a Fleming para crear a su 007 porque “llevaba la aventura en las venas”. Interregno II: murió también Desmond Llewelyn, Mister Q, el mago que creó, desde el auto blindado hasta el reloj lanzagranadas, todos los artefactos que le salvaron la vida a Bond setenta veces siete…

Y por fin, y listo ya para filmar Casino Royale, ¡el sexto! Daniel Craig. Años: 37. De Chester (Inglaterra). Rubio. Ojos azules. El primer Bond con ese color de pelo y de ojos. Les ganó la elección a Colin Farrell (hoy de moda) y a Ewan McGregor. Carol Blond, su madre, retoza por todo Chester al grito de “¡Se lo merece! ¡Trabajó toda su vida para llegar a esto!”. Mujeriego (como corresponde al 007 de ficción). Vestimenta clásica: trajes oscuros, o saco azul y pantalón gris. El público argentino lo vio en Camino de perdición, pero Tom Hanks y Paul Newman, sus protagonistas, no le dejaron mucho espacio para la memoria.

El rodaje de Casino Royale empezará en estos días y en Praga, pero falta algo: la nueva chica Bond. El dado todavía está en el aire, pero poco importa: si de algo jamás estuvo anémico el mítico agente fue de damas que hicieran temblar el piso. Aliadas o enemigas, dulces o asesinas, pero deliciosamente urdidas por la naturaleza. Que es sabia, dicen.

Good luck, Mr. Craig!

Daniel Craig llegó a su presentación oficial como nuevo Bond en la lancha que usará en Casino Royale, su primera película como 007, y posó para las cámaras.

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Sean Connery con una jovencísima Kim Basinger en Nunca digas nunca jamás.

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Piece Brosnan. Moore se destacó por el acento de sutil humor con que dotó a su héroe. Y Craig es una incógnita…

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Daniel Craig pasa de la lancha que usará en Casino Royal a un buque de la Royal Navy. Lo saluda un alto oficial.

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