“Quiero que encuentren al asesino de Nora, así todos podemos dormir tranquilos” – GENTE Online
 

“Quiero que encuentren al asesino de Nora, así todos podemos dormir tranquilos”

El jueves 9 de febrero, 76 días después del asesinato de Nora Dalmasso, los 30 policías y los tres fiscales abocados a la investigación llevaron tras las rejas al primer sospechoso. Atrás parecían quedar todas las conjeturas y las fantasías construidas en torno al asesino de la empresaria, que hablaban de un hombre de mucho poder y fuertes vinculaciones políticas. Para el fiscal general de la provincia, Gustavo Vidal Lascano, “existían pruebas firmes para detener a Gastón Zárate (27), uno de los pintores que, días previos al asesinato, había estado trabajando en la casa”. El pedido de detención lo hizo el abogado de la familia Macarrón, Rubén Tirso Pereyra, asegurando que “en el procedimiento de reconstrucción quedó probado que el asesino ingresó en el dormitorio por el balcón, y que habría sorprendido y violado a Nora en la cama. Luego la estranguló con el cinto de su bata de dormir”.

Pero, ¿cuáles eran realmente las pruebas contra el pintor? El testimonio de Carlos Curiotti, su amigo y compañero de trabajo, que tiene 20 años, pero que a raíz de una afección neurológica posee la capacidad de razonamiento de un chico de 10. Según Curiotti, días después del crimen Gastón le había confesado que “asesinó a Nora. Primero entró por la ventana, la sorprendió en la cama, la ató al respaldo, la penetró por la vagina y le insertó un consolador en el ano. Después de matarla se apropió de su teléfono celular y tiró el chip al inodoro de la casa del padre de su novia”. Pero a las pocas horas de la detención, esas pistas que los investigadores pregonaban como “firmes y convincentes”, terminaron por derrumbarse. Primero, con las declaraciones del padre de Curiotti, que un día antes de la detención del pintor se presentó en la Fiscalía para denunciar que “a mi hijo lo hicieron mentir para que acusara a su amigo”, y luego, con una marcha de protesta de más de dos mil personas que desfilaron por las calles de Río Cuarto, a la que bautizaron El Perejilazo.

Según fuentes cercanas al Juzgado, el propio gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, ordenó la liberación del pintor. Por fin, 24 horas después del arresto, el juez de Control de Río Cuarto, Daniel Muñoz, a pedido del abogado defensor de Zárate, el penalista Enrique Zabala, dejó libre al pintor “ante la ausencia de elementos de convicción suficientes que den cuenta de manera significativa de la participación del sospechoso en los hechos investigados”. La medida fue apelada por los fiscales que intervienen en la causa, pero el lunes 5 de marzo, la Cámara del Crimen 2, que preside Silvia Marcotulio, desestimó el pedido argumentando: “Las pruebas presentadas en contra de Gastón Zárate no tienen ni la calidad ni la cantidad para que sea detenido como probable sospechoso”.

Mano a mano con el pintor. Gastón Zárate vive en una humilde casa del barrio Las Lomitas de Oro, a quince cuadras de Villa Golf, con Shirley (38), su madre, y sus dos hermanos: Matías (15) y Yanina (20). Hace tiempo que se recibió de técnico electrónico, pero como no pudo conseguir trabajo en ese oficio, se gana la vida con changas para ayudar a su familia. Sus padres están separados, y la plata que Shirley obtiene como costurera no alcanza. “Me las vengo rebuscando y ayudo a mi suegro en las mudanzas, hago trabajos de albañilería, de pintura, lo que venga”, dice Zárate, que nos recibe en su casa con mate y galletitas dulces. La entrevista se demora unos minutos porque su abogado defensor, el doctor Zabala, le está explicando a la familia algunos detalles de la causa. Al parecer, según él, “esta semana van a presentar pruebas que harán virar el foco de la investigación”, aunque todavía “no puedo adelantar nada”, dice. Sin embargo, Zabala prefiere no intervenir en la charla. “Preguntále lo que quieras. Gastón no tiene nada que ocultar”, dice, y se va de la casa. Entonces arranca el diálogo con el muchacho que, para la mayoría de los habitantes de Río Cuarto, “es el chivo expiatorio en la muerte de Nora Dalmasso”.

–Pregunta obligada: ¿mataste a Nora?
–No, de ninguna manera. Soy el chivo expiatorio. Eso lo sabe todo Río Cuarto.

–¿Por qué Tirso Pereyra, el abogado de la familia Macarrón, asegura que hay pruebas firmes en tu contra?
–No sé. Tendrías que preguntárselo a él… Pero si tiene tantas pruebas como dice, sería bueno que las presentara. Hasta ahora, lo único que dicen tener en mi contra es una declaración que no se sabe de dónde salió. Porque ellos aseguran que es de Carlitos –Carlos Curiotti–, pero su padre y su abogado denunciaron que lo “apretaron” para que firmara algo que nunca dijo.

–¿Y a vos te apretaron?
–Sí… Una semana antes de mi detención vino Rafael Sosa, el jefe de la policía de calle, y me preguntó: “¿Creés que pudo haber sido alguno de los pintores?”. Le dije que no, que no sospechaba de ninguno. Entonces me preguntó: “¿Y qué pensás de Carlitos? Porque nos está mintiendo mucho. Para mí, fue él”. Cuando les dije que él no pudo ser porque sólo trabajó un día, volvió a decirme: “Entonces sos vos. Uno de los dos tiene que ser. Además, estuvimos hablando con tu novia y nos dijo que una semana después del crimen vos andabas con un celular Motorola V3 gris con tapita, el mismo que le robaron a Nora”.

–¿Tu novia dijo eso, realmente?
–Sí… A Natalia (18) le preguntaron si después del asesinato yo andaba con un celular nuevo, y ella les dijo que sí, porque era verdad. Pero no era un Motorola V3: ¡era un Samsung!

–¿Cómo conseguiste ese celular?
–Cuando asesinaron a Nora me quedé sin trabajo, y a los tres días mi suegro me llamó para que lo ayudara en una mudanza. Fuimos a la casa de una chica a buscar un piano, y hablando con ella me dijo que tenía un celular Samsung y que quería venderlo por cien pesos. Era el mismo que tenía mi hermano, y como el de él estaba roto, se lo traje para que le cambiara el chip y se lo compré. Eso fue lo que les dije a los policías. Además, tenía cinco testigos: los que hicieron la mudanza conmigo, que vieron todo. Y también les di la dirección de la chica. Sólo tenían que ir hasta la casa y preguntarle…

–¿Qué te dijeron?
–Que no iban a investigar nada. Le echaban la culpa a Carlitos o me metían preso a mí. Como no les contesté le dijeron lo mismo a él, que tiene problemas mentales. Se puso nervioso y les dijo que yo la había matado. Pero después le confesó a su padre que los policías lo apretaron para que me acusara…

–¿Cuánto tiempo trabajaste en la casa de Nora, y qué hacías?
–Casi un mes. Con otros tres muchachos pintamos el quincho, la pileta y el cuarto del matrimonio. Trabajé unas ocho horas por día y cobré 150 pesos por semana.

–¿Tenías trato con Nora?
–El de un empleado con su empleador. Pero no nos podíamos quejar: era gente diez puntos. Los días de mucho calor nos traía gaseosas. Una buena mujer…

–Se dijo que tuviste una relación sentimental con Nora…
–Es otra de las tantas pavadas que inventaron. Estoy enamorado de mi novia, Natalia, y hace cinco meses que estamos esperando un bebé.

–¿Qué hiciste en la noche del asesinato?
–Comí en la casa de mi novia. Estuve con ellos desde las diez de la noche hasta la una y media de la mañana. Ella vive a diez cuadras de acá y me vine caminando hasta casa. Cuando llegué, mi hermana estaba con el novio, y me fui a dormir.

–¿Cómo te enteraste del asesinato?
–Carlitos me mandó un mensaje de texto que decía: “Mataron a Nora, la mujer que estuvimos trabajando en la casa”. De entrada no le creí. Pensé que era una broma. Pero después escuché la radio, vi la tele y me di cuenta de que era verdad.

–¿Qué pensaste?
–Me dio mucha pena. Primero, porque por lo poco que la traté, me pareció una buena mujer. Y después, porque me quedé sin trabajo...

–¿Imaginaste que podían culparte?
–Jamás. Y mucho menos de esa manera. Porque si te ponés a leer bien el expediente, no cierra por ningún lado que yo la haya matado. Dicen que Carlitos declaró que la até al respaldo de la cama… ¡pero se comprobó que la cama no tenía respaldo, y que no había marcas en las muñecas! Según los testigos, todas las ventanas estaban cerradas: nadie pudo entrar por allí. Encontraron una huella de zapatilla 42… ¡y yo calzo 38! Nada cierra…

–Se te ve tranquilo, raro en alguien acusado de asesinato…
–¿Por qué debería estar intranquilo? Los que tienen que estar nerviosos son los asesinos de Nora Dalmasso. Yo no tengo nada que ver…

–¿Temés que vuelvan a meterte preso?
–No. Creo en la Justicia y sé que voy a salir victorioso.

–¿Te sentís un perejil, como se dijo en las marchas?
–Sí, seguro. Porque quisieron culparme de algo que no hice. Lo único que quiero es que encuentren al que mató a Nora. Así todos podemos dormir tranquilos…

Gastón en la entrada del barrio Villa Golf. Desde la muerte de Nora Dalmasso no había vuelto allí. Cuando los vecinos lo reconocieron, lo saludaron y lo apoyaron: “<i>Lo que están haciendo con vos es una injusticia</i>”, le decían a cada paso.

Gastón en la entrada del barrio Villa Golf. Desde la muerte de Nora Dalmasso no había vuelto allí. Cuando los vecinos lo reconocieron, lo saludaron y lo apoyaron: “Lo que están haciendo con vos es una injusticia”, le decían a cada paso.

Gastón junto a Shirley, su madre, Juliana, su sobrina, y Yanina, su hermana.

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El sábado, a pesar de la lluvia, fue a jugar al fútbol con sus amigos.

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El día de la marcha en su apoyo, junto a Natalia, su novia, embarazada de cinco meses.

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