Quería ser poeta. Fue víctima de las rutas de la muerte – GENTE Online
 

Quería ser poeta. Fue víctima de las rutas de la muerte

1997
Las flores que gritan el silencio
como los árboles que tiran
los gritos al silencio

1998
La muerte

La luna va detrás de mí
impidiendo la muerte
que se realizará mañana a primera hora
Quiero ver la primera hoja que cae
despertar
aliviar
morir
nacer
perder
ganar

yo no sé cuál de ellas
yo no sé cuál
yo no sé el día
yo no sé la noche
pero hay algo que sé

cuántos días pasaron

2000
Algún día te llevaré
por las calles que el sol ilumine intensamente
que la lluvia no llueva con franqueza

donde el cielo es tu pensamiento
donde yo vi caer esta nube severa sobre mí

ves esa cosa con furia

trapecios en flor

2001
Subo al infinito mundo
Soy un ave sin identidad
Atravieso suaves nubes que me encierran
en dolor
Me envuelvo en la incógnita del destino
El aire sobrio me llena de tristeza
La luz de la luna al compás de la lluvia
seca mis lágrimas de sangre

2003/2004

A Tomás Goldaracena y Popi Zenteno

No sé convertir lo que toco
Padre: deja que ponga mi hombro sobre la mesa
No sé ser el espejo de tu mentira
No puedo mirar al pozo porque me caigo

Sólo contemplo
con mirada de niño

Inexorable la gente que pasa, pero nadie
escucha los dilemas gemidos moribundos

Sólo miro
no espero un milagro

2006
Tiempo efímero II

Como un banco de arena
deteniendo el tiempo del río profundo
dejo que el agua
tonifique la sangre
(fascinación macabra)
Caminábamos
Tratabas de darme las voces
del viejo pueblo
Casa Negra, decías
cuando buscaba el carretel
que me devolviera tu lengua
Esa casa negra
nosotras mismas
madera dura
donde mueren
las historias.
Madre, descansa tu mirada
La niña elegirá sus colores
y te llevará a volar
de la mano
para que juntas
cultiven
una y otra vez
lo absurdo
lo irreverente
dejando que los juncos
absorban los años
y el río
les imbuya palabras de agua
y que el tiempo
evapore la memoria
entre tus manos

(Premio Municipalidad de San Isidro, concurso literario “300 años de la Capellanía de San Isidro”, octubre del 2006)

Frente a la sábana
el demonio
todas sus habilidades
adormecen
al niño
que juega
al juego
de jugar
vacila
pero
se encierra en el vacío
y deja
que doble
mi divinidad
hasta su boca

Se esconde el tiempo
y sigo escribiendo
este poema
Compartiré este viaje
Y toda la magia

No me arrepiento

(Septiembre de 2006, ella moriría el domingo
ocho de octubre)

La familia Goldaracena
El 8 de octubre de 2006 marcó a la familia Goldaracena en la piel a fuerza de sangre. Su última hija, Delfina (16), volvía de la escuela rural chaqueña 375, El Paraisal de Quitilipi, donde desde hacía diez años los alumnos del Colegio Ecos, de Villa Crespo, iban a dar una mano solidaria. Hasta que el micro que los transportaba de vuelta a Buenos Aires fue embestido de frente por un camión que venía zigzagueando por la ruta nacional 11, en el norte de Santa Fe.

Delfina –hija de Juan Goldaracena (54), ingeniero agrónomo, y Cristina Doménech (53), maestra y poeta; hermana de Pilar (28), también docente, casada con Martín Uranga, con quien tuvieron a Felipe, de un mes; hermana de Juan Martín (26), diseñador gráfico, y Tomás (24), estudiante de administración de empresas –, como su madre, había nacido para escribir poesías. Dice Cristina: “Ahora estoy sobreviviendo; largué todo porque tengo que apuntalar a mis hijos. Después que murió Delfina nos dimos cuenta de que estaba armando el libro con todos sus poemas. Y a mi hija mayor, Pilar, se le ocurrió que podíamos editarlos y donar lo recaudado por la venta a la escuela del Chaco
a la que ella le entregó su vida
”. Delfina tuvo su libro. Y su mamá le escribió esta poesía:

Las tablas de la ley
Hay niños como águilas
que inventan las garras del tiempo
y tienen las manos como florcitas austeras.
No confiaba madrecita en mis versos
de manantial de agua inesperada. Desdecían
el escrúpulo del hombre que sueña
y no da de beber
para ser también madrecita tuya
y de todos los cielos de extramuros.
Pero un aire mundano
entorpece este incesante letargo
y la palabra es un aleteo de colibrí.
Yo trato madrecita de contar
cuántas veces se mueven las alas
en un solo minuto, cansa ese estarse, así
si parece una estatua de arco iris
que liba su mismísimo cuerpito.
Yo soy lo que hice, lo que hago ahora
dentro de los siglos que no vienen.
No hay división divina diva
madrecita tu ternura de horas que consumen el futuro.
Nací para serte madre.
No me dejes morir como el agua que huye
río abajo eterna entre las piedras del sol.
No te quemes con este destierro a destiempo.
No destejas la mortaja que hicieron mis manos
cuando labraba la huerta de los hijos.
En las monedas que guarda la tierra está la palabra.
Y no dirá nunca qué soy
cómo llegué al mundo, cómo me fui.

Enero de 2006. Delfina, en Praia do Rosa, Brasil,  donde veraneó en familia. Tiempo efímero, su libro de poesías (arriba), se consigue en el colegio Ecos, Serrano 930, Capital.

Enero de 2006. Delfina, en Praia do Rosa, Brasil, donde veraneó en familia. Tiempo efímero, su libro de poesías (arriba), se consigue en el colegio Ecos, Serrano 930, Capital.

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