“¿Qué otra prueba más que mis libros puedo dar para que me consideren argentino?” – GENTE Online
 

“¿Qué otra prueba más que mis libros puedo dar para que me consideren argentino?”

Nací en Bélgica por pura casualidad. Mis padres eran argentinos nativos. Pero por el lado de mi padre había ascendencia vasca, como se deduce fácilmente de mi apellido. De parte de mi madre empieza el lío, se arma un cóctel. Es hija de franceses y sus abuelos son alemanes. Judíos alemanes de Hamburgo. Como ves, soy un producto típicamente argentino. El resultado de un mestizaje”.

Usted, lector, ya vio las fotos, o sea que, casi con seguridad, no hace falta que le diga que este hombre altísimo y flaco, de quien se ha dicho hasta el flagelo que no envejece nunca, es uno de nuestros personajes más “celebradamente” célebres. Sí, señor, Julio Cortázar, ni más ni menos. Con un cigarrillo negro recién encendido humeándole en los labios –no un Gauloise: un nativo y canyengue Particulares sin filtro–, y una especie de plácida alegría, nuestro entrañable “monstruo sagrado” recuerda sus primeros pasos por un mundo que, por entonces, no parecía menos azaroso que el actual.

BRUSELAS… “Cuando mi padre recién se había casado obtuvo un trabajo en la delegación argentina en Bélgica, y se fue, luna de miel de paso, a tomar su empleo en Bruselas. Esto sucedía en 1914, ya para julio. Las cosas se pusieron mal y bajo las amenazas de guerra todo el mundo se quedó bloqueado. Recordá que no había aviones. Había que viajar por barco y tan larga travesía resultaba peligrosa. En agosto del 14 yo nací en Bruselas. Era justo el momento en que los alemanes avanzaban para tomar la ciudad. Mi madre cuenta que fue terrible el hecho de estar metida en una clínica, esperándome, al tiempo que oía las explosiones de los obuses alemanes cayendo en las cercanías. Parece que nací un poco de casualidad”.

BANFIELD… “Ya en la Argentina, fuimos a vivir a Banfield. Era un verdadero pueblo de campo. Estábamos a cinco cuadras de la estación, en la calle Rodríguez Peña. Primero fue una calle de tierra, y después la adoquinaron. Me acuerdo de los policías a caballo. En lugar de corsarios, les decíamos ‘corsíacos’. Fijate qué forma de pronunciarlo. Les teníamos un miedo espantoso, porque en nuestras correrías a veces íbamos a robar duraznos. Y si aparecían algunos de estos ‘corsíacos’ nos pegaban como si nuestras espaldas fueran de grandes y no de adolescentes. Aquella casa de Banfield tenía un jardín que a mí me parecía muy grande. (…) Además de mi madre, también vivía con nosotros mi abuela, ya que mi padre se fue de casa cuando yo era muy chico. De él tengo recuerdos muy borrosos. Mi madre debió criarnos con esfuerzo, con sacrificio”.

INFANCIA Y LITERATURA. “Creo que en mi literatura me falta lograr todavía ese temblor que existe en la experiencia de todos los niños. Pienso que, a pesar de no tener hijos, amo mucho a los niños y me siento muy bien con ellos. Lo que traté de llevar a través de mis personajes es un poco ese paraíso que tiene la infancia. Es algo muy difícil”.

EL MAESTRO. “Me recibí de maestro en el Mariano Acosta en 1932. Tres años más y completé el profesorado en Letras. Después quise entrar a la Facultad de Filosofía y Letras. Cuando andaba por el segundo año me ofrecieron cátedras en el secundario. Era en el pueblo de Bolívar. Como en mi casa siempre hubo graves problemas económicos, sentí que era la hora de ayudar. Tenía 21 años. Mi madre siempre había tenido que trabajar en la Caja de Jubilaciones para que pudiéramos vivir y terminar los estudios, tanto mi hermana como yo. Largué la facultad y me fui a enseñar a Bolívar. Iba a buscar mi sueldito de profesor a 400 kilómetros de Buenos Aires. Así le podía pasar unos pesos a mi vieja. De ahí fui a Chivilcoy. En total, del 37 al 44, estuve trabajando en colegios. Guardo recuerdos muy hermosos de aquellos alumnos”.

ADIOS AL PAIS. “Me sorprendió y me molestó esa reacción chauvinista de los que encontraron mal que me hubiera naturalizado francés. Si un argentino pide la naturalización francesa no pierde la ciudadanía argentina. Cualquiera que conozca las leyes de nuestro país sabe muy bien que es así. Incluso acabo de entrar al país con mi pasaporte argentino. Ahora, si ese pedido hubiera significado la pérdida de mi ciudadanía argentina, jamás lo hubiera hecho.(…) Jamás se me ocurrió desestimar a mi patria. Que, por otra parte, sería como desestimar a Latinoamérica”.

LITERATURA MILITANTE. “Los libros que fui escribiendo por entonces tenían una intención literaria. Eran pura ficción. Paralelamente, hace ya unos diez años, fui escribiendo otro tipo de cosas: cartas abiertas, manifiestos, polémicas. También comencé a participar en mesas redondas y debates que, en conjunto, constituyen un trabajo de militancia ideológica. Cuando me nació el deseo de escribir mi último libro, vi que tenía que hacer una última tentativa. Una convergencia. Esas líneas que desarrollé paralelamente debían juntarse. Libro de Manuel, siendo una novela –porque lo es–, contiene una temática que hasta ese momento había discutido fuera de la ficción”.

EL PERONISMO. “Como me fui del país siendo un antiperonista convencido, quisiera hacer algunas puntualizaciones. Siempre fui un tipo muy solitario, muy introvertido. Hubo un momento en que Buenos Aires y yo dejamos de ser amigos. Como cuando uno se pelea con una mujer, a pesar de lo cual la sigue queriendo. Para mí, las ciudades son siempre mujeres. Mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer… Buenos Aires es, de alguna manera, la mujer de mi vida. Esa que queda ahí a pesar de todo, y… digamos, París es la gran amante. Bueno, volviendo a la cuestión. Me fui por una especie de saturación frente a un movimiento político-ideológico que no comprendí y que no acepté. Además, por otras razones personales. Pasaron veintidós años. Pasaron muchas cosas. Vi Cuba. Maduré. Descubrí a mi prójimo. En la Argentina nunca lo había descubierto. Cuando escribí El perseguidor fue el primer eslabón, el primer contacto que tuve con el destino humano visto fuera de mí. A partir de entonces hice una autocrítica despiadada de mí mismo. Me pregunté por qué en 1951 era antiperonista. (…) Yo había hecho una cuestión personal contra los dirigentes del peronismo. No me merecían confianza. Muchos de ellos siguen sin merecérmela. Pero lo que no había sido capaz de comprender era esa increíble toma de conciencia de todo un pueblo. Un pueblo colonizado, enajenado, como quieras llamarle. Lo que despectivamente conocíamos entonces como ‘el cabecita negra’. De mi autocrítica salió una nueva visión de las cosas. Comprendí que el único camino de nuestro país está en esas pulsiones –racionales o irracionales–, que expresan la voluntad y el deseo de su enorme mayoría. (…) Esa autocrítica hace que hoy vea el flamante triunfo del peronismo con ojos que no son los mismos que vieron el triunfo de Perón en el 46”.

BORGES Y EL AZAR. “Muchos saben que tengo la convicción de que, además de las leyes que conocemos, hay otras que ciertas antenas captan. Si querés te doy un ejemplo de esas conjunciones, de esas constelaciones. Me pasó el otro día, y por cierto me inquietó mucho. Llegué a Buenos Aires a las seis de la tarde. Fui al departamento que unos amigos me habían alquilado, y a las 10 de la noche salí a comer. En la esquina estaba parado Borges. A la mañana siguiente salí temprano a caminar y me encuentro parada, en la otra esquina, a Victoria Ocampo. De golpe, esos dos encuentros me proyectaron 30 años hacia atrás. Cuando Borges, Victoria y yo coincidíamos en esa línea que se podría resumir en la revista Sur. ¿No te parece curioso que en una ciudad con más de ocho millones de habitantes, con una diferencia de 12 horas, me encuentre a Borges en una esquina y a Victoria Ocampo en la otra? La gente se acerca como se aleja por razones que no son siempre fáciles de comprender…”.

ARGENTINA Y FRANCIA. "Quisiera dejar enterrado ese estigma que pesa sobre mí por ser un escritor latinoamericano que trabaja en Europa. No soy un exiliado. Sustituí un país por otro. Pero de ninguna manera eso fue una eliminación de mi país. ¿Qué otra prueba puedo dar más que mis libros? Si la lejanía se trasluce en mis libros, creo que es positivamente. Europa me dio una óptica que me hizo entender más claramente a América Latina”.

Como estamos en la calle Humberto I, cerca del Bajo, Cortázar propone que caminemos hasta la Boca. En un mediodía de otoño insólitamente caluroso nos refugiamos en un viejo cafetín que mira al Riachuelo. La entrevista terminó. Ahora me resta preguntarme –en el mejor estilo novelesco– si todo lo que acaba de ocurrir es cierto. Que hoy, un día de otoño de 1973, Julio Cortázar dejó de ser un brumoso genio que escribe y vive en París para transformarse en una persona de carne y hueso. Tan de carne y hueso que camina por San Telmo y la Boca, fuma negros, ama Buenos Aires. Y tan argentino, por lo menos, como el mate y Nicolino Locche. Cortázar en el patio de un conventillo de San Telmo. Gran parte de estas fotos se las hizo el gran Legarreta caminando por la ciudad, a la que amaba “como a una mujer”.

Cortázar en el patio de un conventillo de San Telmo. Gran parte de estas fotos se las hizo el gran Legarreta caminando por la ciudad, a la que amaba “como a una mujer”.

“Para mí, las ciudades son siempre mujeres. Mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer… Buenos Aires es, de alguna manera, la mujer de mi vida. Esa que queda ahí a pesar de todo. Y París…, digamos que es la gran amante.”

“Para mí, las ciudades son siempre mujeres. Mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer… Buenos Aires es, de alguna manera, la mujer de mi vida. Esa que queda ahí a pesar de todo. Y París…, digamos que es la gran amante.”

“Yo fui antiperonista, pero comprendí que nuestro único camino está en  la voluntad y el deseo del pueblo. Por eso hoy veo el triunfo del peronismo con ojos que no son los mismos que vieron el triunfo de Perón en el 46”.

“Yo fui antiperonista, pero comprendí que nuestro único camino está en la voluntad y el deseo del pueblo. Por eso hoy veo el triunfo del peronismo con ojos que no son los mismos que vieron el triunfo de Perón en el 46”.

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