Qué hay detrás de la violencia que sacude a la Argentina – GENTE Online
 

Qué hay detrás de la violencia que sacude a la Argentina

"El Bloque Piquetero Nacional ratifica el plan de lucha… El 9 de julio nos movilizamos para la independencia de nuestro pueblo". (Beto Ibarra, de la Agrupación Liberación). "Vamos a salir el 9 y el 15 de julio… nos incitan a la lucha… No podemos hacerle el eco a uno que se pinta de progresista". (Refiriéndose a Juan Pablo Cafiero, flamante ministro de

Seguridad Provincial).

"Tenemos que hacer una asamblea popular para ver qué tipo de gobierno queremos". (Ovidio Pepe, del Movimiento de Pensionados y Desocupados de Raúl Castells).

El lunes 1º de julio a las cinco de la tarde, con la estación Avellaneda como escenario, en el mismo lugar donde cinco días antes fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki bajo las balas policiales, los militantes del Bloque Piquetero Nacional -que reúne a las agrupaciones de desocupados más radicalizadas- proclamaron la continuación de un plan de lucha que hace correr frío por la espalda. El día anterior, otro de sus líderes, Amancay Ardura, declaró: "Me imagino un millón de personas en la Plaza de Mayo que toman la Casa Rosada, el Congreso y la Corte Suprema… Uno contesta las agresiones de la misma manera: si te tiran gases, tiramos piedras. Pero si nos tiran balas, el pueblo argentino está armado hasta los dientes…". La pregunta es clara, y en la respuesta se juega el futuro de la Argentina: en un país violento en lo social (25 % de desocupados y 18.219.000 de pobres), ¿queremos regresar a un país con violencia política?


MIERCOLES NEGRO.
El 26 de junio se escribió otra página negra en nuestra historia. La breve crónica de lo sucedido dice que en el puente Pueyrredón, una de las dos principales vías de acceso a la Capital desde el sur, se reunieron las columnas de piqueteros (alrededor de 2.000) que respondían a distintas agrupaciones: Teresa Rodríguez de Bernal y grupos de la Aníbal Verón de Monte Chingolo, Bernal y Lanús. Según informes del Gobierno, casi todos beneficiarios directos o indirectos del plan
Jefas y Jefes de Hogar. Muchos con sus rostros tapados por pasamontañas, armados con gruesos caños, palos y gomeras que traían en mochilas. El objetivo: cortar el paso hacia Buenos Aires, al igual que en otros diez puntos de acceso. Un sistema de protesta exagerado, que puso a los piqueteros en la vereda opuesta de quienes sólo desean hacer uso de la libertad.

El Bloque Piquetero Nacional, protagonista de la batalla de Avellaneda, es una de las tres patas del movimiento de desocupados. Las otras dos, más moderadas, son la Federación Tierra y Vivienda (que pertenece a la
CTA y es conducida por el diputado Luis D'Elía) y la Corriente Clasista Combativa de Juan Carlos Alderete, a quienes los primeros acusan de "trabajar para el Gobierno".

Del otro lado, sobre el puente Pueyrredón, se ubicaron 110 efectivos de la Policía Bonaerense, al mando de Alfredo Franchiotti. También, efectivos de la Prefectura. Del lado de la Capital, policías federales con su jefe, comisario general Roberto Giacomino, monitoreando el lugar.

Antes de partir a las nueve desde el Comando de Patrullas, el número y tipo de armas de los suboficiales de los bonaerenses quedó asentado en el libro de guardia. Pero no así las de los oficiales y jefes. Poco después, según una fuente de la propia fuerza, se mezclarían "otros 104 efectivos caracterizados de civil en las columnas que avanzaban hacia el puente Pueyrredón". Esa misma fuente aseguró que la orden irradiada desde las más altas esferas oficiales habría sido: "Hay que impedir a toda costa que los piqueteros corten el puente". Algo que el gobernador Felipe Solá negó de plano (véase recuadro).

Al mediodía, un grupo de policías quedó rodeado por piqueteros, en cuya vanguardia se encontraban Darío Santillán y Nicolás Lista, líder de la agrupación Aníbal Verón. Fue este último quien le dijo a
GENTE: "Fuimos con gorras y pasamontañas porque sabíamos que la mano venía más dura que nunca. Sí llevamos gomeras, palos y fierros, pero no armas de fuego". Ataque y respuesta fueron casi al unísono. El puente quedó liberado, y las avenidas Pavón y Mitre eran ganadas por los uniformados. Pero el final fue demencial. A las 12:40, el hoy ex comisario inspector Alfredo Franchiotti y un grupo de sus hombres (el ex oficial principal Jesús Quevedo, el ex cabo primero Alejandro Acosta, y el ex cabo Lorenzo Colman, detenidos por la fiscalía 11 del Juzgado de Garantías número 5 de Lomas de Zamora) llegó a la estación y asesinó cobardemente a Kosteki y a Santillán. A este último por la espalda.


POBRES VS POBRES
. La protesta, cuando estalló el combate cuerpo a cuerpo, se unió con la locura. El primer acto fue la rotura de vidrios y autos. El segundo fue infinitamente más terrible: el asesinato. Pero no se puede soslayar el incomprensible ataque a humildes trabajadores. Ricardo (38) tiene un pequeño local de reparación y venta de teléfonos celulares, justo enfrente del de su pareja, la tarotista Carmen, en Mitre al 500. Fue uno de los comerciantes que sufrió la violencia piquetera: "Empezaron a los palazos y quisieron meterse en mi negocio. Entonces cerramos las rejas de la galería. Eso sí, no me parecieron los de siempre. Otras veces cortaron el puente y no pasó nada. Tenía mi camioneta en la puerta. Le tiraron piedras, rompieron los vidrios con palos, se llevaron el frente del estéreo y arrojaron una cubierta encendida en la luneta. No explotó porque es gasolera. Otros comerciantes me ayudaron a apagarla. El arreglo me va a costar unos 3.000 pesos. ¿Qué hago ahora?".

Ernesto Massía (54) se hace la misma pregunta. Su negocio, una fábrica de muebles con venta al público, está sobre Pavón. "
Cuando se armó, hice entrar a una embarazada, y a otra señora con un chico. Empecé a bajar la cortina y ahí me tiraron piedras. Otros agarraron un sofá que tenía en la vereda, y lo prendieron fuego. Tengo un hijo en Brasil, que siempre me dice que me vaya a vivir allá, tranquilo. No sé… antes éramos 38 personas en la fábrica, ahora apenas 12. Primero la devaluación, y ahora esto…".

Hace más de 40 años que el almacén de Graciela y Alberto, en Mitre al 100, está abierto. El miércoles por la tarde, Graciela todavía temblaba de los nervios y el susto. "Estaban fuera de sí, como sacados. Cuando empezó la pelea, se fueron y rompieron todo. Nuestra camioneta, que usamos para trabajar, quedó destruida. ¡Acá tiene que haber un responsable, alguien que proteja a los que trabajan, que los políticos hagan algo!".


EL COMIENZO
. Hubo un génesis para el caos. El 22 de junio, en el Poliestadio Gatica, de Villa Dominico, se llevó a cabo una asamblea piquetera. Allí se dispuso el plan de lucha que alarmó al Gobierno. Entre otros puntos, decidieron:

- Cortes de ruta a la Capital y en el resto del país el 26 de junio.
- Marcha a Plaza de Mayo y plazas de todo el país el 9 de julio.
- Acampar en Plaza de Mayo y en todas las plazas del país el 15 de julio y por tiempo indeterminado hasta que se resuelvan los pedidos.
- Bloqueo a las empresas privatizadas en la primera quincena de agosto.
- Bloqueo de la Capital y cortes de ruta y puentes en todo el país con toma de edificios públicos.
- Toma de municipios en todo el país en fecha a determinar.
- Apoyo a la toma de consejos escolares.
- Coordinar con todos los compañeros de casas tomadas para frenar los desalojos.

Esto habría provocado escozor en el seno del Gobierno. A partir de esa información, el titular de la SIDE, Carlos Soria, desarrolló una hipótesis que presentó en una reunión de gabinete. Vislumbró la existencia "de un plan insurreccional en marcha". Una escalada que culminaría con el derrocamiento de Eduardo Duhalde con una fecha precisa: el 9 de julio, el día que el presidente había anunciado como el de los festejos del "fin de la recesión". Ese pronóstico habría sido funcional para algunos operadores duhaldistas, quienes así encontraron el soporte argumental para instalar una diferenciación entre piqueteros y caceroleros. Entonces, el Gobierno comenzó a asegurar de que no seguiría permitiendo cortes de alto voltaje. Daba así un giro de 180 grados en su estrategia de no interferir en las protestas. De allí en más, las palabras "complot" y
"desestabilización" fueron moneda corriente en boca de algunos funcionarios, como el jefe de Gabinete, Alberto Atanasof, y el ministro del Interior, Jorge Matzkin. Para el miércoles negro, en las esferas oficiales no se esperaba otra cosa que una actitud descontrolada por parte de los manifestantes. Y según confió a GENTE un funcionario del área de Inteligencia, se habría instrumentado una estrategia inédita (e incomprensible, de ser cierta, para un país que desea vivir en democracia): "atizar a los violentos y crear así una situación de caos, para aplicar sobre ella una represión medida, con el propósito de instalar la impresión de que el orden fue restaurado con precisión quirúrgica".

Sin embargo, el Secretario de Seguridad, Juan José Alvarez, le contó a GENTE una visión distinta de los hechos. "Esperábamos un potencial conflicto, y en un momento de alta inestabilidad y altísima sensibilidad, puede derivar en cualquier cosa. En materia de orden público, toda previsión que se haga es poca". 


LA TRAGEDIA.
Franchiotti mintió al decir que jamás había estado en el lugar de los crímenes. Y él habría arrastrado los cuerpos fuera de la estación Avellaneda para "evitar que intervenga la Justicia federal que allí tiene jurisdicción". Algo frío y calculado, que deja fuera cualquier idea de descontrol frente al caos.
Exactamente a las 12:31, Maximiliano Kosteki se desangraba en el hall de la estación y Darío Santillán, hincado sobre él, trataba de reanimarlo. En ese instante, Alejandro García Carbajal, un desocupado sin militancia que había bajado del tren con la intención de unirse a la marcha, llegaba al lugar de la masacre. "Todo era un caos; Santillán aún estaba bien. Yo me puse de costado, cuando escuché un estruendo. Y vi a cuatro o cinco policías que entraban empuñando Itakas.
'Rajá de acá', le gritó uno a Santillán. Entonces, él amagó correr hacia el patio techado, seguido por los policías. Ahí se escuchó otro tiro. Y yo volví a mirar a los canas. Uno de ellos seguía apuntando sobre Santillán, que ya estaba en el suelo herido. Después lo arrastraron hacia la vereda de Pavón".

Es allí donde entró en escena Osvaldo Baqueira, un funcionario de la Municipalidad de Avellaneda. "Mientras arrastraban al pibe, me metí entre los policías. Entonces descubrí que estaba malherido. Ellos trataron de levantarlo de la campera para meterlo en una camioneta. Yo le dije a uno: 'Viejo, ¿ustedes nunca levantaron un herido?'.
Finalmente lo subieron. Yo también me metí y le hablaba para tratar de que no entrara en shock; logré sacarle la campera y ponérsela debajo de la cabeza. El trató de balbucear algo. A las dos cuadras hizo un paro cardíaco".

El fotógrafo Juan Barrientos, en cambio, asistió a Maximiliano Kosteski en su agonía. "Cuando los canas estaban arrastrando a Santillán, yo me acerqué al otro pibe. Le tomé el pulso. Lo tenía débil, y se le movía el ojo derecho. Después murió, creo que desangrado". También aportó un dato ilustrativo: "Vi que el comisario sacó de una caja unos cartuchos oscuros. Con esos empezó a recargar su arma. Me acordé entonces de que en la estación había cartuchos rojos". Después se enteraría de que estos últimos son los que contienen proyectiles de plomo.

En tanto, sobre la plaza Alsina, gente de civil disparaba sobre la multitud, al igual que en la avenida Mitre, donde además, uno de esos "civiles con Itaka" habría hecho bajar a los pasajeros y al chofer del interno 224 de la Línea 134 (de apellido Ruiz Díaz) para incendiar el micro. Mientras, en Pavón sonaban los estruendos de más tiros, algunos de ellos, presuntamente disparados por efectivos de la Prefectura.

Poco después, sólo quedaría el desolado paisaje de la batalla. Y el dolor irreparable de la muerte. Y un país que hoy, más que nunca, debe responder la pregunta: ¿queremos volver a un pasado violento?

por Alejandro
Sangenis
, Hugo
Martin
, Ricardo Ragendorfer y Darío Ríos
fotos: Alejandro Carra, Julio Ruiz, Diego Soldini, Matías Campaya, Diego García, Enrique García Medina, Agencia Télam y gentileza diario La Nación.

Piqueteros rodean y atacan al retén policial en el puente Pueyrredón. Darío Santillán descarga un golpe sobre la policía y el ex comisario Alfredo Franchiotti, jefe del  operativo, dirige la represión. Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados por  la Bonaerense.

Piqueteros rodean y atacan al retén policial en el puente Pueyrredón. Darío Santillán descarga un golpe sobre la policía y el ex comisario Alfredo Franchiotti, jefe del operativo, dirige la represión. Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados por la Bonaerense.

Cuando Maximiliano Kosteki aún agoniza, pasan junto a él, corriendo, el oficial Carlos Quevedo y el suboficial Alejandro Acosta . Vuelven unos segundos después, arrastrando a su segunda víctima, Darío Santillán. Ya fuera de la estación, Santillán está aún con vida. Franchiotti lo observa. Luego lo sacude, como buscando algo entre sus ropas. Santillán moriría minutos después.

Cuando Maximiliano Kosteki aún agoniza, pasan junto a él, corriendo, el oficial Carlos Quevedo y el suboficial Alejandro Acosta . Vuelven unos segundos después, arrastrando a su segunda víctima, Darío Santillán. Ya fuera de la estación, Santillán está aún con vida. Franchiotti lo observa. Luego lo sacude, como buscando algo entre sus ropas. Santillán moriría minutos después.

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