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Otra vez la violencia golpeó donde más duele

Marcelo Bragagnolo tiene 53 años. Tenía, hasta la madrugada del sábado, tres hijos: los mellizos Matías y Martín –ambos de 16–, y Manuel, de 8. Es economista –se desempeña en la Fundación Centro de Estudios de Derecho y Economía Contemporáneos– y vive con su mujer, Cecilia, y sus hijos, en Belgrano. Una familia normal, como tantas. Su hijo Matías iba al colegio Fray Mamerto Esquiú. Dice su padre, con orgullo y emoción, que era un buen alumno y un buen deportista. “Jugaba de tercera línea en el equipo de rugby escolar, y era muy bueno con su tabla de snowboard”, recuerda. La violencia, que sigue sin soltar el cuello de la sociedad argentina, hizo saltar en pedazos toda esa felicidad.

LA ULTIMA NOCHE. La crónica roja, que cada vez gasta más páginas, dice que el sábado a la noche Matías fue a una reunión en el departamento de una amiga. Un piso 14 en Ortiz de Ocampo y Figueroa Alcorta, en la zona más cara y custodiada de Palermo. Pasada la medianoche, bajó con dos amigos y se dirigió con ellos al kiosco ubicado en Gelly y Obes y Figueroa Alcorta. Ahí, de repente, una patota de once adolescentes de entre 14 y 17 años comenzó a acusarlos de haberles robado un teléfono celular. Según testigos, ese mismo grupo se reunía habitualmente en la parada del colectivo de la línea 67 y allí robaba a otros jóvenes. Después de las palabras, llegaron los golpes. Salvajes, despiadados, mortales. A un amigo de Matías le rompieron la nariz, mientras que a él lo reventaron a patadas y trompadas. Según un testigo del ataque, al intentar escapar de sus agresores le arrojaron una piedra, que impactó entre la oreja y el cuello. Matías y sus amigos regresaron como pudieron al edificio donde vive su amiga. Hasta allí llegaron los otros adolescentes y le exigieron a un policía –ahora detenido y pasado a disponibilidad –que les abriera la puerta de entrada del edificio para que lo revisaran. Buscaban el celular que, decían, les habían robado. Para hacerle el cacheo, a Matías –que estaba herido y en el suelo– le hicieron abrir las piernas a patadas. Por supuesto, el teléfono móvil jamás apareció. Increíblemente, el policía se fue. Matías se desvaneció y agonizó ante sus amigos, y uno solo de sus agresores, que se quedó para intentar reanimarlo. Todo fue inútil. Murió poco después. Horas más tarde, los once jóvenes se presentaron en la Comisaría 53. Tres de ellos tendrían antecedentes penales por causas que van desde amenazas, intento de robo de automotor y fuga de un instituto de menores. Sólo dos quedaron detenidos y el lunes fueron indagados por la jueza de menores María Teresa Salgueira.

Para Marcelo Bragagnolo, esos detalles pueden esperar. Acaba de enterrar a su hijo en un cementerio en Pilar. Se abraza con sus amigos Juan Carlos Blumberg, el empresario Daniel Trabado y Carlos Sidras. Busca con una sonrisa bañada en lágrimas la carita de Martín, el mellizo de Matías. También a Manuel, el más chiquito, que abraza con fuerza al cachorrito de Golden Retriever que su hermano le había comprado con sus ahorros hace apenas unas semanas. Tiene los ojos colorados de cansancio y llanto. Se sienta y habla con GENTE en la Fundación Axel Blumberg: “Hoy, a todos nos cuesta dejar salir a los chicos a pasear, porque no sabemos si van a volver en un remise o en un ataúd. Pero lo más increíble es que estemos hablando de menores que matan a otros menores. No puedo creer que a los 16 años se tenga maldad innata. Mire, yo no tengo espíritu de venganza, y sé que la adolescencia es un camino muy difícil. A mis chicos los crié en los valores del respeto, la cultura y la competencia. Ellos pudieron ver cómo es el mundo desarrollado. Pero hoy, acá, vivimos un desastre: el no control”.

–Pero esos chicos, aun siendo menores, mataron a su hijo.
–Yo no creo en la maldad innata de unos chicos, le repito. Pero sé que antes, en la Capital Federal, había un Código Contravencional. Cuando la policía veía a una patota, los detenían. Llamaban padre por padre, que iban a buscar a sus hijos, les daban una palmadita en la cola y los ponían en su lugar. Pero gracias a Aníbal Ibarra se quitó la herramienta que hubiera salvado la vida de mi hijo. Hoy, pasear por Alvear y Parera es lo mismo que estar en Irak. En una de las zonas más ricas del país, golpean a los chicos para llevarse las zapatillas.

–¿Puede explicarse lo que sucedió?
–La sociedad es cada vez más violenta. Yo llevaba todos los días a mis hijos al colegio. Tenía la esperanza de que crecieran con valores. Ahora me doy cuenta de que en nuestro país hemos dejado el cumplimiento de la Ley y nos regimos por el facilismo del Martín Fierro. Ya la Argentina me sacó un hijo… ¿Se da cuenta? Y no quiero que me saque otro. Hasta que los legisladores y los jueces no se den cuenta de que a ellos también los pueden robar, secuestrar o matar, seguirán haciendo lo de siempre: nada.

–¿Y usted, qué piensa hacer?
–Sólo me queda poner el pasaporte en regla para poder irnos. Porque hay cosas que no las entiendo…

–¿Por ejemplo?
–Que esos chicos tenían antecedentes por robo. ¿Cómo pueden seguir reuniéndose en patota para torturar a otros chicos? Estamos con el mismo problema al que llamaban en Brasil las bandas de las pirañas: atacaban de a 12 y de a 20, robaban, y nadie les podía hacer nada porque eran menores.

SOLO DOLOR. A Bragagnolo le avisaron lo sucedido a las dos y media de la madrugada. En diez minutos hizo el trayecto entre su casa, frente al Hipódromo, en Belgrano, y la comisaría donde estaba el cuerpo de Matías. También estaba Martín, el mellizo. A las 6 de la mañana regresó a su casa para consolar a su mujer y a Manuel. “Yo soy muy amigo de Daniel Trabado, un importante colaborador de Juan Carlos Blumberg –cuenta sobre los pasos que dio entonces–. Le dije: ‘Me acaba de pasar una tragedia, Daniel. Avisále a Juan Carlos’. Blumberg fue una gran contención en estas horas terribles”.

–¿Qué pudo hablar con su familia?
–Más que hablar, estamos ocupados en irnos de la Argentina mañana mismo. Es invivible un lugar en el que no se puede ir al kiosco porque te asesinan. Vi con esperanzas lo que el Poder Legislativo le había prometido a Blumberg. Pero no lo hicieron. O no quisieron, o no supieron… No sé... Además, fíjese qué policía tenemos. Les dan un arma para defender a los ciudadanos, pero ni siquiera tienen criterio para darse cuenta de quién es realmente la víctima. Hubo un policía que les abrió la puerta a once patoteros para que agarren a tres que supuestamente les habían sacado un celular… Yo veía lo de Cromañón. Y Cromañón no es sólo un bar en el Once. Es una mentalidad de desidia y corrupción de los políticos, que se va cobrando una vida tras otra.

Matías Bragagnolo (16) y su cachorrito de Golden Retriever que él mismo había comprado para su hermanito Manuel, de 8 años. Marcelo Bragagnolo, su papá, con Martín –el mellizo de Matías– y Karina  –una prima– en la Fundación Axel Blumberg.

Matías Bragagnolo (16) y su cachorrito de Golden Retriever que él mismo había comprado para su hermanito Manuel, de 8 años. Marcelo Bragagnolo, su papá, con Martín –el mellizo de Matías– y Karina –una prima– en la Fundación Axel Blumberg.

Cecilia, la mamá, el lunes, en el entierro de su hijo en el Parque Memorial de Pilar.

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Las fotos del álbum familiar: de vacaciones en Estados Unidos: Martín (16) Manuel (8) Marcelo y Matías.

Las fotos del álbum familiar: de vacaciones en Estados Unidos: Martín (16) Manuel (8) Marcelo y Matías.

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