«Nunca quise ser una celebridad, sólo buscaba retratar a gente famosa» – GENTE Online
 

"Nunca quise ser una celebridad, sólo buscaba retratar a gente famosa"

Todo el derroche grasoso del mundo pop y la fritanga psicodélica del glam; todo el virtuosismo fluorescente del rock and roll y la brillantina dorada hollywoodense: todo eso está ahí, en sus fotos. Uma Thurman, ojerosa y sangrante, tras pincharse la punta del dedo con la espina de una rosa pálida como ella. La linda de Angelina Jolie amaneciendo desnuda en un valle de margaritas, enceguecida por el sol, la boca abierta como si se nutriera de toda la belleza de esa escena que la rodea. Leonardo DiCaprio, la raya al costado con un jopo horrible, la carita de adolescente perverso, hundiéndose en un banquete frutal. Madonna, un cisne luminoso entre cisnes luminosos. Retratos que, en su metro cincuenta por metro veinticinco, no sugieren absolutamente nada: te lo muestran. En sus composiciones, metáfora y realidad se miran cara a cara, conviven, se sacan chispas. Y muchas veces se prenden fuego. LaChapelle land, Hotel LaChapelle y Heaven to hell son un recorrido honesto y brutal por ese mundo de fantasía. Castillos incendiados, casas rosa fluorescente, autos partidos al medio, banquetes bíblicos de raperos. El fotógrafo David LaChapelle (38) es nuestro guía entusiasta y burlón en esta galería deliberadamente dantesca que prescinde de cualquier sutileza, porque el mundo que muestra no es para nada sutil. Y, con lo mejor de lo suyo, se vino para acá. Sí, llegó a la Argentina, traído por Personal, Levi’s y B-Side: desde el 30 de marzo hasta el 21 de mayo sus obras cuelgan de las paredes tan cool del Malba. “Nunca me imaginé como un comentarista de la cultura de masas, sino como parte de ella. Siempre quise formar parte de ese mundo”, aclara.

–Tu último libro, Heaven to hell, ¿tiene algún significado?
–Es el final de un capítulo de mi vida como artista y fotógrafo. Yo estaba enamorado de la cultura pop, el fashion, los rockstars y las estrellas, enamorado de la idea de ser fotógrafo y crear esas imágenes, pero cuando terminé el documental Rize y este último libro, Heaven to hell, supe que había terminado. Me desperté una mañana y supe que el amor por todo eso se había acabado.

–¿Entonces…?
–Paré. Uso la analogía del amor, porque mi trabajo fue realmente apasionado, y disfruté de verdad todo lo que hice. Pero luego el amor me dejó, y entonces, si siguiera haciéndolo, estaría viviendo una mentira. Podría haber seguido sacando fotos de rockstars y celebridades para hacerme más rico y famoso, pero eso no me interesa. Ya dije todo lo que quería decir sobre las estrellas y la cultura pop. Ahora quiero contar algo diferente. Así que cuando descubrí que se había terminado, compré un lugar en medio de la selva de Hawai, una propiedad en medio de la nada, y pensé: “Bueno, acá voy a pasar el resto de mi vida”. No tenía idea qué venía después. Pasó muy de repente. Por muchos meses no hice nada, no toqué la cámara. Nadé, trabajé en ese lugar, leí muchos libros y después fui a Roma. De pronto, en esa ciudad, me sentí realmente inspirado.

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Estamos en una suite del quinto piso del Marriott Plaza Hotel, con vista a la Plaza San Martín y una perspectiva nada apetecible del microcentro porteño. Son las 3 de la tarde de un jueves lluvioso. David LaChapelle se acaba de despertar. En la mesita ratona hay té verde, tres sandwiches de pan negro de atún y seis botellitas de agua mineral. LaChapelle, fotógrafo estrella de revistas como Rolling Stone y Vanity Fair, empezó en esto por obra y gracia de Andy Warhol. A los 15, después de abandonar su casa paterna en Connecticut y el colegio y tomarse un micro a Nueva York, entró a trabajar como camarero de la mítica disco Studio 54, donde todas las noches iban a emborracharse personajes como Marilyn Monroe, Truman Capote o el propio Warhol. “Me acuerdo de que era un chiquilín. Me habían dejado entrar porque en ese momento era algo novedoso tener chicos jovencitos y lindos. Yo me daba cuenta de que las personas que se interesaban por mí era por mi aspecto… Sabía que sólo querían acostarse conmigo (risas)…”, recuerda. Fue en esas noches que se hizo amigo de Warhol y que éste lo llevó a trabajar como fotógrafo a la revista Interview.

–¿Qué aprendiste de esos años en Nueva York?
–Luego del encandilamiento inicial, ya un poco más crecido, vi cómo toda esa gente, la elite social y las estrellas de esa época, desaparecieron. Así, aprendí muy temprano que la fama y los flashes son algo muy temporal, como la belleza. Hay algo muy excitante y atractivo en eso, pero es sólo un momento. Después de cinco años es completamente distinto.

–¿Te gustaba esa vida?
–Sabía que no era mi mundo. Podía ver cómo las cosas cambiaban. Antes de morir, Andy Warhol estaba en todas las fiestas, y la gente no se acercaba ni a hablarle, porque no era cool hacerlo. No aprecian a la gente hasta que se muere. Se aprenden muchas cosas, como lo difícil y mutante que es el mundo.

–Vos mismo te convertiste en una celebridad con tus fotos…
–Hoy, pero mañana quién sabe. Crear es lo que me hace feliz, lo que me gusta. Aprendí hace mucho que las cosas materiales no me interesan, ni me cambian la vida. Me gustan mis amigos, y en general son gente bastante simple. Es gracioso: nunca quise ser una celebridad, sólo buscaba retratar a gente famosa.

–¿Hay alguna persona o alguna estrella que sea tu preferida para sacarle fotos?
–¡Oh, muchas, muchas! Me gusta la diversidad, fotografiar distintos tipos de gente, de diferentes maneras. Me atraen los exhibicionistas, las personas a quienes les agrada que les saquen fotos, que disfrutan el proceso que lleva una toma.

–¿De qué se trata tu nuevo trabajo?
–Sobre todo, estoy trabajando de una manera distinta. Las fotos las saco estando solo: no hay nadie diciéndome cuándo ni cómo hacer las cosas. Sin premisas, sin estrellas ahí delante… Ahora el desafío es más grande, porque puedo crear con absoluta libertad. Creo que un artista está muerto cuando empieza a tomar decisiones pensando en mantener su estilo de vida, su seguridad. Hay que arriesgarse.

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En este momento de la charla, su asistente, Patrick, interrumpe para avisar que nuestros cuarenta minutos acaban de terminar. “No, no, estamos bien. Estoy muy cómodo con ellos. Sigamos…”, le responde LaChapelle. Y sus palabras son órdenes: continuaremos media hora más, porque está entusiasmado, obsesionado casi, con el tema de las decisiones que se toman por deseo y no por miedo.

–¿Qué ves en tus fotos?
–En realidad, eso les corresponde a los que las ven. Mi parte del trabajo es crearlas. Siempre estoy muy interesado en los colores, en los detalles, pero también en el drama general de la toma fotográfica. La energía que viene de ese momento, y que ayuda a crear la escena… Hay ciertos artistas a quienes no les gustan sus trabajos. A mí me gustan las cosas que he hecho. No tengo sentimientos negativos al mirar mis viejas fotos, pero ya no me interesan, porque sé qué va a venir después. Y eso me resulta mucho más atractivo.

En la suite del Marriott Plaza Hotel, donde se alojó durante la semana que pasó en Buenos Aires, LaChapelle salta sobre su cama para la cámara de GENTE.

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En Miracle tan (2004), Pamela Anderson es un producto ya casi listo para ser usado.

En Miracle tan (2004), Pamela Anderson es un producto ya casi listo para ser usado.

This is my house (1997), una rareza típica del mundo LaChapelle. Su expo en el Malba, Heaven to hell, Bellezas y desastres, se hizo con el apoyo de Personal, Levi’s y B-Side, y puede verse hasta el 21 de mayo.

This is my house (1997), una rareza típica del mundo LaChapelle. Su expo en el Malba, Heaven to hell, Bellezas y desastres, se hizo con el apoyo de Personal, Levi’s y B-Side, y puede verse hasta el 21 de mayo.

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