«Nadie más va a pasar hambre ni frío en Los Piletones» – GENTE Online
 

"Nadie más va a pasar hambre ni frío en Los Piletones"

En el amanecer del tercer año del siglo XXI, cuando el suelo de la Luna
ya es indiferente, cuando el hombre apunta a Marte, cuando el hombre frunce el
ceño porque su computadora procesó apenas diez millones de datos
en un segundo –“Está muy lenta”, se queja–, Margarita
Barrientos, en un punto casi ignorado del mundo, hoy, 27 de febrero, jueves, bajo
la lluvia, celebra su Luna, su Marte, su supercomputadora, su entrada al nuevo
siglo. Con enorme sonrisa celebra un milagro invisible, suave zumbido y olor picante:
a Los Piletones, su villa, su reino, ha llegado el gas. Mentira le parece: una
perilla que gira entre sus dedos morenos, fatigados e incansables, un fósforo
que arde, y una llama azul que vale para ella lo mismo que ese primer fuego que
nació en el fondo de una caverna. Después, mirando su imagen en
un charco, proclama más que promete:

–¡Nadie más va a pasar frío ni se va a quedar sin comer
en Los Piletones!

Su memoria, luego, va hacia atrás. Al 7 de octubre del 96, cuando un viejo
y quince chicos golpearon su puerta y le pidieron comida: el segundo nacimiento,
el instante de epifanía de esa mujer que, casi desde la cuna, conoció
abandono, hambre y soledad. Pero su memoria va hacia atrás sólo
unos segundos –un relámpago–, y el hoy y el ahora y el mañana
se le imponen, y vuelve a celebrar:

–Es la primera villa que tiene gas.

Y cuenta, y agradece: “Hasta ahora, aquí, comían, mañana,
mediodía y noche, mil seiscientas almas. Mil setecientos kilos de comida
por día, sí. Pero ahora, con el gas, voy a batir mi propia marca.
Eso, gracias a la Fundación Metrogas, al Gobierno de la Ciudad, que nos
dejó conectar los caños desde la calle hasta el comedor, a la Universidad
Maimónides y a Pablo Aparo, que donaron la plata para comprar dos cocinas
industriales con ocho hornallas, tres termotanques y diez estufas”.
Cuenta y agradece, y la cara se le pone de fiesta, y repite el rito: un fósforo
que arde, un fuego azul en círculo –como una corona real–, y
atrás, en el vasto, casi infinito comedor, las risas y los aplausos de
los miles que cada día son sus hijos, sus hermanos, su misión sobre
la tierra.

Ese fuego azul ya encontró a su Prometeo.

por Alfredo Serra
informe: Pablo Procopio
fotos: Alejandro CarraMargarita, lista para encender el gas que parecía imposible.

Margarita, lista para encender el gas que parecía imposible.

En su ya célebre comedor, caras de alegría. Y ella con su nieto Ramiro y una sonrisa que no abandonó ni en sus peores días.

En su ya célebre comedor, caras de alegría. Y ella con su nieto Ramiro y una sonrisa que no abandonó ni en sus peores días.

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