«Nadá, porque sino te disparamos» – GENTE Online
 

"Nadá, porque sino te disparamos"

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Dolores Sigampa ofreció las cintas de las cuatro coronas del sepelio de su hijo a quien quisiera llevárselas. "No son un buen recuerdo para mí
-pronunció en medio de los llantos-. Quisiera que las personas que hicieron esto se arrepientan de corazón, porque es la única forma que van a poder seguir existiendo". Las mantuvo en alto, esperando que alguien las recogiera para llevárselas a los responsables de la muerte de Ezequiel. En un instante, desaparecieron de sus manos. Era el mediodía del domingo 22 en el cementerio de Flores. El mismo lugar donde hace diez meses enterró a otro hijo. Y Dolores volvió a despedirse, a desgarrarse, a desparir otro fruto de su amor de madre.

Con tan sólo 19 años, en la madrugada del sábado 14, Ezequiel Desmonty -el tercero de sus ocho hijos, tímido, sordo de un oído, que trabajaba en un depósito de cartón- fue obligado a zambullirse en la oscuridad definitiva. Había salido a bailar con dos amigos de 14 y 18 años, y cuando rayaba el alba -esa hora en que las risas de una noche feliz retumban-, los acompañó a tomar un remise a la esquina del pasaje La Constancia y Avenida Cruz, en el barrio Illia, de Pompeya. Señaló un testigo que golpeaban la puerta de la remisería cuando aparecieron tres patrulleros de la comisaría 34, y un grupo de policías los detuvo. Afirmó un testigo que, luego de golpearlos brutalmente, los llevaron en tres autos hasta la orilla del Riachuelo, a treinta metros del puente Uriburu, el mítico Puente Alsina. Aseguró un testigo que allí, el oficial Gastón Somohano, hijo de un ex jefe de la policía bonaerense (véase nota siguiente), habría dado la orden de arrojar a Ezequiel y a sus dos amigos al agua.

-¡No sé nadar! No me tiren, por Dios, ¡no sé nadar!
-¡Ahora arreglate, chabón! -le gritaron los policías mientras lo arrojaban al medio del Riachuelo.
Y no fue todo. Uno de ellos les ordenó:
-¡Naden, porque si no les disparamos!
Los pusieron entre la muerte y la muerte. 

Los dos más chicos -14 y 18 años- alcanzaron a manotear unas ramas en la orilla y esperaron unos quince minutos. Hasta que se fueron los patrulleros. Ezequiel Demonty, en cambio, aterrorizado, intentó nadar en diagonal hacia la desembocadura del Riachuelo, y no lo logró. El agua y la noche se lo tragaron.
Pero ni agua ni noche pudieron silenciar a un policía, un suboficial de la 34: el sargento primero Luis Funes -el testigo-, que pidió hablar con Roberto Giacomino, jefe máximo de la Federal, y le contó con pelos y señales lo que había pasado. "Unicamente con el jefe", dijo. Habló con él, y Giacomino le ordenó que declarara ante el fiscal Marcelo Roma: un primer paso clave. Esto es lo que oyeron, palabras más o menos, Giacomino y Roma: "Los policías se quedaron esperando que los chicos -que no tenían antecedentes- no salieran. No fue un susto: querían matarlos. Los dos que se salvaron tuvieron suerte porque pudieron agarrarse de las ramas. Todos sabemos que el Riachuelo es una trampa mortal. Puro gasoil. Es imposible nadar. Es como meter la cabeza adentro de un tambor de doscientos litros de gasoil. No podés mover las piernas ni las manos. Aunque logres mantener la cabeza afuera del agua, te estallan primero los tímpanos y después los pulmones. El fondo es de barro, y te hundís sin remedio. Hubo otr
o caso parecido: el de Delma, hermana de Alejandro Agustín Aguilera, que ahora denunció que once años atrás, cuando su hermano tenía 15 años, también fue detenido por policías de la 34 que lo golpearon, le rompieron la clavícula y lo tiraron al Riachuelo creyendo que estaba muerto. Por las dudas, le dispararon cuando ya estaba en el agua, para rematarlo. Pero se salvó… Hace tres años, Aguilera apareció ahorcado. A pesar de la denuncia hecha en la 34, el caso nunca fue investigado. Y hay otro más. El de Fernando Ramallo, un joven vecino que dijo que agentes de la 34 lo golpearon al mediodía, en plena Avenida Sáenz, cuando salía del supermercado Coto. Le dijeron que le iban a poner una bolsa en la cabeza y lo iban a tirar al río…
".

"Naden, naden", fueron las últimas palabras que Ezequiel escuchó. La autopsia indicó que recibió varios golpes en la cara, y el peso de la ropa mojada lo dejó sin fuerzas para bracear hacia la vida.


LA BUSQUEDA
. "Los buzos de Prefectura hacen trabajos de buceo al tacto en aguas de nula visibilidad. Es decir: tocan el vidrio de la luneta de sus antiparras y no se ven ni siquiera los dedos", explicaba el subprefecto Alejandro Annichini, jefe de la División Salvamento y Buceo, para dar cuenta del minucioso y arduo trabajo de rastrillaje de seis buzos y dos embarcaciones. Para entonces, la Policía Federal ya había desplazado a la cúpula de la seccional 34, y se había iniciado la investigación. Pero Ezequiel no aparecía. Fueron días de angustia. Tíos, vecinos, amigos, parejas y una multitud de chicos se congregaron en la casa de Ezequiel, ubicada en el barrio Illia -un humilde complejo de cinco manzanas- y marcharon en paz, durante quince cuadras, hasta detenerse a 50 metros de la comisaría 34. Dolores Sigampa y su marido, Rodolfo Suárez, encabezaron el reclamo con la consigna "Basta de violencia. Con vida lo llevaron, con vida lo queremos", mientras que Jessica, la novia de Ezequiel desde hacía u
n año y medio, sostenía una bandera con su foto. "Acá el que falló fue el hombre, no el uniforme -sentenció Dolores desde un altavoz-.

No tengo odio, tengo bronca porque ninguna criatura se merece este trato. Que la comisaría vea que somos educados y los respetamos. No nos podemos matar entre nosotros".

El sábado 21, día de la Primavera, llegó el temido desenlace. En el extremo sur de la ciudad, un cuerpo joven apareció flotando sobre las turbias aguas del Riachuelo, a 20 metros del puente Victorino de la Plaza en el barrio de Barracas. Era Ezequiel.

A las diez y media de la noche, después de llorarlo en la intimidad, Rodolfo Suárez, su padrastro, llegó a la sala velatoria de la calle
Guardia Nacional, en el barrio de Villa Lugano. Descendió de una combi de la empresa
CLIBA, donde trabaja como barrendero, y entró a la funeraria. Cinco minutos después, arribó la ambulancia que transportaba los restos del chico asesinado. En otro gesto de dignidad, la familia -que vive en la pobreza- no aceptó que el Gobierno de la Ciudad se hiciera cargo de los gastos del sepelio. "Era un chico bueno, sano, cariñoso. No tenía maldad y nunca se metía con nadie", lo recordaron sus tías Sarita, Sandra, Susana, Lidia. "Tenía fe que lo pudieran encontrar
-se lamentó entre lágrimas su tío Beto-. No tengo bronca, yo solo quería vivo a Ezequiel, después los de arriba se encargarán".

A la mañana siguiente, cerca de las 11:30, entre llantos desconsolados, Daniel Martínez, el pastor evangélico de la familia, tomó el altavoz y resumió el mensaje que la madre de Ezequiel eligió para referirse a los responsables de esta pesadilla: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Hoy, en esta misma escena, se vuelve a repetir el mismo dolor: un joven justo, sin maldad, pagando un precio muy alto con su propia vida la impunidad, la injusticia y la violencia. Queremos que el sacrificio de Ezequiel no quede impune".

por Alejandro Sangenis y Cynthia De Simone
fotos: Matías Campaya, Julio Ruiz, Enrique García Medina, Archivo Atlántida y Clarín Contenidos

Ezequiel, junto a sus compañeros del culto evangélico en la iglesia Centro Cristiano para las Naciones en Villa Lugano. El y su familia eran muy creyentes.

Ezequiel, junto a sus compañeros del culto evangélico en la iglesia Centro Cristiano para las Naciones en Villa Lugano. El y su familia eran muy creyentes.

Buzos tácticos de la Prefectura hallaron el cuerpo del joven, poco antes de la desembocadura del Riachuelo.

Buzos tácticos de la Prefectura hallaron el cuerpo del joven, poco antes de la desembocadura del Riachuelo.

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