“Muchos le gritamos: ¡Pará loco, la barrera!, pero el chofer siguió igual” – GENTE Online
 

“Muchos le gritamos: ¡Pará loco, la barrera!, pero el chofer siguió igual”

Alas dos y veinte de la mañana del domingo, la bocina del tren que iba de Constitución a Mar del Plata, con 250 personas a bordo, la misma que los empleados de las parrillas y de la estación de servicio Shell del kilómetro uno de la Ruta 63 de Dolores escuchan todas las noches, sonó de manera incesante. Como un grito desesperado en medio de la oscuridad. A pocos metros de distancia, el interno número 58 de la empresa El Rápido Argentino, un micro de doble piso que había salido a las 22.50 desde Mar de Ajó y se dirigía hacia San Miguel, detuvo su marcha sobre las vías luego de romper una de las barreras. Algunos testigos (la mayor parte de los 65 pasajeros –57 adultos y 8 chicos– venía durmiendo), aseguran que una frenada abrupta, en medio del silencio, los sobresaltó. Ese fue el caso de Vanina Blasiak (26), quien estaba sentada en el último asiento de atrás junto a su novio. Ella, con la poca voz que le queda, recostada en la camilla de la habitación 11 del Hospital San Roque de Dolores (fue operada de los pulmones, se rompió siete costillas y recibió tres puntos por un corte en la espalda), asegura: “Desde que salimos, el tipo venía en el aire. Y como había mucho viento, el micro se movía para todos lados. Yo, de los nervios, como que me obligué a dormir, pero cuando frenó, me desperté…”. Los pasajeros que estaban despiertos cerca de los primeros asientos del colectivo comenzaron a gritar: “¡La barrera, la barrera! ¡Pará loco, la barrera!”. Pero el micro recién detuvo su marcha sobre las vías. Muchos vieron cómo la luz del tren se les venía encima y escucharon esa bocina que va a sonar en sus cabezas por el resto de sus vidas. Otros, no tuvieron la misma suerte...

EL CULPABLE. Ernesto Javier Rodríguez –el chofer, de 35 años y padre de 5 hijos– escuchó los gritos, se encandiló con la luz que se le venía encima y aceleró: “No vi la barrera. Me frené por inercia cuando sentí el impacto. Y cuando escuché la bocina y vi la luz del tren, aceleré”, declaró el lunes durante dos horas ante la fiscal Fernanda Haschman. Quedó detenido e imputado por homicidio con dolo eventual, un delito con una pena de 8 a 25 años de cárcel. Según su abogado, Oscar Salas, había descansado poco, y contó su rutina para que no queden dudas: “Sale de su casa a las 11; llega al galpón de Barracas, donde están los micros, a las 12; hace todo el recorrido y vuelve a Barracas a las 7 de la mañana siguiente, con lo que llega a su domicilio, en el mejor de los casos, a las 8:30. Y a las 11 tiene que estar de vuelta en Barracas...”.

Como sea, en el momento en que Rodríguez tomó la decisión de acelerar en lugar de dar marcha atrás, la explosión que produjo el choque con el tren se pudo escuchar hasta 500 metros a la redonda. En pocos segundos, el caos se apoderó de la escena. Al estremecedor chirrido de los hierros, que se retorcían por la fuerza del impacto, se le sumaron las chispas, las columnas de humo y los gritos de la gente. Los llantos desesperados de aquellos chicos y bebés atrapados entre metales se mezclaban con los lamentos de los sobrevivientes que deambulaban por el lugar, intentando escapar de ese infierno. El impacto fue tan brutal que la parte trasera del micro quedó desintegrada. Muchas de las personas que viajaban en el primer piso, al fondo, quedaron despedazadas y desparramadas a lo largo de la ruta y de los pastos de los costados de las vías. Por desgracia, al costado del cruce ferroviario pasa un canal que, por las abundantes lluvias de las últimas semanas, estaba en su máximo caudal. En ese lugar quedaron el motor y las ruedas traseras del micro. Debajo, los asientos celeste de pana con las personas que no pudieron salir y murieron ahogadas. Y ahí, en medio de esa terrible escena, el primer milagro: “Veníamos durmiendo con Gisela, mi esposa, y Alma, mi hija, en la parte superior del micro. Como a todos, nos despertó la frenada. Y de repente, vimos la luz del tren que se nos venía. Gise se aferró fuerte a mi hijita, los tres volamos por el aire. Por suerte, de milagro, mi beba de 14 meses quedó entre los hierros despedazados, pero en el asiento. Estaba muy cerquita del agua: si se caía en ese canal, seguro se ahogaba. Y un muchacho de nombre Carlos, que venía en el tren, la escuchó llorar y la rescató”, contó llorando Sebastián Molinari, con golpes en todo el cuerpo, desde una camilla en la habitación 8 del Hospital San Roque. Gisela Baldor (25), la mamá de la beba, fue trasladada al Hospital Melchor Romero de Alejandro Korn con fracturas en sus brazos y en sus piernas, donde le realizaron una neurocirugía. Al cierre de esta nota su estado era reservado.

EL RESCATE. Esa noche, en el pueblo se celebraba el cierre de la Fiesta Nacional de la Guitarra, y muchos médicos y policías estaban ahí. Y cuando comenzaron a escuchar el ruido incesante de sirenas de bomberos y de ambulancias, se subieron a sus autos y se dirigieron hacia el lugar. La respuesta fue tan inmediata que, a pesar de la magnitud del accidente, a los 45 minutos ya no había ningún herido en el lugar. Uno de los primeros en llegar al lugar fue el fotógrafo Fabio Sánchez, quien aseguró: “La escena era terrible. Gente gritando, chicos muertos, pedazos de cuerpos por todos lados. Parecía como si en el lugar hubiese caído una bomba”. A los pocos minutos, Pedro Sabalette, periodista y director del diario Compromiso, también arribó al lugar: “La imagen era dantesca. Cuerpos sin vida esparcidos en los alrededores del ómnibus, mientras que otros estaban tirados en las banquinas linderas a las vías. El tren descarrilado y la gente gritando y llorando. Una parte del ómnibus estaba apretada contra la columna de la señal luminosa de las barreras, que todavía estaba encendida, lo que indica que en el momento del accidente las barreras estaban bajas”.

TRAGEDIA ANUNCIADA. Los números fríos de las estadísticas darán cuenta de que en la madrugada del domingo 9 de marzo se produjo uno de los peores accidentes ferroviarios del país que dejó, hasta ahora, un saldo de 18 muertos (5 de ellos menores de edad) y 67 heridos (14 de los cuales todavía se encuentran internados en distintos hospitales de la provincia de Buenos Aires). Para Marcelo Aiello, gerente de Comunicación de CESVI (Centro de Experimentación y Seguridad Vial), “este terrible accidente demuestra una vez más la imprudencia humana, que termina siendo el causante del 90 por ciento de los accidentes de nuestro país”. También agregará que “el 73 por ciento de los micros censados por CESVI el año pasado circulaban a una velocidad superior a la permitida, de 90 kilómetros por hora. Y los controles de Gendarmería Nacional arrojaron el escalofriante dato de que el 50 por ciento de los choferes de micros y camiones tenían alcohol en la sangre (no es el caso de Ernesto Rodríguez, ni el de José Luis Garófalo, su acompañante, a los que las pruebas de alcoholemia les dieron negativo). También las inspecciones que se realizaron en viajes de larga distancia entre el 13 y el 16 de enero de 2008 en conjunto con la Unión Tranviarios Automotor (UTA) y el Ministerio de Trabajo de la Nación, donde se fiscalizaron en total 232 unidades, de las cuales 60 fueron sancionadas y 6 suspendidas porque los choferes no estaban en condiciones de viajar. Y un dato para nada menor: El Rápido Argentino fue la empresa con más infracciones”.

Palabras y conjeturas para tener en cuenta a futuro, pero que sin dudas no les servirán de nada a los miles de familiares y amigos de las víctimas, a quienes en unos pocos minutos les arrancaron la vida, otra vez, en una ruta de la Argentina.

La imagen, diez minutos después del terrible accidente. En primer plano, la parte trasera del micro, totalmente destrozada. Las luces encendidas de la columna indicarían que en el momento del choque las barreras estaban bajas.

La imagen, diez minutos después del terrible accidente. En primer plano, la parte trasera del micro, totalmente destrozada. Las luces encendidas de la columna indicarían que en el momento del choque las barreras estaban bajas.

El micro, deshecho, es retirado del lugar.

El micro, deshecho, es retirado del lugar.

Daniel Scioli recorrió la escena junto al jefe de guardia del Hospital San Roque, Santiago Bonavitta, y el intendente, Camilo Etchevarren. “La barrera rota es una prueba muy contundente contra los choferes”, dijo.

Daniel Scioli recorrió la escena junto al jefe de guardia del Hospital San Roque, Santiago Bonavitta, y el intendente, Camilo Etchevarren. “La barrera rota es una prueba muy contundente contra los choferes”, dijo.

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