“Mientras policías y fiscales me decían que tenían todo controlado, a mi hijo lo torturaron y lo asesinaron” – GENTE Online
 

“Mientras policías y fiscales me decían que tenían todo controlado, a mi hijo lo torturaron y lo asesinaron”

A Axel, mi hijo, lo mataron de un balazo en la sien a las dos o dos y media de la madrugada del 23 de marzo de 2004. Pero empezaron a matarlo mucho antes. Ni siquiera cuando, seis días atrás, lo encañonaron, lo encapucharon y empezó su calvario. Quizá usted se asombre, pero su asesinato empezó allá por septiembre del 2000, cuando Martín El Oso Peralta, el jefe de la banda, y Jorge Daniel Sagorsky ya estaban en la mira por denuncias que los vinculaban con robo y venta de vehículos a precios tan irrisorios como sospechosos (500, 800 pesos), y de autopartes. Tanto, que en mayo del 2001 Peralta fue detenido en San Fernando por el robo de un auto… ¡y liberado a cambio de tres mil pesos pagados por Sagorsky! Desde el 2000 se ordenaron intervenciones telefónicas, y a pesar de que las escuchas dieron indicios de la existencia de delitos –sobre todo falsificación de documentos–, en julio del 2001 el juez resolvió archivar el caso. Grave, porque no se ordenó peritaje alguno, no se tomaron declaraciones, no se ordenaron allanamientos… No se hizo absolutamente nada. Si la Justicia hubiera actuado a fondo, tal vez Axel estaría vivo…

El 19 de marzo de 2004, dos días después del secuestro de mi hijo, les pedí a los fiscales Sica y Quiroga que vinieran a mi casa, pero Sica me dijo que no tenía tiempo, que estaba muy ocupado. María Elena, mi mujer, la madre de Steffi, la novia de Axel, y una psicóloga, empezaron a actuar. La madre de Steffi trabaja en un laboratorio alemán de primera línea, que puso a nuestro servicio todo lo que necesitáramos: investigadores, logística, tecnología. Pero el fiscal Sica dijo que no necesitaba nada, que tenía todo controlado, y que incluso disponía de helicópteros con mira infrarroja… Al mismo tiempo, durante los seis días del secuestro hablé con los oficiales de policía destacados en mi casa, les pregunté si hacían práctica de tiro y me confesaron que sí, pero que sólo una vez al año y con seis balas recargadas, para conservar las nuevas. El domingo siguiente al secuestro recibí el primer llamado de los delincuentes. Estaba dispuesto a pagar inmediatamente para salvar la vida de mi hijo, pero el fiscal y la Policía me dictaron un libreto: cómo negociar, no aceptar lo que pidieran, ir con el dinero en mi auto, obedecer paso a paso sus instrucciones. Hice todo al pie de la letra, y hoy me arrepiento…

El pago del rescate debía ser hecho en Panamericana y Ruta 202. Los secuestradores me llamaron a las diez de la noche y llegué 35 minutos después. Se suponía que los policías me seguían discretamente, y que de ninguna manera harían nada que entorpeciera el trámite y pusiera en peligro la vida de Axel. Pero al llegar, en una estación de servicio veo a un tipo que baja de un coche, abre el baúl, saca una campera con la inscripción ‘Policía’ y se la pone. A los quince minutos un patrullero con las luces encendidas carga combustible. Salgo de la Panamericana para pasar por debajo y volver, y veo otros dos patrulleros, también con todas sus luces. Me pregunté, angustiado, qué pasaba, porque eso era todo lo contrario de un operativo discreto y seguro: era un seguimiento, y la prioridad parecía la detención de la banda, no la vida de mi hijo. Los delincuentes iban en el Passat azul oscuro, totalmente blindado, de Ortiz de Rosas, un ejecutivo de Arcor secuestrado por los mismos que capturaron a Axel.

Después de su muerte empecé a ir todos los sábados a la SIDE, y allí me contaron que ni siquiera sabían que el Passat era blindado, y que el seguimiento lo hicieron con un Polo a gas de Fernando Ustarroz, el jefe policial a cargo de la investigación, otro de la SIDE y un tercero de un oficial de la Dirección de Investigaciones de San Isidro. Imagínese: tres autos comunes contra un blindado que da 240 kilómetros por hora y es un tanque de guerra… Por supuesto, los secuestradores, al verse perseguidos, embistieron deliberadamente a dos de los autos y los volcaron. Hubo un tiroteo. Más tarde, Ustarroz admitió que la Policía de la Provincia de Buenos Aires no cuenta con armamento para detener a un auto blindado. ¡Es de locos! Pero no fue lo peor. En noviembre de 2003, cuatro meses antes del asesinato de mi hijo, un tal Carmona, imputado en el secuestro de Ana María Nordmann, dio el nombre de todos los miembros de la banda. El expediente estuvo en manos de la fiscal Rita Molina, que libró una orden de captura, pero el expediente pasó a otra fiscalía y cayó en punto muerto. Rita Molina está indignada y declarará en el juicio. Tampoco, por el caso de Axel, se pidió intervención a la Policía Federal, cuya División Antisecuestros tiene ochenta hombres y doce vehículos. Me pregunto: ¿en qué manos cayó el destino de mi hijo? ¿Qué fue ese ridículo juego de órdenes confusas que parecía el juego del vigilante y el ladrón? ¿Qué ánimo feroz se despertó en los secuestradores después de la persecución y el tiroteo?

En una de las llamadas telefónicas hablé con El Oso Peralta y me dijo que Axel, cuando le informaron que al otro día lo iban a largar, se puso a llorar. Por supuesto, cuando los vio llegar en ese estado de alteración, pensó: ‘Aquí me limpian’. Pensar que cuando María Elena, mi mujer, y yo, le preguntamos al fiscal Sica cuál sería su estrategia, contestó que a diferencia de la teoría de pagar y después recuperar al secuestrado, su equipo respondía al principio de ‘cortar el pago’, porque la experiencia dice que cuando se aceptan las condiciones de los secuestradores no es seguro que respeten la vida del cautivo, que suelen duplicar o triplicar el monto del rescate, y que además no es posible seguir la ruta del dinero y atrapar a la banda. Es más: ante nuestra inquietud, dijo que actuaría ‘como si Axel fuera un hijo mío’. Mi mujer le dijo al funcionario que acompañaba al fiscal: ‘Espero que todo salga bien, porque estamos pasando momentos terribles’. Sica le contestó: ‘Y la esperan momentos peores’. Mi mujer replicó: ‘No creo que puedan ser peores que éstos’. Entonces el fiscal hizo un gesto dubitativo y le dijo: ‘Sí, por la espera. Porque los tiempos los manejan ellos, y todo lo demás, nosotros’

Me pregunto qué era todo lo demás, y dónde estaban los helicópteros con mira nocturna, y dónde el equipo altamente especializado y entrenado que nos prometieron… Como último y patético acto, el 26 de marzo, ya con Axel muerto y enterrado, el fiscal apareció en el noticiero del Canal 26, y cuando el periodista le preguntó qué había fallado, contestó: ‘Nada, no falló nada’. ¡No falló nada! ¿Cómo es posible decir eso? Porque, por si fuera poco, el policía que estaba de guardia en mi casa, cuando el teléfono sonó dos veces, me dijo que no atendiera, y después supe que esos llamados eran de los secuestradores...

Usted me pregunta cómo vivió Axel sus últimos días, sus últimas horas… La noche fatal, después de que estacionó su auto en la puerta de la casa de su novia, cerca de Unicenter, lo encañonaron, lo encapucharon y lo llevaron a la casilla de Moreno donde estaban los hermanos Díaz, Carlos y José El Negro. Le pegaron brutalmente, tratando de conseguir información sobre su familia, sus medios de vida, sus bienes. Después lo ataron de pies y manos, le vendaron los ojos y empezaron a torturarlo. Además de los golpes –sistemáticos–, jugaban con él a la ruleta rusa. Le decían que iban a matarlo y le gatillaban un arma en la nuca y, a veces, dentro de la boca. Uno de los Díaz, Carlos, lo odiaba, tal vez porque lo veía muy superior a él, y se ensañaba. Más golpes, más ruleta rusa, más insultos, y a cada momento el anuncio de la muerte inminente. Algo casi imposible de soportar. Ortiz de Rosas, el otro secuestrado, cautivo en el mismo lugar, me contó su experiencia a lo largo de tres horas y media, sin dejar de temblar. Y Mondino, también secuestrado por la misma banda, se fue a España y nunca volvió. También supe que los secuestradores fumaban marihuana continuamente… Según me dijo Ortiz de Rosas, en esas sesiones de tortura es tanta la adrenalina de la víctima que los golpes se sienten menos. Ojalá haya sido así en el caso de mi hijo, pero, ¡qué pobre consuelo!

Nos avisaron que estaba muerto recién a las cinco de la tarde del mismo día, y a las siete llegué con mi mujer a la morgue. Axel estaba en una bolsa, con algo que le cubría la cabeza. Mi mujer, llorando, lo abrazó, y la hicieron salir. Lo saqué de la bolsa. Estaba terriblemente golpeado en todo el cuerpo. Le faltaba piel en las piernas y en las muñecas, tal vez por las ataduras, y tenía un balazo en la sien. Algo impresionante… ¿Por qué lo mataron? Como le dije antes, le anunciaron que iban a largarlo al otro día, pero cuando Axel vio el estado de locura que tenían cuando llegaron, seguramente a raíz del tiroteo, se aterró, y convencido de que lo matarían, trató de escapar. Y yo, frente a su cuerpo, seguí preguntándome por qué obedecí todas las instrucciones de los fiscales y la Policía, y por qué no me permitieron actuar según mi sentido común, y dónde estaban los equipos especializados y los helicópteros con mira infrarroja, y a dónde fueron a parar todas las palabras que me juraban que la prioridad era la vida de mi hijo. Como bien dijo mi mujer, todo eso terminó con la vida de un muchacho ejemplar, sano, inteligente, culto, buen hijo, buen amigo, solidario, al que le inculcamos lo mejor –arte, belleza, bondad–, para que nos lo devolvieran con un tiro en la cabeza y nos condenaran a un dolor y a una ausencia que cada día, cada hora, es más terrible”.

Juan Carlos Blumberg mira, acusador y desafiante, ante la imagen de su hijo Axel, “<i>que me acompaña cada día, cada hora, cada minuto. En su tumba le prometí justicia y no pararé hasta lograrla</i>”.

Juan Carlos Blumberg mira, acusador y desafiante, ante la imagen de su hijo Axel, “que me acompaña cada día, cada hora, cada minuto. En su tumba le prometí justicia y no pararé hasta lograrla”.

Axel Damián Blumberg fue –según sus padres, su novia, sus amigos, sus profesores– un chico ejemplar, solidario, y también un brillante deportista en todas las disciplinas que emprendió.

Axel Damián Blumberg fue –según sus padres, su novia, sus amigos, sus profesores– un chico ejemplar, solidario, y también un brillante deportista en todas las disciplinas que emprendió.

Juan Carlos, María Elena –su mujer– y Steffi en el entierro.

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