“Mi vida es un fracaso y eso ya no tiene solución” – GENTE Online
 

“Mi vida es un fracaso y eso ya no tiene solución”

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Diciembre de 2004. Emir Omar Chabán repasa su agenda del verano del año entrante: preparar una muestra de acuarelas en un restaurante japonés, terminar el libro de cuentos, seguir con el taller de poesía, avanzar con el guión de una película y empezar a filmar, presentar en Cemento la obra Pobre más pobre que los pobres. Programar nuevas fechas de recitales en República Cromañón.

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Septiembre de 2007. Emir Omar Chabán (55) lleva casi dos años y cuatro meses preso en el Complejo Federal II de Marcos Paz, procesado por estrago doloso y cohecho. Espera el juicio oral por los 194 muertos que dejó la tragedia del boliche de Once. El jueves 12 de julio la sala tercera de la Cámara de Casación Penal (Eduardo Riggi, Angela Ledesma y Guillermo Tragant), resolvió que su detención no puede extenderse más allá de fin de año. Lo que significa que el 14 de diciembre (o tal vez antes) podrá salir en libertad.

En la sala de visitas del penal, Chabán aparece con una barba que acusa casi un año sin afeitar, el libro La comunicación incomunicada de Saturnino Mitjans, un cuerpo de la causa judicial y una pila de fichas escritas en todos los rincones disponibles. Allí, el ex gerenciador de Cromañón va anotando ideas acerca del “concepto de lo doloso”, que le permitan comprender o denostar la calificación del delito del que se lo acusa. Ni un segundo espera para desplegar su habitual locuacidad: “Acá me anoté para contarte varias cosas. Me desperté a las 4 de la mañana y escribí para no olvidarme. Está todo esto del dolo, de la confianza en el público… Ah, que el domingo hablé con mi mamá por teléfono sobre los chicos de Cromañón. Me decía que si ella está tan mal por mí y yo estoy vivo, cómo sería para los padres cuyos hijos murieron. Después hablamos de los presos en general, de cómo sufren los familiares… Estando aquí siento mucho dolor por los presos. En el zoológico humano que es la cárcel es muy amplio todo. No es como se cuenta… Hay gente que está por drogas, por un crimen pasional que nunca pensó que iba a cometer, por una negligencia. Como yo, que nunca pensé que iba a estar en un lugar así con todo lo que trabajé antes…”.

–Según usted, ¿quién era Omar Chabán antes del 30 de diciembre de 2004?
–Un burro del trabajo. Estaba todos los días parado en la puerta de los boliches. No tengo ni una sola denuncia por maltrato ni discriminación. Desde el año ’80 en adelante fui una de las personas que ampliaron el concepto de democracia basada en lo cultural. Siempre apoyé a gente de la danza, la pintura, el teatro, el cine, el diseño, el rock, hice miles de fechas a beneficio… En el libro Cuando el arte ataque está claro: hay 60 testimonios y ni uno solo habla mal de mí. Todos cuentan cómo los ayudé. ¿Y qué? ¿Un día me volví loco, después de 20 años y quise que pasara algo así?

–¿Y cómo se ve a sí mismo hoy?
–No tengo una identidad, soy como una cosa difusa, un fantasma, un espectro. Ni siquiera llego a ser lo que se entiende como una persona común. No solamente estoy encerrado todo el día viendo paredes, sino que vivo pensando en lo mismo. Estoy perdido como en una pesadilla.

–¿Cuál es su pensamiento más recurrente?
–Y… Pienso en este acto descomunal, en esta conjunción entre la violencia de tirar candelas al techo y el material de los paneles ignífugos. Me pregunto cómo pudo ocurrir algo así. Creo que todos pagamos el pato por un acto de violencia, que en el fútbol se vería clarísimo, pero en el rock parece que no… Pienso en todo mi pasado, mi preocupación por la cultura, la filosofía, la ética. No tengo un pasado delictivo. Y, sobre todo, siento mucha culpa con respecto a lo que le pasó a mi familia: veo cómo todos viven en una cárcel, como yo, están enfermos, se la pasan llorando, se pelean con todo el mundo. Te ponés muy suspicaz cuando pasa algo así de trágico. Es como si hubiera habido una maldición. Entonces, que mi familia cargue con esta maldición que yo tengo… es terrible. Una tragedia lleva a otra, y todo es siempre peor.

–Sin embargo su familia y sus amigos lo apoyan…
–Sí, pero no quiero que vengan a visitarme. A veces los llamo pero, por supuesto, no les cuento lo que se me pasa por la cabeza, esto de estar todo el día machacándome lo mismo. Estoy 18 horas pensando. Cuando puedo me concentro en algún libro, pero si no, estoy todo el día mirando la pared, como fuera del mundo.

–¿En este tiempo sintió que alguien lo hubiera abandonado?
–Me parece que los grupos de rock tendrían que haber salido en una primera época mucho más frontalmente a hablar. No sé si no les dieron cabida, pero después se les fueron cerrando los lugares a ellos. La gente del teatro no habló al comienzo, quizá porque no supo qué canales utilizar. Tampoco salió a defenderme la izquierda, pese a que yo hice festivales a beneficio de muchas instituciones. Y los medios de comunicación dijeron cualquier cosa: que la habilitación del local era mía, que tenía empresas off shore, que era codicioso… ¡y mis entradas eran las más baratas del circuito! También el presidente Kirchner habló sin saber de la causa. Dijo que yo me había ido con la plata, cuando el dinero de esos tres días se lo quedó Callejeros.

–Ya es un hecho que saldrá en libertad antes del juicio oral. ¿Cómo imagina sus días fuera de la cárcel?
–En principio, quiero ver si puedo resistir este tiempo. Estoy física y psíquicamente deteriorado, cada vez más afectado. Mi vida es un fracaso y eso ya no tiene solución. No voy a poder rearmarla. No puedo trabajar ni tengo dinero para irme a vivir a ningún lugar. No sé… Voy a leer, a tener esta relación de amor y ternura con mi madre, que tiene 80 años y es mi gran preocupación, con mis amigos y familiares. Ruego no morirme en la cárcel. Mi ilusión es vivir en un laberinto de bibliotecas y en la encrucijada de los libros. También pensé en pedirle al Ejército de Salvación que me dé una cama en Constitución o ir a un monasterio que me había ofrecido un lugar.

–¿Cree que podría transitar por la calle sin ser agredido?
–De muy distintos ámbitos me dicen que mucha gente piensa: “Pobre, lo que le pasó...”. Además, le podría haber pasado a cualquiera, porque ese material está en todos los locales. Y Callejeros tocó en todos los lugares de Buenos Aires y del país. No sé.. Supongo que me van a parar por la calle para decirme: “Me conduelo con usted”. A esta altura, la gente se da cuenta de que no miento.

–¿Le teme al juicio oral?
–Precisamente, hay algo que me da miedo, que es el concepto del juicio visto como espectáculo. Es algo que ya se vio en el juicio a Carlos Carrascosa. Como transmitir un juicio es barato, sumado al grado descomunal y de locura de lo que pasó, va a ser de terror, los periodistas opinando todo el tiempo. Me aterroriza que el juicio se convierta en un show… Otra cosa que me da miedo son los testimonios manipulados.

–Además, se va a encontrar con los familiares de las víctimas, los integrantes de Callejeros…
–Por supuesto. Siempre tiene que haber un comienzo. Hay que romper los velos por los cuales no nos pudimos ver antes: yo no conozco a los padres, ellos no me conocen a mí, a Callejeros hace mucho que no los veo…

–Va a ser una situación violenta…
–Sí, pero esa violencia rápidamente va a ser reabsorbida, porque acá buscamos la verdad. Entonces, no hay que tener miedo a esa situación. Aunque al principio sea crudo, todo se va a ir encarrilando.

–¿Por qué se dejó la barba? ¿Busca llamar la atención?
–Bueno, yo no llego al juicio en las mismas condiciones físicas y psíquicas que los demás; hay una actitud discriminatoria conmigo. Entonces, estuve leyendo un libro sobre Gandhi y dije: “Algún tipo de resistencia pasiva tengo que hacer”, porque acá de conducta ando bárbaro, me pusieron un 9… Igual, cuando salga me la voy a cortar, pero me pareció que era una forma de decirle a la gente: “El tiempo pasó pero yo acá estoy; no se olviden de mí…”.

En noviembre del año pasado decidió dejar de afeitarse, como señal de protesta. Dice que ruega no morirse en una cárcel.

En noviembre del año pasado decidió dejar de afeitarse, como señal de protesta. Dice que ruega no morirse en una cárcel.

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“No tengo una identidad; soy como una cosa difusa, un fantasma, un espectro.  Ni siquiera llego a ser lo que se entiende como una persona común”

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