“Mi obsesión, mi locura, es el hambre, y lucharé contra eso hasta mi último día” – GENTE Online
 

“Mi obsesión, mi locura, es el hambre, y lucharé contra eso hasta mi último día”

Un buen hombre es un hombre bueno para los demás” (Miguel de Unamuno)
–Tengo una locura, una obsesión.

–¿Cuál, Juan?
–Hambre cero. Terminar con el hambre en el mundo.

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Sucede, este principio de charla, escritorio por medio. En el medio hay un libro: Perdonen mi optimismo-Juan Carr (en diálogo con Yanina Kinisberg). Sigo. Seguimos.

–Pedir perdón por el optimismo es extraño. ¿Qué significa?
–Meterte en el drama, en la tragedia, no es fácil. Mortalidad infantil, hambre, desnutrición, violencia, el que necesita un trasplante, un chico perdido… Alguien que sufre y te recibe en su dolor, merece una sonrisa. No podés acercarte con cara doliente.

–¿Hay motivos para ser optimista hoy en la Argentina?
–Sí. Porque cuando desde la Red Solidaria pedimos algo, la gente nos inunda de generosidad, y eso nos carga de enegía y optimismo.

–¿Entonces por qué pedir perdón?
–Porque en la Argentina, cuando uno está expuesto y alegre durante mucho tiempo, pasa a ser sospechoso.

–El terrible “en algo andará”…
–Tal cual.

–Red Solidaria tiene catorce años de vida. ¿Qué logró? ¿Qué le falta?
–En todos estos años pasamos de la indiferencia a la solidaridad. Pero nos falta un paso…

–¿Cuál?
–Que después de responder a un desastre (una inundación, por ejemplo), podamos sentar a veinte argentinos para discutir cómo evitar el próximo. Por desgracia, el país está tan fragmentado que reunirlos más de quince minutos es un éxito, y una hora… ¡un milagro!

–¿Desde el movimiento de Red Solidaria hasta hoy el nivel de apoyo creció, o sigue igual?
–Creció en prestigio. Al principio era algo raro, exótico, sospechoso (“este tipo hace campaña política, se tira a ser diputado”), etcétera.

–¿Cómo rompió ese prejuicio?
–Gracias al cura, al rabino, a la maestra heroica, al médico admirable, a la enfermera abnegada, al medio comprometido… A todos los que nos dieron una mano.

–La política social del Gobierno, su reparto gratuito de bienes, ¿eclipsó a tu red o a otras ONG?
–No. Primero, porque aunque no lo parezca, hace catorce años que hago política. Milito a favor de las 330 mil familias argentinas que pasan hambre. Son más de dos millones de almas. Voy a cumplir 47 años, y el hambre es mi misión y hasta mi locura desde la adolescencia. ¿Decir esto acaso no es hablar de política, en un sentido transformador...?

–Pero aquí, si no te definís como de izquierda, centro o derecha, no sos político.
–Es posible. Sin embargo, y a pesar de que todavía quedan políticos románticos, si yo y cinco políticos nos sentamos en la mesa de Mirtha Legrand (mujer a la que admiro) ¡yo empiezo ganando cinco a cero! Porque en la Argentina los pequeños mundos (el municipio, la escuela, la iglesia), los que alejados del ruido macro, son los que logran cosas.

–¿Sos crítico del Gobierno?
–No, en la medida de mi gran obsesión: el hambre. En el 2003, cuando arrancó el Gobierno, morían de hambre y desnutrición doce chicos por día. Hoy, según UNICEF, mueren ocho. ¡Tres mil muertes diarias menos! Es un logro conmovedor… que encierra una triste paradoja.

–Una de cal y una de arena…
–¿Sabés qué sectores fueron los grandes protagonistas de esa victoria? El Gobierno, el campo –que generó trabajo y alimentos– y la Iglesia, a través de Cáritas. Justamente los tres sectores que hoy están en disenso, enfrentados.

–¿El conflicto tiene arreglo?
–Ojalá. Yo sigo soñando, porque si esto se arregla, la Argentina en 2020 –un plazo corto– llegaría al hambre cero, como los grandes países del mundo.

–¿Sólo la política es culpable de este desacuerdo?
–No. La comunidad tiene algunas culpas, porque está inmovilizada. Se mueve frente a un caso puntual (un trasplante, una madre que pide justicia para su hijo muerto, un terremoto) pero después, su participación en la política no va más allá de poner el voto. Y cuando tiene dos pesos cincuenta en el bolsillo, vuelve a sus cosas y deja el resto en manos de los políticos.

–¿Y sentís que estás cerca de lograr tu sueño, Juan?
–Nooo… Todos me dicen “¡qué bueno lo que hacés!”, pero no muevo el amperímetro. Tal vez porque soy loco: ¡quiero cambiar el mundo! Loco, o un soberbio…

–¿Loco? ¿Por qué?
–Porque hay dos mil millones de pobres en el mundo, y por mucho que haga, no me van a alcanzar, para lograr hambre cero, los años de vida que me quedan.

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Ficha técnica. O mejor, ficha moral de Juan Carr... A los 9 años fue boy scout: “Eso me marcó. Me enseñó que vivir es hacer algo por el otro”. Cursó el secundario con los padres pasionistas irlandeses: “Recibí un mensaje doble: místico y social. Allí mi vida hizo un clic”. A los 14 años ayudó a los wichis. A los 18 empezó a donar sangre: “Estaba desesperado por cumplirlos, para poder ser donante”. Misionó entre los aborígenes y los enfermos de lepra. Se recibió de veterinario “por un infinito amor hacia los animales: yo no mato ni una cucaracha”. A los 32 fundó Red Solidaria con María Alemán, su mujer, también voluntaria, y madre de sus cinco hijos, y sus compañeros de colegio Irma Oriana, Raúl Flores y Juan Hayd. Empezaron con una línea telefónica y una computadora. Hoy, la Red recibe 200 contactos diarios. Premiada por Naciones Unidas y nominada al Nobel de la Paz, tiene presencia en 22 países. Juan, además, es en la actualidad director del Centro de Lucha contra el Hambre, de la Universidad de Buenos Aires.

–Juan, imaginá que…
–Ya sé. Que se acaba el hambre en la Argentina y en el mundo.

–Correcto. ¿Qué harías?
–Clasificaría aves y plantas: tengo pasión por la biología. Investigaría el medio ambiente: otra obsesión. ¿Ocio? “No creas... Me tomo mis recreos. Hoy me levanté a las cinco y media de la mañana, como todos los días, ¡pero dormí veinte minutos de siesta!”. Estudiaría todas las carreras del mundo. Soñaría con el Paraíso: jugar de “9” en el Seleccionado y hacer un gol eternamente. Tomaría una copa más de malbec por día. Haría más guitarra, más charango, más armónica, y trataría de dominar el acordeón. Escribiría más poemas. Y formaría otra red, porque desaparecido el hambre, el mundo necesita educación, arte, belleza, libros, besos, abrazos…

–Cuando llegaste, te oí mencionar la palabra “muerte”. ¿A qué te referías?
–Es otra obsesión. Quiero evitar a toda costa una muerte en la ruta. Como están las cosas, sería un milagro que no sucediera un hecho sangriento. Lamento (y abrazo a su familia) la muerte del muchacho tucumano aplastado por una farola en Plaza de Mayo. Hace unos días, en Roque Pérez, un camionero recibió una puñalada que por medio centímetro no le cortó una arteria. Esto es una vorágine… y una muerte, una sola muerte, es siempre una tragedia.

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Por si no lo conoce, lector, le cuento: Juan Carr es eléctrico. Pero no eléctrico con las convulsiones y el estrés que generan la especulación, los avatares del mercado, el dólar planchado o en ascenso, no, no. Juan tiene la corriente continua de la pasión. Por algo su nombre aparece en 373 mil sitios del buscador de internet Google. Por algo un día llegó a sus manos un sobre con una estampilla africana. Lo abrió. La carta contenía una bendición, firmada por su puño y letra, de la Madre Teresa de Calcuta. Por algo sus héroes son ella, la monja que besó las llagas de los leprosos, y Martin Luther King, asesinado porque dijo “yo tuve un sueño”, o Maimónides, el gran filósofo judío, o Albert Schweitzer, el médico de Lambarené, o Thomas More, decapitado por su fe, o Estela Carlotto, o…

–Juan, entre otras cosas, ¿cuál es el signo que para vos distingue a los buenos de los no tan buenos?
–El amor y la piedad por los animales. A lo mejor, cuando uno abraza a su perro o a su gato, está un poco loco. Pero esa locura es bondad. Esa locura define (a veces) un alma.

“Sé que no me va a alcanzar la vida para terminar con el hambre en la Argentina y en el mundo, pero esa causa bien vale una vida, dure lo que durase”, dice  Juan Carr.

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 Juan, tres de sus colaboradoras y la muy sencilla arma con la que logra sus prodigios: el teléfono.

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“¡Qué triste paradoja! Las tres organizaciones que redujeron en el país la mortalidad infantil por hambre fueron el Gobierno, el campo y la Iglesia, y hoy están enfrentadas”

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