«Mi hijo tiene que pagar por lo que hizo» – GENTE Online
 

"Mi hijo tiene que pagar por lo que hizo"

Nene, nene, nene…

Dos de la tarde, sábado último. Héctor Anselmo Sánchez, 30
años, cayó. Así, en un galpón, calle Almafuerte al 300, el mismo que usurpaba
uno de sus siete hermanos, el Negro. Lo arrancan debajo de una pila de cueros de
oveja, sucio y loco. Dice su alias nomás, ni le sale su propio nombre. Forcejea
a golpes con dos policías de la Comisaría 1ª de Avellaneda. Pero sabe que el
juego se le acabó. Afuera, el vecindario quiere colgarlo y verlo muerto. El
mismo vecindario que vio muertas a Yésica Mariela Martínez, Marela, de 9 años, y
Mónica Vega, de 13. Sangre por sangre. La sangre de un animal. Afuera, Villa
Tranquila asoma, a dos cuadras de distancia. Allá es el idioma de la muerte.
Allá se crió el hijo de Luis, un fletero muerto en un confuso accidente de
camión provocado por Aco, uno de sus hijos, que luego se haría ladrón y moriría
a manos del HIV. Y aprendió, el Nene. A torturar gatos a tajo limpio. A robar a
sus vecinos y a las barracas de la zona. A sacudirse con cocaína, pastillas y
vino barato. A calzarse la piel del lobo. Piel de violador.

Conoció la sombra (penal de Olmos) ocho años atrás, cuando le echó su demencia a
una sobrina de 13 años: la violó. Su sentencia fue también trece años. Cumplió
cinco. La ley del dos por uno -y su buena conducta, calificación de diez- lo
soltaron el primero de marzo de 2002. Recaló de nuevo en Avellaneda, en la casa
que usurpaba su hermano Hugo Eduardo, el Bebe, mozo en La Placita, una pizzería
de la zona, detenido esta vez con su pareja, Elizabeth Frutos. Homicidio es el
cargo. Allí, en ese derrumbe de casa, Deán Funes 391, el Nene violó otra vez. Y
mató.

Norma Giménez, su madre, está llorando, en la tarde seca del último domingo, en
su casa a cuadras de donde su hijo fue capturado. Ella misma lo entregó. Le
sirvió a la policía el lugar donde se ocultaba. Ella misma señaló los cueros.
Recibe a GENTE y dice: "Mi hijo tiene que pagar por este horror." Entonces..

-¿Hay perdón posible?
-¿Cómo no lo voy a perdonar? ¡Es mi hijo! Pero qué se yo… Se drogaba mucho. Mil
veces le fui a decir que deje la droga, que no robe, que ande derecho. Pero
nunca me hizo caso... El me decía: "Mamá, está todo bien…". Cuando cayó preso
esa vez en Olmos, me dijo: "Me acusan de algo que yo no hice". Y un día se me
perdió. Murió su papá, y dejó el colegio, y empezó a hacer lo que quería. Se me
fue. Ahora, pasó esto. Va a pagar, nada bueno le va a pasar en la cárcel. Yo
creo en Dios. Y si se arrepiente, sólo Dios lo va a perdonar.

-¿Cuándo perdió el control de su hijo?
-Un poco. Ya a los 18 se había casado con una mujer, Mariana, e hizo su vida.
Tuvo dos hijos, Mariana y Yésica. Los quería, los trataba bien. Lo venían a
visitar. El les daba ropa, plata… Por más que quisiera pararle el carro no me
hacía caso. Cuando salió de la cárcel, estaba cambiado. No me hablaba, se
distanció de mí. Después se juntó con Antonella, la sobrina de Dominga, la mamá
de Marela, y tuvo un varoncito que ni sé cómo se llama. Nunca lo vi.

-Aun así…
-¿Cómo iba a pensar yo que iba a hacer lo que le hizo a estas criaturas? Nunca
me imaginé que podía pasar esto. Cuando desapareció Marela, lo fui a buscar a
Héctor, a ver qué pasaba. El estaba tranquilo. Después me enteré de todo lo que
pasó. Quedé como una zombi. Ahora, rezo por estas nenitas, porque soy madre de
diez hijos, dos de ellos muertos. Y por mi hijo Hugo, que nunca hizo nada.
Trabajaba de tres de la tarde a tres de la mañana. ¡Ni cigarrillos fumaba! Su
mujer, Elizabeth, lo vuelve loco. La poca plata que Hugo hacía se la reventaba
ella en droga con Héctor. El le dio un lugar para vivir cuando salió de la
cárcel. Era su hermano y lo quería. Yo vivo una vida humilde. Lo poco que tengo
lo saco de vender sándwiches. Y rezo para ser fuerte.

DESDE EL INFIERNO. Avellaneda, en la órbita de Villa Tranquila. Un mundo donde
las ratas escriben a tiros la ley en las casas tomadas, donde la droga baila en
los pasillos. Un mundo de nenas que se embarazan demasiado pronto y de pibes que
mueren demasiado jóvenes. Allí viven los padres de Marela, Víctor Martínez y
Dominga Quiroga. Su hija está muerta. No hay consuelo -¿puede haberlo?-. Víctor,
desempleado desde hace dos años. Dominga, sin sus piernas desde hace cinco,
accidente de tren. Víctor susurra: "El 19 de octubre pasado, cuando desapareció Marela, era un día lindísimo: el Día de la Madre. Salió a comprar un regalito.
Ella dio la vuelta y la vio a Elizabeth Frutos con su criatura. Jugó un poquito
con ella. Cada tanto lo hacía. Nunca más la vimos. Sánchez es el captor y
asesino de mi hija. No tengo dudas
". Y Dominga lanza: "Se me viene todo encima.
Mi hija está muerta. Ya no hay mundo para mí".
Cuatro meses de incertidumbre.
Hasta el fatídico viernes último, el allanamiento a la casa de Deán Funes,
lindera a la casa de los Martínez a través de un paredón. Un cuerpo en una
cámara séptica: el de Mónica Vega. El mismo Hugo le había avisado a Víctor
Martínez de la muerte de Vega, en la vera del allanamiento. Luego, un contrapiso
cubierto de azulejos relucientes de nuevos. Y al ver el martillo avanzar,
Sánchez tembló como una hoja. Frutos se desmayó, con el destino en su cara. Y
envuelta en una sábana, Marela.

Su cuerpo estaba tan descompuesto que impidió ser reconocido de inmediato. Y al
día siguiente, sus padres lo sabrían, por un buzo con capucha roja que llevaba
el día de su desaparición. La autopsia decretó rastros de estrangulamiento, un
furioso golpe a su cabeza y lesiones vaginales. Fue violada. Ahora se suma otro
detenido a la causa. En la casa contigua, Julio Eduardo Guillén, primo de el
Nene, el albañil que habría construido el contrapiso.
Y en Villa Tranquila el dolor pica duro en una casilla detrás de una parroquia
que nadie visita. El hogar, la familia Vega. Irene Martínez, abuela de Mónica,
murió de un paro cardíaco tras la refriega en la captura de Sánchez. Y la
hermana de Mónica dijo: "La entregó la novia del Bebe, porque sabía lo que pasó
con Marela.
" Y en la noche del último jueves, en el domicilio de Deán Funes, el
Nene quiso hacer de las suyas con Frutos, con la cual está emparentada Vega. La
mujer no aceptó y, con la niña presente, dijo: "Ahí tenés a la guacha." El resto
es sangre derramada. Sangre inocente.

Ahora, prepárese, señor lector, porque las aguas bajan verdaderamente turbias.
Porque esta captura podría haber ocurrido meses atrás, cuando los primeros
procedimientos llevaron a los perros de la policía a olfatear el rastro de
Marela, poco después de su desaparición, hasta la casa de los Sánchez. Ladraron
en vano. "Siempre pasaba ella por acá", se dijo. Y ahora, las tintas se cargan
contra el fiscal Andrés Devoto, a cargo de la investigación de la muerte de Marela, y la Comisaría 1ª misma. Víctor Martínez ataca: "Tuvo todas las pruebas
para encarcelar a los Sánchez. Pero decía que no tenía nada. Ahora, por su
culpa, hay dos cadáveres.
" Y esto es aún peor: Héctor Sánchez compareció por el
hecho, el 21 de octubre pasado, en calidad de testigo. En su ropa, manchas de
cemento. "Estoy haciendo unas refacciones en la casa", dijo. Es decir, ¿un ex
convicto con una severa adicción a las drogas se molestaría en trabajar la casa
que usurpa? Difícil creerle. Y desde el hueco del avestruz, Devoto se defiende.
Alega que jamás le fue notificado por parte de la Policía Bonaerense a la
fiscalía de Lomas de Zamora que Sánchez haya comparecido como testigo, que no
consta en el expediente que los perros hayan rastreado a Marela, y que jamás
existió un pedido de allanamiento al domicilio de Sánchez. Y, se dice, existe un
sombrío nexo entre piratas del asfalto, los hermanos Sánchez y la policía misma.
Lo cierto es que el galpón contiguo a su hogar fue usurpado por ellos, para
depositar todos sus robos, que era visitado con frecuencia por autos portando
cargamentos que un ratero de poca monta como Sánchez jamás podría obtener. Y aún
más tenebroso: en la mañana del allanamiento la puerta fue golpeada por un
policía al grito de: "¡Abrí, Bebe, abrí!". Ahora, los Martínez claman que
policía y fiscal sean removidos del caso. Y el mismísimo ministro de Justicia de
la Nación, Gustavo Béliz, afirmó: "Esto es una auténtica vergüenza".

Al cierre de esta edición, el Nene Sánchez concluyó su declaración frente a
Carlos Hassán, el fiscal que investiga las muertes de Mónica Vega y Marela
Martínez. Confesó. Es el culpable. Y éstas son sus palabras, su demencia enferma
de furia. Estremecerse ante este horror, ante esta locura, es inevitable: "Las
maté porque me lo dijo el Angel Negro. Que si le daba almas, me salía todo
bien
". Mónica fue violada salvajemente, y luego muerta a golpes. A Marela, en
cambio, "no la violé. La ahorqué en mi pieza, por bronca al papá de ella. La
tiré a un pozo. Lo tapé con ladrillos. La policía dio vuelta mi casa. Nunca
encontraron nada
". Pero en la orilla de la ley, las cosas son negras, muy
negras. Su primera condena por violación no ha sido ratificada como fallo por la
Corte Suprema. Por ende, no es reincidente, sino reintentante. La misma Justicia
que lo soltó podrá soltarlo otra vez. Ahora, espera. Al juicio que llegará. A la
cárcel. Mientras tanto, serán sus traslados en patrulleros a cara tapada y con
las esposas tirándole tan duro como se lo merece. Traslados en patrulleros, con
un cartel en sus vidrios que reza: "Soy Marela, me buscan." Vaya ironía.

Mañana del último viernes. El cuerpo de Mónica Vega, de trece años, tras ser descubierto en la cámara séptica de la casa de Avellaneda. El Nene Sánchez (arriba) la arrojó allí, tras violarla salvajemente y matarla a golpes. Un demente sanguinario. Un animal.

Mañana del último viernes. El cuerpo de Mónica Vega, de trece años, tras ser descubierto en la cámara séptica de la casa de Avellaneda. El Nene Sánchez (arriba) la arrojó allí, tras violarla salvajemente y matarla a golpes. Un demente sanguinario. Un animal.

Mil veces fui a decirle a mi hijo que deje la droga, que no robe, que ande derecho. Pero nunca me hizo caso…" ">

"Mil veces fui a decirle a mi hijo que deje la droga, que no robe, que ande derecho. Pero nunca me hizo caso…"

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