“Manosearon a nuestros jóvenes y se nos acabó la paz” – GENTE Online
 

“Manosearon a nuestros jóvenes y se nos acabó la paz”

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Las Lajas tiene apenas cinco mil habitantes. Viven en un puñado de casas repartidas en un frondoso bosque de álamos, justo donde nace la precordillera neuquina, a 230 kilómetros de la capital provincial. Lo fundó en 1897 el general Jorge Godoy, que llegó a la región para custodiar la frontera con Chile. Desde el centro se ven los picos henchidos de nieve en Caviahue, a 120 kilómetros. Son las cinco de la tarde del viernes y una lluvia helada empapa la ciudad. A lo lejos se escucha un bombo que no para de sonar: son los empleados municipales, que le reclaman al intendente, Néstor Baiz, el aumento de sus sueldos. Hasta hace unos días ése era el conflicto más importante que resonaba en ese punto del mapa. Pero hoy el pueblo habla de sectas, de confianza perdida y de corrupción de menores. El pago cambió: sus habitantes ya no confían en su vecino…

Papi y El Abuelo.El Félix siempre fue un gordito pícaro. Un pibe de buena leche, muy querido por el pueblo. Si los jóvenes estaban con él, los padres se quedaban tranquilos”, dicen en el lugar. El Félix es Feliciano Ojeda (25), todo un referente para los adolescentes lugareños. Allí terminó el secundario, y consiguió trabajo muy pronto. Hace cuatro años, sin un título que lo habilitara, se convirtió en el instructor de voley y handball municipal gracias a la ausencia de profesionales. “Tenía la confianza de todos los padres del pueblo. Nos sacaba de la escuela cuando quería para hacernos ir a competir o a entrenarnos”, recuerdan los chicos del Centro Provincial de Enseñanza Media Número 5 (CEPEM).

Sergio Pérez (28) llegó a Las Lajas en el 2002 desde Cutral Có, justo cuando la escuela buscaba un profesor de Informática. “Se presentó a concurso y lo ganó… porque era el único postulante al cargo”, dice José Becerra, director de la escuela. El Pipi –tal el apodo de Pérez– y Feliciano Ojeda, alguna vez brindaron porque tuvieron la misma suerte para conseguir trabajo: la falta de profesionales. Sin embargo, Pérez decidió alejarse de los chicos en agosto pasado. Fuentes consultadas por GENTE afirman que “el Pipi tuvo quil… porque estaba muy cerca de las chicas de la escuela”. Su hermano Javier, en cambio, jura que Pérez se fue “porque estaba a punto de conseguir un puesto en la Justicia de Neuquén”.
 

El Pipi y El Félix se hicieron muy amigos. Tanto, que en noviembre de 2004 formaron una especie de sociedad secreta que organizaba fiestas para los chicos de Las Lajas. Los roles eran claros: Feliciano reclutaba adolescentes aprovechando su influencia, y Pérez aseguraba la cuota de alcohol necesaria para que esas fiestas fueran inolvidables. Poco después empezó a oírse en el pueblo una sentencia: “El que pone la plata es El Abuelo”.

Los adolescentes que iban a esas inolvidables reuniones dicen que “si no estabas en esas fiestas eras un excluido social. El Félix se encerraba con un grupo de chicos y chicas, y así despertaba la curiosidad del resto”. Resultado: todos querían estar en esa especie de salón VIP reservado para el selecto grupo. “Si querés entrar a La Familia tenés que cumplir algunas prendas”, decía Feliciano Ojeda, y pronto empezaron a llamarlo El Padre. Al principio, esas prendas eran poca cosa: hacer abdominales, colgar un preservativo en el salón o correr en calzoncillos por el río Agrio. Cumplida la tarea, los aspirantes pasaban a ser parte de La Familia, con el grado de Sobrinos. Y poco a poco, lo que parecía un juego mostró su verdadera cara: la perversión.

Lo primero es la familia. Javier tiene 17 años, aunque por su seguridad y su estatura aparenta algunos más. Fuma bajo la lluvia helada de Las Lajas, en la puerta del CEPEM. Un gorro de lana cubre su cabeza. Se presenta como un integrante de La Familia. Su escalafón dentro del clan era Guardaespaldas. Cuenta que era muy amigo del Padre y relata las escalas de jerarquía del clan: “De menor a mayor, Sobrino, Hijo, Nieto, Compadre, Guardaespaldas, Socio y Hermano. Feliciano era El Padre, el líder del grupo, junto a El Abuelo, que era El Pipi Pérez. En Las Lajas no había otra forma de pasarla bien y de ser alguien. Organizaban fiestas con alcohol, y bancaban todo ellos. Además, iban las chicas más lindas del pueblo. Si querías ascender y dar órdenes en el grupo, tenías que cumplir las pruebas más zarpadas: masturbarte delante de la cámara, correr en bolas por el puente o desnudarte junto con alguna chica. Ojo, yo no me toqué nunca delante de nadie. Ascendí porque El Félix me quería mucho…”.

A unas cuadras de la escuela vive Mery, de apenas 14 años. Por su edad, la madre no la considera una mujer: “Si tiene cuerpito de nena…”, dice. Mery también fue parte de La Familia, aunque –como la mayoría de los chicos que contaron lo que ocurría dentro del grupo– explica que “sólo hacía una semana que estaba”. Esas palabras están dictadas por una orden clara que le dejó El Padre a cada uno de los chicos: “Si alguien pregunta, tienen que decir ‘Yo hice… pero no hice’”. La madre de Mery asegura que “los chicos le tenían más miedo a Félix que a sus propios padres…”. Y lo que Mery vivió en los últimos días le quitó la inocencia (por la que su madre parece poner las manos en el fuego), a juzgar por la crudeza de su relato sobre lo que ocurría en las fiestas de La Familia: “Félix era el responsable del grupo junto al Pipi, aunque por lo general no iba a las fiestas. Yo sólo fui a un par de ellas. La última fue el domingo 9 de octubre en el Casino de Suboficiales de Gendarmería. Félix se encerró en la cocina con un par de parejas y los obligó a hacer pruebas muy zarpadas: sacarse la remera y tener sexo con animales. Los chicos, con gallinas, y las chicas, tocar a los perros. No sé cómo mis amigas se animaron a eso. Pero Félix ponía reglas claras: ‘El que no cumple las órdenes, se va’. Además, si faltabas cinco veces, quedabas fuera del grupo”.

El padre de Mery nos pide que nos vayamos. No puede soportar el relato de su hija. Pero antes, la chica aporta un dato que revela las intenciones de Félix: “El 12 de noviembre se cumplía el primer aniversario de La Familia en Las Lajas, y había que encontrarle una novia al Padre. Félix quería a Bárbara Cardoso (14, once años menor que Ojeda), y le dijo que si tenía relaciones con él, ascendería y tendría poder total sobre el grupo”.

Bajos instintos. El viernes 21 de octubre, Javier –Guardaespaldas– esperaba en el río Agrio para fiscalizar las pruebas y el ascenso de cuatro chicos (dos varones y dos mujeres), y a las seis y media de la tarde, a plena luz del día, Félix filmaba a un grupo de menores, totalmente borrachos, en el centro del pueblo. ¿La prueba siguiente? Las chicas debían masturbarse ayudadas por los varones, mientras la cámara de Félix y los ojos de Javier, el Supervisor, registrarían cada paso. “La prueba la eligieron ellas, pero en la cerveza les pusieron alguna pastilla para que se mamaran más rápido”, recuerda Javier. Pero las pastillas fueron más fuertes de lo que los chicos podían soportar, y los cuatro quedaron casi desmayados en la avenida Roca.

Al día siguiente, la noticia explotó. Rolando Sambueza, padre de uno de los menores, denunció en Radio Pehuén que “ayer me llamó la Policía porque mi hijo estaba borracho en el hospital, inducido por un mayor que está abusando de nuestros chicos”. Entonces todo cambió en La Lajas, como si hubiera pasado un huracán: en dos días, más de cincuenta chicos declararon en la comisaría lo que ocurría en La Familia, y surgieron los nombres de Feliciano Ojeda –El Padre–, Javier Pérez –El Abuelo– y Gabriel Villordo –El Tío–. Los acusados sólo fueron demorados un par de horas por la policía local. Por eso, el pueblazo no tardó en llegar. El miércoles 26, más de mil personas –sobre una población de cinco mil– se movilizaron pidiendo justicia. Las Lajas se hizo famosa de la peor manera: llegaron todos los medios periodísticos de la zona y de la Capital, el gobernador Jorge Omar Sobisch mandó un equipo de psicólogos y asistentes sociales, y el ministro del Interior, Aníbal Fernández, se comunicó con el hombre que desató la protesta y le dijo que no tuviera miedo, que siguiera denunciando. El jueves, el fiscal Fernando Rubio pidió la detención de los tres acusados y allanó el cybercafé de Pérez, pero sólo encontró un video que compromete al Abuelo y al Padre. En la cinta aparecen, en la casa de Pérez, una chica de 14 años y un joven de 18, y en off se escucha la voz de Feliciano Ojeda que ordena: “Bésense. Vos acariciále la pierna, y vos tocále el amigo”. Luego Ojeda entra en cuadro, les sirve vodka y les dice: “Es la prueba final”.

Los verdaderos padres. Florentino Sandoval vive en la parte alta de Las Lajas. Ex gendarme y guía de montaña, no siente vergüenza cuando llora y jura que su hijastro, Gabriel Villordo (El Tío), es una víctima más. “Le habíamos advertido sobre las malas juntas”, se lamenta. A su lado Daniela, su mujer, admite que su hijo estaba en La Familia, pero que “no es un organizador de orgías”. Las fuentes que consultó GENTE coinciden: “Villordo es una víctima más, y nunca les dio órdenes a los chicos”. Pero hasta ahora los tres aparecen en la causa judicial con una carátula rotunda: Corrupción de menores.

A menos de dos kilómetros de allí, los matrimonios Ortiz y Figueroa, junto a Claudia Bolaña, recorren la orilla del río Agrio. Justo debajo del puente hay inscripciones que ahora cobran significado: La Familia y Feli O, lee y señala Silvana Ortiz. “Tenían que correr por las piedras hasta que les sangraran las plantas de los pies”, dice, pensando en su hijo de 14 años… Bolaña no puede creer que El Pipi haya sido el gestor del escándalo, y Ana Chacón se niega a aceptar que Feliciano Ojeda sea, como hoy dicen todos, “un monstruo”. Y con la fuerza de una ola brava, en Las Lajas se oye noche y día: “Nos manosearon a nuestra juventud. En este pueblo siempre vivimos tranquilos, pero ahora no sabemos quién es el que tenemos al lado…”.

Ana Chacón, Pocho Figueroa, Omar Ortiz, Silvana Salinas y Claudia Bolaña: cinco padres de las más de cincuenta víctimas del escándalo.

Ana Chacón, Pocho Figueroa, Omar Ortiz, Silvana Salinas y Claudia Bolaña: cinco padres de las más de cincuenta víctimas del escándalo.

Silvana Salinas mira las sugestivas inscripciones sobre la pared que sostiene el puente sobre el río Agrio, donde los chicos ponían en riesgo su vida para cumplir con las pruebas exigidas por La Familia.

Silvana Salinas mira las sugestivas inscripciones sobre la pared que sostiene el puente sobre el río Agrio, donde los chicos ponían en riesgo su vida para cumplir con las pruebas exigidas por La Familia.

Sergio Pérez y Feliciano Ojeda entran, detenidos, a la comisaría de Zapala. Se negaron a declarar. Florentino Sandoval, el padrastro de Gabriel Villordo, el tercer detenido.

Sergio Pérez y Feliciano Ojeda entran, detenidos, a la comisaría de Zapala. Se negaron a declarar. Florentino Sandoval, el padrastro de Gabriel Villordo, el tercer detenido.

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