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Los diálogos secretos

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Ustedes tiene un rol que cumplir en forma responsable, porque tienen un papel hegemónico en el mundo”, dijo Néstor Kirchner.

A George W. Bush, el presidente norteamericano, le cambió la cara. Miró a la traductora y preguntó: “¿Qué dijo?”. Cuando tuvo la certeza, cruzó con la mirada a su colega argentino. “Esa es una palabra muy dura”, devolvió sin sonrisas.

Bueno, tienen una posición dominante…”, intentó contemporizar el santacruceño. “Es muy dura”, insistió el texano. “Yo le digo lo que pienso… yo no soy alcahuete”, estalló Kirchner. La traductora, esta vez, suavizó con un “obsecuente”.

El clima, de todos modos, se había recalentado. Eran cerca de las once de la mañana del viernes 4 de noviembre, y la reunión bilateral entre ambos mandatarios parecía un duelo. La IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, tomaba un rumbo de confrontación que un día antes, cuando la ciudad había aplaudido la llegada de la mayor parte de los 33 presidentes que dijeron “presente” en la cita, nadie había imaginado. La forma de arribar también marcó el status de cada uno. Bush, en un extremo, a bordo del poderoso Air Force One junto a Laura, su esposa, haciendo trasbordo a un helicóptero Black Hawk que lo depositó en la Base Naval, y cambiando otra vez a una limo que lo llevó al Sheraton Hotel, que ocupó en exclusividad. Un total de 420 hombres llegados desde el Norte lo custodiaron día y noche. Dieciocho presidentes de la región del Caribe, en cambio, lo hicieron en un chárter desde Ezeiza, y tuvieron tres hombres de custodia permanente. Por su ubicación en el mapa del fútbol, todos agrupaban a estos mandatarios con la denominación de “la CONCACAF”.

Por supuesto, parte de los 7.500 efectivos de seguridad que participaron de la Cumbre se abocaron a proteger los desplazamientos de todos. Excepto Bush y Chávez, el resto de los mandatarios se alojaron en el Hermitage y en el hotel Costa Galana. Chávez lo hizo en el Spa República, porque su avanzada les señaló a los organizadores marplatenses que “si los norteamericanos tienen un hotel para ellos solos, ¡nosotros también!”. Y se encargaron de recalcar que no querían estar “dentro de la zona de las vallas”, un cordón de máxima seguridad que ocupó 220 manzanas. Claro: luego pidió mil policías para custodiarlo. Y su edecán lo seguía, durante las reuniones en el Hermitage, hasta cuando iba al baño.

Crudeza. La bilateral entre Kirchner y Bush no se agotó en la rispidez del comienzo. Los ocho funcionarios que se ubicaban a ambos lados de los presidentes se movían inquietos en sus sillas. Los dos mozos –uno para cada delegación– traían café a raudales. El Salón Doré del Hotel Hermitage, que se había fragmentado en varios espacios para las reuniones, en nada se parecía al que usó Mirtha Legrand para sus almuerzos en Mardel.

La charla había comenzado con un interés inusitado de Bush por el programa educativo argentino. Hasta que –confió un alto funcionario– preguntó: “Presidente, ¿cómo están las cosas en la Argentina?”. Kirchner aprovechó para insertar sus quejas hacia el FMI. Bush tomó el guante y respondió: “Hace dos años y medio nos vimos por primera vez, y lo que sigue igual es su odio con el Fondo”.

La conferencia de prensa dejó en claro lo que había sucedido puertas adentro. Para Kirchner, fue una charla “franca y cruda”. Bush, que bromeó primero con Manu Ginóbili –ídolo en Texas–, luego dijo que “Argentina puede defenderse sola” ante el FMI, e hizo hincapié en la necesidad de seguridad jurídica y reglas de juego claras.

Un recreo. El viernes por la noche, los mandatarios tuvieron la fiesta de gala en el Casino Central. Allí llamó la atención la ausencia del presidente uruguayo, Tabaré Vázquez. Se especuló, incluso, con que había abandonado la ciudad, enojado con Kirchner. Lo primero quedó desmentido al día siguiente, cuando defendió con uñas y dientes la posición del Mercosur frente a los voceros del ALCA, el mexicano Vicente Fox y la delegación panameña. Lo segundo era cierto. Un colaborador del oriental confió que “la posición de Kirchner, el anfitrión, con su duro discurso en la apertura, dejó muy poco margen de maniobra para negociar”. Es que horas antes, en el Auditorium, nuestro presidente volvió a cargar contra el FMI, ante la mirada atónita de Bush y el aplauso cerrado de Chávez.

En el Casino, finalmente, se encontraron otra vez Kirchner y Bush. El texano se ubicó junto al vicepresidente, Daniel Scioli, y el argentino lo hizo junto al chileno, Ricardo Lagos. Sin embargo, las primeras damas congeniaron más que sus maridos. “Llevamos 30 años de casados”, le confió Cristina a Laura Bush en la escalinata de la Casa de Piedra. Y la norteamericana le agradeció la “hermosa cartera” (y lo dijo en castellano) que le envió de regalo por su aniversario. Kirchner, esta vez, dejó la política de lado y apeló a la galantería. Cuando hizo uso de la palabra, dijo: “Esto es personal; quiero desearle a la señora Laura Bush un feliz cumpleaños, aunque no voy a preguntar cuántos”. Y brotó un aplauso espontáneo. Bush, por su parte, les comentó a Scioli y a Felipe Solá que “tienen una costa hermosa”, y recordó que Roosevelt visitó la ciudad.

Después, durante media hora y mientras saboreaban la ensalada de centolla fueguina, el cordero patagónico, el ojo de bife pampeano al infiernillo y el crocante de milhojas del Río de la Plata con dulce de leche –que preparó Francis Mallman–, disfrutaron un show de tango a cargo del Erica Di Salvo Quinteto, los cantantes Roxana Fontán y Rafael Rojas –imitador de Carlos Gardel– y la pareja de bailarines Carlos Copello y Angie González. Antes de irse, los visitantes saludaron al productor de Esquina Carlos Gardel, Juan Fabbri, quien le ofreció el DVD del espectáculo a Laura Bush como regalo.

La reunión final. El sábado, en su vuelta al Hermitage para el plenario de presidentes, donde se definiría el tema del ALCA, Bush pasó por el bar, miró a un mozo y ordenó, en broma: “¡Una cerveza!”. Por extraño que parezca, el norteamericano –que dispuso de varias habitaciones allí– fue considerado el mandatario más amable por los trabajadores del hotel.

Eran las 19.14 del sábado cuando, desde el lobby del Hermitage, se escucharon cerrados aplausos. Por fin, después de una deliberación inédita por lo dura, la Cumbre tendría una declaración final. El nudo del problema era el punto 19: había dos posiciones. La llamada “panameña”, que elogiaba el Area de Libre Comercio Americana y proponía que en el 2006 quedara inaugurada; y la del Mercosur, que defendía la posición de que el ALCA es inviable, básicamente por los subsidios que Estados Unidos otorga a sus productores primarios.

Para llegar a ese momento –que no dejó satisfecho a nadie– hubo pelea. Y se dejó de lado el almuerzo y la ceremonia de clausura. Incluso, varios presidentes se retiraron antes. El primero fue Lula Da Silva, a la una de la tarde, que partió junto a su canciller, Celso Amorim, tras decirle a su par argentino: “Voy a apoyar lo que ustedes hagan”. A las tres y media de la tarde, después de comer un tostado, Bush comunicó que debía marcharse. Kirchner, que bebió mate cocido durante la reunión, lo acompañó hasta la puerta. Antes del saludo final, donde pese a las diferencias ambos se mostraron mutuo respeto, el presidente norteamericano le dijo dos cosas. La primera: “Acá pasó algo que yo no había previsto”. La segunda: “Quiero volver, pero para andar en bicicleta y pescar en el Sur”. A las cuatro en punto, el Air Force One despegó desde Mar del Plata.

El chileno Ricardo Lagos, por su parte, lo hizo a las cinco. Al salir, señaló que “Kirchner habla alto, a veces muy alto, y obligó a todos a hablar alto”.
El plenario había comenzado con los dientes apretados. El primer cruce fue entre Fox y Kirchner. El mexicano, molesto por las indefiniciones, señaló: “Propongo que empecemos a hablar sobre la integración comercial”. Es decir, sobre la inclusión del ALCA en la declaración final. Kirchner lo cortó de plano: “Ese no es el tema de esta reunión”. Bush se acercó a Fox, le estrechó la mano y le dijo: “Gracias”.

Paul Martin, el primer ministro canadiense, insistió y dijo que la posición pro-ALCA tenía mayoría (29 países a favor contra cinco: el Mercosur y Venezuela). Tabaré Vázquez le replicó: “Acá no se trata de cantidad de votos”. Y Kirchner arrimó leña: “Yo no me voy a dejar prepotear”. Es verdad: los documentos de las Cumbres se deciden por consenso. Y desde el Mercosur contestaban que representaban al 75 por ciento del PBI de Sudamérica.

Cuando todo parecía encaminado al fracaso, el colombiano Alvaro Uribe habló con Alberto Fernández y Roberto Lavagna para que se incluyeran las dos posiciones y que la resolución se tomara tras la reunión de la Ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio.

Agotados, los presidentes y delegados que colmaban el Salón Versailles del Hermitage decidieron aceptar.

La IV Cumbre de las Américas llegó así a su fin. Y a pesar de la organización –impecable en todo sentido– a todos les quedó un gusto amargo.

El viernes 4, el presidente norteamericano, George W. Bush, enfrenta el estilo del presidente argentino Néstor Kirchner. La reunión duró 45 minutos y se hablaron con crudeza.

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El duro tejano, presidente de Estados Unidos, bosteza ante el cansancio producido por las maratónicas charlas.

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La secretaria  de estado, Condolezza Rice fue la principal operadora norteamericana por el ALCA.

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Roberto Lavagna asiste al presidente Kirchner que observa a un reflexivo Bush.

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