Sanatorio de la Trinidad. Sexto piso. Habitación 608. "Indio",
anuncia el cartel de la puerta. "Prohibidas las visitas", previene otro.
Leticia Brédice acaba de ser mamá. Quiere, pide intimidad. Necesita estar a
solas con su pareja, Juan Pablo Sanguinetti. Bien cerca de su hijo Indio. Nada
más.
Las contracciones, los dolores, comenzaron en la tarde del miércoles 10 de
agosto. A pedido de su obstetra, hizo todo el trabajo de pre parto en su casa de
Martínez. A las diez y media de la noche se internó. Pidió parto normal. No
quería peridural. Pero las cosas se complicaron y todo terminó en cesárea. A la
1.32 del jueves 11, frente a la mirada atenta de sus papás, llegó Indio: 3,780
kilogramos, 52 centímetros de altura, rubio, ojos celestes y leonino como mamá.
Ese fue el día más feliz y doloroso -según les confesó a los pocos íntimos que
pudieron verla- de su vida. Su hijo estaba bien, perfecto. Ella, en cambio, no
podía hablar ni moverse, por las molestias que le provocó la operación. Ese
jueves, sólo su hermana Marisa y su cuñada Sofía Sanguinetti pudieron entrar a
la habitación. Después sí, recibió a los abuelos, demás tíos y primos. Nada más.
"No me pasen llamadas; nada de visitas que no lleven nuestra sangre",
pidió expresamente a las autoridades del sanatorio.
Recién el lunes 15 regresó a casa. Le dieron el alta a las diez de la noche
y, a bordo del Honda de su pareja, partieron rumbo a Martínez. Antes de entrar,
con su baby en brazos, confió: "Les presento al hombre de mi vida.
Estoy feliz y enamorada". Y así se la vio. Sabe que le esperan noches de
insomnio, algún que otro llanto, otra vida. No le importa. Después de todo, era
lo que más deseaba. Brédice anhelaba eso: ser mamá. Y, una vez más, se salió con
la suya.
Leticia, radiante después del alta, con su hijo en brazos.
