“Las estrellas de rock no nos atamos los cordones… y menos cuando cumplimos años” – GENTE Online
 

“Las estrellas de rock no nos atamos los cordones... y menos cuando cumplimos años”

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"Acá no había estrellas de rock hasta que yo lo inventé… Antes sólo había músicos de rock”. En 1998, Charly repetía la frase intentando darle un marco teórico al constant concept en el que había convertido su vida y su obra, que en los últimos años –además de discos– incluyó caídas a una pileta desde un noveno piso, redadas policiales, shows de cuatro temas, escándalos, viajes en limo, una adoración sostenida y, sobre todo, la construcción –con caprichos, berrinches y genialidades– de lo que debería ser una auténtica estrella de rock.

Lunes 23 de octubre de 2006, siete y media de la tarde en Palermo y en La Mega el puro rock nacional hoy es puro Charly. García cumple 55 años y –como pasa con la repetición de los goles de Maradona en la tevé– esta tarde las radios se empeñan en homenajearlo. En la puerta de su departamento de Coronel Díaz y Santa Fe una limo blanca y un grupito de fans espera por él. Ring. “Charly está esperando al vestuarista. Cuando llegue, suban con él”, nos responde por el portero eléctrico Olga, la encargada de que ese mítico séptimo piso donde vive el ídolo se parezca a un lugar habitable. Media hora más tarde, Nicolás Cuño, dueño de Key Biscayne, llega cargando un smoking negro que García usará esta noche en su show. Volvemos a la carga con el portero eléctrico. Esta vez, atiende Charly e invita a subir.

El living de tres por cinco está pintado de rojo. Hay una pared que sirve de pizarrón, un sofá negro con almohadones verdes –donde esperan sentaditas una niña pelirroja y una prima del músico–, una mesita ratona con un teléfono que no para de sonar –un llamado es de Pipo Cipolatti y otro de la mamá de la pelirrojita–, y al fondo un piano plateado. Sobre una pared blanca están garabateados la letra y los acordes de una canción. A un costado se puede leer: “Los únicos inocentes son mis fans”. Y abajo, una dedicatoria para su padre: “In memoriam Charlie Jaime García Lange /inventor, filósofo, músico y demasiado para mi familia”.

En eso llega Déborah de Corral, que lo acompañará en su show y se prueba su vestuario. “A ver… ¡Ay! Parece el vestido de la novia de Frankenstein”, dice ella, señalando un vestidito blanco que cuelga de la puerta de la cocina. Sobre la mesada quedan unos crêpes de verdura a medio comer. No hay torta a la vista. De pronto, la puerta del cuarto se abre. Y sale Charly engominado, con el smoking puesto e invita a pasar.

Lo que sigue es una de las imágenes más difundidas del rock nacional: García despatarrado en su cama –bah, en el hueco que queda–, en medio de un enjambre de cámaras de video, discos, pedazos de equipos de música, parlantes, ropa, bolsas… Estamos, nunca mejor dicho, frente al duque en sus dominios. Y el duque sonríe de muy buen humor.

–Feliz cumple, Charly. ¿Cómo estás?
–Muy bien. Dormí, así que estoy contento. (Mira a su alrededor, y llama a una amiga). A ver: atáme los cordones. Las estrellas de rock no nos atamos los cordones… y menos cuando cumplimos años, je… Freddie Mercury dijo eso en los ochenta, y yo lo tomé al pie de la letra todos estos años, je je.

–¿Cómo te fue en Nueva York con la grabación?
–(Se abre el saco y muestra su remera, que dice: “I hate NY” –“Odio Nueva York”–, y sonríe) Bien, el disco ya casi está. Se va a llamar Kill Gil. Esta mañana llegó Andrew Loog Oldham, el productor de los primeros discos de los Stones, para terminarlo. Se va a quedar unos días… ¿Qué hora es?
–Las nueve y media…
–Uhhh… Me maquillo y vamos al teatro. ¿Hay maquillaje? Me quiero delinear los ojos. Hagamos las fotos mientras me preparo...

Dos horas más tarde, Charly sale al escenario del Gran Rex con los ojos efectivamente delineados –aunque no se note– y una guitarra colgada. A los tres temas, después de tocar No importa, Me siento mucho mejor y Nos siguen pegando abajo (Pecado mortal), el cumpleañero patea un teclado, el teclado cae sobre una consola, y el teatro queda en silencio. García sólo observa. Los músicos se miran. Los técnicos también. El se acerca al borde del escenario, se sienta y espera. El público le canta el “Feliz cumpleaños”.

Mientras tanto, los asistentes corren de un lado a otro, trepan al escenario, conectan y desconectan cables, se agarran la cabeza, intentan armar todo de nuevo. A sus fans mucho no les importa. Y aunque a la media hora todo se vaya a arreglar, le rinden homenaje así, en silencio. Luego aparece un “¡No te mueras nunca!”. Y él contesta: “Ni pienso”. Dos horas más tarde termina el show. Y se despide a lo García: rompe una guitarra, una batería, patea un sillón y se va. Salud, Charly. Antes de su Birthday Concert Charly recibe ayuda de una fan, que le ata los cordones. Alrededor, botellas, discos, libros… El mondo García en su máxima expresión.

Antes de su Birthday Concert Charly recibe ayuda de una fan, que le ata los cordones. Alrededor, botellas, discos, libros… El mondo García en su máxima expresión.

Charly maquillándose frente al espejo de su baño, pintado con aerosol.

Charly maquillándose frente al espejo de su baño, pintado con aerosol.

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