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La vida después de la guerra

De a poco, como en un lento amanecer, despunta otra vida en Afganistán. Ya no más temor. Ya no más temblor. Los talibanes cayeron y, con ellos, se va diluyendo el genocidio de género que significó su política de opresión a las mujeres, las ejecuciones públicas, la muerte por adulterio bajo una lluvia de piedras. Desapareció la
prohibición de escuchar música, de bailar, de mirar televisión, de encender una radio, de jugar al fútbol, de jugar al ajedrez, de jugar.

La palabra es: recuperar. Porque alguna vez los afganos tuvieron un país. Alguna vez tuvieron, por ejemplo, una aerolínea de bandera,
Ariana, empresa de la desaparecida Pan Am y el gobierno de Kabul, fundada en 1955, que ahora volvió a cubrir la ruta
Kabul-Herat con el único avión en condiciones que sobrevivió a los años y a las guerras que, con distintos enemigos, se extendieron por más de dos décadas. Alguna vez las mujeres (hasta 1992, no hace tanto) fueron ciudadanas tan libres y determinantes como en cualquier país de Occidente. Por ejemplo, el 40 por ciento de los médicos afganos y el 60 por ciento de los profesores… eran mujeres.
"Hasta la llegada de los integristas, las mujeres estudiaban, trabajaban, viajaban, se podían vestir como les diera la gana… su situación era equiparable a las españolas", escribió la periodista Rosa Montero en las páginas del diario madrileño
El País. Alguna vez un país, alguna vez una vida.

Hoy Kabul restaura su respiración. A mediados de diciembre, 3.500 almas colmaron las tribunas del estadio nacional, no para presenciar ejecuciones y ahorcamientos (el lugar había sido convertido por los talibanes en una plataforma de ajusticiamiento), sino para ver el clásico entre Sabawoon y Miwand, los dos equipos más populares de Kabul. Fue así como un día volvió el fútbol. Abdola Barak, el mejor jugador del encuentro, dijo luego:
"Desde 1998 que no veo un partido de fútbol por televisión". Las transmisiones estaban prohibidas por los talibanes, quienes, en rigor, toleraban el fútbol siempre y cuando se respetaran estas condiciones: los futbolistas debían vestir pantalones largos (lo que produjo que la
Federación de Fútbol Afgana fuera desafiliada de la FIFA). Los espectadores eran obligados a estar cubiertos, no podían gritar o festejar los goles. No podían alentar o cantar y ni hablar de insultar al árbitro. Las brigadas de la policía religiosa, repartidas en las tribunas, cuidaban que se cumplieran las reglas o interrumpían los partidos para rezar. Durante el entretiempo, camiones cargados de prisioneros entraban al campo de juego. Allí mismo eran ahorcados o fusilados en masa. Después comenzaba el segundo tiempo.

Un kabulí ofrece sus palomas en un mercado de pájaros de la ciudad.

Un kabulí ofrece sus palomas en un mercado de pájaros de la ciudad.

Con algunas prendas occidentales, los afganos recuperaron la libertad de hacer música, lo que estaba rigurosamente prohibido por los talibanes.

Con algunas prendas occidentales, los afganos recuperaron la libertad de hacer música, lo que estaba rigurosamente prohibido por los talibanes.

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