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La novia de Barreda

Bienvenido, RICARDO BARREDA”, reza el pasacalle en Vidal 2333, en Belgrano. Es un edificio de dos plantas y en un departamento de 80 metros cuadrados vive Berta Andre (71), Pochi. Se hizo famosa al presentarse como la mujer que desde hace diez años alivia la soledad de Ricardo Barreda (71), el dentista preso en la Unidad 12 de Gorina por cuádruple asesinato: el 14 de noviembre del ’92 mató a balazos a su mujer, Gladys Mac Donald, a su suegra, Elena Arreche, y a sus dos hijas, Adriana y Cecilia.

El martes 13 de mayo, Berta se presentó en los Tribunales de La Plata ante el juez Luis Soria (uno de los que hace trece años condenaron a Barreda) para ratificar su voluntad de ofrecer su vivienda para que el dentista cumpla allí su prisión domiciliaria, beneficio al que puede acceder al superar los 70 años de edad. “Conozco lo que significa un arresto. Sé que mi responsabilidad es que Ricardo no cruce la puerta de mi casa, que debo cuidar por su seguridad… y mantenerlo”, repite entre sus amigas del barrio. Lo mismo escuchó aquel martes el juez que la interrogó. Dijo que a Barreda no le pondrían la pulsera magnética para detectar su ubicación, pero le advirtió que no podían salir siquiera a cenar. “¿Y si se enferma?”, preguntó la mujer. “Comuníquese con nosotros y le enviaremos un médico”, le respondió el juez.

Pochi no sólo se enamoró de un hombre que asesinó a cuatro mujeres: desde el instante en que el dentista cruce el portón de alambre de la Unidad 12 de Gorina, está dispuesta a compartir los 1.907 pesos de jubilación que desde octubre de 2007 cobra en un banco de la calle Chacabuco: un salario reforzado por la venta de la casona que heredó tras la muerte de sus padres, donde hoy se levanta un edificio. “Con eso podemos vivir toda la vida juntos”, les anuncia a sus amigas.

ROMANCE EN PRISION. En el bar Costa Azul recuerdan a Barreda como un seductor. Si dentro de su casa –calle 48, La Plata– su mujer y sus hijas le decían que estaba capacitado sólo para “los trabajos de Conchita”, cuando salía de allí desplegaba todas sus dotes de donjuán. Antes de ser detenido, tuvo la frialdad de encontrarse por última vez con una de sus amantes, Hilda Bono, y además tenía una extraña relación con la vidente Pirucha Guastavino…

Y ni preso perdió sus mañas: según los registros de la Unidad 9 de La Plata, donde estuvo hasta 2005, él y Berta se vieron por primera vez hace diez años. Ella, ex maestra, llegó al sombrío penal para acompañar a una amiga que tenía a su hijo tras las rejas. Después de un par de visitas, el convicto insistió en presentarle “a un amigo preso por homicidio”. Era Barreda. Se conocieron, se hicieron amigos, hubo química, y ella siguió viéndolo, pero llevando tortas y otros manjares para el hombre inscripto entre los criminales más famosos de la crónica roja criolla. Un par de años después murió la amiga de Pochi, y las visitas fueron íntimas, “higiénicas”, como se llaman en el Servicio Penitenciario.

¿Por qué Berta decidió pasar la vida con un hombre como Barreda? Algunos hablan de una patología: enclitofilia, una atracción sexual generada por los Tablado, los Robledo Puch, los asesinos seriales, los delincuentes famosos. “La Gorda es una persona muy amplia, de un criterio enorme”, suele decirles Barreda a los guardias, que recuerdan una de las frases que lanzó el día en que cayó preso: “Acá hay más calor humano que en mi casa”.

PRESO EN BANCARROTA. Vamos a la Corte”, dice en su estudio de La Plata el doctor Eduardo Gutiérrez, que promete conseguir la libertad absoluta para Barreda. Cuanto menos, en el 2012 lograría la libertad condicional, y podría volver a ejercer su profesión de dentista o trabajar como abogado: piensa terminar los estudios de Derecho que inició en la cárcel. Pero si hoy volviera a trabajar, tendría su sueldo embargado por la deuda que mantiene con Rentas de la Provincia de Buenos Aires: 18 mil pesos, monto que crece a razón de 1.300 pesos por año, según la causa radicada en un juzgado civil y comercial de La Plata.

Además, el homicidio le hizo perder el cincuenta por ciento de la propiedad que hoy reclaman dos parientes de su mujer, y por si fuera poco, esa familia contaba con una propiedad en Mar del Plata que, tras estar deshabitada durante catorce años, fue ocupada ilegalmente. En definitiva, Barreda no podría mudarse con Pochi a ninguna de sus propiedades. Es más: ni siquiera podría pagarle un café…

LA SUMA DE LOS DIAS. Así se llama el libro de Isabel Allende que lee Barreda para quemar sus últimas jornadas en el penal. También juega a las bochas, pero no trabaja en la huerta ni hace las tareas comunes de los presos. “Acá nunca quiso trabajar”, cuenta un guardia.

Hace dos semanas, el dentista se sentó cara a cara con uno de los hombres que le dictaron la reclusión perpetua, por el delito de cuádruple homicidio, tres de ellos agravados por el vínculo, y escuchó la notificación de la prisión domiciliaria. El juez lo encontró mucho más encorvado que la última vez que lo vio. Le preguntó cómo estaba en la prisión y Barreda le dijo, seco: “Bien. Me siento mejor que en la Unidad 9, porque tengo otra forma de aprovechar el tiempo. Salgo al parque, leo el diario y sigo adelante con mis estudios de Derecho”.

Por supuesto, la pregunta que se hacen todos es si su nueva mujer no corre peligro. Respuesta: “Estoy arrepentido de lo que pasó. Además, no podría pasarme algo parecido con Pochi”. El tiempo mitigó el tono de sus palabras: “Cuando las maté, me sentí muy bien, y en iguales circunstancias volvería a hacer lo mismo, porque vivía en un infierno. Me tenían loco”, dijo el 15 de noviembre del ’95 en los Tribunales de La Plata.

¿Por qué ese día del ’92 se convirtió en un monstruo? Los peritos hablan de “abusos psíquicos durante su infancia”. Los abogados, de “emoción violenta”. Y su mística y extraña amiga Pirucha jura que mató a su familia porque “le vendió el alma al Diablo después de entrar a la secta de los Gnósticos”. Pero Barreda tiene otra versión: “Ese no era yo. Si lo hubiera pensado bien, no lo hubiera hecho”, dijo unos días antes de lograr la prisión domiciliaria, siempre con la mirada perdida, la voz serena y la misma frialdad con que alguna vez pidió: “No me diga asesino. Preferiría que me llame homicida…”.

Barreda vivirá en Belgrano gracias a la jubilación de Pochi, que en Tigre fue directora de un colegio primario.

Barreda vivirá en Belgrano gracias a la jubilación de Pochi, que en Tigre fue directora de un colegio primario.

El dentista,  listo para dejar la cárcel.

El dentista, listo para dejar la cárcel.

Barreda en noviembre del ’95, durante el juicio que lo condenó a reclusión perpetua.

Barreda en noviembre del ’95, durante el juicio que lo condenó a reclusión perpetua.

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