La misma foto, 20 años después – GENTE Online
 

La misma foto, 20 años después

Hace veinte años, apenas apagados los fuegos de la guerra, GENTE los presentó así:
"Marcelo Sánchez (19, Regimiento de Infantería Mecanizada VI, 37 días de combate en las afueras de Puerto Argentino). Miguel Orlando (20, estudiante de Arquitectura, Regimiento de Infantería Mecanizada VI, 37 días de combate en defensa del aeropuerto de Puerto Argentino). Horacio Gustavo Scarnatto (20, perito mercantil, Regimiento de Infantería Mecanizada VI, 37 días de combate en defensa del aeropuerto de Puerto Argentino). Guillermo Santander (19, Regimiento de Infantería Mecanizada VI, 37 días de combate en las afueras de Puerto Argentino). Cuatro de los ocho mil soldados que lucharon en las
islas
". 

Hoy, exactamente dos décadas después, están en el mismo punto del mapa (la redacción de
GENTE), frente a un grabador, para hablar hacia delante. Para hablar de lo que les pasó en esos años que los llevaron a los 40 -a la madurez- y que para ellos siguen teniendo un único nombre:
"Los años de la posguerra". 

MARCELO SANCHEZ. "Apenas volví, supe que la posguerra… era otra guerra. Eso, más allá de las diferencias. Para unos fue más traumática que para otros, y algunos pudieron borrar aquellas imágenes como si nunca hubieran sucedido. Mi maravilloso cable a tierra, además de mi pueblo (Luján) y de mi familia (padres, hermana, abuelos) fue dedicarme al trabajo solidario. Hace veinte años que ayudo a los excombatientes, y también a otros necesitados. Impulsé leyes para ellos en la provincia de Buenos Aires y en la Nación, y soy director provincial del Programa de Salud. En realidad, toda mi vida gira alrededor del trabajo solidario. Desde que tengo memoria quise hacer algo por los demás, y la guerra me afirmó más en esa vocación. Hoy soy feliz, porque hago lo que me gusta, y además me pagan por hacerlo. ¿Si
Malvinas me cambió, me preguntás? Creo que no. Sigo viviendo en el centro de Luján, cerca de Miguel, de Gustavo, de Guillermo
(l
os excombatientes que lo acompañaron en la nota de hace veinte años, los mismos que hoy están aquí con él), me siento tan cómodo en el
Sheraton como en una villa miseria, y te repito: ya de vuelta, a bordo del Bahía Paraíso, después del primer baño y de la primera comida decente, me imaginé lo que pasaría. Tuve bien en claro los problemas de la posguerra, el olvido total (no el de la gente: el del
Estado), el ostracismo en nuestra propia tierra. Pero ojo: la culpa no la tuvo la democracia. La culpa fue del mismo régimen que nos llevó a la guerra. Ni siquiera se dignaron hacernos un chequeo médico. Tuvieron que pasar más de seis años para que el país político empezara a reconocernos. Mal que nos pese, el único político que dijo la verdad fue Alvaro Alsogaray cuando definió a la guerra de Malvinas como
'
La guerra de un ciego contra un vidente'. Eso fue: ni más ni menos… Pero estoy orgulloso, porque con los planes de ayuda conseguimos parar la ola de suicidios. Que no fueron doscientos sesenta y nueve, como se informó, sino… ¡más de trescientos! Quiero aclarar un par de puntos. Primero, el título de veteranos de guerra no lo inventamos nosotros: lo creó la Convención de Ginebra. Segundo: nunca fuimos 'los chicos de la guerra', como nos bautizó el cariño popular. Nunca fuimos chicos. Después de la primera bala que te pasa cerca, te recibís de adulto. Y hay otras cosas que no quiero dejar pasar. Nosotros, con nuestros seiscientos cuarenta y nueve muertos, fuimos la mayor contribución a la vuelta de la democracia. Y para aquellos que creen que Malvinas 'fue una guerrita menor', tengo un dato terrible: en Washington, un experto en temas bélicos me dijo:
'
Malvinas fue una de las guerras más crueles del siglo. En Vietnam, nosotros perdimos 1,74 por ciento de hombres en once años de lucha. Ustedes, 7,78 en setenta y cuatro días, y sólo cuarenta y cinco de combate
efectivo'. ¿Mi vida? Soy casado y separado dos veces, y tengo cuatro hijos. Tal vez no fui ni soy un buen padre, porque les dediqué más tiempo a los excombatientes que a ellos. Pero no puedo evitarlo. Malvinas, sus muertos, sus heridos, sus enfermos, sus necesitados, son una causa para toda la vida. Por lo menos, para toda mi
vida
".

MIGUEL ORLANDO. "Mañana, 4 de abril, cumplo 40 años. Después de llegar de
Malvinas a mi casa de Luján, tardé siete u ocho meses en adaptarme a la vida de siempre, que de todas manera ya no volvió a ser igual… Vengo de una casa de clase media y sin problemas económicos: una suerte, porque mi adaptación sucedió en un ambiente calmo, contenido y sentimental. Pero una guerra marca para siempre. En realidad, yo pasé mi niñez y parte de mi adolescencia oyendo hablar de guerra, porque mi madre, italiana, la vivió en su país, mi abuelo combatió con los austríacos, y mi tío peleó contra los ingleses en Africa, y estuvo prisionero. Tardó doce años en volver a su casa. Por eso sentí que estaba predestinado. Que algún día iría a la guerra, y que moriría en ella. Además, como mi familia era fascista, la derrota de Mussolini la empujó a emigrar a la Argentina. Es decir que, por hache o por be, soy un hijo de la guerra… Al volver, nuestra terapia fue simple: una borrachera tras otra. Después empecé a trabajar en La Serenísima, seguí mis estudios de contador público -me faltan nueve mater
ias- y tengo un maxikiosco en Luján. No me engaño: los ingleses pudieron masacrarnos en dos días, y si no lo hicieron fue gracias al

Papa. De algo estoy orgulloso: no me convertí en una víctima profesional de Malvinas, como otros. Y no me fui de mi patria, a pesar de tener doble ciudadanía: argentina e italiana. Además, todo es yapa, porque yo estaba seguro de que moriría en
Malvinas. No quiero cerrar este recuerdo sin decir algo clave: los únicos que estuvimos a la altura de las circunstancias fuimos los soldados. Los oficiales, de los que esperábamos ejemplo, sacrificio y grandeza, no hicieron nada. Teníamos pistolas nueve milímetros… ¡sin balas!, y transmisores… ¡sin pilas! Lamento decirlo, pero nos faltaron gobernantes de la altura de Margaret Thatcher, aunque haya sido nuestra
enemiga"
.
]
HORACIO GUSTAVO SCARNATTO. "Yo no hablo mucho de la guerra. Es un mal recuerdo. Poco a poco, gracias a la contención de mis padres y de mi hermano, me reinserté en la vida civil. Trabajaba, también, en
La Serenísima, y don Pascual Mastellone, el dueño, me guardó el puesto y me pagó los meses en que no trabajé. Después de la guerra conocí a la que hoy es mi mujer, me casé, y tengo dos hijos: Sebastián y Santiago, de 13 y 15 años. Trabajo en una droguería, y trato de olvidarme de aquellos días. Entre otras cosas, porque siempre intuí el desastre. Fijate que cuando me fui de baja del servicio militar, mi cañón 105 no andaba, y cuando me mandaron a Malvinas me dieron el mismo cañón, ¡que seguía sin andar! Eso me bastó para entender cuál sería nuestro destino… Tuve períodos de depresión (aún los tengo), soy irritable y, a veces, malhumorado, me hice mucho más católico que antes, y te juro que durante la guerra lo único que quería era que llegaran los ingleses, enfrentarlos, y que fuera lo que Dios quisiera. Lo que no soportaba era la espera. La infinita espera. Vos me preguntás si todavía hablo de la guerra. Sí, pero sólo con los que estuvieron allá conmigo. Los demás no pueden
entenderlo"


GUILLERMO SANTANDER.
"Me molesta hablar de la guerra porque la llevo demasiado adentro. Si me preguntan, bueno… Pero trato de evitarlo. Sufrí dos golpes muy duros: la derrota, y al volver, la separación de mis padres. Viví siempre con mi abuela, y recibí mucho amor de una familia -los Decio- que mandaron una carta
'
A un soldado argentino', cayó en mis manos, y se convirtieron en mi segunda familia. Estoy separado
-
un problema bastante común entre los excombatientes-, tengo dos hijas que me ayudan a seguir adelante, trabajé en Entel (y hoy sigo en Telefónica), la guerra me cambió el carácter, y… mirá, prefiero no seguir hablando. Me cuesta, me duele. Perdoname".

Sánchez, Santander, Orlando y Scarnatto. Los cuatro son de Luján. Los cuatro se conocen de chicos. Los cuatro combatieron en el mismo regimiento. Los cuatro siguen siendo amigos y se sienten unidos para toda la vida.

Sánchez, Santander, Orlando y Scarnatto. Los cuatro son de Luján. Los cuatro se conocen de chicos. Los cuatro combatieron en el mismo regimiento. Los cuatro siguen siendo amigos y se sienten unidos para toda la vida.

Los siete de 1982.

Los siete de 1982.

Santander, Scarnatto, Sánchez y Orlando, en posición de “firmes” ante el monumento que guarda los nombres de todos los soldados argentinos caídos en Malvinas.

Santander, Scarnatto, Sánchez y Orlando, en posición de “firmes” ante el monumento que guarda los nombres de todos los soldados argentinos caídos en Malvinas.

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