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La hora del ataque

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Domingo 7 de octubre, 20:30 en Afganistán. Llueve desde el cielo estrellado de Asia Central. Caen sobre el país de los talibanes cincuenta de los viejos misiles Tomahawk. Trazan su estela letal como en Irak, donde hicieron su debut hace diez años, y se despedazan para d
espedazar sus blancos. Un millón de dólares de tecnológica destrucción lanzados desde el crucero

USS Philippine, parte de las naves americanas de la Quinta Flota (18 buques, 6.350 efectivos) que navegan por el océano Indico. Se suman las bombas inteligentes que transportan quince bombarderos
B2 Spirit Stealth -llegados tras doce horas de vuelo desde Missouri-, y las que disparan otros 25 aviones de la Fuerza Aérea y la Marina que partieron desde dos portaaviones (el
USS Carl Vinson y el USS Enterprise) y la base aérea de la isla Diego García. Vuelan los
B52 Stratofortress, los B1 Lancer, los F/A-18 Hornet y los
F-14 Tomcat. Es la primera guerra del siglo XXI, que se desata con un nombre que huele a reparación:
Operación Justicia Duradera.

Bajo el cielo negro caen las bombas como estrellas fugaces. Para el mundo, son apenas puntos luminosos sobre la imagen verde que muestra la
CNN. Debajo, Afganistán. Y Osama bin Laden. Y los talibanes que lo protegen. El es el hombre al que los Estados Unidos apuntan como
el cerebro del asesinato de 6.433 personas en las Torres Gemelas y el Pentágono.

El sábado 6 por la noche, 26 días de espera tensa y dientes apretados llegaron a su fin. El Pentágono recibió la orden de atacar por parte del presidente George W. Bush desde Camp David, su residencia de fin de semana, tras escuchar un informe de la situación directamente de Donald Rumsfeld, su secretario de Defensa. En realidad, la decisión final comenzó a gestarse el martes 2 de octubre. Ese día, Bush le pidió a su asesora Karen Hughes que comenzara a pensar en un discurso para explicar los ataques. El viernes reunió al Consejo de Seguridad Nacional. Allí le preguntó al general Richard Meyers: "¿Dick, está listo para actuar Tommy Franks?". "Si señor", fue la respuesta. Franks es el general a cargo del Comando Central, que opera sobre 25 nacionas de Asia Central, Medio Oriente y Africa. Y es, en los hechos, quien está al frente de las operaciones contra los talibanes y Al-Qaeda en Afganistán.


Uno tras otro, los objetivos fueron alcanzados.
Un escueto parte de guerra podría señalar que en Kabul, mientras arreciaba el fuego antiaéreo, el aeropuerto, el Palacio presidencial, Radio Afganistán y la torre de tevé fueron atacados, que varias explosiones se escucharon en los suburbios por el bombardeo lanzado por la opositora Alianza del Norte desde la base aérea de Bagram, a 30 kilómetros; que en Jalalabad -en la frontera con Paquistán- se escucharon las bombas caer sobre Farmada, a 16 kilómetros, donde existen campos de entrenamiento de los talibanes; que en Herat, en el límite con Irán, el aeropuerto fue atacado; que las ciudades de Samanagan y Mazar e Sharif también caían ante el avance de la Alianza del Norte; y que Kandahar, sobre todo, sufría la devastación de una fuerza superior: el suministro de energía fue cortado por las bombas CBU-94, diseñadas para tal fin, la torre de control y el radar del aeropuerto de esta ciudad, base histórica de los talibanes, fueron dañados, el cuartel general t
alibán, a 13 kilómetros, fue alcanzado, así como el edificio que aloja al líder religioso, el Mullah Mohammad Omar, y el distrito residencial, donde vivió Bin

Laden.

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, fue categórico al afirmar que todos los objetivos atacados fueron militares, y que los bombardeos no habían sido dirigidos específicamente contra Bin Laden, ya que los blancos habían sido elegidos antes de los ataques del 11 de septiembre. Abdul Salam Zaeef, el embajador afgano en Islamabad, Paquistán, tuvo otra visión: "Fue un ataque muy grande. Hubo varios civiles muertos".

Pero al mismo tiempo que la muerte llegaba del cielo, también caía la vida. Esta vez, los norteamericanos idearon el Plan Marshall junto al
Día D. Desde dos aviones de carga C-17, sobre zonas no dominadas por el talibán, pero sí castigadas por la hambruna, fueron arrojados 37.500 paquetes de comida y medicamentos. Cada uno con suficiente alimento para una persona durante un día. Por razones religiosas, ninguno contiene productos de origen animal, pero sí mantequilla de maní, dulce de frutillas, arvejas con salsa de tomate y vinagreta de papas. Cada bolsa tenía una etiqueta con la frase: "Esta comida es un regalo de los Estados Unidos de América".

A miles de kilómetros, en Washington, se estableció el cuartel general de las fuerzas americanas. Bush despertó en Camp David, y luego viajó hasta Emmitsburg, en Maryland. Allí lo esperaba la vigésima reunión anual en memoria de los bomberos caídos, este año con un significado especial por los 403 muertos en las Torres Gemelas. En helicóptero, regresó a la Casa Blanca. Ya eran las 10:40. Su agenda se había adelantado, por razones de seguridad, exactamente en 40 minutos. En el Salón Oval, revisó algunos papeles. Y después se retiró a las habitaciones de su residencia, en busca de un poco de calma antes de que los primeros misiles fueran lanzados. El vicepresidente Dick Cheney, entretanto, fue llevado a un lugar secreto fuera de la capital como parte de un plan para asegurar la sucesión en caso de un magnicidio.
Media hora después del comienzo de los ataques Bush habló a sus compatriotas durante 7 minutos desde el Salón de los Tratados de la Casa Blanca: "Hace más de dos semanas les presenté a los líderes talibanes una serie de demandas claras y específicas, que entreguen a los líderes de la red Al-Qaeda y que devuelvan a los extranjeros detenidos en Kabul… Pero ninguna de esas demandas fueron satisfechas. Y ahora el talibán pagará el precio".

Además, hizo hincapié en el apoyo que recibió de casi todo el mundo, sobre todo de los 40 países que liberaron su espacio aéreo para facilitar los ataques, como Paquistán. Entre los apoyos está el de nuestro país. Todavía faltaban diez minutos para que los misiles fueran disparados cuando Colin Powell, el secretario de Estado, se comunicó con Fernando de la Rúa. A diferencia de la guerra de 1991, Argentina no enviará tropas al conflicto, pero sí se ofreció para brindar ayuda humanitaria. 

Algunos instantes habían pasado del discurso de Bush, cuando las pantallas del mundo se conmovieron con la imagen del hombre más buscado del planeta: Osama bin Laden, en persona, volvía a desafiar a su enemigo, los Estados Unidos. Su mensaje, grabado antes del ataque americano y difundido por la cadena de tevé, Al Jazeera, dio escalofríos. Con pasmosa tranquilidad, Bin Laden dijo: "Agradezco a Dios porque fueron destruidos los símbolos de los Estados Unidos. Juro por Alá omnipotente que la gran América nunca disfrutará de seguridad a menos que nosotros nos sintamos seguros…". Escudado tras su interpretación del Islam (que condena hasta Muhammar Kadafi, por ejemplo), oculto en alguna oscura cueva afgana, el saudita levanta su dedo para amenazar al mundo. Un mundo que está en guerra. Una guerra que, ha dicho el presidente de los Estados Unidos, será larga. 

Y mientras las bombas se multiplican sobre el cielo del Asia Central y en los Estados Unidos se ramifica el miedo, el mundo -ese punto pequeño y errante del Universo- siente que ya nada, nunca, será igual.

por Hugo Martin
[email protected]
fotos: Jokel Finck, Amir Shah, Barry Iverson/AP y Terry Cosgrove/Gamma
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