La historia jamás contada de la banda de Kitu – GENTE Online
 

La historia jamás contada de la banda de Kitu

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Con un ‘¡quedáte quieto!’ me sorprendió un chico con un arma cuando entré llamando a uno de mis hijos para retarlo, porque supuse que había dejado la puerta abierta al entrar con sus amigos. El pibe me llevó al dormitorio a punta de pistola. La situación era dramática. Me encontré con tres más, que tenían a otro de mis chicos en el piso y a mi mujer y mi suegra tiradas en la cama, aterradas”, explicó oportunamente ante la Justicia Daniel Vega (48), una de las tantas víctimas de la ya tristemente célebre banda de Kitu –Cristian Molina–, famosa por su raíd de robos violentos que azotó especialmente a los vecinos de la Zona Norte del Gran Buenos Aires.

A Vega lo hicieron arrodillar en el suelo, le pegaron un culatazo en la cabeza, le llevaron todo lo que pudieron y lo abandonaron sin conocimiento en su casa de Martínez. Antes, ese mismo día, el 24 de noviembre pasado, en otro asalto, un sistema de cámaras de vigilancia había grabado los rostros de los delincuentes, detalle fundamental para que la Policía determinara que se había tratado de la banda de Kitu. Igual tuvieron tiempo suficiente para cometer otro atraco y luego, circulando por las calles Edison y Paraná, se tirotearon con un patrullero de la Comisaría 2a de San Isidro, que había empezado un operativo rastrillaje.

Kitu, que el próximo 17 de diciembre cumplirá 18 años, era buscado intensamente por la Policía por su presunta participación en el crimen del ingeniero Ricardo Barrenechea, ocurrido el 21 de octubre en San Isidro. El modus operandi era siempre el mismo: los asaltantes inmovilizaban a los dueños de casa amenazándolos con armas, se llevaban dinero, electrodomésticos, joyas, y si había, armas y autos. “Si la cosa se complicaba, no tenían ningún reparo en disparar a matar contra sus víctimas o tirotearse con las fuerzas del orden”, asegurauna fuente policial.

Aquella vez, Kitu volvió a escapar, pero fue atrapado el mediodía del 30 de noviembre cuando intentaba robarle el auto a una mujer en un McDonald’s de Castelar. La dueña del Peugeot 206 se puso a gritar desesperada, dos hombres corrieron en su ayuda y lograron inmovilizarlo hasta que llegó la Policía. Curiosamente, el delincuente juvenil más buscado de los últimos tiempos era atrapado por pacíficos transeúntes y luego trasladado a la Comisaría 7ª de Morón, quedando a disposición de los juzgados de San Isidro y La Matanza.

La banda empezó con los asaltos en los primeros meses del año. Los otros supuestos integrantes serían, según tiene determinado la Justicia, Jonathan R. (17), Daniel Danese (18) –detenidos y procesados por el delito de “Robo calificado reiterado”–, un tal Chuna o Chuli y otro bautizado como Pulqui, éstos todavía prófugos. Sin embargo, se cree que un total de nueve adolescentes participaban de los hechos. Al parecer, Danese habría delatado al resto de sus compañeros y habría señalado que Kitu participó del asesinato de Barrenechea, hecho que hasta hoy no pudo ser probado.

MIEDO, SILENCIO Y DROGAS. Pero, ¿quién es exactamente Cristian Molina? GENTE se internó en los pasillos y callejones del barrio Villegas, conformado por un grupo de monoblocks en San Justo, partido de La Matanza, cercano a la peligrosa villa Puerta de Hierro. Allí, en el 124 de la calle 510 sector E vivía Cristian Kitu Molina con su madre, llamada Patricia. Los pasillos son más amplios que los de las villas, pero a la gente no se la ve: parece un lugar abandonado. Hay calles por donde pasa tan sólo un auto: una verdadera trampa mortal para el que se anima a circular por allí. Y el aroma que se respira es, por lo menos de a ratos, nauseabundo. Viejos graffiti delatan declaraciones de amor a Kitu. Hoy fueron tachadas las firmas, para que nadie relacione con él a las que le expresaron su pasión. Los vecinos viven aterrados y reconocen que el gran flagelo del barrio es la droga, que se consigue con facilidad. “Te parás en cualquier esquina, donde hay pibes, les pedís droga y te la traen”, asegura Betty, una mujer de unos 60 años que pasa rápidamente y esquiva las preguntas con habilidad.

Muchos no aceptan hablar, y si lo hacen, piden reserva de sus identidades. “Si no, seguro somos boleta”, confiesa la mayoría de ellos. Algunos hasta lo acusan de matar a su propio primo por una supuesta traición. “Lo fusiló a la vista de todos en la rotonda de la 700 (una calle principal), lo quemó y lo tiró a la basura”, explican con temor, sin que uno pueda determinar cuánto hay de cierto y cuánto de mito en su relato. “De chico era un pibe normal, como cualquier otro”, relata una mujer que lo conoce desde que nació. “Pero empezó a probar porquerías después de que a los 11 años asesinaran a su padre. Kitu es bravísimo. Hace algo más de un año recibió dos tiros, uno en el pecho y otro en la cabeza. Esta última bala no se la pudieron sacar, porque corría riesgo su vida”, finaliza.

Hoy, en la casa de Kitu sólo se escucha el ladrido de un perro. Su madre, que vivía con él, está tras las rejas porque la Policía encontró objetos robados en su mochila cuando fue a visitar a su hijo preso.

“Los vecinos estamos indignados, porque acá en el barrio hay más gente que trabaja que la que roba”, comentan desde una casa cercana. “Les tenemos miedo a los chorros que hay, pero también a la Policía. Mirá: ellos afanaban, pero te aseguro que a Kitu y a otros pibes algunos taqueros (policías) los venían a apretar para que les den guita, así los dejaban hacer lo que querían. Salían a robar para bancarlos a ellos, ojo”, acusan sin poder o querer precisar nombres.

ALGO MAS QUE UNA VICTIMA. “Cuando estos tipos matan a alguien no se cargan sólo una vida: arruinan la de toda una familia”, dice Enrique, hermano de Oscar Barraza, asesinado a balazos el 30 de diciembre de 2007. Y agrega: “El policía que lo asistió a Oscar nos confió que, casi agonizando después de que le pegaran 14 tiros, mi hermano le dijo con un hilo de voz: ‘Fueron Kitu y el Pulqui’. Ese maldito día aceptó un último viaje porque necesitaba unos pesos más para las Fiestas, llegar mejor a los festejos de Fin de Año. Cuando se acercaba a la esquina de 800 y Central, tres chicos en una moto interceptaron su Falcon. Uno de ellos se bajó con una ametralladora y le disparó una ráfaga. Huyeron sin notar que todavía estaba vivo. Agonizando, llegó a la salita cercana, donde ese policía le brindó ayuda”. Enseguida, Barraza entró en coma y murió horas después, casi desangrado sobre una destartalada camilla. Dejaba a una mujer desconsolada y a cinco hijos huérfanos de padre. Una de sus hijas, de dos años, Katrina, hoy llama “papá” a su tío. “Era el tipo más laburador y más divertido, le encantaba bailar salsa. Te cuento todo esto esperando justicia, pero te pido que no publiques mi foto, porque si no, voy a terminar en la tumba de al lado de la de mi hermano”, completa Enrique mientras se persigna cuando salimos del cementerio de San Justo.

Los empleados cuentan que “cuando matan a uno de los de la banda del Kitu, entran con un cortejo enorme y se ponen a disparar al aire, como en una película de gangsters”. Hoy Kitu está detenido en un instituto de menores, sospechado de haber sido partícipe de dos asesinatos, incluido el del ingeniero Ricardo Barrenechea, y no menos de 16 robos con armas. Algunos expertos en cuestiones policiales, ya lo comparan por su ferocidad con Carlos Robledo Puch. “Los dos jóvenes y rubios, feroces y capaces de cumplir con aquello de matar o morir”, afirman los investigadores sin un hilo de duda en sus voces. Un miembro de la banda, el 24 de noviembre en pleno robo a la casa de Martínez de la familia Luzzaito.

Un miembro de la banda, el 24 de noviembre en pleno robo a la casa de Martínez de la familia Luzzaito.

En la imágen se puede ver a los dueños de casa, maniatados.

En la imágen se puede ver a los dueños de casa, maniatados.

El ingeniero Ricardo Barrenechea, otra supuesta víctima de la banda de Kitu, junto a su esposa.

El ingeniero Ricardo Barrenechea, otra supuesta víctima de la banda de Kitu, junto a su esposa.

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