La heroica historia de los argentinos desaparecidos – GENTE Online
 

La heroica historia de los argentinos desaparecidos

Uncategorized
Uncategorized

La Base Jubany es un mojón argentino en el extremo sur del mundo, dedicado exclusivamente a la exploración científica. Está ubicada en la isla 25 de Mayo, sobre la margen oeste de la Península Antártica. Su posición precisa es 62°14’ S 58°40’ O, a exactos mil kilómetros de Ushuaia y 48 horas de navegación marítima a través del peligroso estrecho de Drake. Se trata de un puñado de casas naranjas a orillas de la caleta Potter, frente al imponente glaciar Fourcade. Y cuenta con la única sala de cine de todo el continente blanco. El contacto con el resto del mundo se realiza a través de un complejo sistema de radio e Internet de banda extremadamente angosta. No hay televisión ni señal para teléfonos celulares. Su población está hoy compuesta por una dotación de quince marinos y un científico. Todos responden al mando del capitán Jorge Pavón. Las responsabilidades en la base fueron repartidas desde el comienzo de la campaña, aunque cada día uno de sus habitantes asume las funciones de limpiar los espacios comunes, el servicio de mesa y el lavado de la vajilla. El clásico del domingo son las diez docenas de empanadas que prepara el suboficial Teófilo González. El reclamo más repetido por los habitantes de Jubany en los últimos tiempos fue la reparación de las dos máquinas lavarropas. Sin embargo, cuando finalmente consiguieron presupuesto desde la Dirección Nacional Antártica, los marinos pidieron permiso para emplear ese dinero en el arreglo de sus tres motos de nieve. Y les fue concedido. El lunes 12 de septiembre, con sus vehículos funcionando, programaron una visita de camaradería a la vecina base uruguaya Artigas. La expedición fue conformada por el capitán Jorge Pavón, el científico Augusto Thibaud y los marinos Teófilo González, Mario Leonhardt y Alejandro Carbajo.

ENAMORADO DE LA ANTARTIDA. Augusto Thibaud tiene 43 años. Es un hombre con poco pelo en su mollera pero mucho sobre sus mejillas. Siempre quiso volver a la base Jubany. Allí, durante la invernada de 1991, conoció al amor de su vida: la bióloga Teresita Poretti. Sus compañeros de aquella campaña aún los recuerdan como “los tórtolos”. La relación maduró en Buenos Aires y finalmente se casaron en la Basílica de Luján. Tuvieron dos hijas: Carla (10) y Agustina (8). Thibaud se hizo profesor en la Universidad Nacional de Luján, pero ni siquiera aquella cátedra pudo distraer su pasión por la Antártida. El 9 de enero de 2005 viajó a Jubany para comenzar su quinta invernada. Su programa de trabajo incluía tres estudios: “Los efectos de la radiación ultravioleta sobre las algas macroscópicas”, “Efectos del cambio climático global sobre los organismos marinos antárticos” y “Estudios poblacionales sobre la comunidad bentónica y sobre el zooplancton”. Tenía previsto regresar a casa en enero de 2006. En Jubany concedió una entrevista para hablar del recalentamiento global y advirtió: “En invierno es cada vez más peligroso circular con las motos de nieve. La temperatura adelgaza de manera drástica los puentes de hielo que atraviesan el terreno antártico”.

LA FAMILIA Y LA PATRIA. Teófilo González nació en Jujuy, sobre el extremo norte de la Argentina. Tiene 35 años y una evidente vocación de servicio. Estuvo de misión en el Golfo Pérsico y, al regreso, se enamoró de Mónica Cachambí. Desfilaron frente al altar en 1996 y tuvieron dos hijas: Andrea Yanina (9) y Florencia Antonela (6). El 30 de abril de 2003 recibieron el golpe más duro: su único hijo varón murió poco después del parto. Cinco días más tarde, Teófilo volvió a ponerse el uniforme. “Tenés que levantarte de la cama, hay que seguir adelante”, le dijo a su mujer. Y, en medio del duelo, fue seleccionado para cumplir el sueño de su vida: invernar en la Antártida. Antes de partir hacia Jubany le advirtió a Mónica: “Si me pasa algo, vos tenés que confiar en mis superiores”. Para el escalafón militar, Teófilo González es suboficial 2º electricista de la Armada. Sus compañeros de Jubany alientan su incansable lucha contra los motores de los lavarropas, que aún no quieren funcionar. Y celebran sus empanadas. Mantenía comunicación permanente con su familia. Y había instaurado un extraño ritual: cada día, Mónica Cachambí y sus hijas debían cenar lo mismo que comía Teófilo en la Antártida. “Sentir los mismos gustos es una forma de mantenernos cerca”, decía.

LA CAIDA. La expedición argentina demoró cinco días su regreso a Jubany. “Tenemos que esperar que mejoren las condiciones climáticas”, comunicó el capitán Pavón a sus subordinados. Durante el plantón, Teófilo González descubrió uno de los mayores beneficios de la base uruguaya: el teléfono. “Estaba contento porque podía hablar con nuestra hija más chica, a la que no le gustaba comunicarse por radio. El sábado 17, a la mañana, me llamó y me dijo que el día estaba lindo, que iban a salir hacia Jubany. Fue la última vez que hablamos…”, recuerda Mónica Cachambí.

Se despidieron de sus compañeros uruguayos a las nueve de la mañana. Debían recorrer veintiséis kilómetros, un trayecto que en la Antártida puede demorar hasta seis horas. Las tres motos formaron en perfecta fila india, de acuerdo a los procedimientos de seguridad. Y tomaron por la ruta probada. Sin embargo, a mitad de camino se encontraron dentro de una nube. Todo se volvió blanco. La caravana confundió el rastro y detuvo su marcha para buscar una nueva orientación. Siguieron las indicaciones del GPS, aunque sabían que los navegadores satelitales pierden precisión en la Antártida. Se descubrieron sobre el glaciar Fourcade y disminuyeron la velocidad. Augusto Thibaud, el más baquiano del grupo, encabezaba la cuadrilla. Detrás de él, en la misma moto, viajaba Teófilo González. A las 11:30, cuando aún estaban a once kilómetros de su destino, el hielo se abrió bajo sus pies y fueron devorados por una grieta. Sus compañeros sólo escucharon un estruendo. Y consiguieron detener sus motos a centímetros de la abertura. El capitán Pavón mandó un mensaje de S.O.S. por radio que fue respondido por chilenos, uruguayos y coreanos. Se asomó hasta la boca de la hendidura y no alcanzó a ver el fondo. Gritó el nombre de sus subordinados, pero no obtuvo respuesta. Cuando llegó el helicóptero chileno en su rescate, decidió pasar la noche junto al lugar del accidente. Mario Leonhardt y Alejandro Carbajo apoyaron su decisión. Durmieron a la intemperie, con una sensación térmica inferior a los 40 grados bajo cero. Su posición es latitud 62º10’46 S y longitud 58º43’30 O.

EL RESCATE. Una comisión de seis militares trabajan en el rescate de Thibaud y González. Volaron de Buenos Aires a Río Gallegos. Allí abordaron un Hércules C-130 que aterrizó en la pista natural de Base Marambio. Y en un avión Twin Otter llegaron hasta la base chilena Frei. Tras una breve escala, subieron a un helicóptero chileno que los depositó sobre el glaciar Fourcade. El lunes 19 de septiembre montaron un primer campamento a cuatro kilómetros del lugar del accidente. Luego trasladaron sus carpas hasta la boca de la grieta. El jefe del operativo es el coronel Víctor Figueroa, un expedicionario experto que alguna vez alcanzó el Polo Sur. Trabajan divididos en dos turnos, diez horas cada día. Ya descendieron más de 150 metros y no alcanzaron el final de la hendidura. Un glaciólogo estimó que la cota del Fourcade allí es de 400 metros. Aún no descubrieron rastros de los accidentados. Ni siquiera encontraron restos de la moto. Intuyen que Thibaud y González cayeron sobre un puente de nieve, a una profundidad de 70 metros. Y temen que estén sepultados bajo un espeso colchón de nieve. Desde aquella altura, la fuerza de choque de un cuerpo de 80 kilos es superior a los 500 kilogramos.

Figueroa y sus hombres están cavando con palas anchas, soportando temperaturas inferiores a los quince grados bajo cero. “Nadie abandona a nadie en la Antártida”, dicen. Saben que las posibilidades de encontrar a Augusto Thibaud y Teófilo González con vida son nulas. Desde el comité de crisis montado en el buque rompehielos Almirante Irízar, el jefe de la DNA y amigo personal de Thibaud, Mariano Mémoli, describe: “Una persona en perfecto estado de salud por los requerimientos calóricos puede aguantar siete días dentro de esa grieta. Eso sin considerar el impacto de la caída… Supongamos que hubo un milagro y están en un lugar esperando su rescate: el requerimiento calórico puede aguardar siete días. Y nosotros ya estamos finalizando el décimo día de búsqueda”.

Mónica Cachambí tiene la certeza de que su marido está muerto. Y pidió viajar a Jubany junto a sus hijas. “El siempre nos decía que vivir en la Antártida era su sueño, pero que su felicidad no era completa, porque no estábamos nosotras”, asegura. Teresita Poretti solicitó a la DNA que mantenga la habitación de su marido tal como la dejó el científico antes de partir en excursión hacia la base Artigas. También quiere volver al lugar en el que conoció al amor de su vida. Al cierre de esta edición, Augusto Thibaud y Teófilo González continúan desaparecidos.

Augusto Thibaut, este año en la Antártida, con la Caleta Potter a sus espaldas.

Augusto Thibaut, este año en la Antártida, con la Caleta Potter a sus espaldas.

Teófilo González en abril de este año, cuando se inauguró el cine en la base Jubany.

Teófilo González en abril de este año, cuando se inauguró el cine en la base Jubany.

Más información en Gente

 

Más Revista Gente

 

Vínculo copiado al portapapeles.

3/9

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

Ant Sig