La gloriosa y oscura vida del rey del pop – GENTE Online
 

La gloriosa y oscura vida del rey del pop

El mundo –éste– no era su lugar. Por eso nunca vivió en él. Bailó, jugueteó, mutó y fue languideciendo en otro mundo, paralelo, agridulce, un mundo que el propio Michael Joseph Jackson inventó a su antojo, una montaña rusa trágica, una calesita funesta que jamás supo controlar. Y en ese mundo, allí donde lo depositaron a los seis años, virtualmente huérfano, fue amo y señor. Lo coronaron rey. Como Elvis. Fue amigo de un chimpancé, se soñó Peter Pan, se acostó con niños, les puso nombres a varios maniquíes, diseñó su ropa, rediseñó su cara, tomó imposibles cócteles de drogas y un día, después del último ensayo, finalmente murió. En su mundo. Absorbido, ya casi no se asomaba fuera de sus dominios. Pero cada vez que lo hizo, durante medio siglo, parábola de un visitante que husmea otro planeta, nos dejó su destello. Unico. Bailó como nadie lo había siquiera intentado: porque si Fred Astaire (su declarado fan) podía deslizarse sobre el techo, Michael llegó a caminar sobre la Luna. Cantó su falsete dulce y lo combinó con pizcas de soul, disco y dance, hasta revolucionar el rhythm & blues y adueñarse de los 80’. Brilló, vaya si brilló, más que sus trajes militares y su guante único, escondido tras los lentes negros, desparramado desde el sombrero hasta los mocasines, hipnotizador que obligaba a seguirlo por todo el escenario. Michael Jackson encontró la fórmula perfecta para entretener: la atracción pop más grande desde los Beatles. Todos se rindieron ante él porque lo supieron incomparable, sencillamente genial. Y de otro mundo. Ahora que se fue, a los 50 años, envuelto en el misterio inevitable, ahogado en la bizarra marea que subió de repente, sólo una cosa es segura: el show se acabó. Y nadie será capaz de continuarlo.

“Nunca tuve eso que todos llaman infancia. Sin ese recuerdo, estás condenado a seguir buscando algo para llenar ese vacío. Igual, no importa cuánta plata ganes o lo famoso que te vuelvas: siempre vas a seguir sintiendo ese vacío”, contó una vez. Séptimo entre nueve hermanos, la niñez se le resbaló muy rápido, cuando a los seis años ya empezó a formar parte de los Jackson Five. Su padre, Joe, había sido un músico frustrado: tuvo que desarmar su banda –Los Halcones— para alimentar a su creciente familia, por lo cual empezó a trabajar en la US Steel (la gigantesca productora de acero) manejando una grúa. Los pibes se empezaron a entusiasmar con la música, sobre todo el pequeño Michael. Fanático de James Brown, su madre era capaz de despertarlo a las tres de la mañana si el Rey del Soul aparecía en la tele. “Yo quiero ser eso”, dijo Michael, quien a los cinco años ya sabía tocar el bongó. Un día, cuando mamá Katherine lo escuchó imitar a su hermano Jermaine (por entonces cantante del grupo), todos supieron que habían encontrado al vocalista líder. Joe se enfocó en la carrera de sus hijos. Cinturón en mano, intimidante, los hizo ensayar por varias horas sin descanso. “A veces me maltrató”, reconoció Michael.

Los Jackson vivían en Gary, una ciudad de Indiana levantada a la sombra de la US Steel y ubicada a 40 kilómetros de la gigantesca Chicago. Para la época en que llegó Michael (29 de agosto de 1958), Estados Unidos bailaba al ritmo del provocador Elvis Presley, el joven John F. Kennedy comenzaba su segundo mandato como senador y la comunidad negra seguía luchando por nuevas conquistas. La enorme mayoría de los negros no votaba, tenía acceso restringido a lugares públicos y un tal Martin Luther King empezaba a alzar su voz. En ese contexto crecía Michael, todo un prodigio. No sólo escuchaba música popular, sino que había desarrollado gran interés en lo clásico. “Amaba a Tchaikovsky: de niño escuchaba El cascanueces una y otra vez”, contó. Los Jackson Five, ya constituidos, iniciaron su periplo y en 1967 se llevaron una enorme ovación del teatro Apollo, el legendario escenario de Harlem, auténtico santuario musical para la comunidad afroamericana. Al año siguiente se presentaron en su Gary natal, en un festival llamado Fin de Semana del Soul.

El show central estaba a cargo de Diana Ross, de inmenso suceso por ese tiempo. Ross quedó impactada con el más pequeño de los Jackson. Tanto que fue a hablar con Berry Gordy, el mandamás del sello Motown. La compañía de Detroit se había transformado en la Meca de los artistas negros, y los Jackson encajaron perfectamente. El éxito fue instantáneo. Súbitamente, Estados Unidos se enamoró del grupo juvenil que desde el single I want you back no paró de producir hits. Desde hacía tiempo, la vida de Michael se había convertido en un tedioso cóctel de ensayos, giras y presentaciones. Sufría. Su padre lo criticaba, le señalaba su nariz “demasiado grande” y su acné rebelde. La relación con Motown se extendió hasta 1975, cuando el grupo firmó contrato con la CBS. La figura de Michael empezó a sobresalir y en 1978 hizo su debut cinematográfico en The Wiz, un musical inspirado en El mago de Oz. Su representación le valió buenas críticas y lo acercó a Quincy Jones, futuro productor y hombre clave. Su primer trabajo juntos fue Off the Wall, quinto disco solista de Michael y todo un éxito: vendió 20 millones de copias. No había dudas: el límite era el cielo.

Hasta que llegó Thriller. El 30 de noviembre de 1982, a los 24 años, Jackson alcanzó la inmortalidad musical. El lanzamiento de este disco –con hits como Billie Jean, Beat It y el que dio nombre al LP– batió todos los récords: 104 millones de copias vendidas. Gracias a la “Thrillermanía”, Jackson se transformó en el primer artista negro que pisó fuerte en MTV y les abrió la puerta a los demás. El video-clip de Thriller, quizás el más famoso de todos los tiempos, se estrenó allí: en esos 14 minutos, Michael danzó, actuó y cantó en su mejor versión. Y para cimentar su status, encima patentó un nuevo paso musical: durante el show que sirvió de festejo por los 25 años de Motown, el 25 de marzo de 1983, se inició la era del moonwalk. Un MJ auténtico electrificó el escenario con su “caminata lunar” (hacia atrás) al ritmo de Billy Jean. Había madurado el Rey del Pop, una megaestrella que reinventó el negocio musical al punto de firmar contratos publicitarios nunca vistos (su relación con Pepsi, por caso) y vender 750 millones de discos. Jackson era baile, imagen, moda, ritmo… y misterio. En pleno furor se había mudado con sus padres a Los Angeles. Y cuando la gente empezó a preguntarse por su vida privada, emergió otro costado. El tímido muchacho de 25 años, ferviente seguidor de los Testigos de Jehová, coleccionaba dibujos animados.

Y amaba a Peter Pan (el niño que se negaba a crecer). Quienes lo frecuentaban lo veían, invariablemente, como “un nene grande”. Un nene que comenzó a amasar una enorme fortuna y a realizar inteligentes movimientos comerciales, como su adquisición, en 1985, de los derechos de todas las canciones de los Beatles. Atestado de dinero, premios y fama, MJ empezó a construir su propio mundo. En 1988 le dio forma a su más extravagante capricho: Neverland (la tierra de Peter Pan) fue su palacio, parque de diversiones y laboratorio freak de 11 kilómetros cuadrados, enclavado en California. La transformó en su paraíso personal, que incluyó zoológico, calesita, tren, vuelta al mundo, autitos chocadores y todo lo que un niño cuarentón necesita para ser feliz. Claro que Michael abrió su mundo a unos pocos, la mayoría preadolescentes que lo idolatraban. Y ahí comenzó otra historia.

A medida que MJ se envolvía en su misterio de cámaras de oxígeno, su aspecto físico se transformaba. ¿Por qué su piel había palidecido? Jackson adujo sufrir de vitiligo (un trastorno que causa la despigmentación) y rechazó cualquier especulación quirúrgica. Mmm... Se afinó la nariz (viejo trauma), modificó su mentón, coloreó sus labios y moldeó una máscara andrógina y extraña. El primer gran escándalo surgió en 1993, en plena gira mundial (de hecho, hizo tres shows en la Argentina en octubre de ese año).

Un chico de 13 años lo acusó de pedófilo. Jackson estuvo a punto de ir a la Corte, pero un arreglo extrajudicial, que le costó 22 millones de dólares, lo salvó. De pronto, los rumores se multiplicaron: básicamente, se decía que el cantante recibía a decenas de chicos en su Neverland y los llevaba al dormitorio, tras seducirlos y emborracharlos. Tiempo después, él mismo reconoció haber “compartido la cama” con chicos. En 1994, quizás como una estrategia, se casó con Lisa Marie Presley, hija de Elvis. Casi un símbolo. Todavía se recuerda su beso en vivo durante los Premios MTV. No llegaron a durar dos años. Por ese tiempo, MJ empezó a hacerse adicto a los calmantes: Valium, Xanax, Ativan... Perdió mucho peso. Y se volvió más inaccesible que nunca. En 1996 volvió a casarse, esta vez con Debbie Rowe, la asistente de su dermatólogo (se divorció en 1999). Con ella tuvo dos hijos: Prince Michael Jr. (12) y Paris (11). El tercer hijo del cantante, Prince Michael II (7), es de una madre desconocida. Los tres vivieron con él hasta su muerte. Cada vez que salían de Neverland, su padre los cubría con máscaras carnavalescas.

En 2003, la cuestión fue más allá: finalmente fue llevado a la Corte, con siete cargos por abuso sexual a un menor. Si la calidad artística de Jackson había sufrido un notable declive en los últimos años (HIStory, en 1995, e Invencible, en 2001, fueron sus últimos trabajos), el juicio lo llevó al pozo. Más extraño que nunca, sedado, descoordinado, MJ se desdibujó completamente. Zafó de todos los cargos, pero nunca logró levantarse anímicamente. Acosado por las deudas (gastos médicos exorbitantes, lujos innecesarios) debió abandonar Neverland el año pasado. Y sin su mundo prefabricado, ya esquelético y tristón, empezó a despedirse. No hubo gira de redención, siquiera, porque Michael Jackson sufrió la última ironía: un corazón fuera de ritmo, fatalmente arrítmico, le apagó las luces a su show final.

Michael en pleno despliegue sobre el escenario, allá por el 2002, cuando aún sus shows lo mostraban en su mejor forma. Pocos años después, los escándalos apagarían su exitosa carrera.

Michael en pleno despliegue sobre el escenario, allá por el 2002, cuando aún sus shows lo mostraban en su mejor forma. Pocos años después, los escándalos apagarían su exitosa carrera.

Tenía 12, 13 años cuando comenzó a revelarse como niño prodigio, integrando los Jackson Five junto a sus cuatro hermanos mayores. Por entonces, el típico look afro de los negros no lo inquietaba.

Tenía 12, 13 años cuando comenzó a revelarse como niño prodigio, integrando los Jackson Five junto a sus cuatro hermanos mayores. Por entonces, el típico look afro de los negros no lo inquietaba.

Blanco o negro, así se llama uno de sus hits, y el título simboliza la obsesión de Jackson por ir mutando, operaciones y tratamientos mediante, su color de piel y sus facciones.

Blanco o negro, así se llama uno de sus hits, y el título simboliza la obsesión de Jackson por ir mutando, operaciones y tratamientos mediante, su color de piel y sus facciones.

Más información en Gente

 

Más Revista Gente

 

Vínculo copiado al portapapeles.

3/9

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

Ant Sig