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La entrega de los Oscar

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El latinaje se manifiesta de formas extrañas. Gael García Bernal, directo desde México y ya establecido en la gran escala del cine estadounidense, presenta el Oscar a Mejor Corto Documental junto a Eva Green, la última chica Bond en Casino Royale. Más todavía, lo presenta en un año en donde México, con Alejandro González Iñarritu y Babel, o Guillermo del Toro y El laberinto del fauno, le hicieron saber a Hollywood que el talento bestial también habla en español y que puede ser nominado como cualquiera. Gael habla, para hacer su “and the award goes to…”, en un inglés seco, duro, de acento medio impostado. Nadie se lo cree mucho.

Minutos después, Penélope Cruz, junto a Hugh Jackman, no necesita un tono falsificado cuando, para el premio a Mejor Banda Sonora, aclama con su tonadita de siempre: “Gustavo Santaolalla, Babel”. Y Santaolalla (55) sube reincidente, a un año de haber hecho lo mismo por Secreto en la montaña. Encima es casi un record esto de ganar dos Oscar musicales seguidos: sólo le había pasado a Franz Waxman, en 1951 y 1952. Santaolalla aclara, en inglés y estatuilla en mano –la quinta en la historia argentina–, que en nuestras almas está nuestra propia identidad, que esto va más allá de los países y que está orgulloso de haber participado en Babel, “una película que nos ayudó a entender para qué estamos aquí”.

Luego, así, sin vueltas y en porteño total, continúa: “Para mi mujer, Alejandra, para mis viejos, para mis hijos, Ana, Luna y Juan Manuel, para la Argentina, ¡y para todos los latinos!”, mientras la elite absoluta aplaude a este ex hippie (que definió como productor de Bersuit, Juanes o Café Tacuba a la última década del rock hispano), dentro del impactante Kodak Theatre.

Lo eminentemente genial de los Oscar es que no pierden la magia. En su entrega número 79, el domingo 25, fueron lo que fueron siempre: un camión gigante de glamour. Están los cientos de policías del Departamento de Los Angeles, los expertos en bombas con su paranoia, los perros que olfatean. Y están las celebrities, claro. Brillo, brillo y más brillo, o cosas más humanas, como Leonardo DiCaprio, nominado a Mejor Actor –sin suerte–, admitiendo en la red carpet que en lugar de aparecerse con novia top model, trajo a su mamá, Irmalin, “porque este tipo de cosas le encantan”. O un Jack Nicholson, rapado y de anteojos muy modernos, bastante irreconocible, y una Jodie Foster –a más de treinta años de Iris, la prostituta teen de Taxi driver–, pidiendo que ojalá Scorsese gane, porque ésta es su sexta nominación y todavía no se llevó nada a casa. O una Gwyneth Paltrow con anillo de diamante de 60 kilates y demás joyería por un millón de dólares. O como una Nicole Kidman –¿la más hermosa de la noche?– algo distante y altísima, vestida hasta el piso por Balenciaga, posando con Meryl Streep y diciendo que todavía le duele una reciente fractura de costilla. O una Penélope Cruz, en Versace y junto a su hermanita Mónica, confiada de que Helen Mirren ganará seguro por La reina. A continuación, la tropa mexicana: Alejandro González Iñarritu, Guillermo del Toro, etcétera. Y Scorsese, todavía sin saberse campeón, con su mujer, Helen Morris.

¿La ceremonia? Conducida por Ellen DeGeneres, comediante y lesbiana –en pareja con Portia de Rossi, que hacía de abogada mala y neurótica en Ally McBeal–, no es algo apto para todo mundo. Si no captás algo de la cultura cotidiana estadounidense, es seguro que te perdés. Pero DeGeneres le pone su espontaneidad. Lo mejor, tal vez, fueron Jack Black y Will Ferrell –los capos totales de la comedia actual–, estallando con que aunque una película graciosa pueda ganar millones, la Academia no le da ni bola. Luego, Babel –siete nominaciones, incluida Mejor Película y Mejor Director–, que parecía arrasar con todo… y no. Sólo lo de Santaolalla. La sorpresa, sí, fue El laberinto del fauno, fantasía pura –algo que rara vez se premia acá–, y triunfo en Dirección de Arte, Cinematografía y Maquillaje. Eso se llama golazo cinematográfico.

¿Emoción? Clint Eastwood se planta y habla de Ennio Morricone y de las partituras geniales que creó, como la música de La misión, El bueno, el malo y el feo y Los intocables. Pegadito, Morricone sube, habla en italiano, agradece a su mujer, Maria, y al cine en general: Oscar honorífico. Nunca tan merecido. Antes, para presentar, suben Tom Cruise, Jerry Seinfeld y George Clooney. También aparecen DiCaprio con Al Gore –vicepresidente de la era Clinton–, para decir que esta edición de los Oscar es completamente ecológica. Otra frutilla: Helen Mirren, vestida por Christian Lacroix, que cuando ganó por La Reina, le agradeció, bueno, a Isabel de Inglaterra...

Hacia el final, para Mejor Director, suben Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg, que –aseguran– están ahí porque saben qué se siente ser Mejor Director, aunque Lucas apunta que nunca ganó nada. Ahí mismo, informan que gana Scorsese, por Los infiltrados –que no es ni Taxi driver ni Toro salvaje, pero está buena igual y anduvo bien en taquilla–.

Pero mientras todos aplauden, el pequeño Martin no lo puede creer, porque lo nominaron seis veces y jamás se había llevado nada. El pide: “¿Podrían chequear el sobre?”, y les agradece a sus viejos amigos. Nunca tan merecido, otra vez. Jack Nicholson lo abraza. Y Los infiltrados cierra el círculo con el premio a Mejor Película. Santaolalla, mientras tanto, declara, más consagrado todavía: “Me parecía medio imposible. No esperaba ganar un Oscar dos años seguidos. Y está buenísimo”. Seguro que sí, Gustavo. Seguro que sí. Le dedicó su Oscar a la memoria de su padre, a sus hijos, a la Argentina y a los latinos en general.

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Para entregarle el Oscar a Martin Scorsese, un trío legendario: Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y George Lucas. Viejos amigos y camaradas.

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En plan de presentación, Diane Keaton y, sí sí, es Jack Nicholson. ¿Por qué te pelaste?

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