Indígena, beato y un milagro de amor – GENTE Online
 

Indígena, beato y un milagro de amor

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La Iglesia de la diversidad se dio cita en Chimpay para la beatificación de Ceferino Namuncurá, “el santito de los indios”, como lo llaman desde hace décadas en su terruño: casi 200 mil almas en cuatro desoladas hectáreas patagónicas para presenciar la primera beatificación en suelo argentino. Mapuche valiente y coherente, eligió ser respuesta de Dios para su pueblo. No fue un teólogo ni un famoso sacerdote. Tampoco hizo milagros en su breve vida –murió a los 19 años en Roma, de tuberculosis–. Hijo de un pueblo vencido y despojado de sus tierras, se dedicó a conquistar el corazón de los blancos para el bien de los suyos. Y lo logró. El domingo 11 de noviembre fue proclamado beato de Dios, y cada 26 de agosto, fecha de su nacimiento, tendrá su día de fiesta.

CEREMONIA AL VIENTO. Los descendientes Namuncurá hicieron suya la celebración, musicalizada con su rítmica lengua nativa y las bendiciones hacia todas las latitudes, con hojas y agua de río. La misa, celebrada por el obispo Esteban Laxagüe, incluyó el pedido formal de beatificación por parte de Hermelinda Namuncurá y Aparicio Millapi, también en idioma mapugundum: “En nombre del pueblo de Dios, en particular de los mapuches cristianos, de la familia Namuncurá, de los más pobres y de la familia salesiana, pido al Santo Padre Benedicto XVI inscribir en el libro de los beatos a Ceferino Namuncurá”. Después de la rúbrica, todos se fundieron en sinceros abrazos.

El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano y representante del Papa, dijo: “Dios comunica su vida, la Santidad, a los pequeños, a los pobres, a los que se empeñan cada día en hacer el bien”. Al trazar las virtudes del joven venerado desde siempre en el Sur, Bertone destacó su nacimiento “en una familia poderosa e ilustre, con un terreno fértil y rico para las cualidades de su tierra”.

A un costado del escenario, la cordobesa y amilagrada Viviana Herrera abrazó a su marido y a sus tres hijas, raíz y fruto de la prueba imprescindible para que el Vaticano inscribiera a Ceferino Namuncurá en el cuaderno de los beatos. A los 24 años, con un cáncer de útero terminal, buscó auxilio en la fe. En la cama de su casa tomó una revista en la que había una reseña con la nómina de posibles santos argentinos y allí se reencontró con Ceferino, de quien su abuela era devota, y le pidió que la usara para su milagro. Y que ahora recuerda:

–Cuatro días después no había tumores externos. Los médicos dijeron que hubo una involución espontánea. Me decían: “¡Algo habrás hecho para que te perdonen la vida de esta forma!”.

–¿Presentías lo que iba a suceder?
–Yo sabía que Ceferino me había ayudado. Pasé un año en observación y los profesionales, incluso amigos míos, me decían que no podía ser. Un tribunal médico comprobó que no había explicación científica para la sanación.

–¿Qué se siente al ser una elegida?
–No me gusta eso de ser la elegida. No promocionamos al santo de moda: esto es una forma de vida, y yo soy un eslabón más en la cadena de fe de Ceferino, que es universal.

DE TIERRA ADENTRO. Fue una fiesta religiosa y popular, masiva e íntima a la vez, que emocionó por su convocatoria. De eso habló el cardenal primado Jorge Bergoglio:
Es importante destacar que la ceremonia se hizo donde Ceferino nació, un lugar autóctono. Es la primera beatificación fuera de Roma y obviamente, la primera de un indígena latinoamericano, y se concreta en suelo argentino. Ceferino es de la Patagonia, y es la primera vez en el mundo que se beatifica a alguien fuera de las ciudades grandes.”

El ENVIADO PAPAL. El carismático cardenal Bertone también habló con GENTE en Chimpay, este pueblo de dos mil almas, en el Valle Medio del río Negro y a 140 kilómetros de General Roca.

–¿Qué imagen se lleva de la Argentina?
–Muy buena. Es un pueblo entusiasta, lleno de amor y de fe por Ceferino y la Iglesia. Le contaré todo lo que viví al papa Benedicto XVI. Este acontecimiento es grande, no sólo para la Argentina, sino para todo el mundo.

–¿Qué destaca de Ceferino?
–El enseña a todos los jóvenes y también a los adultos a ser protagonistas de la historia. También promueve el diálogo entre el Evangelio y las culturas, porque todos los pueblos producen estos frutos de bondad, de santidad, de solidaridad.

–¿El mundo necesita de estos ejemplos?
–Muchas veces escucho a los jefes de Estado de pueblos cristianos y no cristianos que reconocen la ayuda de la Iglesia para el desarrollo social, para la justicia y la paz entre todos los pueblos. Es un gran mensaje el que Ceferino nos deja hoy por la Patagonia, por la Argentina y por todo el mundo.

GOZO MAPUCHE. A veces uno pensaba que la beatificación no iba a llegar: 59 años hemos esperado. Ahora, Ceferino está ahí, al lado de Futa, el Todopoderoso”, dice el lonko (cacique) Celestino Namuncurá, sobrino del “santito mapuche”. Acaba de cumplir 79 años y el domingo asistió al milagro de la beatificación, junto a otros 180 integrantes de su comunidad, los Namuncurá de San Ignacio, un paraje neuquino de curvas y pendientes al pie de la cordillera de los Andes.
Celestino es mapuche, pero tiene ojos celestes. Su mirada también es clara, aunque luce castigada por el viento, el frío y los años. Dice que su piel blanca, “huinca”, se explica en el “entrevero” de genes de su padre, Aníbal Namuncurá (hijo de Manuel y hermano de Ceferino) y los de su abuela Josefina Melo, chilena con “alguna sangre francesa”. “Vinimos en tres colectivos; no quedó nadie en San Ignacio”, contó, mientras hablaba con su gente en mapudungun, acodado entre una bandera argentina y otra mapuche. No faltó viento para tensar los paños… Pese a que algunos sectores ortodoxos de la comunidad rechazan la beatificación del Lirio de las Pampas que ha presidido a la Confederación Mapuche Neuquina, está convencido de que el Dios de los cristianos y Guenetchen son la misma persona. Por eso, Celestino festejó hasta la emoción el mensaje papal y abrazó y saludó a mapuches, curas y cardenales, lo mismo que al vicepresidente de la Nación, Daniel Scioli. Con Bertone, el lonko compartió un gran almuerzo, con asado de chivito y de cordero.

LOS CAMINOS A CHIMPAY. Ceferino tiene otro milagro en su haber: el regreso del tren de pasajeros al Valle Medio del río Negro, después de 16 años. GENTE se sumó a la travesía para atestiguar ese episodio que iluminó, al menos por un día, esos puntos del mapa ferroviario argentino en extinción. El Tren de la Fe fue una iniciativa del Programa Patagónico de la Universidad Católica Argentina, al que se sumaron los colegios San Pablo, Santo Tomás de Aquino y La Providencia.
Cuatro vagones, que llevan a cerca de 300 personas, se enlazan al servicio de la empresa Ferrobaires que partió el viernes 9 a las ocho menos veinte de la noche desde Constitución hasta Bahía Blanca. Allí recae el habitual final del recorrido, pero no esta vez, gracias a Ceferino. Una locomotora de Ferrosur toma la cabecera del tren peregrino para completar los mil treinta kilómetros hasta Chimpay. Los condimentos: guitarreada, mate, truco y rezo del rosario. A su paso, entre pastizales y arbustos, aparecen las viejas estaciones, como espejismos de un tiempo de encomiendas, familias y cargas abundantes con los frutos de la tierra. ¿Ciudades abandonadas? En principio, por los trenes; después, por la inevitable emigración. Pero sus actuales pocas gentes, entre lágrimas, se arrimaron a las vías para ver el traqueteo de un sueño que no parece querer morir: el regreso del ferrocarril.

El sábado, al caer la noche, el grupo desciende en Pichi Mahuida, a orillas del río Colorado, donde vivían dos mil personas… y sólo quedan cuatro. Con la emigración se fueron los comerciantes, los productores, la última maestra. Pero sí queda el jefe de estación, Miguel Roca, que con sus propias manos la cuida como si en cualquier momento pudiera sorprenderlo el silbido del tren: “No voy a pecar de cansancio: los viejos no servimos ni para dormir. Cuido la estación porque soy un agradecido del ferrocarril. Ojalá vuelva. Tengo hasta los boletos listos...”.

EL LUGAR DEL ENCUENTRO. Después de un gran asado para toda la procesión en la estancia de la generosa familia García Llorente y una noche de tren en la fría Patagonia, llega el anhelado arribo a Chimpay, que significa lugar de encuentro.
Hacia allí cabalgan Sergio y Danilo Lucero entre los jarillales que bordean el camino. Se meten sin complejos entre los matorrales achaparrados de la Patagonia. Pibes de campo que invitan estribo y tienden el brazo con la bota de vino. Tienen 19 y 15 años y son los dueños de una isla en el río Negro. Cuentan que allí no les falta nada. Hay buena pesca, los chivitos tienen pastura blanda y crían y miman a la caballada, la misma que los está llevando a Chimpay.

Vamos siempre y a caballo. Tardamos dos días. Adelante, por la ruta 22, viaja un camión con los más grandes. Nos vemos…”, prometen los jinetes y siguen marcha con los brazos bajo los ponchos. Debajo guardan estampas y medallitas del beato.

Apenas unos kilómetros más, y un viejo camión Mercedes Benz 1114 corta la banquina y hace reparo. Del otro lado de la ruta, quince caballos hunden el hocico en la alfalfa que llegó en fardos. Hay diecisiete hombres y una mujer. Catorce, todo un dato, son jinetes, y Rubén Montecino y Betty más el chofer viajan en el camión. Rubén es el asador y Betty se encarga de las ensaladas y el mate. Sergio Teruel toma la palabra:
–Es el sexto año de peregrinación a caballo. Le he pedido muchas cosas a Ceferino y él me responde, como yo le respondo.

–¿Lo más importante?
–La salud y el trabajo. ¿A qué me dedico? Tengo un transporte, que se llama Ceferino.

Acá todos somos iguales, Ceferino nos iguala; ésta es una ceremonia de fe y acto de amistad”, dice Carlos Fontela, y se acomoda el pasapañuelo de alpaca que contiene a la seda que rodea su cuello. Al lado, el enfermero Acosta agradece por la salud de su hijo Benjamín y por tener el trabajo que le faltaba la última vez que pisó Chimpay.

El mismo destino buscan Norberto Mansilla y su sobrino Federico Mardonez, que pedalean como si quisieran meterse en un cielo azul que cada tanto salpica con gotas heladas.
–Es la promesa que me hice cuando otro tío mío estuvo internado una semana, al borde de la muerte.

–¿Se agradece esta vez?
–Sí, trabajamos en los campos frutales, pero hoy cerramos temprano la tranquera para cumplir con Ceferino. Hay que dar gracias al santito de todos nosotros.

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Hijo predilecto de Dios en la Patagonia, portavoz de los oprimidos ante los gobiernos y los altares, esperará, con la paciencia de su sangre, que los hombres lo invoquen y así poder amilagrarlos y merecer, por fin, el título de Santo.

Los descendientes Namuncurá hicieron suya la celebración, musicalizada con su lengua nativa y las bendiciones hacia todas las latitudes, con hojas y agua de río.

Los descendientes Namuncurá hicieron suya la celebración, musicalizada con su lengua nativa y las bendiciones hacia todas las latitudes, con hojas y agua de río.

La multitudinaria ceremonia que presidió el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, fue testimonio de la comunión entre la Iglesia católica y las etnias indígenas.

La multitudinaria ceremonia que presidió el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, fue testimonio de la comunión entre la Iglesia católica y las etnias indígenas.

La multitudinaria ceremonia que presidió el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, fue testimonio de la comunión entre la Iglesia católica y las etnias indígenas.

La multitudinaria ceremonia que presidió el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, fue testimonio de la comunión entre la Iglesia católica y las etnias indígenas.

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