Increíble: hay turistas extranjeros que pagan para conocer cómo viven nuestros pobres – GENTE Online
 

Increíble: hay turistas extranjeros que pagan para conocer cómo viven nuestros pobres

"¿Veinticinco mil personas viven acá?” Jordà lo pregunta con un
inconfundible acento catalán. “¿Tienen agua potable? ¿Qué es una bailanta?
Jordà tiene 24 años y no entiende, por eso pregunta. Dirá una y otra vez que
allá en Barcelona no hay nada parecido. Kelly, 21 años, su compañera de
excursión, no habla mucho, pero sabe que en Nueva York, donde vive, tampoco hay
esto que acá sí hay. El se jacta de una noche de alcohol en un bar de Recoleta.
Ella tiene la cara fresca y una cámara digital siempre lista para disparar. Los
dos recibieron una singular invitación: realizar una excursión a una villa
miseria. Por la suma de 60 dólares, acaban de sumergirse en esto que Martín
Roisi, inusual operador turístico, llamó Villa Tour.
El recorrido empieza alrededor del mediodía. En la puerta del Recoleta Hostel
de la calle Libertad, donde Kelly Phenicie y Jordà Vilar se alojan. Martín, guía
e ideólogo, creador del paseo, llega a bordo de una combi gris. Por
debajo de su gorrita asoman algunas canas y un par de ojos azules. Mastica con
ganas un chicle. Ahora sí. Ya estamos todos.

¿Saben qué es una villa?”, pregunta Martín, mirando por el espejo
retrovisor. A la par, dos cabezas responden que no. Martín explica: las primeras
oleadas de inmigración interna, la cesión de los territorios, el aglomeramiento
urbano, la exclusión social, todo hasta llegar a la Argentina de hoy. “De una
villa salió Maradona
”, dice Martín. Atrás, las cabezas asienten.
¿Y saben qué es la cumbia?” El guía no les da descanso. Como la
respuesta es un silencio pesado, Martín pone el estéreo. Doblamos por 9 de Julio
mientras la voz de Pablo Lescano, cantante de Damas Gratis, llena el aire de la
combi.
Kelly y Jordà ojean los folletos a todo color: “Villa tour: integration
experience
”, dice la promo, y lo dice sobre una foto de la Villa 20.
Al dorso, en un inglés medio tropezado, se explica la idea de la excursión: “Las
villas son lugares carentes de muchas cosas, pero llenas de creatividad,
solidaridad y sentido del humor. Por eso vale la pena conocerlas. Con el tour se
genera empleo y se colabora en un comedor infantil. La seguridad está
garantizada, hay guías, y sobre el final, un genuino asado obrero
”. Los
tours
villeros comenzaron en diciembre, a un promedio de dos por semana, con
cuatro visitantes cada uno como máximo. Según Martín, estas recorridas tienen un
fin solidario. “No gano un peso por hacerlo –jura–. Va todo al comedor
de la villa y al bolsillo de los guías. Es que yo tengo otros negocios con
ellos. Algunos de los muchachos grabaron discos de cumbia villera para mi
productora y a otros les conseguí bolos en algunas series que produjo Pol-ka
”.

VISTA PANORAMICA. Llegamos: Roisi detiene la combi sobre una
lomada desde donde aparece una primera vista de todo el lugar. Por allá pasa un
tren descascarado que va rumbo a González Catán; a la izquierda, el predio de la
Escuela de Cadetes Ramón Falcón, de la Policía Federal; en diagonal, se
eleva la gigantesca torre del Parque de la Ciudad; y en frente, un famoso
hipermercado. Ya estamos en la Villa 20, que en las últimas semanas se hizo
tristemente célebre porque en sus calles de tierra murió asesinada por el
gatillo fácil policial Camila Arjona, una chica de 14 años que estaba
embarazada.
Jordà queda azorado con el paisaje. Kelly saca la primera foto de la tarde.
Roisi les explica que sólo el 40 por ciento son argentinos, que hay muchos
paraguayos y bolivianos, que el gobierno les da los materiales para construir
las casillas, que no pagan servicios, que hasta del cable se cuelgan… Y les
habla también de las distintas clases sociales en el interior de la villa: “En
aquellos edificios, por ejemplo, vive gente de más plata pero del mismo tipo que
ésta
”. Un chiflido interrumpe la explicación. Con tatuajes que se distinguen
de lejos, aparece Cacho, quien será nuestro guía local cuando entremos en la
villa. Cacho es grande, morocho. Tiene 37 años, “16 viviendo en este barrio”,
dice. Tiene cuatro hijos, Cacho. Y ojos desconfiados. “No van a escribir nada
malo sobre mí, ¿no?
”, preguntará de vez en cuando.
Kelly y Jordà caminan por Albariños, la única calle de la villa, que nació en lo
que hasta hace unos años era un depósito de autos abandonados de la ciudad de
Buenos Aires. El resto son tortuosos pasillos. Por todos lados hay perros en
busca de algo para comer. También un basural en donde pronto se levantará un
centro polideportivo. La fe tiene sus lugares en una capillita y en un templo
evangélico. Además está la carpintería “Sol 20”: Reina y Gustavo se
presentan como “recuperadores urbanos”. Palabras que apenas si despiertan
un sentido para Kelly y Jordà. Muestran algunos muebles de madera de plátano “¿Dónde
los venden?
”, pregunta Jordà. “En la Feria de Mataderos”, dice la
mujer de 66 años y muchas canas. Le explica que antes cobraban un Plan Jefas
y Jefes de Familia del Gobierno de la ciudad
, pero que ahora tienen que
arreglárselas con lo que sacan de la venta. Kelly sigue tomando fotos, Jordà
parece listo para seguir camino. Cuando ya estén todos afuera, Reina se acercará
a nosotros: “Necesitamos una motosierra, aunque sea usada”, dirá bajito.
Y con lo que sacamos acá no llegamos.”

SEGUNDA ESCALA. Vamos hacia el Edificio Central. Es la junta vecinal
de la Villa 20. Roisi explica que cada tres años hay elecciones y que estamos a
punto de conocer a Marcelo Chancalay, el presidente. “Un personaje”,
según sus palabras. Cuando entramos a la oficina (piso de tierra, una mesa, un
mapa de la villa), Marcelo está despidiendo a una mujer paraguaya, bajita, que
de un brazo lleva a su nena, y con el otro, un paquete de azúcar. “Muchísimas
gracias
”, dice la mujer. “Vamos a ver qué podemos hacer para conseguirle
una caja
”, refuerza el señor presidente. Después, Marcelo les habla
directamente a los turistas. Les cuenta la historia de la Villa 20. De las 25
mil personas, de las 33 manzanas, de las 5700 casitas, de toda una vida ahí
adentro. “Hay que estar… Hay que estar…”, suspira.
Kelly parece un poco perdida y apenas se quedará con una idea general, según nos
confesará después. Jordà pregunta por el sistema de clases dentro de la villa.
Pregunta también por la higiene, por las familias hacinadas. Y se queda un poco
cuando Marcelo le explica que no todos tienen un baño.

Martín está callado. Cacho espera afuera. Sabe que la próxima parada es su
propia casa.
–Cacho… ¿Por qué accede a hacer estos tours?
–Yo sólo quiero mostrar que no somos lo que se dice, nada más.

–¿Y el dinero?
–El dinero ayuda. Tengo cuatro hijos que estudian, imaginate. Pero además me
gusta y no me avergüenza.

–¿Cómo se explica que haya gente que paga por conocer su casa?
–¿Cómo se explica que haya gente que compra revistas para ver la casa de
Amalita Fortabat?

–Ok…

Cacho vive en una de las zonas más pobres de la villa. Su casita son dos
ambientes separados por un hueco en la pared. De un lado, una cucheta y
colchones en el piso. Del otro, la cocinita a gas, una mesa modesta y el living
con un televisor como epicentro. “Somos seis acá”, dice Cacho mientras
mira de reojo el noticiero. Por la puerta entra un chico que no aparenta sus 13
años. “Este es el más grande de los cuatro... Está en segundo año ya”,
dice Cacho, y lo abraza, evidentemente incómodo ante tantas visitas. Kelly y
Jordà caminan por lo de Cacho como quienes recorren las salas de un museo. Y
disparan un flash atrás de otro. Sacan fotos de la cocina, de las camas, de los
chicos. De todo.

Llega la hora de almorzar y se acerca el fin del tour. Sobre una
parrillita sobre la avenida Cruz, chorizos, vacío y bondiola terminan de asarse.
Jordà dispara otra vez su cámara. Asegura estar repuesto de su noche de juerga.
Hace dos años ya que viaja. Estuvo en Australia, Nueva Zelanda y Sudamérica… “Sí,
estuve en muchos lados, pero nunca vi algo como esto
”, dice. A Kelly le
fascina el inagotable exotismo de un choripán. Mientras espera el suyo, cuenta
en perfecto castellano que lleva ya unos meses en la Argentina. Que hace cursos
para extranjeros en la Universidad de Belgrano (Economía Política y Relaciones
Internacionales), que no sabe bien qué hacer de su vida, pero que hay mucha
injusticia en el mundo y quiere ayudar a cambiarlo. “Este tour es una manera
de ver las cosas de cerca
”, dice.
Le preguntamos a Martín si nadie de la villa le hizo problemas. Dice que no, que
nada, que casi nada. “A veces, por ahí, alguno te grita: ‘¡Conseguite un
laburo!’, pero no pasa de eso
”, explica. “Hay gente que tiene pudor de
mostrar su casa, pero yo no sé de qué se avergüenzan.

Roisi, imposible negarlo, tiene cierto extraño genio turístico. Además del
Villa Tour
, se le ocurrió hacer el Cumbia Tour: un paseo por
bailantas del Gran Buenos Aires. Y un Trava Tour, en donde la excursión
es, ya saben, por las zonas ‘rojas’ de la ciudad (El Rosedal y aledaños), visita
guiada predilecta por holandeses, suizos y alemanes.
Jordà, mientras mastica un trabajoso sandwich de vacío, va escuchando el abanico
de las ofertas, que también cuestan 60 dólares. Arriba de la combi, ya de
vuelta, Kelly viaja en silencio. Jordà, que terminó el sándwich, empieza a hacer
planes para la noche.
Jordà, de gorrito oscuro, vive en Barcelona y no dudaría en volver a contratar 
el <i>Villa Tour</i>. Kelly, que nació en Francia pero reside en Nueva York, le<br />
saca una foto a dos chicos. “<i>Esta es una buena forma de acercarse a la<br />
realidad que muchos niegan</i>”, dice Kelly.<br />
 

Jordà, de gorrito oscuro, vive en Barcelona y no dudaría en volver a contratar
el Villa Tour. Kelly, que nació en Francia pero reside en Nueva York, le
saca una foto a dos chicos. “Esta es una buena forma de acercarse a la
realidad que muchos niegan
”, dice Kelly.
 

Jordà y Kelly caminaron por los rincones más profundos de la 20. Al mediodía, fueron invitados a una choripaneada (incluida en los 60 dólares que sale el paseo). Derecha, Martín Roisi, de 32 años, creador del Villa Tour.

Jordà y Kelly caminaron por los rincones más profundos de la 20. Al mediodía, fueron invitados a una choripaneada (incluida en los 60 dólares que sale el paseo). Derecha, Martín Roisi, de 32 años, creador del Villa Tour.

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