Hace cuatro años la desocupación era cero. Hoy, el sueño terminó. – GENTE Online
 

Hace cuatro años la desocupación era cero. Hoy, el sueño terminó.

Las Parejas es el corazón vivo de la Argentina que renace, que crece interna y externamente en el mundo, y esto no es ninguna casualidad” (Néstor Kirchner, 17 de julio de 2007, en plena campaña para presidenta de su mujer, Cristina).

Hoy, ese corazón casi no late. Está enfermo. El pueblo santafesino que se sacó un redondo y envidiable “cero” en su estadística de desocupación –y por eso el ex presidente y su mujer lo pusieron como ejemplo–, se desploma al ritmo lento de las maquinarias agrícolas que ya no vende. Ya no renace: ahora se muere.

Cuando bombeaba abundancia, hasta principios del 2008, la provincia de Santa Fe –con 340 empresas–, absorbía el 47 por ciento de la producción nacional del sector metalmecánico. De esa cantidad de fábricas, el Departamento Belgrano (donde está Las Parejas) tenía radicadas 233. Y daban trabajo a 5.215 personas. De ese total, 108 emprendimientos estaban instalados en el pueblo que, a 418 kilómetros de Buenos Aires, hoy tiene 15 mil habitantes, a los que Kirchner y su mujer tan bien les endulzaban los oídos. El primer golpe a su prosperidad se lanzó el 11 de marzo del 2008, cuando se dictó la Resolución 125, que aumentó las retenciones a la exportación de soja, un cultivo que ocupa el 80 por ciento de las 29 mil hectáreas sembradas en la zona. El segundo, la terrible sequía que sufrió la región pampeana. El tercero, de knock out, la crisis internacional y la caída de los precios de los cereales, que frenó la exportación. Carlos Capisano, presidente de la Federación Industrial de Santa Fe (FISFE) y de Acerías C4, ilustra: “La situación es crítica. Hubo una disminución del 70 a un 90 por ciento en las ventas”. Del boom a la implosión pasaron apenas 12 meses.

13 de julio de 2004. Tres años antes de aquella afirmación de Kirchner, GENTE viajó a Las Parejas, que entonces contaba con 11.500 habitantes. La nota se tituló “Un paraíso para los que quieren trabajar”. La foto de su tercera página muestra al obrero Juan Barrios –llegado once meses antes desde Ambrosetti, en el norte de Santa Fe–, sonriente en su puesto de la fábrica Apache, una de las principales. Exultante, contaba: “Conseguí trabajo y compré una heladera, un televisor, un colchón de dos plazas... A veces, todavía me cuesta creerlo”.

14 de marzo de 2009. No pasaron cinco años todavía, y Juan (que ahora tiene 27, se casó con Jorgelina y cría dos hijos, Morena, de 5 y Santino, de 2) ya no ríe como entonces. Se queja, y con razón: “¡Que venga ahora Cristina! Ella estuvo acá cuando las cosas andaban bien, pero ahora no aparece”. Sigue en su empleo, pero el salario, como las horas que trabaja, se redujeron a la mitad: “Gano mil pesos. Está todo mal. El año pasado, para sumar, hacía changas. Ahora no hay nada. Mi mujer trabaja limpiando casas, pero la plata alcanza sólo para comer. Le compré un equipo de música para el Día de la Madre, y por suerte me falta pagar sólo una cuota. Antes me podía dar gustos...”.

La firma donde trabaja Juan, Apache, es una muestra dramática de la falta de seguridad que tienen las empresas argentinas a la hora de invertir. Su gerente de Marketing, Carlos Bubis, cuenta que fabricaban “entre 400 y 500 máquinas agrícolas por año” y exportaban (principalmente a Venezuela) por 3 millones de dólares. Emplean a 203 personas, añade, “y no se despidió a nadie”. Luego muestra una máquina enorme: un láser de última generación para cortar acero marca Trumpf que, cuenta, compraron en 800 mil euros un mes antes de la Resolución 125. “Es el modelo más moderno que existe –señala–. Se adquirió pensando en abastecer a ésta y otras fábricas, pero en una Argentina que ya no existe. Está preparado para funcionar sin interrupciones. Y lo tenemos prácticamente parado.”

13 de julio de 2004. Pedro Leiva, operario de la Fundición 4C, donde se fabrican válvulas, le dice a GENTE: “Acá, cuando alguien necesita un crédito, no va a los bancos: va al patrón. El otro día, mi hija cumplió quince. Fui a verlo al dueño y le pedí 1.500 pesos para la fiesta. ‘¿En cuánto me lo podés devolver?’, me preguntó. ‘Cien pesos por quincena’, le contesté. Y los tuve enseguida”.

14 de marzo de 2009. Leiva ahora es delegado y sigue trabajando en 4C. Suena un silbato y los 1.500 grados de la colada de hierro al rojo vivo suben la temperatura de la fábrica. Tiene 52 años, está casado con Miriam y sus hijos son cuatro: dos casados (Darío, de 32 y Luciana, de 28) y dos que viven con él (Daniel, de 26 y Yanina, de 20). “La cosa iba bien hasta el 2008 –cuenta–. Ahora estamos al 50 por ciento de la producción. Trabajamos 15 días por mes. El salario también bajó a la mitad: de 1.800 pesos de básico pasamos a 900: no más horas extra ni premios. Y un alquiler está a 600 pesos. Gabriel Duré, otro muchacho que entrevistaron acá, renunció en enero y se volvió a Paraná, porque no podía pagarlo. Muchos, en estos cinco años, se metieron en créditos. Ahora están endeudados y sin plata. Por lo menos, hasta ahora despidos no hay”.

No hay, todavía, una cifra exacta de desocupación en Las Parejas. La crisis terminal los arrasó como un tsunami, del que recién están reaccionando. Algunos arriesgan un apocalíptico 50 por ciento; otros, más prudentes, señalan un 10. Heraldo Bocha Mansilla es el intendente de Las Parejas. Peronista, en el 2003 ganó con el 36 por ciento de los votos, pero aplastó en el 2007, donde lo eligió el 80,5 por ciento de los parejenses. “Derroté al kirchnerismo en la ciudad –se jacta–. Y hoy estoy con Reutemann, porque no tiene patrones”. Sobre la crisis, señala que “hasta el primer trimestre del 2008 acá se había vendido el 40 por ciento más que la producción del año anterior. Pero la Resolución 125 cambió todo. El gran problema son las pyme familiares: había unas 60, y han desaparecido”.

PEQUEÑOS SUEÑOS. Esos talleres son los que más sufren la debacle agroindustrial. Ellos tercerizaban los trabajos que las fábricas no querían hacer. Por ejemplo, Eduardo Dalman, junto a dos de sus cuatro hijos –Sebastián (24) y su hija Evangelina (22)– terminaba de armar, desde hace seis años, las maquinas agrícolas y los remolques de Ombú. “Venía creciendo. Compré herramientas, tomé seis personas a las que pagaba un sueldo promedio de 1.400 pesos, alquilé este galpón de 50 por 11 metros a 2.500 pesos mensuales, y facturaba entre 10 y 12 mil pesos semanales por hacer 5 o 6 unidades –cuenta Eduardo–. A fin de año se cortó del todo. No pude indemnizar a la gente y me reclaman; tengo deudas con el banco, la mutual, los proveedores: en total, unos 100 mil pesos”. Como para muchos paisanos, la movilidad social estaba entre sus metas familiares. Otro de sus hijos, Adrián, se fue a estudiar a Rosario: “Está a punto de terminar Medicina. Pero ya no le puedo mandar plata para el alquiler”. Y como todos, se siente desamparado: “Nadie me dio una solución. La empresa, cuando vino la mala, me dejó solo. Las Parejas o está a full o está muerta. No hay término medio”.

Rubén Oscar Lucietti, o Bencho, como lo conocen, está en una situación similar. Nacido en Las Parejas, casado con Graciela y con un hijo, Eric (17), armaba acoplados y vaqueritos (para llevar hacienda) para Agromac. “Hacíamos entre 3 y 4 por semana. Venía todo bien. ¿Quién no cambió el auto acá? ¿Quién no se compró un aire acondicionado? –se pregunta–. Yo ganaba 700 pesos por semana. Cuando había laburo, a la plata la gastábamos. Construí este galpón. Me fui de vacaciones a Brasil. Este año, si el 20 por ciento de la gente se fue de vacaciones, es mucho. Desde noviembre no hago casi nada. Nunca hubo una recesión como ahora, ni siquiera en el 2001. Ahora tengo mil pesos de gastos fijos. Y gano la mitad; subsisto preparando motores de karting. Pero había 40 inscriptos en el campeonato zonal, y hoy no sé si quedan diez”.

13 de julio de 2004. La foto que abre la nota muestra a un sonriente operario de Apache, Fabián Striglio. Hoy tiene 40 años, sigue casado con Mariela Pasetto (36), y además de Julieta (9), tienen a Lautaro (3) y ella está embarazada de siete meses. “En el 2005 me fui a trabajar a la empresa de parquización de mi papá. Nos fuimos equipando para ampliar el trabajo. Pero ahora las empresas, en vez de cortar el pasto dos veces por mes, lo hacen una sola. En el 2005 trabajaba ente 12 y 16 horas por día, y hoy no llego ni a cuatro. De los 4.000 mil pesos que ganaba, bajé a la mitad”. La crisis trajo otros problemas, asegura Fabián: “Pasan cosas... Ya no es tan seguro andar por la calle, y lo peor es que entre los chicos se empieza a ver droga”.

Y a pesar de los problemas, y que el corazón de Las Parejas está herido, no se resignan. El miércoles 11 hubo una marcha multitudinaria. No pedían subsidios, ni planes sociales. No pedían que les regalaran nada. Pedían trabajo. Algo tan sencillo –y a veces tan difícil– como pretender vivir con dignidad. Los parejenses salieron a protestar el miércoles 11 de marzo. El reclamo: empleo. La nota de GENTE del 13 de julio de 2004 llevaba como título “Un paraíso para los que quieren trabajar”.

Los parejenses salieron a protestar el miércoles 11 de marzo. El reclamo: empleo. La nota de GENTE del 13 de julio de 2004 llevaba como título “Un paraíso para los que quieren trabajar”.

Fabián Striglio, ayer y hoy. En el 2004, era obrero en Apache. Hoy tiene 40 años, sigue casado con Mariela Pasetto (36), que está embarazada de siete meses, y tiene a Julieta (9). “En el 2005 trabajaba ente 12 y 16 horas por día, y hoy no llego ni a cuatro”, cuenta.

Fabián Striglio, ayer y hoy. En el 2004, era obrero en Apache. Hoy tiene 40 años, sigue casado con Mariela Pasetto (36), que está embarazada de siete meses, y tiene a Julieta (9). “En el 2005 trabajaba ente 12 y 16 horas por día, y hoy no llego ni a cuatro”, cuenta.

Rubén Lucietti, en el taller donde armaba acoplados, hoy vacío: “Nunca hubo una recesión como ahora, ni siquiera en el 2001”.

Rubén Lucietti, en el taller donde armaba acoplados, hoy vacío: “Nunca hubo una recesión como ahora, ni siquiera en el 2001”.

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