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Hace 15 años ganó la libertad

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Berlín, 10, urgente. Anoche, en apenas dos ruidosas y alegres horas, dos
millones de berlineses del Este vieron derrumbarse una historia de veintiocho
años: la historia del Muro de Berlín, levantado en una madrugada de septiembre
de 1961 por 14 mil soldados a lo largo de 48 kilómetros, tumba de 80 de los 4
mil disidentes que trataron de cruzarlo, y el mayor símbolo del poder marxista
leninista.
(Cable de una agencia de noticias, noviembre de 1989)

La mañana en que el Muro, ese ominoso dinosaurio con cuerpo de cemento armado y
cresta de alambre de púa, cumplió su primera década, cuatro miembros de los
Ribbentrop, una familia alemana separada por una decisión tan absurda como
criminal, llegaron hasta el gris pie de la gran barrera y, con largavistas,
saludaron a los otros Ribbentrop atrapados en la zona Este, a quienes la
omnímoda y brutal dictadura comunista les concedió diez minutos de patética
libertad -aunque vigilados y a punta de fusil- para que, con más lágrimas que
sonrisas vieran, desde lejos, las siluetas de los suyos. Nada, una miserable
licencia, pero la única que tuvieron desde 1961…

LA MAYOR CARCEL DEL MUNDO. Dividida Alemania en cuatro zonas luego de las
conferencias de Yalta y Postdam (febrero y agosto de 1945, ya derrotado el
Tercer Reich y su monstruoso sueño de regir el mundo), los rusos reflotaron una
frase de Lenin: "El que tiene Berlín tiene Alemania, y el que tiene Alemania
tiene Europa"
. Y no tardaron en demostrar su fórmula para lograrlo: el 16 de
junio de 1953, una protesta de albañiles y carpinteros que construían la avenida
José Stalin y sufrieron una rebaja salarial del 33 por ciento, fue aplastada por
dos divisiones de tanques: 569 muertos, 1.744 heridos y más de 2.500 presos
entre los operarios y las casi 10 mil personas que los apoyaron. Sin embargo,
pese a los tanques, los soldados y los perros que custodiaban la línea divisoria
entre Berlín Este y Berlín Oeste, entre 1948 y 1961 casi 3 millones (obreros,
técnicos, profesores, científicos) burlaron el cerco y se refugiaron en la zona
libre. Frente a esa ola libertaria, Nikita Kruschev ordenó levantar el muro,
erigido a velocidad de rayo el 13 de agosto de 1961: impenetrables 48 kilómetros
de piedra y alambre, además de barreras, torres blindadas, alarmas electrónicas,
reflectores, campos minados, fosos y trampas para impedir el paso de autos, 500
perros entrenados para matar y cerca de 20 mil soldados: una cárcel de 1.381
kilómetros de largo que hizo decir a John Fitzgerald Kennedy: "A los que dicen
que el futuro pertenece al comunismo, les propongo que vayan a Alemania y se
paren frente al muro".
Algo similar dijo, unos años después, el canciller alemán Willy Brandt: "La muralla que atraviesa el corazón de Berlín y el corazón de los
berlineses seguramente se derrumbará un día. ¿Cuándo y cómo? Nadie lo sabe. Hoy
es una imagen de terror hecha de alambre y piedra, pero la civilización perderá
la paciencia y la destruirá". Profecía certera, pero que aún tardaría mucho y
costaría mucha sangre.

LA HORA DE LA LIBERTAD. Fisurado por los nuevos aires reformistas impulsados por
Mijail Gorbachov (glasnost y perestroika) y aislado del mundo económico por la
globalización, el régimen que durante 72 años gobernó -y asfixió- a la inmensa
Unión Soviética se resquebrajó fatalmente, y en la larga noche del 9 de
noviembre tuvo su principio del fin. Bastaron dos horas de incesantes golpes de
piqueta y de martillo neumático tras la Puerta de Brandeburgo para que los 17
millones de berlineses del Este tuvieran el albedrío de cruzar alegremente la
ayer mortal frontera ante la indiferencia de los vopos (gendarmes), que tenían
orden de no disparar, 60 kilómetros de autos -¿el mayor embotellamiento del
siglo?- esperaran entrar en la ciudad prohibida, el aire se inundó de música de
Mozart y Beethoven (pero también de valses, de jazz y de rock), y ríos de
champagne y de cerveza mojaran las calles. "Nunca, desde la liberación de París
o la toma de la Bastilla, se vivió algo semejante", escribió un periodista de la
agencia alemana DPA en uno de sus despachos. Y por días, por semanas, por meses,
el inconmovible muro fue reducido a pequeñas piedras, a souvenirs de una
pesadilla de la que miles no llegaron a despertar. Para ellos, junto al muro
despedazado, hubo rezos y flores, y su memoria seguirá viva en nombre de la
libertad. Quince años han pasado desde ese día de gloria, y todavía, en un resto
del muro,
se lee: "Los tiranos no prevalecerán". Firmado: Helga. Una chica de Berlín Oeste
que vio morir a su novio bajo las
balas apenas un metro antes de cruzar
las alambradas.

… luego de 28 años de pesadilla. Una alegre muchedumbre celebra a ambos lados del muro, y sobre su borde de tres metros de altura y las grises piedras se llenan de <i>graffitis</i> invocando a la libertad y a un mejor futuro.

… luego de 28 años de pesadilla. Una alegre muchedumbre celebra a ambos lados del muro, y sobre su borde de tres metros de altura y las grises piedras se llenan de graffitis invocando a la libertad y a un mejor futuro.

Unos trepan el muro. Otros derriban, con furia, partes de esa barrera que el régimen creyó impenetrable y eterna. Abiertas grandes brechas, los castigados habitantes del Berlín comunista cruzan la línea y se hermanan con los de Berlín Oeste.

Unos trepan el muro. Otros derriban, con furia, partes de esa barrera que el régimen creyó impenetrable y eterna. Abiertas grandes brechas, los castigados habitantes del Berlín comunista cruzan la línea y se hermanan con los de Berlín Oeste.

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