Gracias por los versos … – GENTE Online
 

Gracias por los versos ...

Cuando me entierren/ no se olviden/ de mi bolígrafo” (Benedetti en Rincón de haikus, 1981)

Por eso de la sencillez, “de hablarle claro y sin retórica a la gente”, con el primero de sus bolígrafos aligeró la pesada mochila de sus nombres: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia, “esa costumbre italiana de honrar a la vasta y casi desconocida parentela”.

La tachadura lo dejó, a secas, en Mario Benedetti: de 45 letras pasó a 14, y eso le bastó y hasta le sobró para construir, desde sus 25 años, en la Plaza San Martín de Buenos Aires, a espaldas del bronce del Libertador y mirando hacia la Torre de los Ingleses y al Mar Dulce, ese Río de la Plata leonado e inacabable que engañó a Juan Díaz de Solís, más de 80 libros –poemas, cuentos, novelas, ensayos, teatro– que, en veinte idiomas, siguen dando la vuelta al mundo.

Uruguayo de Paso de los Toros, Tacuarembó, pronto supo de las dentelladas de la pobreza: su padre, químico y farmacéutico de sólido pasar, estafado por un socio, lo obligó al primer exilio: de buena casa en la patria chica a “ranchito con techo de chapa en Montevideo, con mi madre vendiendo hasta la vajilla para sobrevivir”.

Los otros exilios, las otras cicatrices, las sufrió a garras de las dictaduras rioplatenses (el gobierno militar del Uruguay, la siniestra Triple A en la Argentina) que, como se sabe, no sólo son criminales sino estúpidas, “porque ignoran que jamás un soneto provocó una revolución, y que las utopías, por muchas mordazas que padezcan, a veces se cumplen. Allí están, para probarlo, Jesús, Sigmund Freud y Karl Marx, que en algo cambiaron el mundo”.

Sus temas fueron los mismos, los eternos, que tejen la desdicha de los hombres desde La Roca de las Edades: la soledad, la injusticia, la muerte. Soledad que fue total desde hace dos años, cuando murió Luz López Alegre, su mujer, compañera simbiótica a lo largo de seis décadas. Ese día, Mario Benedetti fue el eco de Martín Santomé, ese gris oficinista de su novela La tregua, frente a la casa de Laura Avellaneda, su última chance en la búsqueda del amor, cuando la madre le dice: “Laura murió”. Comprendieron entonces, Mario y Martín, “que la vida es un paréntesis entre dos nadas. No creo en el Cielo ni en el Infierno: el único Dios es la conciencia. Pero muchos han hecho mérito para ir al Infierno…”.

No por nada La tregua –llevada al cine por Sergio Renán en 1974, nominada como Mejor Película Extranjera y casi el Oscar de ese año de no ser por una tal Amarcord, de un tal Federico Fellini– se multiplicó en 148 ediciones y exóticas lenguas. “Pero no hay caso –decía–; por más vueltas que le dé a mis palabras, y aunque de pronto se conviertan en cuentos o novelas, siempre seré un poeta”.

Para muchos, el último poeta popular. Que no es una definición cómoda ni de etiqueta: tan popular –y tan universal– que más de cuarenta voces hicieron música con sus poemas, desde Joan Manuel Serrat –cómo olvidar El Sur también existe– hasta Pablo Milanés, desde Alfredo Zitarrosa hasta Nacha y Alberto Favero…

Hombre y artista de honestidad de hierro, admitía “mi mayor limitación: sólo puedo hablar de la clase media, la que mejor conozco, la clase gris de las grises oficinas. Por mi posición política intenté hacer hablar a los obreros, pero nunca lo logré: mis obreros no hablan como obreros, y cuando canto no me permito mentir”.

Curioso: a pesar de sus aleteos sobre la muerte (“Una obsesión que empezó en mi juventud, no en los años en que está más cercana”), los largos exilios no lo mellaron demasiado. “Al contrario… Me amenazaron de muerte, me separaron de mi ciudad y de mi mujer, me salvé por azar y no por rendirme, pero también me ayudaron. Gracias a esos destierros el mundo empezó a conocerme; aprendí mucho y me permitió un alivio económico. Además, uno siempre es un exiliado. Cuando se va, porque llega a un mundo ajeno, y cuando vuelve, porque el mundo que dejó ya no es el mismo”.

Tampoco claudicó antes los muchos males de su cuerpo, “mis fallas de fábrica”. Se rió de ellas en más de un poema: “… mis cataratas, mis espasmos asmáticos, mi herpes zoster, mi lumbago, mi hernia diafragmática…”. Y hasta fue indulgente con los plagios: “Muchos jóvenes copian mis poemas y se los dedican a sus novias como si fueran suyos. Más que molestarme, me alegra, porque si sirven para el amor, que es el más noble de los sentimientos, han hecho su mejor camino”.

Insobornable, irreductible, invencible, sin dudar a pesar de su tercer nombre (Hamlet), acaso explicó el sentido de su larga vida en el eterno Por qué cantamos, tan claro, tan sencillo, tan luminoso... “Si cada hora viene con su muerte/ Si el tiempo es una cueva de ladrones/ Los aires ya no son los buenos aires/ Usted preguntará por qué cantamos / Cantamos porque llueve sobre el surco./ Y somos militantes de la vida/ Y no podemos ni queremos/ Dejar que la canción se haga ceniza”.

Si alguien no lo comprendió, que lo relea, que lo repita, que lo instale en su memoria, y entonces lo llevará para siempre como una bandera.El poeta, en enero de 2007, en su casa de Montevideo, con un mate, “un hábito que, a pesar de ser uruguayo, adquirí tardíamente, y ya muy enfermo”, dijo.

El poeta, en enero de 2007, en su casa de Montevideo, con un mate, “un hábito que, a pesar de ser uruguayo, adquirí tardíamente, y ya muy enfermo”, dijo.

Con Joan Manuel Serrat, su amigo, que inmortalizó en canciones algunos de sus poemas.

Con Joan Manuel Serrat, su amigo, que inmortalizó en canciones algunos de sus poemas.

Condecorado por Hugo Chávez en la Cumbre del Mercosur, Montevideo, diciembre de 2007. La enfermedad ya dejaba su huella.

Condecorado por Hugo Chávez en la Cumbre del Mercosur, Montevideo, diciembre de 2007. La enfermedad ya dejaba su huella.

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