«Gracias a todos los argentinos por el cariño que me brindaron» – GENTE Online
 

"Gracias a todos los argentinos por el cariño que me brindaron"

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"Mirá, los cien
mil dólares que me ofrecés no sirven para nada, ¡yo te pedí un

millón y medio! ¡Si no juntás la plata para el sábado, te mando la mano de tu
hija!
" Dramática, así fue la última conversación que el sábado 16, Eduardo Nine
-papá de Patricia- mantuvo con los secuestradores. "No llegué a colgar el
teléfono, me desplomé en el lugar mientras lloraba desconsolado. Ahí temí lo
peor…
", cuenta. Son las 22.30 del sábado, y Eduardo, en el patio de su casa -con
una sonrisa en la cara que difícilmente se le vuelva a borrar-, le confiesa a
GENTE: "Fue el momento más dramático que me tocó vivir desde que secuestraron a
mi hija el 28 de setiembre"
. Precisamente en ese momento, el grupo de
inteligencia de la SIDE y personal de la policía bonaerense -que operaban no
desde la casa principal, sino en otra que se encuentra en la parte trasera-,
entendieron que debían actuar rápido y que no tenían mucho margen para el error.
De su accionar dependía la vida o la muerte de Patricia Mabel Nine (37).

"Yo escuchaba por las radios que la policía venía haciendo distintos
allanamientos para liberarme, pero que todos habían sido en vano. En total pude
ver dos o tres diarios y escuchar dos radios, una con informativos y otra de
música. Lo más triste era cuando llegaba la noche, por momentos trataba de no
pensar en dónde estaba para no ponerme peor. Me aprendí algunas canciones de
memoria para cantarlas y así despejar mi cabeza. También oraba mucho, hacía
varias cadenas de rezo y le pedía a Dios que me liberara. Pero la primera semana
fue la más dura de todas. Pensaba en mis hijas, en mi familia, en cuánto tiempo
iba a estar en ese lugar, y me desesperaba…",
recuerda Patricia. Y esos
recuerdos -imborrables por lo espantosos-, serán desgranados a lo largo de estas
líneas.

El martes 19, a la una y media de la tarde, en el paseo de la costa de Vicente
López, el cabo primero Walter Papa y el sargento Miguel Angel Corvalán
detuvieron, sobre sus bicicletas, a un Peugueot 306 gris que circulaba a muy
alta velocidad. El conductor, que decía llamarse Alejandro Iturmende, sin
registro de conducir y con una cédula verde que no correspondía a su documento,
argumentó que el auto era de un primo de Gualeguaychú y que él era un importante
empresario textil paraguayo que recién ingresaba al país. Los policías pidieron
los datos del auto y cuando por handy les avisaron que el vehículo tenía pedido
de secuestro, el hombre vestido con un jean y una chomba, de pelo corto y con
barba candado prolijamente afeitada, comenzó a correr. A los 500 metros se metió
en un bar y fue ahí cuando lo apresaron. "Tengo 20 mil dólares si me dejan ir",
les dijo a los policías quien en verdad era Cristian Carro Córdoba, uno de los
hombres más buscados del país. El cabecilla de la banda que secuestró a
Patricia.

"Yo estaba atada a la cama con una cadena y varios candados. Tenía las manos
encintadas y los ojos vendados. Sólo tuve contacto con uno de los
secuestradores, y la verdad es que no me puedo quejar por el trato que me dio.
Me daba de comer dos veces por día -pastel de papas, empanadas, ñoquis y
milanesas-, y me cuidaba para que esté bien. Un par de veces me desvanecí por
los nervios y por la angustia que tenía, y él se preocupó. Me hablaba, trataba
de contenerme, me decía que no me iban a lastimar y que una vez que mi familia
pagara el rescate iba a recuperar mi libertad. Dormía en un colchón que estaba
tirado en el piso sobre unas tablas y tenía un tacho donde hacía mis
necesidades…"

Gracias a los datos que aportó Carro Córdoba, la policía allanó una casa en la
calle Scott, en William Morris, donde se logró apresar a César Ariel Karacowickz,
conocido con el apodo de El largo. Con él cayó su pareja, Carla Pintos. Tras
horas de interrogatorio, Karacowickz aportó datos para llegar hasta una casa en
Bella Vista, partido de San Miguel, donde el viernes por la noche la policía
detuvo a Claudio Castaño, alias Claudio Pereira, quien era investigado por el
secuestro extorsivo de un acaudalado empresario del norte del conurbano. La
detención de Castaño por parte de la policía bonaerense fue el último eslabón de
la cadena. "Se quebró y nos dijo que a Patricia la tenían cautiva en un barrio
de Libertad, en el partido de Merlo"
-relató a GENTE el comisario mayor Osvaldo Seisdedos-. Ese dato fue la pista final para liberarla".

Ellos dos, más otro detenido en la causa, Claudio Pernof, pidieron protección
judicial, ya que tienen miedo de que los mate la mafia que estaría sobre ellos
en la estructura que se dedica a los secuestros extorsivos. A esa organización
pertenecerían dos peligrosísimos delincuentes: Rodolfo El Ruso Lormhan y José
Potrillo Maidana.

"El sábado me levanté más temprano de lo habitual, no sé si era por el calor o
porque intuía algo. Me encendieron la radio y escuché que los vecinos estaban
organizando otra marcha en Paso del Rey, y eso me llenó de energía. Cada marcha,
cada rezo, o cada pedido de la gente me hacía muy bien. Aunque no estaba al
tanto de todo lo que pasaba, te juro que me llegaba cada oración que hacían por
mí. Me aferré mucho a eso. Al mediodía almorcé unas empanadas de carne
acompañada con gaseosa. Las comí con muchas ganas porque tenía hambre. Estaban
muy ricas, se notaba que eran caseras. Todo era normal hasta que escuché los
primeros disparos y empecé a temblar como una hoja…".

El sábado a las
14.30, efectivos de la policía bonaerense corrieron cien metros por la calle
Gallo al 900 -en el barrio Villa Magdalena, en Libertad, partido de Merlo- hasta
llegar a la puerta de la casa donde Claudio Lezcano y Pablo Remz tenían
secuestrada a Patricia. El primero de ellos era quien la cuidaba. Le había
pedido que lo llamara Tito, y la policía sospecha que sería el mismo que hacía
los llamados a Susana Garnil cuando su hijo Nicolás estaba secuestrado.

Minutos antes, una pareja de policías había estado en la puerta, besándose, para
disimular y poder mirar si la entrada estaba vigilada. Cuando entraron al patio,
el secuestrador que estaba en ese lugar, corrió hasta llegar al dormitorio donde
estaba Patricia -una habitación de uno por dos metros- y comenzó un feroz
tiroteo. Lezcano cayó muerto en segundos y Remz, con la última bala en la
recámara y al grito de "no voy a volver a ir a prisión", se voló la cabeza.

"Los primeros segundos del tiroteo fueron tremendos. Yo me tiré al suelo y
enseguida sentí que alguien se me tiraba encima y me cubría con el cuerpo. A los
pocos minutos todo se calmó, me quitaron la venda de los ojos y vi que el que
estaba al lado mío era Ricardo Aquino (Nota: quien trabajó en el Shopping Nine
como custodia). Para mí fue como ver a Dios porque sentí que estaba a salvo. No
tengo palabras para agradecer a la policía, a Juan Carlos Blumberg y a todos los
que se movieron para liberarme. Antes, por todo lo que se hablaba de la policía,
no confiaba mucho en ellos. Pero mi visión cambió. Ahora voy a mirar la vida
desde otra óptica y voy a dejar de preocuparme por aquellas cosas que no tienen
mucha importancia".

Después del calvario de 25 días, Patricia fue trasladada hasta una salita de
primeros auxilios de la zona. Los vecinos se reunieron en la puerta de la casa
de la calle Gallo y aplaudieron la salida de los policías. Olga Isabel Acosta,
la mujer que durante 41 días preparó la cena y algunos almuerzos de los
secuestradores -y sin saberlo, también de Patricia- no salía de su asombro:
"Parecían dos buenas personas. Comenzaron a venir el viernes 12 de setiembre y
me preguntaron si les podía preparar la cena. Eran muy amables y hasta me
dejaban propinas. Es más, el Día de la Madre hablamos del secuestro de Patricia
y ellos me dijeron: 'Quédese tranquila, seguro va a volver bien a su casa'".

Dos horas después, a las 16.15, Patricia llegó a su casa de Bartolomé Mitre al
1100, en Paso del Rey. Lo primero que hizo fue abrazar a Janina y Nataly -sus
dos hijas-, y a Marcelo, su esposo. Estaba con la ropa que le habían dado los
secuestradores -jean y remera multicolor-, y varias veces se quebró en un llanto
conmovedor. Le preguntó a una de sus amigas el porqué de los pañuelos blancos y
cuando le dijeron que significaba que "todos se sentían secuestrados", lo tiró
al suelo, lo pisó y dijo: "Esto se terminó". Entró a su casa, se bañó y a las 21
salió al patio para rezar y agradecerle a la gente tanta demostración de cariño.
Después, junto a sus íntimos, festejó el postergado Día de la Madre y lloró
largas horas abrazada a sus hijas.

Al día siguiente organizó una conferencia de prensa en su casa -"No pegué un ojo
en toda la noche por miedo a despertarme otra vez en esa pieza maldita",

confesó- y junto a todos los vecinos, marcharon hasta la Catedral de Moreno para
asistir una misa en agradecimiento. "Gracias a todos los argentinos por el
cariño que me brindaron. Ojalá que esto se termine de una vez por todas y que
nunca más, ningún ser humano vuelva a pasar por esto. Porque si mañana prendo el
noticiero y me entero de que hay otra persona secuestrada, voy a sentir que mis
25 días de sufrimiento fueron en vano."

Sábado, a las 16.20, Patricia no puede contener las lágrimas y le agradece a la gente tanta demostración de cariño en su casa de Paso del Rey. Su padre Eduardo la contiene, mientras su esposo Marcelo reza a su lado y Nataly, su hija menor, estalla de alegría.

Sábado, a las 16.20, Patricia no puede contener las lágrimas y le agradece a la gente tanta demostración de cariño en su casa de Paso del Rey. Su padre Eduardo la contiene, mientras su esposo Marcelo reza a su lado y Nataly, su hija menor, estalla de alegría.

El domingo todo el barrio de Paso del Rey realizó una caminata desde su casa hasta la Catedral de Moreno. Juan Carlos Blumberg, las dos hijas de Patricia, Janina y Nataly, y su esposo Marcelo, no se despegaron de ella, quien levantaba el dedo saludando a la gente.

El domingo todo el barrio de Paso del Rey realizó una caminata desde su casa hasta la Catedral de Moreno. Juan Carlos Blumberg, las dos hijas de Patricia, Janina y Nataly, y su esposo Marcelo, no se despegaron de ella, quien levantaba el dedo saludando a la gente.

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