“Federico murió por salvar a los demás” – GENTE Online
 

“Federico murió por salvar a los demás”

Tranquila, no voy a morir en la montaña”, le decía a su madre una y cien veces, cada vez que ella temblaba y rezaba, el guía Federico Campanini (mendocino, 31, radicado en los Estados Unidos).

Pero el martes 6 de enero, a la cabeza de cuatro italianos y tras hacer cumbre en los 6.962 metros del Aconcagua, el Techo de América, una brutal tormenta los cegó. Ráfagas de viento de cien kilómetros por hora y 30 grados bajo cero impusieron sus condiciones de cóctel mortal. Porque bien lo saben los andinistas: es posible vencer a la montaña… pero la montaña, antes o después, es invencible. Lo aprendieron, brutalmente también, el escalador alemán Geramin Stephan (de quien no se suministró la edad, hallado el 5 de enero en la zona llamada Cuello de Botella) y el inglés Michael Freeman (42, que sufrió un paro cardíaco el 9 de enero a metros de la cumbre). En los primeros diez días del 2009, el monstruo de piedra devoró a cuatro desafiantes.

LA AVENTURA. El grupo inicial que guió Campanini: los italianos Antonella Parga (50), que duró poco: descompensada, abandonó; Matteo Refrigerato (35); Mirko Affasio (39); Marina Attasio (38) y Elena Senin (38). Elena, analista de mercado y primera víctima: cayó –se supone– en un desnivel de veinte metros del temible Glaciar de los Polacos, al ceder una placa de hielo, y su cuerpo aún está en un punto de esa inmensidad…

¿Qué pasó? Según Flavio Costarelli, coordinador logístico, “es posible que el grupo hiciera cumbre a eso de las seis de la tarde del mismo martes, porque tomaron la ruta normal, que no exige un equipo tan complejo como el Glaciar de los Polacos, muy riesgoso”. Más o menos lo mismo dicen los baqueanos: “Ya en la cima, los agarró un temporal, se desorientaron y en vez de bajar por la misma ruta se perdieron cerca del Glaciar de los Polacos, a unos quinientos metros de la cima, donde los encontramos dos días después”.

LA BUSQUEDA. Campanini logró avisar por radio a la base Aconcagua: “Estamos perdidos. Senin, muerta. Uno de los hombres, fracturado”. El mensaje desplegó “uno de los operativos más difíciles que recuerdo –le dijo Costarelli a GENTE–. Volamos sobre la zona y vimos a un hombre haciendo señas. Al parecer, Affasio, que sufrió congelamiento de manos y pies y ceguera temporaria por el sol. Estaban a unos 6.700 metros, pero con esa tormenta era imposible mandar un helicóptero”.

La patrulla de rescate de la Policía mendocina recién pudo empezar a subir en el amanecer del jueves 8: setenta almas (voluntarios incluidos) al mando del comisario Armando Párraga: guías, porteadores –los que llevan equipo pesado–, cuidadores del Parque Aconcagua…

EL RESCATE. Los primeros en llegar fueron liderados por el inspector José Luis Altamirano. Según Costarelli, “el cuadro era terrible. Los cuatro pasaron dos noches a la intemperie, sin bolsas de dormir ni carpas. El más débil era Campanini. Estaban recostados en una roca, y no usaron la técnica del pingüino emperador: pegarse unos a otros para darse calor... Hidratamos a todos, y en medio del temporal y con veinte grados bajo cero, marchamos hacia la cima para bajarlos desde allí hasta el Refugio Berlín, a 6.300 metros. Los italianos todavía podían caminar, pero a Federico tuvimos que arrastrarlo en una camilla… Y a eso de las ocho de la noche, murió… Tuvimos que dejarlo a metros de la cumbre, porque la vida de todos ya corría peligro”.

“ERA UN GUIA EXTRAORDINARIO”. Matteo, Mirko y Marina, los sobrevivientes, están internados. Sufren congelamiento, pero sin riesgo de muerte. Los cuerpos de Elena y Federico siguen en su tumba de hielo. Mónica Sánchez, la madre de Campanini, se enteró por televisión de la muerte de su hijo. Antes, en la madrugada del viernes nueve, la llamó su nuera, Amber Christensen (32), desde los Estados Unidos (donde vivían y Federico consiguió, a través de una agencia, el trabajo de guiar a los italianos) le dijo, llorando: “Mi Fede está muerto”. Ahora, hoy, apenas a unos días de la tragedia, Mónica y Carlos, los padres de Campanini, ante GENTE, dicen: “Sentimos mucha impotencia, porque nuestro hijo podría estar vivo. Era un guía extraordinario y había soportado situaciones tan extremas como la que le costó la vida. En mayo del año pasado, al subir y bajar del monte McKinley, en Alaska, soportó una sensación térmica de 45 grados bajo cero… Quería ser cremado, y que sus cenizas reposaran en un lugar al que lo llevábamos de chico: un secreto que queremos guardar. Espero que cuando me entreguen el cuerpo esté entero, con toda su ropa y su equipo. Pero de algo estamos seguros, y nos enorgullece: Federico murió por salvar a los demás”.

La ley de la montaña se ha cumplido, tristemente, en Federico Campanini. Que tenía otros planes. Ya había tomado una decisión también ligada al prójimo: quería ser médico. En todo caso, su vocación y el sentido de su existencia era preservar la vida, batallar por ella, salvarla en las condiciones más extremas. Pero no pudo ser. Apenas a los 31 años, en una lucha desigual –la fragilidad humana contra los gigantes de piedra que el planeta urdió en millones de años–, quedó para siempre en la helada soledad de ese mundo que lo hipnotizó acaso desde chico. Lo lloran hoy sus amigos, jurando –sin error– que era un héroe. Lo lloran sus padres. Mónica, su madre, sigue y seguirá oyendo su juramento: “Tranquila, no moriré en la montaña”. Acaso su cuerpo aparezca y sea cenizas y vuelva a ese lugar secreto que sólo conocen Mónica y Carlos, o acaso su eterna tumba sea el hielo infinito. Ya no importa. Federico Campanini, 31 años, descansa en paz, en ese misterioso y colosal mundo al que tan pocos llegan. Bajo la ley de la montaña, que también fue su ley. Federico en el Aconcagua, con una carpa y las rocas y la nieve detrás. Allí era feliz. Hoy yace a metros de la cumbre.

Federico en el Aconcagua, con una carpa y las rocas y la nieve detrás. Allí era feliz. Hoy yace a metros de la cumbre.

Mirko Affasio y Matteo Refrigeratto, cuando la montaña todavía no había mostrado su cara más hostil.

Mirko Affasio y Matteo Refrigeratto, cuando la montaña todavía no había mostrado su cara más hostil.

Matteo Refrigeratto, débil en extremo. Hoy, está  fuera de peligro en el hospital Italiano de Mendoza.

Matteo Refrigeratto, débil en extremo. Hoy, está fuera de peligro en el hospital Italiano de Mendoza.

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