Estos chicos estudiaron en la Argentina. Ahora trabajan en la máquina de Dios. – GENTE Online
 

Estos chicos estudiaron en la Argentina. Ahora trabajan en la máquina de Dios.

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Así como el telescopio le permitió a Galileo Galilei descubrir que la Tierra no era el centro del sistema solar en el siglo XVII, la caída de una manzana inspiró a Isaac Newton para describir su Teoría de la Gravedad en 1685; o la mente luminosa de Albert Einstein alumbró la Teoría de la Relatividad en 1915, el miércoles 10 de septiembre de 2008, en Ginebra, Suiza, la Humanidad dio un paso gigantesco para responder una de las preguntas que la desvelan desde siempre: ¿de dónde venimos? Allí, a 100 metros bajo tierra, a las 5.28 de la madrugada de Buenos Aires, los primeros protones de hidrógeno disparados por el Colisionador de Hadrones (LHC) más grande del mundo dieron una vuelta completa al túnel circular de 27 kilómetros. Una maravilla tecnológica que costó 9.000 millones de dólares, que comenzó a construirse bajo la dirección del físico galés Lyn Evans en la década del ’80 en el CERN (sigla en francés de la Organización Europea para la Investigación Nuclear) y cuya misión será validar el Modelo Estándar de la física de partículas a través del choque de protones, e intentará reproducir los primeros instantes después del Big Bang y hallar pruebas de la existencia del Bosón de Higgs, también llamado “la partícula de Dios”. Y allí, entre diez mil científicos de 85 países, unos 30 argentinos (ocho representando a las universidades de Buenos Aires y La Plata) forman parte de este apasionante camino hacia el principio del Universo, más de 13.000 millones de años atrás.

Jorge Mikenberg es uno de los principales científicos del CERN. Hoy es el jefe del Espectrómetro de Muones. Nombre que encierra, explica, el estudio de “partículas que pasan por nuestro cuerpo todo el tiempo y vienen de la radiación cósmica”. Nacido en Buenos Aires hace 67 años, hizo la primaria en la Escuela del Barrio de Suboficiales de Campo de Mayo, y el secundario en la Escuela Nº 13 de Liniers. Doctorado en Israel en el Instituto Weizmann (considerado por la revista The Scientist como el mejor del mundo) es el jefe del grupo de israelíes del CERN, donde está desde 1982. Pese a eso, Mikenberg no es ajeno a la presencia de las universidades de Buenos Aires y La Plata en este proyecto. “Estuve en diciembre pasado en la Argentina, y los convencí de trabajar juntos en este experimento. La calidad profesional de los doctores María Teresa Dova y Ricardo Piegaia produjo un impacto importante en este proyecto. ¿Sabe qué pasa? Que en Latinoamérica, la educación argentina es la mejor que existe”.

Su paciencia de científico se trasladó a su vida personal: durante diez años, cuenta, le dejaba flores en la puerta de la casa a su actual esposa Elaine (teniente del ejército helvético, a quien conoció viajando en tren), cada vez que pasaba por Ginebra, “y hoy hace 76 meses y 12 días que estamos casados”.

Profesores. Al frente del equipo de la Universidad de Buenos Aires se encuentra Ricardo Piegaia (50), con un pasado de alumno primario en las escuelas porteñas Sarmiento y Pueyrredón, y secundario en el Nacional de Buenos Aires. Casado con una científica, Cristina Caputo, con una hija –Alejandra– que estudia oboe en Europa, hizo la licenciatura en Física en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y el doctorado en la Universidad de Yale, en los Estados Unidos. Explica que “en este colisionador, ubicado a 100 metros de profundidad, existen dos detectores principales y dos secundarios. En uno, el ATLAS, estamos los argentinos, junto a científicos de 35 países. El CERN maneja el acelerador de partículas, y las distintas universidades, los experimentos que se hacen. Hace tres años presentamos un expediente, nos tomaron en serio y nos aceptaron. Lo que hicimos fue desarrollar parte de los triggers, los programas para detectar las partículas que sirven para el experimento”. En ese punto, como siempre, empieza a tallar el poder económico de cada universidad. Dice Piegaia: “Las Universidades que tienen más plata construyeron parte del detector, que cuesta unos 2 mil millones de dólares. Argentina no puede contribuir a eso, pero sí a desarrollar programas. Piense que yo, como profesor, gano 5 mil pesos por mes entre la Facultad, donde soy profesor e investigador, y el CONICET, más un incentivo docente de 800 pesos que se cobra cada tanto. Desde que asumió el ministro (de Ciencia y Tecnología) Lino Barañao, que es científico, estamos mucho mejor, pero calcule que el poder de compra para llegar a un auto chico es un tercio del que tienen en Brasil o Chile”.

Desde la Universidad de La Plata, María Teresa Dova (48) dirige un equipo de tres estudiantes. Oriunda de Alberti, a 184 kilómetros de Buenos Aires, estudió en el Colegio Santísima Virgen Niña, y alguna vez soñó con ser concertista de piano. Casada y con dos hijos, cuando terminó el secundario viajó a La Plata y, viviendo en una pensión, hizo la licenciatura en Física, que terminó en 1984. Ganadora de la Beca Guggenheim, también forma parte del proyecto internacional del Observatorio Paul Auger, ubicado en Malargüe, Mendoza. Hasta que las universidades argentinas fueron aceptadas en el CERN, a ella le pagaba la North Eastern University de los Estados Unidos para investigar allí. “En un momento era la única latinoamericana –cuenta–. En el 2005, el ministro Barañao, con quien hablamos el mismo idioma, apoyó nuestro proyecto, y al año siguiente fuimos aceptados. Ya había un grupo de Brasil, y los chilenos se entusiasmaron con la idea y lograron que la presidenta Michelle Bachelet visitara el CERN. Ellos no tenían experiencia en altas energías, y nos ponían como ejemplo a nosotros. Ahora se sumó una universidad colombiana”. Como todo científico argentino, se doctoró varias veces en optimizar recursos. Y hace malabares para que rindan los 70 mil pesos anuales de subsidios oficiales, que incluyen viajes, estadías, insumos, comunicaciones y varios etcéteras más. “Comparado con lo que teníamos antes es mucho, pero, por ejemplo, la Universidad tiene una conexión de Internet de 20 megas, y necesitaríamos 1 giga, como tienen en Chile. Lo bueno es que si consiguiéramos eso, no sería sólo para nosotros, sino para todas universidades del país”.

Alumnos. Fernando Monticelli (29, casado, un hijo de cuatro meses) nació en Villa Tessei, Gran Buenos Aires, y estudió en el colegio Cardenal Stepinac de Hurlingham, al que agradece “la formación técnica que me dio, una base sólida en matemáticas”. Estudió Física en la UBA, pero hoy se levanta todos los días a las 5.30 para ir desde su casa en Capital Federal a su trabajo en el Departamento de Física en La Plata. Guitarrista amateur de heavy metal, llegó al CERN en el 2005. Como el resto de los argentinos que están allá, cobra una beca de 1.500 euros de la Unión Europea, “que es menos que un sueldo mínimo de Suiza. Hay que cuidar mucho la plata, porque un almuerzo en el comedor del CERN sale 12 francos suizos (60 centavos de euro), y el alojamiento allí, que sólo se permite por dos meses, 40 francos suizos por día (25 euros)”. Para él, además, los beneficios secundarios de la presencia argentina en el proyecto son importantes: “Siempre y cuando sigamos presentes allí, podrían venir industrias de alta complejidad para hacer el hardware de componentes electrónicos de los detectores. La Segunda Guerra Mundial trajo muchos avances en tecnología, pero fue una guerra. Con este proyecto también, pero no hay ninguna masacre”.

Necochea, a 600 kilómetros de Buenos Aires, ostenta el privilegio de tener dos jóvenes científicos en el CERN: Martín Tripiana y Xabier Anduaga. Tienen casi la misma edad (26 y 25), son egresados del mismo colegio (la Escuela de Educación Técnica No. 3 de Necochea), llegaron al mismo tiempo a la Universidad de La Plata para estudiar Física –donde se graduaron– y hasta son hinchas del mismo club: San Lorenzo. Tripiana cuenta que “estuve un tiempo entre estudiar piano y Física. Cuando terminé y fui a La Plata, tomé contacto con María Teresa Dova y terminé acá, formando parte de ATLAS. El miércoles, cuando arrancó, me sentí feliz y dije ‘¡esto anda!’”. Anduaga, compañero de siempre de Martín, destaca que “a pesar de la situación del país y las críticas a la educación pública, hay gente y capacidad de sobra para sentirse en igualdad de condiciones con toda la comunidad científica”.

Gastón Romeo (26), de Castelar y –según su madre– eximio guitarrista, es otro de los estudiantes de la UBA que están en Ginebra. “Desde chico me incliné a las matemáticas, y el día que me regalaron un telescopio no lo largué más… –recuerda–. Hice el secundario en el Instituto Inmaculada Concepción y cuando terminé, en el ’99, ingresé en el CBC de la sede Merlo de la UBA, con la idea de seguir Física. Allá era el único que iba a estudiar esa carrera”. Hoy hace su doctorado en Suiza, dice que extraña a su novia y que allí “todo es caro”.

Laura González Silva (26) hizo la primaria en el barrio porteño de Las Cañitas, en la Escuela Armenia Argentina, y más tarde el secundario en el Colegio Santa Ana, en Núñez. En el año 2000 hizo el CBC para estudiar Química, pero un año más tarde, admite, “me di cuenta de que me gustaba la Física”. En el 2002 comenzó su nueva carrera en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que terminó con la licenciatura cinco años más tarde. En el 2006, señala, “me habló Ricardo (Piegaia), me ofreció la posibilidad de ir al CERN, lo pensé un par de horas y le dije que sí. Tuve la suerte de estar en el momento justo, porque este proyecto estaba planeado para comenzar mucho antes”.

Además de los científicos enviados por las universidades argentinas, hay una veintena de compatriotas que trabajan en el CERN para otros centros de estudios. Entre ellos está la pampeana Valeria Pérez Reale (31), asociada a la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Tuvo una infancia y adolescencia de mudanzas: de su Santa Rosa natal a los Estados Unidos, y vuelta a La Pampa, donde terminó el secundario en la Escuela Normal Superior. “Eso me permitió comparar, y la educación en la Argentina es excelente. Te enseñan a pensar, y lo más importante es que es gratuita y tratan a todos por igual”. Luego ingresó en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de La Pampa y en el 2002 se unió a ATLAS. “Estuve en la fase de construcción, instalación y, ahora, en el análisis físico de los resultados, que serán en base a datos que se comenzaron a tomar ahora y durarán 15 años”. Ella, como sus colegas, sonríe cuando escucha la expresión “La Máquina de Dios”: “Se van a estudiar las condiciones segundos después del Big Bang, cuando se creó el Universo. Pero quién creó ese Universo es un tema aparte. Yo soy física y creo en la ciencia, pero, como muchos aquí, también creo en Dios”.Parte del equipo argentino en en Ginebra. Parados: Ezequiel Alfie, Jorge Mikenberg, Ricardo Piegaia, María Teresa Dova, Roberto García Moritán (ex vicecanciller argentino), Alberto Dumont (embajador argentino en Ginebra), Gastón Romeo y Peter Jenni (vocero del CERN). Agachados: Laura González Silva, Martín Tripiana, Valeria Pérez Reale, Xabier Anduaga y Fernando Monticelli.

Parte del equipo argentino en en Ginebra. Parados: Ezequiel Alfie, Jorge Mikenberg, Ricardo Piegaia, María Teresa Dova, Roberto García Moritán (ex vicecanciller argentino), Alberto Dumont (embajador argentino en Ginebra), Gastón Romeo y Peter Jenni (vocero del CERN). Agachados: Laura González Silva, Martín Tripiana, Valeria Pérez Reale, Xabier Anduaga y Fernando Monticelli.

Una mujer camina junto al solenoide compacto de muones, el más grande del mundo. Mide 21 metros de largo, 16 de ancho y pesa 12.500 toneladas .

Una mujer camina junto al solenoide compacto de muones, el más grande del mundo. Mide 21 metros de largo, 16 de ancho y pesa 12.500 toneladas .

El profesor Jorge Mikenberg trabaja en el Instituto Weizmann de Israel, dirige a los investigadores de ese país en el CERN .

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