Esta droga los convirtió en fantasmas que nadie quiere ver – GENTE Online
 

Esta droga los convirtió en fantasmas que nadie quiere ver

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Son las dos y media de la tarde. El sol golpea la cara de alguien de 11 años que intenta descansar en el sillón del despacho de la directora de Casa Puerto, el centro de rehabilitación para jóvenes consumidores de paco. Es adicto desde hace más de tres inviernos y empezó a fumar después de que su hermano mayor murió atropellado por un auto. Mientras vivía, lo mantenía alejado de la pasta base y de las mala influencias, pero hoy está a la deriva. Tiene varias cicatrices en las piernas y una que cruza su frente.

Se mueve entre los almohadones como si algo le perturbara el sueño. Un grupo de cumbia se oye de fondo, mientras el viento golpea sin cesar una persiana americana abierta. Zapatillas Nike de color rosa, remera del Hard Rock Café Miami y un pantalón corto que alguna vez fue blanco. “Pensamos que la habíamos perdido. María no venía desde hace tres meses y ayer me llamó para volver”, dice Nélida Ortega, la directora del centro. ¿¡María!? “Sí; parece un chico, pero es una chica. Se cortan el pelo y se visten como hombres para que no las violen”, explica Nélida.

¿QUE ES EL PACO? Conocido también como “la droga de los pobres”, el paco es la pasta base de la cocaína; es decir, todo lo que sobra después de cocinar el estupefaciente. A eso se le agregan sustancias tóxicas: bicarbonato de sodio o vidrio molido, para darle más cuerpo. Llegó al país a fines de los 90, bajando de norte a sur. Pasó por Colombia, Perú y Bolivia, hasta que se instaló en las “cocinas” argentinas. “Es mucho peor que la cocaína, porque las sustancias que le agregan convierten a nuestros chicos en zombis”, advierte Graciela Izquierdo (48), una madre que tiene un hijo paquero. “Para colmo, la euforia dura seis segundos, de modo que los chicos tienen que fumar todo el tiempo. Para conseguir los dos pesos que cuesta el cigarrillo, mi hija me vendió todo lo que tenía en casa”, cuenta Rosa Cuello (51), otra madre con la misma suerte.

El paco es más barato que el pegamento pero produce mucha más euforia, y su distribución se extiende como tentáculos. “Cada tres casas tenés un narco. Si caminás por los pasillos de la villa donde vivo, en el Bajo Flores, vas a ver a todos los chicos sentados en los banquitos, y fumando. Son cadáveres con vida. Si olés la ropa que trajo mi hija, te morís. Romina llegó a estar dos meses sin bañarse… No tiene sensibilidad, no le importa nada, no tiene hambre. Es otra persona”, apunta, desesperada, Susana Virreiro (54), madre de una hija atrapada por el paco.

¿QUE EFECTOS TIENE? Lo dicho, los primeros seis segundos produce una euforia muy intensa. Pero el efecto, en general, no dura más de diez minutos. Si después de tal lapso no se consume nuevamente, el adicto cae en una profunda angustia. Por eso los chicos pueden llegar a consumir hasta ochenta veces al día. Poco a poco pierden los sentidos, bajan bruscamente de peso –de 10 a 15 kilos– porque pasan hasta dos días sin comer y sin sentir hambre. Al tiempo pierden los dientes, y sus labios quedan completamente quemados. Después empiezan las convulsiones y las alucinaciones. “Un día tuve que ir a buscar a Rosario, una chica de nueve años, de Ciudad Oculta, la famosa villa de Mataderos. Quería internarse en Casa Puerto pero sus padres no podían traerla, de modo que nos acercamos con un móvil para trasladarla. Ahí descubrí el Infierno del Dante. Chicos de hasta 5 años que caminan casi desnudos por las calles y que pueden morir después de algunas convulsiones. Son fantasmas que nadie quiere ver y forman parte de una realidad oculta”, afirma Mariel Marinangeli, una de las psicólogas de Casa Puerto.

Para luchar contra el paco, las madres formaron la asociación civil Hay Una Esperanza, imaginando que así el Gobierno tomaría conciencia del problema. “Pero los gobernantes nos dan caramelitos… Subsidios, planes Trabajar, planes Jefes y Jefas, pero nunca entramos en la agenda política. Si ellos tuvieran un hijo adicto, seguramente no nos darían la espalda. Si vieran los ojos de mi hijo después de fumar paco, nos escucharían”.

¿DONDE ESTA EL PACO? El sol amenaza con irse en el Barrio Illia. Un grupo de jóvenes escucha cumbia y rodea un ciclomotor que parece averiado, mientras una botella de cerveza pasa de mano en mano. “¿Ves a los chicos?”, pregunta una de las madres. “Yo te diría que el 90 por ciento de esos pibes del barrio fuma paco”. Si bien la droga circula entre la clase baja, muchos juran que ya está instalada en la clase media. Según Nélida, “hay algo que se conoce como el mixto, y está llegando a adolescentes de familias más pudientes. Los chicos complementan el porro con algunas pitadas de paco, para darse con algo más fuerte”. Mientras tanto, las madres hacen un llamado de alerta: “Es una cuestión de prioridades. La sociedad no se da cuenta de lo que ocurre. Parece chiste: para hacer un boicot contra el tomate nos unimos todos, pero nuestros hijos se mueren drogados, ¿y qué hacemos?”.

Lentamente, los chicos del paco van perdiendo todo: sus objetos, su peso, su familia, la razón, la vida. Tienen casas, pero la mayoría hace su hogar en la calle. “Se van de gira, drogados, todas las noches, pero también lo hacen como escapismo. Una de las chicas me contó que un policía la amenazaba y le decía: ‘¿Ves esta bala? Tiene tu nombre escrito’, y le mostraba el proyectil recién tallado. Entonces, imagináte: tienen que escapar de todo el mundo. Van solos por la vida”, se angustia Nélida.

¿POR QUE ROBAN? Hay quienes dicen que “una cosa lleva a la otra”. Los chicos empiezan probando el paco; se hacen adictos; si dejan la droga, la abstinencia los deprime tanto que hacen cualquier cosa para conseguir más, y el círculo vicioso suma y sigue… “Mi hijo saqueó la casa: no quedó nada. Y como ya no tenía nada para vender, empezó a robar. Lo triste es que cuando caen en cana, adentro se siguen drogando y perfeccionan los delitos. Si antes era difícil frenarlos, cuando salen es mucho peor”, confiesa Rita Díaz (48), una de las primeras madres que se unieron para detener esta pandemia, impulsada por la adicción de uno de sus hijos.

Nosotras le pedimos, le rogamos al Gobierno, que interne a nuestros chicos. Lo que está pasando en las calles es un genocidio. Si no los matan con las armas, los matan con el abandono. Yo esperé cuatro años para que internaran a mi hijo. Los trámites son muy largos, y mientras tanto los chicos roban, se drogan y se mueren. ¿Dónde está el Estado?”, denuncia Rita. Y Graciela Izquierdo deja caer las últimas palabras de este pavoroso informe: “Viven en la sombra de una ciudad que les da la espalda. Cada día que pasa, un chico que debería estar estudiando y jugando se convierte en un adicto. Se quedan dormidos en cualquier lado. A veces no amanecen: se duermen, y pasan del sueño a la muerte”.

Para contactarse con Casa Puerto llamar al 4633-3469. Tienen entre 8 y 18 años y viven internados en la unidad Casa Puerto, en Caballito. Son adictos al paco, pero están luchando para escapar de ese veneno y de la muerte.

Tienen entre 8 y 18 años y viven internados en la unidad Casa Puerto, en Caballito. Son adictos al paco, pero están luchando para escapar de ese veneno y de la muerte.

“<i>El paco termina con todo. Los chicos pierden poco a poco la sensibilidad, el peso, la razón, la voluntad, y por fin, la vida. Y cada día hay más adictos</i>”.

El paco termina con todo. Los chicos pierden poco a poco la sensibilidad, el peso, la razón, la voluntad, y por fin, la vida. Y cada día hay más adictos”.

En el centro Casa Puerto los chicos tienen taller de música, cocina, títeres, plástica, apoyo escolar y teatro. Por lo general, a los pocos días de internarse más de uno suele decir: “Esto es mucho para mí”. Son esclavos de la droga, pero admiten que el paco es mortal. La psicóloga Mariel Marinangeli es una de las encargadas de hablar con ellos y de seguir de cerca su evolución.

En el centro Casa Puerto los chicos tienen taller de música, cocina, títeres, plástica, apoyo escolar y teatro. Por lo general, a los pocos días de internarse más de uno suele decir: “Esto es mucho para mí”. Son esclavos de la droga, pero admiten que el paco es mortal. La psicóloga Mariel Marinangeli es una de las encargadas de hablar con ellos y de seguir de cerca su evolución.

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