Es un pueblo fantasma, pero no está muerto… – GENTE Online
 

Es un pueblo fantasma, pero no está muerto...

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Zenón Videla Dorna es un pueblo de apenas 64 almas, 10 calles de tierra, un solo teléfono y 15 casas levantadas a 7 kilómetros de la Ruta 3 y a 17 de la ciudad de San Miguel del Monte. Según el historiador Atilio Villani, “el pueblo nació el 25 de mayo de 1892, cuando un tren del Ferrocarril Roca llegó por primera vez a Monte, después pasó por la estación Videla Dorna, y nadie se perdió ese acontecimiento”.

No en vano ese punto hoy casi anónimo y agonizante se llama como se llama: los Videla Dorna fueron los grandes terratenientes de la zona –a fines del siglo XIX tenían 104 mil hectáreas de las 180 mil del partido–, y a Zenón se lo recuerda como “el gran benefactor de Monte”, según las mentas de los más viejos.
Eran tiempos de vacas gordas. El tren pasaba tres veces por día ante los ojos de los 300 habitantes, y los dos almacenes, la peluquería y el surtidor de gasoil facturaban buenos pesos fuertes… Pero hace una década y media pasó el último tren, el pueblo quedó casi aislado y su nombre entró en la triste lista de los 602 pueblos de la provincia de Buenos Aires en riesgo de extinción. Los pueblos fantasma…

MACHETEANDO
. Después de siete kilómetros de camino barroso aparece el Jardín de Infantes 905. Son las doce y cuarto del mediodía, y los 5 chicos presentes –el alumnado total llega a 14– están terminando el guiso que les preparó Olga Sonia, directora, maestra y cocinera. “Hoy faltaron nueve, porque cuando llueve mucho los caminos se vuelven intransitables. Para venir, algunos chicos recorren a caballo once kilómetros por día”, cuenta Olga. Es el caso de William (4), que ahora sube a una vieja moto que soporta el peso de su padre, su madre, su hermana y el bolso de las compras que traen desde Monte. Hoy, su petiso descansa…

La Escuela Nº10, Domingo Faustino Sarmiento, tiene patio y jardín, pero está muy lejos de la era del e-mail y los cybernautas. Tanto, que cinco chicos están cortando el pasto a golpe de machete, con las herramientas que trajeron de sus casas. Cuando el césped queda casi al ras, parten en sus bicicletas con esas grandes cuchillas colgadas de sus hombros: misión cumplida.

Acá todo cuesta el doble. Nosotros mantenemos el lugar, tenemos una huerta orgánica de la que sacamos lo necesario para preparar el almuerzo de los chicos, y nos ocupamos de todo, porque los del Municipio nunca se acercan”, dice Elvira García (50), la directora. Sí: aun en los pueblos fantasma hay vidas tangibles y bocas que alimentar…

EN UN VIEJO ALMACEN. Inventario: el camino principal jamás fue asfaltado; el edificio de la Escuela Nº10 está igual que hace seis décadas; hoy como entonces, los alumnos de primero a sexto grado comparten la misma aula; en las fiestas escolares de antaño se reunía más gente que el total de habitantes de hoy; según el Censo 2001, la población de Zenón Videla Dorna bajó un 73,77 por ciento en diez años, y no hay policías, médicos ni gas natural.

Don Marcos Del Prado (80) vive a 30 metros de la escuela, frente a las vías que alguna vez trepidaron bajo las ruedas de los trenes del Roca y muy cerca de la estación ahora casi oculta por tenaces yuyos y cardos que se doblan de tan altos… “Ni siquiera el pasto nos cortan”, se queja. Una gorra le tapa los últimos pelos blancos. Su piel está curtida por el trabajo en el campo “y por la guerra civil española”, dice, y nos saluda con un apretón de su mano áspera –los callos del trabajo–, y cuenta que “estamos aislados, parece que se olvidaron de nosotros. Mi esposa, Amelia, tenía problemas de salud. Un día, su presión se agravó y no pudimos llevarla a Monte, porque el camino estaba imposible. Llegamos al hospital un día después… Se salvó, pero el médico nos dijo que se lo agradeciéramos a Dios”.

Las cortinas del almacén tienen, todavía, la huella de su marca y origen: Alfredo Gentile, Deán Funes 1328, Buenos Aires. Son de 1949, cuando Marcos, con 24 años, dejó su España natal, subió a un barco y emprendió la aventura de “hacer la América”. Y además, “escapar del franquismo, porque en el ’36 las bandas de Franco nos dejaron sin luz, en León estábamos en el medio de la línea de fuego, las balas nos silbaban cerca de la cabeza, y ya sabía yo lo que me esperaba en el futuro”, recuerda, e ignora que mientras lo dice se cumplen 30 años de la muerte del Generalísimo. Pero evoca, sí, el pasado próspero que transcurrió detrás de estas oxidadas persianas. “Yo era el distribuidor mayorista de Quilmes y de muchas primeras marcas. ¡Pensar que los camiones hacían cola para entrar! Pero cuando dejó de pasar el tren todo se derrumbó...”.

RAMOS GENERALES. En el pueblo, don Juan Colomé (70) es una marca de fábrica: es el dueño del almacén de ramos generales. En la entrada, dos caballos atados a un alambrado, a falta de palenque. Adentro, dos paisanos escapados de un cuadro de Florencio Molina Campos… juegan al pool. “Pasé a las tres y el Juan dormía como potro”, dice uno de ellos. El calor hace arder las chapas del techo. Colomé atiende en cueros y ofrece un Gancia con limón “pa’ matar la zé, che”, y en la mesa de pool, Pascual Villaverde se toma un vaso de vino de un peso por el que cabalgó una hora y media. Una gota de sudor le baja desde la frente. “¿Qué quiso hazé el infeliz éste?…Pascualito, has tirao más tiros que escopeta vieja, y no te agarra efeto la blanca…”, lo hostiga Marcelo Caballero, que gana el partido sin sudar. Afuera se amontonan las bolsas de pan llegadas desde Monte. “Si traés mucha mercadería, se te pone fea. Este es el único almacén del pueblo, pero apenas juntamos unos mangos para vivir. Cuando Frondizi cerró el trocha angosta, los pueblos se murieron, y acá pasó lo mismo con el Roca: quedamos incomunicados”, sentencia Colomé. Que también es dueño del único teléfono del pueblo…

EN LA PULPERÍA. Dicen que don Miguel Montenegro (90), uno de los próceres vivientes de Zenón Videla Dorna, sabía organizar “unas extraordinarias fiestas de Aberdeen Angus”, que tiene una memoria implacable, y que vive “allí nomás, en esa casa de frente amarillo, justo donde termina el pueblo”. Y aquí está. Llegó a este rincón del mapa en 1922. Por largos años fue el encargado de la estancia El Recreo, donde crió campeones pura sangre, organizó incontables fiestas del ternero para centenares, y recuerda que “el ’37 fue el año de mayor esplendor. ¡Entonces sí que andaba el ferrocarril! Un día se atrasó cinco minutos, les mandé una nota a los ingleses para quejarme, y a los dos días me contestaron pidiéndome disculpas. Pero a mitad del siglo pasado las estancias se dividieron, la tecnología hizo que el campo no necesitara tanta gente, los jóvenes empezaron a irse, y hoy también buscan otros rumbos, porque aquí ya no hay futuro. No hay autoridades, ni policías ni médicos. Estamos librados a la buena de Dios…

Pero, casi misteriosamente, resisten, como esperando un golpe de timón del Destino.

Don Marcos del Prado en la vieja estación a la que llegaba el Ferrocarril Roca. El ocaso del tren fue clave en la decadencia del pueblo.

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La escuela Domingo Faustino Sarmiento está igual que hace medio siglo.

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Un acto patriótico en los días felices y opulentos del pueblo.

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