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Era todo corazón y tuvo una muerte absurda

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Escuchó repicar la lluvia mientras se desperezaba. Hacía más de 24 horas que llovía en Ferrugem, el pueblo del sur de Brasil elegido para pasar las vacaciones. Ariel Malvino miró la hora: las once y cuarto de la mañana. Bostezó mientras espió por la ventana de la cabaña que ocupaba, una de las cuatro de la posada O Sol: otra vez se quedaba sin playa. En las otras camas de la habitación, sus amigos Federico Germino (22) y Fernando Wall (21) abrieron los ojos casi a la par. Minutos después, ya bien despiertos, recordaron que Mario, el dueño de la posada, había organizado una excursión a Florianópolis. Mejor eso que quedarse matando el tiempo allí, charlando con el hombre en portuñol como hicieron el día anterior. Cuando llegaron a la recepción, el micro se había marchado una hora antes. No los amilanó. Preguntaron cuánto costaba hacer los 79 kilómetros que los separaban de la capital del Estado de Santa Catarina. “25 reales en micro desde Garopaba (a 5 kilómetros), o 100 reales el alquiler del auto más barato”, recibieron como respuesta. Dos chicas que paraban también allí, que escuchaban la charla, propusieron dividir el gasto entre cinco: pagar por un coche menos que el valor del ómnibus era buen negocio. Y así, por la Autopista 101 llegaron a destino. El 18 de enero prometía, en lugar de sol y arena, alguna compra y un poco de asfalto.

Florianópolis, al lado de Ferrugem, es una gran ciudad. Los tres amigos pasearon por el centro y llegaron a una feria artesanal. Ariel compró un par de ojotas. Miró bien antes de elegir: después de todo, la fama de “coqueto” que le habían hecho sus amigos no merecía distracciones. Oscurecía cuando llegaron a un shopping. Cerca de las ocho, con buen apetito, comieron en un McDonald’s. El plan original era buscar un hotel allí y quedarse hasta el día siguiente, para no volver manejando de noche y con tormenta. Pero el cielo les hizo cambiar de planes: cuando salieron del shopping había dejado de llover. Y emprendieron el regreso. Antes de llegar a la posada compraron galletitas, maní y palitos salados. Comieron algo y, cansados, se repartieron en las camas y durmieron un rato. Cerca de las dos de la mañana, ya repuestos de la excursión, salieron a tomar cerveza en la playa. Y, como lo hacían todas las noches, caminaron las cuatro cuadras que los separaban del pequeño centro de Ferrugem. La rua Geral do Capao, cuyo epicentro es el boliche Bali Bar, ardía de gente, casi todos argentinos. Los chicos conocían a varios. Por ejemplo, había un grupo de seis amigos del country del Banco Provincia, adonde tenían casa los padres de Ariel y Federico. Malvino los vio y decidió saludarlos. Se separó de Fernando y Federico. Y cuando estaba en la esquina, en el bar AM/PM se desató una pelea. Se trenzaron dos grupos de argentinos, nadie sabe exactamente por qué: algunos testigos sostienen que pasó un auto y salpicó a una chica. Otros afirman que un muchacho se puso a chapotear en un charco y mojó a otros. Pero, hasta el momento, el fiscal brasileño Fabio Lyrio recibió varios testimonios que cuentan, de manera casi idéntica, cómo fue asesinado Ariel Malvino entre las 5.15 y las 5.30 de la madrugada del 18 de enero.

La muerte. Juan Carlos García Dietze es abogado. Sus vacaciones transcurrían tranquilas en Praia do Rosa, a 12 kilómetros de Ferrugem. Hasta allí corrió, rápido, la noticia de la muerte de Ariel. García Dietze pensó en el único hijo de su amigo Alberto Malvino –presidente del Centro de Escribanos de San Martín– y Patricia –que trabaja en la escribanía familiar–, pero enseguida enterró el mal presagio. “Debe ser alguien con el mismo apellido”, se ilusionó. Por costumbre, el 20 de enero chequeó mails y abrió la página de Internet de un diario argentino. Y chocó con la mala noticia. Enseguida le escribió un mensaje al padre de Ariel. Y a las pocas horas recibió un angustioso llamado a su teléfono celular. De ahí en más se puso a averiguar los detalles del asesinato. El viernes 3 de febrero regresó de Brasil. Allí le permitieron ver la causa, pero no tomar fotocopias. El lunes, en sus oficinas porteñas, resumió lo que pudo leer: “Ariel, sin quererlo, quedó en medio de la pelea. Y les habría dicho: ‘¿Así nos portamos los argentinos cuando salimos al exterior?’. Entonces, uno de los agresores empezó a tirarle golpes. Ariel retrocedió hacia la calle mientras le gritaba: ‘¡Pará, loco, pará! ¡No tengo nada que ver…!’. En ese momento recibió una trompada desde atrás, en la mandíbula, del lado derecho. No la esperaba, y cuando caía ya se había desmayado. Los que oyeron el golpe de su cabeza contra los adoquines hexagonales de la calle dicen que fue terrible. Mientras estaba en el suelo, con convulsiones, el que había querido pegarle levantó una roca de 17 kilos y medio que había enfrente, sobre la vereda de la posada Mauna Loa, y se la arrojó con fuerza sobre la zona inguinal”.

Aquella noche Federico –que conoció a Ariel en el jardín de infantes y que se recibió en el Instituto San Roque– corrió junto al cuerpo de Malvino. Su relato es conmovedor: el de un chico de 22 años que asiste a la muerte de su mejor amigo. “A los gritos pedí una ambulancia, y no sé por qué, pero le saqué la cédula del bolsillo. Había un patrullero a dos cuadras, que tardó 20 minutos en llegar. La ambulancia tardó más: casi una hora. Lo llevamos al hospital de Imbituba, un lugar precario. El médico me dijo que estaba grave, que estaba en coma y no lo podían trasladar. A las siete hizo un paro cardíaco y murió. Todavía no lo puedo creer. Ariel era demasiado buen tipo para terminar así…”, cuenta desgarrado.

Ariel Malvino tenía 21 años, y el 8 de marzo hubiera cumplido 22. Soñaba con trabajar junto a su padre en la escribanía, y para el 2006 soñaba con terminar la carrera de Abogacía en la Universidad de Belgrano. Le gustaban mucho el tenis, que jugaba con Federico, y el fútbol, que practicaba en el country del Banco Provincia. Hincha fanático de Boca, de Maradona y, sí, también del Chipi Barijho, tenía su habitación de Villa Urquiza tapizada con pósters y fotos de sus ídolos xeneizes.

Los sospechosos. El doctor García Dietze, dijimos, anotó prolijamente los detalles de la madrugada del 19 de enero. En la causa que lleva adelante la jueza de Garopaba Elian Cardozo –de apenas 31 años–, figura una lista con siete sospechosos: Francisco Méndez, Gonzalo Menasco, Andrés Gallino, Germán Braillard Poccard –sobrino de un ex gobernador y actual diputado–, Lautaro Braun Billinghurst, su hermano Eduardo y Horacio Pozo. Los dos últimos, de 21 y 23 años –se comenta en las calles correntinas– serían los más complicados por los testigos, y porque habrían confesado los hechos entre sus íntimos. Y el resto habría estado ajeno a la pelea.

La familia Braun Billinghurst es una de las más tradicionales de la alcurnia local. Nidia, la madre de Eduardo y Lautaro, dijo que “se presentarían a declarar cuando los cite la Justicia”. Mientras que el padre de Horacio Pozo, que tiene su mismo nombre, es el subsecretario de Turismo correntino: le presentó la renuncia al gobernador Arturo Colombi, pero fue rechazada. Todos se resisten a que sus hijos sean juzgados en Brasil.

Por el momento, los siete desaparecieron de la ciudad capital y de la noche, un lugar que los tenía como habitués y animadores. También desaparecieron las fotos “sociales” de algunos sitios de Internet de la capital provincial, por ejemplo, las que muestran a Lautaro Braun en su cumpleaños del 24 de septiembre de 2004, danzando acaloradamente con una bailarina. El silencio es total, pero promete quebrarse en las próximas horas. Dicen que algunos estarían ocultos en un campo cercano, y otros en alguna ciudad importante de la provincia… Y que a mitad de semana llegará una misión de Interpol para entrevistarse con los sospechosos.
Lo concreto es que en estos días llegará un exhorto de la Justicia brasileña para que les envíen fotografías y datos sobre ellos”, cuenta García Dietze. Y enumera lo sucedido después del asesinato: “Tres personas salieron corriendo de esa esquina. Uno de ellos, ensangrentado. Un brasileño los persiguió y, con ayuda de un vigilador privado de apellido Pereira, atrapó a dos. Llamaron a la policía, pero éstos no fueron, porque estaban en la esquina del Bali Bar. Los retuvieron 25 minutos, hasta que llegó un grupo y los rescató. Dicen que uno preguntaba a los gritos: ‘¿Dónde está Eduardo?’. Pararon a un Peugeot 206 rojo que pasaba por ahí, y los llevó a una casa. Cuando éstos se enteraron de la pelea fueron a la comisaría. Entonces, la Policía Militar allanó la casa. Encontraron a un hombre y cuatro mujeres. Y se fueron. En la puerta había un automóvil con la patente DLK 470, pero no le prestaron atención. Ese auto está radicado en Corrientes. Cuando volvieron, ya habían desaparecido. Lo curioso es que el contrato de alquiler que firmaron con la inmobiliaria Ricardo Bonaspetti, que firmó Braillard Poccard, en el que figuraban los otros seis y por el que pagaron 2.160 reales más 50 reales diarios por la limpieza, finalizaba el 20 de enero. Y desaparecieron un día antes. Además, no está declarada su salida del Brasil”. Para la policía brasileña, habrían escapado por Bernardo de Irigoyen, cuya frontera es seca y los controles pueden ser burlados con facilidad.

En el segundo en que recibió un golpe y cayó al piso, Ariel Malvino perdió la vida. La Justicia tarda infinitamente más. Pero a veces, inexorable, llega.

La esquina donde hirieon a Ariel Malvino: Rua das Garuopas y Rua Geral do Capao. Es el epicentro de la noche de Ferrugem. Con una piedra de la posada  Mauna Loa  lo remataron.

La esquina donde hirieon a Ariel Malvino: Rua das Garuopas y Rua Geral do Capao. Es el epicentro de la noche de Ferrugem. Con una piedra de la posada Mauna Loa lo remataron.

Ariel, en Ferrugem durante las vacaciones que terminaron con su muerte, junto a Federico Germino. Sus amigos dicen: “<i>Todavía no lo podemos creer</I>”.

Ariel, en Ferrugem durante las vacaciones que terminaron con su muerte, junto a Federico Germino. Sus amigos dicen: “Todavía no lo podemos creer”.

Lautaro –a la izquierda– y Eduardo –a la derecha–, los hermanos Braun Billinghurst, en una reunión familiar. Y Horacio Pozo (h) –de boina– y Francisco Méndez, en la noche correntina. Para la Justicia brasileña, son sospechosos: los cuatro estaban en Ferrugem cuando asesinaron a Malvino, y se escondieron después del crimen.

Lautaro –a la izquierda– y Eduardo –a la derecha–, los hermanos Braun Billinghurst, en una reunión familiar. Y Horacio Pozo (h) –de boina– y Francisco Méndez, en la noche correntina. Para la Justicia brasileña, son sospechosos: los cuatro estaban en Ferrugem cuando asesinaron a Malvino, y se escondieron después del crimen.

Estas fotos del festejo del cumpleaños de Lautaro Braun Billinghurst, dando rienda suelta a su alegría con una bailarina, estaban en un sitio de internet correntino. Tras el escándalo, fueron levantadas del mismo. En la provincia manda el silencio.

Estas fotos del festejo del cumpleaños de Lautaro Braun Billinghurst, dando rienda suelta a su alegría con una bailarina, estaban en un sitio de internet correntino. Tras el escándalo, fueron levantadas del mismo. En la provincia manda el silencio.

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